29 de diciembre de 2006

Yo quería mucho ser americano

por Ricardo Gondim

Crecí, como muchos brasileños, deseando ser americano. Los jeans de mi juventud tenían que ser de la marca Lee. Yo soñaba con poder vivir como los jóvenes rubios que surfean en las playas de California o Hawai. Después que me convertí, los evangélicos estadounidenses me encantaban. Los himnos, el acento sureño de los predicadores, sus trajes brillantes, sus camisas sin arrugas, sus inmensas bíblias. Ah, como quería ser americano. Ahora que los Estados Unidos invadieron Irak, nunca deseé tanto haber nacido allá.

Yo quería mucho ser americano.

Para poder marchar por las calles de San Francisco o Nueva York y protestar contra esta guerra sanguinaria. No me involucraría con grupos radicales o violentos. Mi marcha seria circunspecta, triste, avergonzada. Cargaría un enorme cartel sólo con una palabra: SHAME.

Yo quería mucho ser americano.

Para escribir muchas cartas. La primera sería abierta al presidente de Chile elogiándole por no sentirse obligado a agradecer el favor que la CIA prestó a su país cuando financió un golpe de estado; asesinó a Salvador Allende y después dio posesión a Pinochet como un gran estadista. También enviaría correspondencia al presidente de México reconociendo sus méritos por mostrar al mundo que su país, aunque pobre, no es nuestro vasallo. Enviaría mis felicitaciones a los países africanos, incluso a Angola, por no dar su aval a la guerra inhumana.

Yo quería mucho ser americano.

Para recordar cual es el estado que el senador Robert Byrd representa en el Congreso. Llamaría para agradecerle por más de medio siglo de vida pública y por mostrar, al final de su larga carrera, tanta coherencia. Yo aplaudiría su discurso en el Parlamento donde demostró que George W. Bush atropella el equilibrio de los poderes democráticos, y que usó el horroroso ataque terrorista del 11 de septiembre para legitimar su doctrina expansionista.

Yo quería mucho ser americano.

Para escribir a todos los periódicos estadounidenses reclamando la parcialidad con que los medios cubren la guerra. Escribiría a Fox News y a la CNN para recordarles que las dos serán usadas en el futuro en las escuelas del mundo entero como ejemplo de cómo no debe hacerse periodismo. Diría a los editores que la falta de imparcialidad, ocultando hechos, escamoteando atrocidades, hace el juego de los señores de la guerra.

Yo quería mucho ser americano.

Para predicar un sermón en mi iglesia a favor de la paz. Entiendo que sería muy criticado. El clima de patriotismo y la adhesión de grandes segmentos evangélicos fundamentalistas intentarían intimidarme. Pero yo no me dejaría amordazar y, aun corriendo el riesgo de perder mi empleo, hablaría de mi compromiso con la vida. Yo no pactaría con personas que, en nombre de Dios, justifican la muerte de millares de niños, mujeres y ancianos. No aceptaría que nuestra preocupación religiosa empequeñeciera restringiéndose a “cuestiones de sexo antes y después del casamiento, con el aborto, la eutanasia y la homosexualidad”. Hay otras injusticias que no pasan desapercibidas.

Yo quería mucho ser americano.

Para decirle al mundo que no todos están de acuerdo con nuestra política de colonialismo económico, con nuestros astronómicos gastos militares, ni con nuestro revanchismo vengativo. Tomar represalias haciendo estallar con bombas una nación entera para salvar nuestro rostro delante de los ataques que sufrimos de apenas un grupo terrorista, no nos vuelve honrados.

Yo quería mucho ser americano.

Para escribir una carta abierta a mi presidente George W. Bush y decirle que no hay ningún mérito en destruir a un adversario ya fragilizado por mas de una década de sanciones económicas. Pisotear al débil y después vanagloriarnos de nuestra máquina bélica no es virtuoso, sólo es inmoral.

Yo quería mucho ser americano.

Para preguntar a mi presidente si él ya se encontró en su lectura devocional diaria con el texto de Pablo en Romanos 12:17-18 “No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos”.

Yo quería mucho ser americano.

Para llorar, llorar mucho. La sangre de las criaturas muertas en la maternidad de cualquier ciudad de Irak pide que se lamente como se lamentaban las madres de Belén. Les recordaría a mis compatriotas que en breve, muy pronto, el Dios de justicia pedirá cuentas por nuestra soberbia. El abate al que se exalta.

Soli Deo Gloria.