Carta abierta a un joven
por Ricardo Gondim
Respondo tu correspondencia, mi estimado joven, con una pizca de tristeza – te llamo joven porque compruebo que pertenecemos a generaciones diferentes. Tristeza, porque te percibí confundido, con sentimientos prematuros para tu vocación pastoral. En esos primeros pasos, tú ya te percibes en una lucha sin gloria y tu angustia desborda algunos rencores. Eso no es bueno; con tu edad, los jóvenes sueñan con ideales utópicos.
Muchos siervos de Dios y profetas también se indignaron con el mundo que les rodeaba. Necesitamos sólo tener cuidado para nunca proyectar, aún inconscientemente, nuestras propias inconveniencias en el mundo y en los demás. No vivas con amarguras, eternamente culpando al prójimo. ¿Recuerdas la parábola de la viga y la paja? Conozco varios pastores que camuflan sus defectos buscando identificar aberraciones ajenas. Ellos piensan que tirando lodo sobre los otros se sentirán justificados y menos pecadores. Nuestra humanidad no se compone solamente de luces, todos tenemos sombras. Que fácil es tirar piedras. No podemos ser exageradamente rigurosos con nosotros mismos, ni inclementes con nuestros semejantes.
Por otro lado, me alegré con tu correspondencia; ella revela que tú no te adaptaste. Además, me siento adulado y complacido en poder ayudarte con un poco de mi experiencia aprendida en tres décadas como pastor.
No permitas que tus dones y talentos enturbien el principal propósito de Dios para tu vida. Lo que el Señor tiene para hacer en ti es, y debe siempre ser, mayor que cualquier cosa que él vaya a realizar a través de tu vida. Nosotros somos su proyecto. Dios no quiere usarnos como abejas de una colmena, él nos ama afectuosamente y desea moldearnos a imagen de su hijo.
Me preocupé con la posibilidad que el orgullo domine tus entrañas. Al describir tus últimos éxitos ministeriales, detecté una pizca de soberbia. ¡Cuidado! No quiero desanimarte en tu intención de perfeccionarte. Continúa esmerándote para hacer lo mejor, pero guarda mis palabras: – Dios no nos mide por lo que hacemos, y sí por lo que somos. Antes de probarte eficiente, lucha para llenar tu corazón de bondad.
Huye de los peligros de la fama, prestigio y riqueza. Yo podría citar el nombre de varios obreros que naufragaron en sus ministerios, porque, convertidos en mariposas, se hechizaron con las luces del escenario. Yo mismo ya fui tentado en esa área. Sin embargo, hace ya mucho tiempo, un rabino detectó mi furor por sobresalir y, amorosamente, me advirtió: “Mi hijo, profundiza tu caminata con Dios y deja que El decida si te exaltará o no”. Hoy, te retransmito e incremento: – Al buscar fama y prestigio, tal vez consigas volverte célebre, pero condenarás tu ministerio a la superficialidad.
Aprende a cultivar la discreción. No fuiste llamado al estrellato. Sigue a tu Maestro en la senda del Calvario, buscando servir, siempre dispuesto a dar tu vida por tus amigos, y nunca buscando otra recompensa sino la alegría de ser compañero de tu Salvador. Las mayores personalidades de la historia universal no se preocuparon en alardear sus cualidades, ellos amaron la sabiduría.
Fue bueno comprobar tu valentía. Noté tu intrepidez con los desafíos pastorales y proféticos. Jesús, realmente, envió a sus ovejas en medio de lobos. Todo pastor necesita encarar las incomodidades de su misión y saber que sufrirá oposición de los que menosprecian la verdad. Peor, padecerá horrores de los que se consideran dueños de la verdad. Quien desea acompañar los pasos del Nazareno, sufrirá persecución. No temas sufrir al lado de quien defiende la justicia; vive abrazado con los que lloran. El Evangelio no “dora la píldora”: nuestros esfuerzos por el Reino vendrán regados de lágrimas.
Citaste algunos líderes como referencia de tu ministerio. Ten cuidado de no idealizarlos. Recuerda que hay diferencias entre el personaje, el mito, y la persona real. No siempre los individuos de los ambientes públicos coinciden con los de la vida privada. Me recuerdo de un amigo que se deprimió con el escándalo de un “gran” líder porque no aceptaba que él fuera capaz de cometer aquellos deslices. Sucede que nadie es inmune de cometer lapsos. Todos dependemos de las misericordias de Dios y todos necesitan de su gracia.
Con nuestro intercambio de mensajes, nació un gran cariño por tu vida. Tus dilemas me transportaron al inicio de mi carrera. Me veo en ti, por eso, escribo para ahorrarte repetir mis fallas.
Finalmente, guarda: no importa como comenzamos, sino como terminamos. Distintos científicos, políticos, empresarios, religiosos, intentaron abarcar el universo, pero perdieron afectos y dulzura. Cuando te encuentres solo, repite muchas veces: “¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?”.
Procura terminar tu jornada repitiendo las mismas palabras de Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he mantenido la fe” – 2º Tim. 4:7
Soli Deo Gloria.