Idas y venidas
por Ricardo Gondim
Mi vida se parece a aquel juego en que varias personas colocan piezas de colores encima de un cartón, juegan dos dados y avanzan progresivamente, obedeciendo el resultado de lo números.
A veces sacamos un tres y un cinco. Ocho espacios hacia el frente, puede significar que tengamos que retroceder dos. La disputa incluye la suerte de los otros, que también tiran los dados. Hay un plus, cuando tenemos la suerte de llegar a un casillero donde está escrito: avance siete espacios. Aunque existen casilleros donde perdemos el turno. El peor azar es ser obligados a retroceder al inicio de todo.
Llegué hasta aquí en la vida, lleno de idas y venidas. Coleccioné tanto victorias como derrotas; conocí frustraciones y realizaciones; lloré despedidas y celebré llegadas; presencié partos y sujeté la mano de moribundos; envejecí y rejuvenecí.
Mi espiritualidad comenzó sin que yo percibiera mucho sobre Dios. Pasé años ignorando doctrina y teología. No conocía nada sobre los libros sagrados de las grandes religiones. En mi rito de pasaje católico – la Primera Comunión – me preocupé por entrenar la lengua para estirarla al recibir la Eucaristía (el riesgo que se cayera al suelo era aterrador) y memorizar algunos puntos del catecismo. Yo prefería pasar el tiempo con Tío Rico, Mandrake, la pequeña Lulú, Ásterix, y Pedrinho y Narizinho (personajes de la historieta infantil "Sítio do Pica-pau Amarelo").
Debidamente convertido al cristianismo evangélico, me volví un apologista; un defensor del paquete dogmático aprendido en la Escuela Dominical. Insomne, estudié compendios voluminosos de sabios doctores religiosos. Pasé a pensar que sabía todo sobre Dios; conseguía explicarlo con maestría, mostrando conocimiento de los matices de su extraordinario ser. Celosamente condené toda y cualquier herejía pagana.
Pasó que, cierto día, me apoyé sobre el respaldo de la silla para descansar un poco y, acto fallido, pregunte: – “Señor, ¿quién eres tú?” – Por años había jugado y avanzado con los dados. Me volví un especialista en las teorías y conceptos teológicos, pero en aquel instante, fui obligado a regresar al casillero inicial.
Necesité retomar mi jornada espiritual, sin la antigua pretensión de poseer una palabra final sobre mi objeto de fe – que no era mas un concepto, sino una persona –. Había abandonado la verdad como una idea y deseaba el abrigo del Verbo que se hizo carne. Elegí no solo el mensaje, por encima de eso, la persona de Jesús de Nazaret como mi fundamento espiritual. Fascinado con su historia, deseo imitarlo.
Reconocí mi ignorancia de imaginar saberlo todo, para recibir la contribución de otros que, honesta y sinceramente, peregrinan por el camino de la espiritualidad. Ya no pretendo hacer prosélitos, ni intentar imponer convicciones: deseo, solamente, ofrecer a cualquiera, mis frágiles comprensiones de la Palabra.
Me recuerdo, a mí mismo, que continúo arrojando dados y que puedo perder en la próxima vuelta. No quiero sentirme compitiendo con mis hermanos, dueños de las piezas azules y amarillas. Buscaré celebrar el lanzamiento en que uno de ellos avanzó doce espacios y, además, conquistó el derecho de repetir la jugada.
Le pido a Dios encontrarme siempre maravillado con su Gracia, generosamente esparcida sobre santos y pecadores, poetas y eruditos, músicos y saltimbanquis. Todos son ciudadanos del mundo y todos participan del vaivén del tablero.
No quiero llegar en primer lugar y ganar la partida. En este lindo juego llamado vida, me contento con la emoción de ser un simple participante.
Soli Deo Gloria.