18 de diciembre de 2006

Ventanas que se cierran

por Ricardo Gondim

Los contornos son gruesos, las líneas lechosas. ¡Ya no veo de cerca! Mis ojos parecen fotografías desarregladas. Un grisáceo, una neblina, un humo blanco descendieron sobre mi mirada. ¡Extraña venganza esa de la naturaleza! Veo con cierta nitidez la distancia, pero no distingo casi nada cuando se trata de centímetros.

Soy testigo de otros cambios extraños en mi cuerpo. ¡Crecen pelos en mis orejas! Cerca de medio siglo de existencia, ya comienzo a parecerme a un lobisón. Intentan consolarme diciendo que eso es normal. A medida que nuestra piel pierde textura, el organismo, queriendo defenderse, se vale de nuestros orígenes primates creando esa pelusa auricular. Intentan explicarme otras metamorfosis que me castigan. No paro de almacenar gordura; corro, y como mucho menos, y aún así mi cintura no adelgaza. Afirman que la sabia madre naturaleza preparó mi organismo para las dolencias degenerativas que me pueden robar todo apetito, puedo precisar un stock extra de energías para soportar futuros días postrado.

Pero, ¿cuál es el sentido de sólo ver bien allá a lo lejos? Si nada nos sucede por casualidad, debe haber un por qué para ese impedimento visual. ¿Por qué mis ojos se convirtieron en binoculares invertidos?

Sospecho que mis ojos se rehúsan a mirar nítidamente para defenderme de mi decadencia. Necesito apartarme de mi mismo. Por tantos años viví anhelando una estética ahora imposible. En esa ultima fase de mi vida, no puedo continuar cegado por la apariencia física. No satisfaré más las demandas de una generación que valora, apenas, la belleza juvenil. El arado de las preocupaciones surca arrugas cada vez más profundas en mi rostro. La fatiga potencia la gravedad que arrastra hacia abajo lo que otrora se enderezaba. Ver ese proceso puedo ser doloroso. Es mejor mirar bien otras bellezas. Mis ojos me empujan a querer observar lo que no precisa de vigor físico para hacerme bonito. Aprenderé que hay dimensiones en mi vida que no dependen de músculos bien definidos: ser más manso, más comprensivo, más dulce, más comunicativo, más íntegro, menos codicioso.

Está también el difícil asunto de apreciar la belleza del prójimo. En los últimos años que me quedan aquí tal vez necesite contemplar mejor aquello que los otros poseen de bonito. Me pasé la vida entera concentrado en mi propio ombligo. Veía todas aquellas pequeñas suciedades que se juntaban allá, pero me olvidaba de limpiar.

Dicen que la gente muere prematuramente cuando deja de mirar hacia el futuro. Quien sabe, ¿mis ojos ya no consiguen ver de cerca para que yo no me pierda en la inmediatez? Ciertamente, necesito contemplar horizontes más distantes.

También necesito reeducarme, aprender que fui creado para volar alto y que mi naturaleza pertenece a un reino que queda lejos en las alturas. Aprender a mirar con el mirar de las águilas, de los halcones, de los buitres que vuelan muy, muy alto. Necesito despegarme de la tierra, mi morada por tantos años. Aquí he visto bien de cerca. Mi comprensión de lo que es mirar de arriba abajo no llegaba a dos metros. Mi visión más alta era de la altura de mis ojos, pocos centímetros debajo del tope de mi cabeza. Ya, ya seré invitado a subir, necesitaré ojos que me ayuden a mirar de muy alto.

Los rayos de sol iluminan nuestra alma a través de nuestros ojos; ellos son los orificios que permiten filtrar rayos de eternidad. Ahora se por qué en ese último gran marco de mi jornada, mi visión se desenfocó. Necesito ojos de lince para lo que viene de muy lejos, del cielo. Para observar o que es terreno, temporal y provisorio mis lentes se empolvaron. ¡Gracias a Dios!

Soli Deo Gloria.