31 de diciembre de 2007

Deseos para repetidos años nuevos

por Ricardo Gondim

Aun con el estrés diario, aun necesitando lidiar con las pasiones animales, aun reconociendo que existen tentaciones diabólicas, todos nutren deseos espirituales.

Cuando reconocemos esa sed trascendental, nace una verdadera espiritualidad. Se inicia entonces una inquietud con los valores efímeros de la vida y viene un anhelo intenso por lo que es eterno. Cuando esa mirada hacia el cielo brota en el alma, la vida gana calidad.

Todos deben anhelar amor. Los pensamientos necesitan nacer del nido de los afectos y el diálogo, prescindiendo del reloj. Quien ama, atiende el teléfono sin reclamar; acoge a los que lloran sin querer explicar el motivo del sufrimiento; no pide explicaciones; nunca esconde segundas intenciones y jamás tolera astucias; se arremanga, llena recipientes de agua y no le importa que lo vean de rodillas.

Todos deben anhelar alegría. Y hacer fiesta como el canario en la alborada; y bailar como la palmera en la playa; y cantar como el gaucho en la rueda del mate; y soltarse como creyente pentecostal. Que bueno es anticiparse a la vida con una sonrisa satisfecha y tranquila, libre de culpas. Sólo quien sabe exorcizar su propia tosquedad logra cambiar un espíritu aburrido por festejos en los pies.

Todos deben anhelar paz. Solamente los serenos aprenderán a lidiar con sus conflictos relacionales. Los que perdonan, también. Son felices los que se ponen en los zapatos del otro y esperan el momento apropiado para tener “aquella franca conversación”. Nadie debe imaginarse libre de tensiones, desavenencias o incomprensiones; el desorden es parte de la vida (solo existe armonía completa en la muerte). Deseemos la paz que nace de la solución madura de las discordias.

Todos deben anhelar paciencia. Por eso, menos nerviosos como los simples, menos malhumorados como los débiles, menos irritables como los lentos. La impaciencia brota de los narcisismos enfermizos, de las falsas omnipotencias. No se puede creer en las propagandas institucionales que hacen sobre nosotros mismos. Es una locura embriagarse con la exuberancia de los propios discursos. Como nadie es un especial elegido, es necesario esperar a aquellos que se atrasan y no molestarse cuando hay que repetir lo que acabas de explicar.

Todos deben anhelar amabilidad. Por eso, menos emprendedores y más sensibles; menos paladines y más diligentes. Un héroe sin alma es un tirano. Los demonios son valientes que perdieron el corazón. Sólo los dóciles se parecen a Dios. Por lo tanto, cada quien deje que su vida refleje el cariño divino por el mundo así como el cristal fragmenta la luz. Y que la refracción de tu amabilidad se esparza como cordialidad, benevolencia, comprensión, camaradería.

Todos deben anhelar bondad. Para eso, necesitan aprender a ser generosos. En el diccionario divino no aparece la entrada “avaricia”. Los bondadosos no temen imitar al padre de la parábola del hijo pródigo y decir: “mi hijo, todo lo que tengo es tuyo”. Los bondadosos se anticipan a las necesidades del prójimo y se disponen a bendecir como si tuviesen las manos de Dios.

Todos deben anhelar fidelidad. Cuando alguien leal está cerca, los amigos descansan. Celebrada por militares, sacerdotes y poetas, la lealtad no es privilegio de ningún grupo. Es la única virtud que Dios pide de sus hijos: la perseverancia; principal atributo del fiel. La verdadera vida pertenece a los fieles, aunque nunca alcancen el éxito, aunque fracasen o decepcionen todas las expectativas. El fiel persiste hasta el fin del camino; aunque termine la jornada destruido, aun así será alabado.

Todos deben anhelar mansedumbre. Los mansos son libres para vivir y no se desesperan reclamando sus derechos a Dios o al mundo. Sólo los mansos son libres para solidarizarse con el sufrimiento de los pobres y de los olvidados; son pocas sus demandas. Ellos no suspiran por más bendiciones porque aprendieron a ser felices con la realidad. El contentamiento es la virtud que posa, únicamente, en el corazón de los mansos. En la combinación de ese desapego con la mansedumbre, hay serenidad; los confiados heredarán la tierra.

Todos deben anhelar dominio propio para saber lidiar con sus apetitos, pasiones y deseos. La templanza no se deja vencer por los instintos. Los libertinos no triunfan. Solamente aquellos que restringen sus deseos son libres de la opresión de la ganancia. Los que no se esclavizan por sus pasiones son más fuertes que un guerrero.

(Espero que hayas notado que acabo de detallar el fruto del Espíritu, como Pablo lo describió en su carta a los Gálatas 5:22. Si más personas anhelaran lo que es eterno habría menos odio y más amor. Que tu corazón desborde valores espirituales en este nuevo año).

Soli Deo Gloria.

Desilusión y desencanto

por Ricardo Gondim

Me despido del año. Mis alegrías, así como mis tristezas, fueron numerosas e intensas. Me sorprendí con resurrecciones y lloré muertes; bailé en los salones de la felicidad y me arrastré en los charcos del disgusto; abrí los brazos para recibir a quien volvía e, impotente, vi la espalda de quien partía.

Este fue el año de las desilusiones y de los desencantos; y yo espero no mezclar esos dos sentimientos. Las ilusiones no son más que idealizaciones; los encantamientos, estados de admiración. Las ilusiones se basan en falsedades, son espejismos; los encantamientos nacen de apreciaciones de la realidad. Las ilusiones visten nuestras mentes de fantasías; los encantamientos vienen de percepciones claras de la vida.

Me ilusioné con la nobleza institucional; creí con fervor que la iglesia que me rodeaba era “la Iglesia” de Jesús (por favor, nota la “i” latina, minúscula y mayúscula). Por años, abracé sin reservas una versión del cristianismo que yo entendía como la única, la más auténtica, la mejor de todos los tiempos. Me ilusioné con esa versión, no noté los celos, las maldades, las envidias que la motivaban.

Me ilusioné con el expansionismo de mi misión. Creí en el mito moderno del progreso. Yo creía que podía seguir el crecimiento numérico y, al mismo tiempo, mantener el ambiente relacional de los tiempos en que me reunía con un grupo de jóvenes idealistas. Llegué a pensar que podía abrir mi corazón entre clérigos profesionales con la misma libertad que lo hacía entre los primeros compañeros de ministerio.

Me ilusioné con la naturaleza humana. Creí en la bondad de las personas; principalmente, en los que se decían ser llenos del Espíritu Santo de Dios. Yo imaginaba que alguien rebosante de Dios no conspiraría como Absalón, no traicionaría como Judas y sería incapaz de comportarse como un lobo voraz. ¡Ledo engaño!

Los sótanos eclesiásticos están repletos de cadáveres de gente acuchillada por la espalda. La historia no olvida: los pasillos de las catedrales albergan a verdugos y a facinerosos ávidos de escalar jerarquías organizacionales.

De repente, vino la desilusión. Se cayeron las vendas de mis ojos y me di cuenta de la magnitud de mis fantasías religiosas. Sucede que una persona desilusionada nunca más se vuelve a ilusionar. Y, en ese proceso, me vi obligado a separar las desilusiones de los desencantos. Pues, al contrario de los desilusionados, los desencantados pueden volver a encantarse nuevamente.

Anduve desencantado con mi misión, vocación y devoción. Nunca perdí lo que inicialmente me deslumbró en el Evangelio. Sigo absolutamente fascinado con la vida de Jesús de Nazaret. Y vuelvo a maravillarme cada vez que leo sobre su carácter, su ternura para con los desvalidos y su perdón para los pecadores. Su ofrenda en la cruz, su muerte ejemplar y su resurrección triunfante, no admiten desencantos.

En mi dolor llegué a meditar que desistiría de todo, pero no lo logré. Sigo creyendo que los valores del Reino de Dios necesitan irradiarse a todas las dimensiones del vivir humano, so pena de dejar al mundo transformase en el infierno de Dante. Los valores de justicia, paz y equidad humana, como fueron propuestos por Jesús y sus apóstoles, no pueden quedarse escondidos sino que deben ser proclamados universalmente. Eso es tan magnífico para mí que sana mi corazón desilusionado, devuelve vigor a mi poesía melancólica y da nueva energía a mi labor.

Sobre aquellas cosas con la que me desilusioné no hay marcha atrás, pero sé que mis sueños vuelven a tomar color. En este nuevo año, responderé con nuevo aliento: “heme aquí, envíame a mi”.

Soli Deo Gloria.

21 de diciembre de 2007

Ausencia anual

por Ricardo Gondim

Mi navidad tiene color de nostalgia, olor a añoranza y gusto a lágrima. Ella llega cargada de recuerdos. Durante los días que preceden al veinticinco de diciembre, noto la sombra de la melancolía cubriéndolo todo. Las muchas luces no me engañan; la avalancha consumista se vuelve toda una fiesta vulgar. La navidad atraganta mi alma con un llanto que nunca llega.

Mi navidad pertenece a la infancia perdida; recuerdo el niño ansioso que fui, los regalos que nunca llegaron y la expectativa renovada de que el próximo año será diferente. El Dios de la navidad es niño. Necesito reclamarle a este corazón adulto: quien no se vuelva como un niño, no entrará en el reino de los cielos.

Mi navidad siempre viene en forma de despedida. Como sucede una semana antes de fin de año, debo mirar hacia el pasado y observar el rastro de lo que fue mi vida. Siento la ausencia de quien ya partió y me despido de cada uno, una vez más. En navidad, lamento los lugares vacíos en la mesa y contemplo la sonrisa de quien ya no existe en las fotografías. Tengo miedo; en otras navidades menos gente vendrá a la cena. Y eso duele.

Mi navidad carece de Dios. El Niño-Dios ya no está por aquí. Hace tiempo que él se fue. Es verdad que dejó su Espíritu, pero yo carezco de su presencia concreta. Nada ni nadie lo sustituyen apropiadamente. Ah, como deseo tocar sus vestiduras y acompañar el movimiento afectuoso de sus labios. En navidad, mi espíritu clama ¡Maranata!

Soli Deo Gloria.

23 de noviembre de 2007

Sufrimiento y libertad

por Ricardo Gondim

En teología, la gran discusión, el nudo principal a ser desatado, tiene que ver con la relación entre Dios, felicidad y libertad.

Los cuestionamientos de la teodicea (definida como el conjunto de doctrinas que buscan justificar la bondad divina, contra los argumentos de la existencia del mal en el mundo) inician cualquier discusión. ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué Dios, siendo simultáneamente bueno y omnipotente, permite tanta maldad? ¿No podría el Todopoderoso haber creado un mundo exento de dolor?

Para empeorar la angustia humana, el sufrimiento no sólo existe, sino que se padece. Cuando los animales irracionales sufren, el dolor no es anticipado, no es analizado y no les causa ansiedad. Hombres y mujeres, sin embargo, sufren más allá del dolor físico.

Además, el dolor humano es fuente inagotable de cuestionamiento, tanto por su objetividad (duele realmente) como por su subjetividad (existen dolores que no sabemos explicar, como la nostalgia).

Todos sufren y se angustian al mismo tiempo, el cuerpo y la mente padecen. Por lo tanto, no bastan las aspirinas, las morfinas, los ansiolíticos.

Tampoco sirve cuestionar si es posible un mundo sin dolor. El sufrimiento es universal, nos golpea en la cara todos los días. Aún cuando un diente no duela o el riñón no provoque gemidos, existe la percepción de que ahora mismo, en algún lugar, alguien está llorando.

Los griegos entendían el dolor como una tragedia en el cual los seres humanos eran reducidos a títeres. La historia seguía por carriles que ellos llamaban destino y nadie lograba liberarse de esa cadena inexorable. El fatalismo griego provocaba pasividad (estoicismo), negación (cinismo), permisividad (hedonismo) o un salto trascendental (platonismo). El mal, sin embargo, permanecía absoluto, ya que nada ni nadie podrían anularlo. En ese sentido, las fuerzas que gobernaban el mundo permanecían esencialmente ciegas.

Entonces, el nudo gordiano de la filosofía, y posteriormente de la teología, se expresa en las paradojas: “Si existe un Dios omnipotente, ¿no puede él eliminar el mal y el sufrimiento? Si existe un Dios bueno, ¿por qué él no desea acabar con el dolor? Si el puede y no lo hace, no es bondadoso. Si quiere y no lo hace, no es omnipotente. Si no es omnipotente, no es Dios. Si no es bondadoso, no merece ser servido”.

Reconozco mi limitación. No tengo la pretensión de dar una respuesta definitiva que desenrolle el ovillo que intrigó a Heráclito, Sócrates, Agustín, Tomás de Aquino, Juan Calvino, Sören Kierkegaard y tantos otros. Mi conocimiento es bien intuitivo y mi contribución, mínima. Pero como buen cearense, voy a ser atrevido.

Para comenzar a arañar la superficie del asunto, hablemos de libertad. Tanto divina como humana. ¿Hasta qué punto existe libertad en el universo? En el raciocinio griego, Dios era preso de sí mismo. Comprendido a partir de conceptos absolutos (conviene recordar que en el universo semítico no se hablaba en absolutos), el dios griego era impasible, ya que nada podría ser tan fuerte para afectarlo; era inerte, porque lo perfecto nunca podría cambiar.

Los griegos restringían, por lo tanto, la libertad a una mera inserción armónica del individuo en la polis y de la polis en el cosmos divino. Los patrones del destino, o del cosmos, era lo que conducía a cada individuo, cada sociedad y toda la historia.

El ser humano no tenía como revertir, posponer o anticipar lo que estuviese determinado por los engranajes del fatalismo. Su libertad era bien pequeña. El podría hasta hacer micro-acciones que le darían un poco de satisfacción, pero jamás concretar macro-acciones, aquellas capaces de alterar lo que “ya estaba escrito y determinado”.

La revelación judeocristiana nunca estuvo de acuerdo con esa comprensión griega del “motor inmóvil” (Dios como un motor que pone todo en movimiento, pero él mismo no es movido por nada). Tampoco aceptaba que el futuro no pudiese ser alterado por estar determinado a priori.

Si los griegos no creían en la posibilidad de alterar el curso de la historia, los profetas judíos, y más tarde los evangelistas cristianos, convocaban al pueblo a cambiar el futuro.

Acepto el argumento de Jose Comblin de que la comprensión de libertad no evoluciona porque se mantiene restricta al concepto griego. La difundida democracia ateniense “solamente valía para una minoría de privilegiados”; en rigor a la verdad, en Grecia sólo había aristocracia. Pocos, muy pocos, conocían la libertad.

Por lo tanto, propongo que el debate sobre el sufrimiento humano considere la libertad dentro del campo de la compresión judía. Dios es libre y los seres humanos, creados a su imagen, también poseen libertad de arbitrio.

Dios es omnipotente; Dios usó su soberanía para crear personas dotadas de arbitrio. Para mí, esas dos afirmaciones no admiten discusión.

Pero ¿cómo pueden coexistir dos libertades, siendo una de ellas infinitamente más poderosa que la otra? ¿Cómo los seres humanos podrían ser libres de verdad si Dios no les diese espacio? Feuerbach afirmaba que la omnipotencia divina aplasta la dignidad humana y que si Dios fuese todo, no somos nada. Muchos, después de él, trabajaron dentro de esa misma lógica: para Marx, Dios promueve la alienación; para Nietzsche, empobrecimiento; para Freud, infantilización.

El despojamiento de Dios en Cristo, acaba con la paradoja de la omnipotencia versus libertad humana. Cito a Andrés Torres Queiruga:

“Tal vez no exista malentendido más terrible y más urgente a ser erradicado que aquel que Feuerbach propuso – o mejor dicho, detectó – en la raíz del ateísmo moderno: el Dios que en Cristo, “que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2º Corintios 8:9), es rechazado como el vampiro que vive a costa del empobrecimiento del hombre: “Para enriquecer a Dios, se debe empobrecer al hombre; para que Dios sea todo, el hombre debe ser nada”.

Por lo tanto, la libertad humana sólo es posible porque Dios concede espacio. Es la mayor de todas las manifestaciones de la Gracia. Dios se despojó, entró en la historia “manso y humilde de corazón”, vivió voluntariamente todas las contingencias de la vida a las cuales estamos sometidos, sufrió y murió como cualquiera.

“El ser humano participa de la divinidad en el sentido de que es hecho libre como Dios es libre. Para que la persona sea libre, Dios renuncia a su poder. Entrega el poder al ser humano – juntamente con toda la creación – para que él construya su vida con toda libertad. Dios se retira para no imponerse. Su presencia en el mundo se manifiesta en la vida y en la muerte de Jesús. Dios se hizo un crucificado para que el ser humano fuese enteramente libre. Esta libertad puede ser para el bien o para el mal. No hay libertad si no hubiera posibilidad de elección” (Comblin).

Según Jürgen Moltmann, la fe cristiana “libera para la libertad”. La reacción moderna y atea, según Moltmann, fue en la dirección opuesta:

“En el mundo moderno, por el contrario, los hombres entienden la libertad como el hecho del sujeto disponer libremente de su propia vida y de su propiedad y libertad colectiva como el hecho de corporaciones políticas, pueblos o estados disponer soberanamente sobres sus propios intereses. Aquí la libertad es entendida como el ‘derecho de autodeterminación’ de individuos o de los pueblos. Libertad aquí es el dominio sobre si mismo”.

Pero la fe cristiana sigue otra lógica. Dios soberanamente decide valorar a las personas como cooperadores con él en la construcción de la historia.

“Más para la fe cristiana la verdadera libertad no consiste ni en la comprensión de una necesidad cósmica o histórica, ni en disponer con autonomía sobre si mismo y sobre su propiedad, sino en el ser tocado por la energía de la vida divina y en el tener parte en ella. En la confianza en el Dios del Éxodo y de la Resurrección el creyente experimenta esta fuerza de Dios que libera y despierta, y de ella se vuelve participante (Moltmann).

El mal, por lo tanto, inherente a la libertad que Dios soberanamente decidió conceder a los humanos, existe simultáneamente con el bien. En el espacio de esa contingencia, el bien y el mal no son apenas posibles como también pueden ser potenciados y anulados por el arbitrio de los hijos de Dios.

La trama de las Escrituras consiste en mostrar que esa libertad fue usada perniciosamente, pero Dios nunca desistió de su creación. Él revela su pesar por el mal; fielmente proporciona principios y verdades que pueden volver bella la vida; llama a sus hijos para que se arrepientan de sus malas elecciones y los convoca a ser artesanos de una nueva historia.

Soli Deo Gloria.


Bibliografía:

Queiruga, Andrés Torres - "Do Terror de Isaac ao Abbá de Jesus" - Paulinas.
Moltmann, Jürgen - "O Espírito da Vida" - Editora Vozes.
Comblin, Jose - "A Vida - Em Busca da Liberdade" Editora Paulus.

5 de noviembre de 2007

Mi plegaria al Todopoderoso

por Ricardo Gondim

Señor, tú habitas en lo inaccesible y operas en el misterio. Sé que te acercas al contrito y humillado, por eso, te pido: Oye mi clamor, pues mi pecado está delante de mí y no ostento ninguna virtud para ser aceptado por ti. No pretendo impresionarte con falsas omnipotencias, estoy carente de tu misericordia.

No te imploro que me eximas de las contingencias de la vida. Estoy dispuesto a transitar existencialmente por caminos llenos de hoyos y remiendos. Desisto de imaginarme resguardado y que no experimentaré percances, enfermedades, muertes o angustias. No, mi Señor, no espero una suerte mejor que la de millones de hermanos míos.

Cada vez que intento orar por algún favor material, me siento pésimo. Me acuerdo del Sermón del Monte, y por reconocer tu cuidado y tu gracia me prohíbo pedirte comida y vestido. ¿Cómo puedo suplicar que te concentres en mi cuando existen millones sufriendo miserablemente alrededor de las grandes ciudades? No puedo considerarme único cuando existen innumerables ancianos muriendo antes de conseguir ser atendidos en los hospitales públicos. Dame la gracia de buscar en primer lugar tu Reino.

Soy un pequeño burgués que nunca podría pedirte cualquier beneficio por encima de los que ya tengo. Antes de golpear a tu puerta, me asalta la visión de las madres cargando a sus hijos con parálisis cerebral hacia interminables sesiones de fisioterapia; veo las casas de barro sin alimento; no puedo evitar las escenas de niños con latas de agua sobre la cabeza. ¿Cómo ansiar por privilegios cuando existen Darfur, Luanda, Nampula, Mumbai, Pirambu y tantos lugares olvidados?

Espero de ti un corazón de poeta, que sufre con la angustia no percibida de los hambrientos. Dame una ira profética para encarnar tu furor delante de la injusticia. Te imploro el saber del científico social para explicar los porqués de la rapiña del sistema económico salvaje que promueve tanta desgracia.

Quiero allegarme a la sala del trono y acercarme al misterium tremendum, donde los ángeles esconden el rostro, para oír de tus labios el mandato de llevar adelante tu causa. Dame tu Espíritu para que nunca me intimide ante la mirada circunspecta del despreocupado. Permite que encarne tu poder compasivo y exprese tu misión.

Aspiro a un corazón manso y un espíritu tranquilo para vivir con integridad. Espero poder extender mi mano a quien cayó a la orilla del camino. Reconozco que muchas veces me acobardo ante la agonía humana. No quiero esconderme detrás de afirmaciones religiosas. Si evito arrodillarme delante de los peores pecadores para no lavarles los pies, no soy digno de llamarme tu discípulo.

Por eso, necesito aprender el significado más profundo de lo que significa participar de tus sufrimientos. Si aún no asimilé el valor de dar la vida para ganarla, de perderla para hallarla, es porque no aprendí que el grano de trigo necesita morir para dar mucho fruto.

Te pido que me ayudes a enfrentar valientemente los riesgos y las contingencias de este mundo peligroso, hostil e imprevisible. Entiendo que vivir sin apelar a socorros mágicos y extraordinarios sigue siendo demasiado difícil para mí. Así que instrúyeme, y tu Palabra será suficiente para que yo organice mis decisiones. Espero poder afirmar: me bastan tus verdades y principios para que yo sea más que vencedor.

En momentos tristes, ayúdame a repetir las palabras de Jesús: “Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: ‘Padre, sálvame de esta hora difícil’? ¡Si precisamente para afrontarla he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!” (Juan 12:27-28). Necesito de tu compañía para resistir la tentación de esperar rescates que me libren de la arena de la vida. Si así fuera, sería un cobarde.

No quiero que tus enemigos digan que yo te sigo como una escapatoria. No pretendo vivir alimentando ilusiones en nombre de la esperanza.

Padre, pon un guarda en mis labios, para que no fluyan palabras irresponsables cuando hable contigo. Sé que puedo tener el mismo sentir que hubo en Jesús que se vació de toda pretensión omnipotente para darse amorosamente por sus hermanos.

Silenciosamente me postro y te suplico: Ayúdame a andar humildemente a tu lado, haciendo el bien y practicando la justicia, y eso será todo.

Amén.

Soli Deo Gloria.

Un luto más

por Ricardo Gondim

Existen tristezas insublimables, intransferibles, indescifrables, intransitables, incontrolables. Esta semana fui abatido por la enemiga más terrible: la muerte. Anestesiado, terminé la semana tropezando, parecido a un zombi que no encuentra la salida del cementerio.

Existen tristezas sólidas, densas, y que nacen de los recuerdos saludables, de la falta de remordimiento, de la ausencia de culpa. La partida de Guió me hizo sufrir un dolor tan agudo como el sonido de un violín, tan frágil como el polvo que empaña los ojos.

Despedirme de mi querida suegra fue una bofetada abierta que recibí en el rostro. Al tocar su fino cabello, sentí cuan efímeros somos; me vi como el náufrago que hace señales al barco que se aleja distante en el horizonte. Ella falleció y yo noté que siempre estamos muy, muy desnudos.

Me envolvió una tristeza impiadosa, que reclamó mi sueño y carcomió mi alma. Como el vaivén del mar, fui y volví en las aguas de mi angustia. Intenté no aceptar su intromisión, luché para exorcizarla; pero la muerte es avasalladora, grave, asombrosa, fría, deformadora, y terminé derrotado.

Sin Guió, estoy inconmensurablemente huérfano. Perdí otra madre. Ya no podé jugar y preguntarle por teléfono: “¿Cómo estás, vieja querida?” Mis hijos tendrán que vivir sin la abuela jardinera, costurera y celestina. ¿Quién podrá enseñarles, con levedad, a no tener vergüenza de ser felices?

Sepulté a mi querida suegra. Ahora, me resta continuar mi ardua jornada rumbo a su mismo destino, en la esperanza de abrazarla el día del Gran Banquete.

Soli Deo Gloria.

2 de noviembre de 2007

Frases (¿evangélicas?) que no aguanto más.

por Ricardo Gondim

  1. ¿Amén? No se escucha. ¿AMÉN? ¿Amén o no amén?
  2. Quien quiera recibir una bendición de Dios hoy, que levante la mano.
  3. Existe la ley de la siembra y la cosecha, y el número de la cuenta es…
  4. Es un robo, hermano; ¡tú naciste para ser cabeza, no cola!
  5. Ese accidente sucedió porque tú debes haber dejado una brecha.
  6. El diablo te quiere destruir.
  7. Estoy viendo un trabajo de brujería sobre tu vida.
  8. Vamos a detener los dardos del enemigo.
  9. Nada va a impedir que tú seas un vencedor.
  10. No hay nada de malo con el dinero; el único problema es el amor al dinero.
  11. Nuestra denominación va a conquistar el mundo.
  12. A partir de hoy San Pablo nunca más será igual.
  13. Somos un pueblo que no conoce la derrota.
  14. Venga a Jesús y pare de sufrir.
  15. Tú eres hijo de un gran Rey, y no mereces estar en esa situación.
  16. Tenemos la visión de conquistar Europa para Cristo.
  17. Esa enfermedad no existe, es apenas una amenaza del diablo.
  18. Dios nos está dirigiendo para abrir una iglesia en Boca Ratón.
  19. Vamos a atar a los demonios territoriales que están sobre Brasil.
  20. Todos los que participen de la campaña de las siete semanas alcanzarán sus sueños.
  21. Compre esta Biblia fabulosa, con los comentarios de…
  22. Estamos en un mover apostólico y el avivamiento brasileño es semejante al del libro de los Hechos.
  23. Tendremos una explosión de milagros en la mayor concentración religiosa de la historia.
  24. Vamos a estar en pie para recibir al Gran Hombre de Dios, fulano de tal, con un fuerte aplauso.
  25. Cuando veo esta multitud de quince mil personas, sólo puedo decir que amo a cada uno de ustedes.
  26. El Reino de Dios necesita un candidato para la Cámara; vamos a elegir a nuestro hermano que va a hacer la diferencia.
  27. Dios abrirá una puerta de empleo para ti, hermano.
  28. La semana que viene tendremos una sesión más de sanidad interior.
  29. Mientras nosotros no pidamos perdón a Paraguay por la guerra, nunca seremos una nación próspera.
  30. Estados Unidos es una bendición porque su presidente es creyente.
  31. Todo es baratija, sólo Dios es joya.
  32. No soy el dueño del mundo, pero soy hijo del dueño.
  33. Este coche quedará fuera de control en caso de arrebatamiento.
  34. Niños, cantemos: “¡Cuidadito los ojitos lo que miran, cuidadito la manito lo que toca… hay un Dios (…) que mirando está!”
  35. Mire al hermano que tiene a su lado y dígale: “¡Yo te amo!”
  36. El Espíritu Santo me está revelando que existen ladrones en esta iglesia que no entregaron el diezmo.
  37. Ah, su problema es una maldición generacional.
  38. Cuando tú no entregas tu diezmo en la casa de Dios, Él no tiene compromiso financiero contigo.
  39. Quiero que ustedes den una ofrenda especial para mantener nuestros programas de radio y televisión, pues fue Dios quien mandó a predicar en los medios.
  40. ¡Vamos, ore en lenguas, hermano!
  41. Restitúyeme, quiero de vuelta lo que es mío.
  42. La visión de nuestra iglesia es evangelizar. De hacer obra social que se encargue el gobierno.
  43. Abran sus Biblias en el libro “X”. El que encontró diga “amén”, el que no encontró, diga “misericordia”.
  44. Yo quisiera saludar a la iglesia con la paz del Señor (si quieres, entonces saluda, ¿o te vas a quedar con las ganas?).
  45. Abra su corazón (¿cómo?).
  46. Dios está aquí (no hay cosa más obvia que esa).
  47. Dios te está curando, hermana, de ese nódulo en el seno que ni siquiera tú sabías que existía (sin palabras).
  48. Dios está operando poderosamente (¿alguien vio a Dios operando a un "bocón"?).
  49. Dios va a enjugar tus lágrimas (¿qué decir? Qué fácil que es hablar…)
  50. ¡Está atado! (¿alguien sabe cuánto tiempo le toma al diablo desatarse?).
  51. Dios va a darle a nuestro iglesia un programa en la Red Globo (desconfío, se me hace que ese pastor quiere figurar en la novela de las 8).
  52. Hermanos, Dios me dio una revelación. Este será el año de Elías, de Josué, de Gedeón, de Juan el Bautista… (¿no parece calendario chino?).
  53. Abra su boca y profetice, las palabras tienen poder.
  54. Hoy dejo de ser creyente si Dios no opera un milagro (por favor, ¡¡¡deje!!!).
  55. Hermanos, esas iglesias que usan rosas ungidas, sal gruesa, etc. ¡no son de Dios!... Al final del culto traigan sus documentos, credenciales de trabajo, llaves de casa y de su coche para ungirlos, pues aquí la cosa es diferente. ¡Dios obra!
  56. No diga eso. ¡Las palabras tienen poder!
  57. Incendia a tu novia, Señor.
  58. ¡Sea un adorador extravagante!
  59. Fui llamado para ser levita en la casa del Señor. ¿Puedo cantar en su iglesia y vender mis CDs?
  60. No podemos hacer de la iglesia un club.
  61. Siendo diezmista, usted puede poner a Dios contra la pared.
  62. Mis hermanos, es hora de cambiar a Brasil.
  63. Quien tenga un nódulo en cualquier parte del cuerpo, levante la mano que Jesús le va a curar ahora.
  64. La Red Globo conspira contra la iglesia.
  65. Cuanto más tú mandas para arriba, más gloria Dios manda para abajo.
  66. No das el diezmo en la casa de Dios, pero acabas “dando” a la farmacia (mmm, no creo)
  67. Vamos a pisar la cabeza del diablo; el diablo sólo sabe el número de mi zapato.
  68. Cuando el creyente ora, debe esperar la represalia del diablo.
  69. ¿Sabe cuál es nuestro problema? El mundo está entrando en la iglesia.
  70. Yo supe que el Anticristo ya nació y se está preparando para aparecer.
  71. Yo supe de un pastor que encontró a unos hechiceros que estaban ayunando para hacer caer a los pastores.
  72. ¡El Rey León de Disney es gay!
  73. Hermana, ¡usted necesita nuestra cobertura! (esa es casi pornográfica).
  74. No se olvide de enviar el comprobante del banco que yo le prometo que voy a subir al monte esta madrugada a interceder por su vida.
  75. No esté triste por la muerte de su hijo (o con su divorcio, o con lo que sea). Todo tiene un propósito, y Dios sabe lo que hace.
  76. Hermanos, el Señor habló conmigo esta mañana para traerles esta palabra.
  77. Oré y la lluvia paró (entonces, ora y manda lluvia al nordeste, ¿no crees?).
  78. Estoy sintiendo una opresión aquí.
  79. Hoy vamos a escuchar el testimonio de un Hermano ex gay, ex traficante, ex adicto, ex macumbero, ex proxeneta, ex muerto, ex satanista, ex qué sé yo qué, ¡y ahora es creyente!
  80. Todo enemigo, ¡fuera de aquí!
  81. ¿Puedo escuchar tres aleluyas y ocho amenes?
  82. Cuidado con perder la bendición, hermano.
  83. No sirve huir de Dios, Él te va a agarrar en la curva.
  84. Si no viene por el amor, viene por el dolor.
  85. ¿Sabe cuánto cuesta una consulta, una internación? Dar el diezmo es más barato.
  86. Dios me reveló que 50 hermanos van a contribuir con 500 dólares cada uno. ¿Quién será el primero? Si no hay nadie, entonces deben existir aquí 50 valientes que van a contribuir con 250… Ahora llegó su turno, mi hermanito querido. Todos los que sobran, traigan su ofrenda de 50 centavos. (Que subasta más ordinaria, ¿no?)
  87. Ojalá que al salir de aquí un coche no le pase por encima; voy a orar para que Dios le de otra oportunidad.
  88. No cambie su salvación por un vaso de cerveza.
  89. En esta noche Dios va a distribuir “zapatos de fuego” (¡yo prefiero los de cuero!).
  90. Infelizmente él prefirió morir sin salvación que volver a nuestra iglesia.
  91. El diablo intentó impedir que usted viniese aquí esta noche, porque él sabía que usted seria iluminado.
  92. Yo tenía preparado un mensaje, pero el Espíritu Santo quiere que yo predique sobre la santidad (… ¡y dale con las reglitas!).
  93. Dios confirmó el mensaje para esta noche mientras la hermana cantaba aquel himno.
  94. De lo mejor que usted tiene, Dios no quiere cambio en monedas.
  95. Saque el billete más grande que tenga y ofrezca el mejor sacrificio al Señor.
  96. Tuve una visión donde en el estacionamiento de la iglesia sólo había coches 0 km. (me parece que confundió la iglesia con la concesionaria de al lado).
  97. ¡Mi teología es rodilla en el suelo!!! (lo menos que puede decirse es que esa teología es extraña).
  98. ¡Dios conoce la sinceridad de mi corazón! Yo necesito de su ayuda para mantener este programa al aire y el número de la cuenta es… (Sí, ya sé que Dios conoce todo; pasa que estoy con algunas sospechas).
  99. Si usted se va de vacaciones y no deja su cheque de diezmo, todo le va a salir mal en el viaje. (¿? ¡Me había olvidado! Debe ser ese el motivo por el que se pinchó la rueda del coche).
  100. Dios no escoge a los capacitados sino que capacita a los escogidos. (Hay muchos pastores repetidores en esa escuela de capacitación).
  101. No toque al ungido del Señor. (Muletilla para proteger a los líderes inseguros).
  102. No diga a Dios que su problema es grande; dígale a su problema que su Dios es grande. (Poesía de quinta categoría).
  103. Tú eres la niña de los ojos de Dios (¿con lagañas?).
  104. Esta es una iglesia diferente (¿en serio? ¡basta entonces!).
  105. Si ustedes confían en nosotros, pastores, para traer la palabra de Dios, deben confiar en nuestra administración de ofrendas. No necesitamos rendir cuentas a nadie, sólo a Dios. (Hummmm, lo que pasa es que la palabra fue pobrísima).
  106. Basta de esperar; hoy su milagro va a llegar (¿puedo ir a reclamar a la oficina de Asuntos del Consumidor?).
  107. Plante su semilla, que usted, va a cosechar al ciento por uno (pequeñas iglesias, grandes negocios).
  108. Dios sabe todas las cosas. (Que cliché cruel, a la hora en que no se tiene respuesta para una pregunta).
  109. “Mateo, Mateo, los tuyos primero” (no entendí… ¡uf!).
  110. Comunico el fallecimiento del hermano Fulano. Tristemente, perdimos a un buen diezmista. (... y la familia enlutada agradece el gesto de solidaridad).
  111. Luego del culto, compre mis libros y CDs de mensajes. Van a bendecir el ministerio infantil que cuido. Tengo cuatro hijos (si el chiste no tiene gracia, imagínate el mensaje de los CDs y los libros).
  112. Mire al hermano que tiene a su lado y dígale “tú estás bonito hoy” (¿por qué tengo que hacer ese tipo de cosa? Y justo yo que soy “gaucho”).
  113. Hay gente que lee mucho y sólo crece en sabiduría humana. Lo importante es el conocimiento de Dios (“conosimiento” con “s”, probablemente…).
Creo que es suficiente, ¿no? La lista del vodevil parece no tener fin.

Soli Deo Gloria.

15 de octubre de 2007

Entre la cruz y la horca

por Ricardo Gondim

Durante tres años elegí el evangelio de Lucas como la base para mis predicaciones dominicales. Cuando finalmente llegué al relato del Gólgota, por algún motivo me sentí constreñido; me consideraba indigno de pisar, por medio de la narración, aquel suelo sagrado.

El escenario de la cruz, aún con toda la carga teológica ya construida a su alrededor (e incluso con la explotación hollywoodense), todavía es uno de los más potentes de la historia de la humanidad.

Jesús, también llamado Hijo del Hombre, fue asesinado sin ningún motivo por una inclemente elite religiosa que supo negociar con poderes imperiales y logró inflamar una pequeña turba.

Él no representaba una amenaza para nadie (descontando su vocación para que las personas viviesen con valores dignos y bellos, que él afirmaba era la llegada del Reino de Dios).

Luego de pasar por una tortura cruel, Jesús fue crucificado al mediodía. Lucas cuenta que “hubo tinieblas” desde aquella hora hasta las tres de la tarde. La súbita oscuridad significaba mucho más que un coincidente o providencial fenómeno de la naturaleza.

Era la “señal del cielo” que los fariseos tanto pedían. Pero, al contrario de lo que imaginaban, la manifestación sobrenatural no autenticaba cosa alguna.

Dios tan solamente se rehusaba a hacer brillar su luz sobre tamaña sordidez. Era la señal para que las generaciones futuras aprendieran que el Padre del Unigénito de Dios no pactaría con la perversidad.

Sí, existen maldades que convocan a la propia naturaleza a nunca más ser verde, a las nubes a nunca más ser blancas, al sol a nunca más brillar.

Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz, fue un judío huérfano sobreviviente de un campo de concentración nazi. Cuando escribió su biografía, sólo consintió publicarla después de un silencio de más de diez años; Wiesel no quería apresurarse a comentar sobre la inhumanidad del genocidio nazi.

En “Night” (La Noche), Wiesel cuenta, con una intensidad vívida y reflexiva, su sufrimiento, trabajo, angustia y crisis de fe en el campo de concentración.

La historia de la ejecución de tres personas sospechosas de resistencia (dos adultos y un niño) es el relato más doloroso:

Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.

-¡Viva la libertad! -gritaron los dos adultos.
El pequeño estaba en silencio.

-“¿Dónde está el buen Dios, dónde?”- preguntó alguien detrás de mí.

A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.

Después comenzó el desfile. Los dos adultos ya no vivían. Sus lenguas colgaban hinchadas, azuladas. Pero la tercera soga no estaba inmóvil: el niño, muy liviano, vivía aún...

Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando ante nuestros ojos. Y nosotros teníamos que mirarle bien de frente.

Cuando pasé frente a él todavía estaba vivo. Su lengua seguía roja, y su mirada no se había apagado.

Escuché al mismo hombre detrás de mí:
-“¿Dónde está Dios?”-

Y en mi interior escuche una voz que respondía:
"¿Dónde está? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca..."

Esa noche, la sopa tenía gusto a cadáver.

No entiendo qué me motivó a escribir sobre estos dos eventos tan crudos, el Calvario y Birkenau.

Debe ser porque leí sobre nueve recién nacidos muertos en un hospital público de Sergipe. No sé, aún no asimilé del todo la noticia de los doscientos que murieron en el desastre aéreo de San Pablo. Quizá aún no me acostumbré al suicidio de indígenas del Amazonas.

Quién sabe, creo que esta noche mi sopa también va a tener gusto a cadáver.

Soli Deo Gloria.

7 de octubre de 2007

Mi décimo maratón

por Ricardo Gondim

El día 7 de octubre de 2007, a las ocho de la mañana, voy a enfrentar mi décimo maratón. Con el corazón acelerado y con millones de mariposas en la boca del estómago, daré el primer el primer paso de los 42.000 necesarios para completar la prueba.

Sé que voy a someter a mi cuerpo a un desgaste sobrehumano, y que tendré que luchar contra la terrible tentación de desistir. Pero si llego a cruzar la línea de llegada me voy a emocionar, sin poder creer que completé la prueba.

Las principales pruebas del atletismo son dos carreras: una muy corta y otra bastante larga. En los cien metros valen la fuerza y la explosión, pero en el maratón, sólo determinación. En la leyenda griega que dio inicio a la prueba, los griegos habían vencido a los persas en la batalla de Maratón en el año 490 a.C. y le tocó a Pheidippides la tarea de llevar la buena nueva hasta la ciudad de Atenas. Él corrió 42 kilómetros desde la planicie de Maratón hasta Atenas. Al llegar, ¡sólo tuvo aliento para anunciar “vencimos” y cayó muerto!

Espero que no suceda lo mismo conmigo, a fin de cuentas me entrené exhaustivamente. Subí cuestas escarpadas, di “tiros” cortos para mejorar la velocidad e hice varias carreras para que el cuerpo se acostumbre al volumen del kilometraje.

Haber corrido otras nueve veces, no ayuda. Recuerdo la desesperación de ver el cartel indicando los 38 kilómetros, cuando todavía me faltaba recorrer otros cuatro.

Todo duele, hasta el lóbulo de la oreja pica. Sin depósitos de glucógeno, el cerebro comienza a enviar mensajes para que los músculos se detengan. El ritmo disminuye e incluso corremos el riesgo de parar. En ese momento vale cualquier cosa para no desistir.

Pienso en la vergüenza de tener que contarle a mis amigos que me “quebré”; procedo a negociar con mis piernas otros cien metros; por último, al extremo de la desesperación, comienzo a repetir un texto que memoricé del profeta Isaías (40:29-31): “Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán”. Así, apelando al socorro de Dios, de espera en espera, he conseguido llegar hasta el final.

Son diversas las lecciones que aprendí corriendo maratones.

Primero, comencé a colocarme en mi debido lugar. Vi que no sirve querer competir con los kenianos (cuando el campeón rasga la faja de la victoria, yo todavía estoy por el kilómetro veintitrés). Segundo, no valen las superaciones. En un maratón, quien no se prepara bien se va a quedar en el medio del camino. Tercero, los acelerados acaban rapidito el combustible, toda precipitación se paga a un alto precio.

Un maratón es una fiesta sin igual. Ya me emocioné con ciegos y amputados que se me adelantaron con gran gallardía. Ya vi ancianos dejando tras de si a jóvenes tragando polvo, y ya lloré varias veces.

Una de esas fuertes emociones sucedió en la llegada del Maratón de Nueva York. En los últimos cincuenta metros, noté que una pareja corría firme, bien al frente mío. De repente, el joven tiró de la mano de su compañera pidiendo que se detuviera. Me asusté, suponiendo que él no se sentía bien. Yo también disminuí el ritmo por si acaso necesitaba ayuda. Sin embargo, él se arrodilló, sacó una alianza del bolsillo del short y allí, a veinte metros de la línea de llegada, le pidió casamiento: “Will you marry me?”, le imploró él casi sin aliento. Ella sollozaba cuando gritó con toda su fuerza: “Yes, I do”. Los espectadores aplaudieron de pie.

Todo maratón es incierto. Aún no se si traeré mi décima medalla sobre el pecho, si lo logro ella vendrá empapada de sudor y lágrimas. Si no llego a terminar, igualmente estaré feliz.

Soli Deo Gloria.

24 de septiembre de 2007

El avivamiento fundamentalista

por Ricardo Gondim

El movimiento evangélico brasileño se desfiguró tanto que ya no puede ser identificado con el Protestantismo.

Desafortunadamente es posible describirlo apenas como una nueva tendencia religiosa, simplista en sus análisis conceptuales, supersticioso en su espiritualidad, oscurantista en su convivencia social, inmediatista en sus demandas espirituales y “guetizado” en su tolerancia cultural.

Los pilares que cimentaron el Principio Protestante fueron, sistemáticamente, sacudidos por el avivamiento evangélico neo-fundamentalista que:

1. Mina la percepción de la Gracia.

Cuando Martín Lutero redescubrió el texto bíblico, “el justo por la fe vivirá”, él no se dio cuenta que estaba encendiendo la mecha de pólvora que detonaría la Reforma Protestante. El tiempo estaba maduro.

El cristianismo medieval se había infectado con el paganismo; sobraban estafadores vendiendo falsas reliquias y objetos milagrosos para “abrir ventanas de bendiciones celestiales”.

El monje agustino notó, sin embargo, que el amor de Dios no puede ser provocado por los ritos religiosos. La Gracia, para Lutero, era una iniciativa siempre unilateral de Dios, gratuita y constante.

Él intuyó que Dios no se quedaba de brazos cruzados, ceño fruncido, esperando a que sus hijos lo provocaran para derramar sus bendiciones. Él mostró la verdad de que las indulgencias, vendidas por el cardenal Tetzel, eran un engaño y no tenían el poder de reducir las penas del purgatorio. Lutero socavaba el poder de la iglesia, que publicitaba ser la dueña de las contraseñas que liberaban el favor divino.

Pasados tantos siglos, el movimiento evangélico, en otro tiempo una rama del protestantismo, abandonó la predicación de la Gracia, que puede hasta constar en los compendios teológicos pero que no tiene ninguna consistencia en el diario vivir de las personas.

Lamentablemente, los evangélicos retrocedieron a los tiempos del catolicismo medieval. Se puede observar con facilidad, en la mayor parte de las iglesias, el incentivo de que se usen amuletos “como punto de contacto para la fe”. El paganismo y la hechicería se disfrazaron de piedad y la mayoría de los creyentes sólo se preocupan por aprender a controlar el mundo sobrenatural para ser prósperos o para resolver sus problemas existenciales.

2. Transforma la fe en una fuerza que produce milagros.

Acabo de leer “A Piedade Pervertida” (Grapho Editores) de Ricardo Quadros Gouvêa. Su análisis sobre la influencia del fundamentalismo en la práctica de la espiritualidad es crudo:

“Los conciertos de alabanza y adoración, así como las vigilias y las reuniones de oración y hasta el más simple culto de domingo, muchas veces no son más que un tipo de superstición que rayan la hechicería, cuando son realizados con la intención de ‘forzar’ una acción benévola de parte de Dios; como si el culto y la alabanza fuesen un ‘sacrificio’ como los antiguos sacrificios paganos. En este caso no tenemos liturgias pero si teúrgias, en las cuales se busca manipular el poder de Dios”. (pág. 28)

3. Lee la Biblia como si Dios la hubiera dictado.


Los fundamentalistas ven las Escrituras como descendidas directamente del cielo. Es de suma importancia para ellos que la letra sea sagrada. De esta manera, en la lectura de la Biblia se prescinde considerar su contexto histórico y su riqueza literaria.

Para la mayoría de los evangélicos, la Biblia se acepta como un oráculo. Para ellos, basta abrirla en cualquier página, entresacar un versículo y obtener el mensaje que viene de Dios. Esa práctica de hacer lotería con las narraciones se volvió común.

Millones creen en el poder de la “cajita de promesas”, aquel estuche con pedazos de cartón recortados con versículos impresos. El analfabetismo bíblico es enorme entre la mayoría de los creyentes, ellos no creen que necesiten estudiar la historia ni la complejidad literaria de la narrativa.

4. Transforma las Escrituras en un compendio de teología sistemática.

La frase más repetida por los creyentes brasileños sobre la Biblia es que ella es su “única regla de fe y práctica”. ¡Ledo engaño! La teología sistemática reina por encima de la revelación de los dos Testamentos.

Los creyentes son inducidos a creer primeramente en conceptos teológicos cuidadosamente inculcados, sólo después vienen los textos sagrados. ¡Peor! Cuando un dogma teológico no concuerda con la narrativa bíblica siempre habrá algún libro que hace el ejercicio de ajustar la Biblia a la teología, nunca lo contrario.

Urge, sin embargo, que le sea devuelta a la Biblia su papel como reina de la revelación, sin la interferencia del teólogo que disminuye su riqueza poética, sabotea su profundidad alegórica y cuestiona su intensidad mítica. La Biblia no puede ser relegada a la función de mera legitimadora de conceptos humanos.

Ya fui duramente acusado por los fundamentalistas de intentar “minar” la soberanía de Dios. Algunos ya apuntaron sus dedos virtuales y, con las venas palpitantes, intentaron desacreditarme por “osar disminuir la omnipotencia divina”.

Nunca afirmé que Dios no fuera omnipotente, jamás negué su prerrogativa de reinar soberanamente. Sin embargo, reivindico el derecho de cuestionar, no a Dios, sino aquello que la filosofía y la teología definieron como soberanía.

Le devuelvo la palabra al calvinista Ricardo Quadros Gouvêa:
“La doctrina de la soberanía divina fue transformada, por la ortodoxia cartesiana, y es enseñada por los fundamentalistas como una forma de fatalismo. Todo ya está determinado por Dios, por lo tanto no hay ninguna libertad que resguarde o haya sido concedida a los hombres. Ese fatalismo no tiene nada de cristiano o de bíblico, pero está anclado en la filosofía griega y en el paganismo precristiano. Eso generó, en la alegada ortodoxia reformada, el predestinacionismo, este cáncer del calvinismo, un énfasis injusto con el propio pensamiento de Calvino y que permite a los hombres ir directo al infierno para cumplir la voluntad de Dios” (pág. 26)

5. Rechaza la doctrina de la “Imago Dei”.

Esta expresión latina expresa la antiquísima percepción teológica de que aún los peores seres humanos guardan la “Imagen de Dios”. Todas las personas, absolutamente todas, poseen una dignidad que debe ser protegida.

Así, poetas, músicos, escultores, dramaturgos y saltimbanquis del nordeste brasileño, son mensajeros de la belleza que brota de Dios. No importa que sean ateos o que no profesen la fe de acuerdo a la ortodoxia cristiana, todos son capaces de acciones sublimes (vale recordar que el apóstol Pablo citó poetas y escritores paganos para contextualizar su mensaje).

Es conveniente citar que el cristianismo tuvo un cambio de eje al final del siglo XX. Si en los últimos quinientos años los cristianos eran asociados al mundo anglosajón, a comienzos del tercer milenio ellos se multiplican en Latinoamérica, África y Asia.

La población cristiana del Tercer Mundo ya es mayor que en el Primer Mundo. Ese crecimiento, no obstante, trae enormes peligros, pues no representa necesariamente un refinamiento de la fe o madurez existencial. Las señales del atraso del neo-fundamentalismo son evidentes en su incapacidad de celebrar la belleza y de mezclarse con el mundo (al que Dios tanto amó y por el que dio a su Hijo unigénito).

El enyesado de la fe por el fundamentalismo sólo logra repetir la cosmovisión medieval, la moral victoriana y la actitud de intolerancia de los antiguos dueños de la verdad. El éxito del crecimiento numérico de los evangélicos produce en ellos un triunfalismo difícil de ser contradicho y que desemboca en esa soberbia paralizadora.

Urge que algunos resistan la ortodoxolatría fundamentalista; ella no puede ser hegemónica en la nueva geografía de la fe cristiana.

Y perseveremos, a pesar de las pedradas, en mostrar que el anuncio del Reino es mucho más rico y abarcador que cualquier teología o movimiento.

El Cordero de Dios es digno por su sacrificio.

Soli Deo Gloria.

1 de agosto de 2007

Fe

por Ricardo Gondim

Rogerio era un evangelista que predicaba en la plaza pública. Siempre, luego del sermón, prometía sanar a todos los presentes, imponiendo las manos sobre los que pasaran al frente. En la noche en que lo ayudé, unas ochenta personas respondieron al llamado. Entre ellas, una señora cargaba un niño con graves disfunciones motoras; era evidente que había nacido con algún raro síndrome genético.

Rogerio, como un pastor pentecostal, comprensiblemente, deseaba que los milagros sucedieran. Cuando vi los rostros ávidos por un socorro celestial, me repetí a mi mismo que yo también sería capaz de pasar la noche entera de rodillas clamando a los cielos, si fuera necesario, para que todos allí fueran sanados. Y no despegué la vista, ni un minuto siquiera, de aquel niño en los brazos de su madre.

¡Pero nada sucedió! Las nubes que escondían a la luna permanecieron inmóviles y ni siquiera un hilo delgado de luz nos alcanzó.

El niño, como un muñeco de trapo, sin músculos, seguía flácido en el regazo materno. El culto terminó y, seguramente, ambos regresaron tristes a la chabola fétida donde vivían.

Luego que el pueblo se fue, continué al lado de Rogerio, pero sentí pena de verlo gritar, hecho un náufrago desesperado por la indiferencia del navío que pasa de largo.

Él me miró, entre tanto, de reojo y con un dejo triste. Quizá no haya querido encararme, pues sabía lo que yo pensaba sobre lo que acababa de suceder.

Aquella noche me marcó a fuego. Quedé deshecho. No logré siquiera analizar dónde habíamos errado. Tampoco creí correcto confrontar la sinceridad de Rogerio, que daba sus primeros pasos como evangelista. Yo no tenía derecho de agriar aún más su fracaso en producir milagros para la gloria de Dios. Era alguien a quien no le faltaba integridad.

Pasados veinticinco años de aquella noche nunca conversé con nadie sobre los traumas provocados por nuestra incapacidad en producir aquel único milagro que podría haber cambiado la miseria de un niño.

No sé si Rogerio todavía predica en las plazas. Yo, no obstante, sigo cuidando de una iglesia. Entre los miembros de nuestra comunidad tenemos niños portadores de síndromes igualmente complicados, amputados, ancianos con enfermedades crónicas, sordos (formamos un grupo de sordos y nuestros cultos ya son traducidos en lengua de señas) y discapacitados visuales.

Como no logro barrer bajo las alfombras misteriosas de la teología las respuestas que necesito para mi mismo, comencé una nueva jornada para entender el significado de la fe.

Fe ya no significa para mí una fuerza proyectada en dirección a Dios que lo induce a actuar. Entiendo que Dios no se encuentra inerte, esperando por la habilidad que mujeres y hombres tienen para mover su brazo. Incluso, paré de decir que la fe mueve la mano de Dios.

Fe ya no significa para mí una seña que abre de par en par las ventanas de las bendiciones celestiales. Rechazo la noción de que Dios oculte sus maravillas o dificulte nuestro acceso a ellas. No necesitamos comportarnos como niños que buscan huevos de chocolate en Pascua. Es más, considero la expresión “conquistar una gracia” una contradicción tan horrenda que me produce escalofríos cada vez que la escucho.

Fe significa para mí una apuesta a que los valores, los principios y las virtudes del Evangelio son suficientes para que yo enfrente la vida con todas sus contingencias. Veo que los personajes bíblicos no eludieron los imprevistos de la vida, no se anticiparon a los accidentes futuros y tampoco se blindaron contra las maldades humanas. Al igual que ellos, no quiero vivir bajo un caparazón.

Fe significa para mí que el Espíritu de Cristo da deseos de mirar a la historia con valentía para no necesitar apelar a lo mágico, al hechizo y a lo sobrenatural. Por causa de la fe no pedimos ser guardados del dolor. La fe bíblica nos convoca a andar en las pisadas de Jesús y no apocarnos ante el acoso religioso, la persecución y la muerte impuestos por los regímenes imperialistas.

Fe significa para mí la posibilidad de la rebelión contra el status quo, porque él no refleja la voluntad de Dios. El sufrimiento humano no hace parte de una Providencia remota, las catástrofes no son dolores de parto que anticipan la alborada de un futuro glorioso.

El colonialismo que condenó a centenas de millones de negros a horrores indescriptibles, las guerras inútiles que diezman a jóvenes ingenuos, los horrores de la prostitución infantil, no fueron planeados por Dios. Convivimos con un sistema en abierta rebelión contra el Creador, y contra ese sistema debemos sublevarnos.

Existe una fe profética, visceral, que me convoca a gritar ¡NO! Esa fe me deja intranquilo. Mis zonas de confort me señalan a la cara, pues vivo sujeto al sistema pequeño-burgués que legitima el deterioro ambiental; callo delante del capitalismo neoliberal que produce excluidos; me acobardo ante las amenazas de ser un exiliado social.

Ya que abandoné el paradigma de una fe funcional, utilitaria, de causa y efecto; quiero, tan sólo, tener el pecho para afrontar el riesgo de vivir sin pie de apoyo, de vivir la libertad prometida por Cristo y de anhelar una única seguridad: saberme gratuitamente amado por Dios.

Soli Deo Gloria.

31 de julio de 2007

El No que puede, un día, volverse Sí

por Ricardo Gondim

No quepo dentro de los estrechos caminos por donde viajan las hienas que por naturaleza ríen, despreciando a sus semejantes.

No me siento bien en las salas de los amplios palacios donde viven monarcas alucinados.

No me gusta la gente que se cree dueña de triunfos ajenos.

No tolero a aquellos que espiritualizan la vida, e intentar transferir los gestos humanos a los ángeles.

No convivo bien con personas que adoran el peso de sus paranoias y teorías de conspiración.

No quiero la amistad de legalistas, siempre impropios ante las exigencias de la divinidad y de sus leyes.

No perderé mi tiempo con quien sólo razona con marcos de acero, sin jamás atreverse a tensarlos.

No tengo paciencia con aquellos que se contentan en repetir los discursos ajenos, sin cuestionar sus contenidos.

No perderé mi vida con los ideológicamente obtusos, estancados en odios y preconceptos.

No respiro el mismo ambiente de los que justifican la muerte de niños; no me bastan sus argumentos militares, teológicos, políticos, o utilitarios.

No quiero ir al mismo cielo de los que se jactan de su predestinación y saben explicar como los otros arderán en el infierno por toda la eternidad.

No imagino a los religiosos occidentales, glotones, consumistas, implacables con la sexualidad, pero condescendientes con la industria bélica, como los mayores responsables por la salvación de billones de almas.

No me gusta imaginar a Dios confinado a los pequeños círculos donde la teología intentó colocarle.

No tolero que se mezclen simplismos con esperanza; fantasía con optimismo; ilusiones con sueños; y evangelización con proselitismo.

No me considero capaz o legítimo representante de cosa alguna.

No permitiré que me roben el vivir confuso y feliz, centrado y complicado, coherente y extremadamente ambiguo.

No quiero simular, sólo vivir con integridad delante de los hombres y de aquel a quien llamo Dios.

Tengo muchos “no” porque deseo, algún día, concretar mi gran sí; son ellos los que forman mi canto y mi prosa.

Soli Deo Gloria.

19 de julio de 2007

Mi letanía

por Ricardo Gondim

Porque seguimos tan desapercibidos de la brevedad de la vida.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque acumulamos riqueza imaginando que viviremos por largos años.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque nos conformamos con la maldad impersonal del mercado.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque aceptamos la inevitabilidad de la guerra.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque no cuestionamos que hayan muchos pobres y pocos ricos en las cárceles.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque nos indignamos con las súbitas desgracias y nos aquietamos con los holocaustos crónicos.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque llenamos el alma de callosidades para no rebelarnos frente a la mortandad africana.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque pagamos fortunas de dinero a los pilotos de carrera y dejamos a los docentes con salarios reducidos.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque aceptamos que los hijos de los políticos también sean candidatos.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque intentamos hacer de Dios un siervo para proveernos de lo que necesitamos.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque nos acostumbramos a las cisternas podridas y abandonamos las fuentes de aguas cristalinas.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque somos religiosos semejantes a los verdugos de Jesús de Nazaret.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque, como Tomás, necesitamos ver para creer.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque seguimos parecidos a nuestros padres.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Porque sólo te pedimos misericordia de vez en cuando.
Cordero de Dios, ten misericordia de nosotros.

Soli Deo Gloria.

Quiero y no quiero

por Ricardo Gondim

Quiero anunciar el mensaje cristiano considerando siempre su contexto histórico, no menospreciando la secuencia del relato leído, y sólo haciendo aplicaciones responsables.

No quiero oír, aprobar, o estar de acuerdo con predicaciones temáticas en donde el texto bíblico es apenas utilizado como pretexto para hacer afirmaciones irresponsables de bendiciones, portentos y milagros.

Quiero estar siempre abierto al soplo del Espíritu. Él puede visitar mi vida, familia, iglesia y nación como lo desee. Reconozco que las intervenciones de Dios suceden de acuerdo a su discreción. Él puede tanto entrometerse en el transcurso de la historia, como lo hizo en algunas circunstancias, como puede mantenerse escondido y en silencio, como prefirió en otras.

No quiero manipulaciones de lo sagrado para demostrar la presencia de Dios. No quiero intentar “ajustar” los actos divinos a las expectativas de auditorios ávidos por señales venidas del cielo. Si Dios prefiere que mi fe se base apenas en el testimonio de hombres y mujeres del pasado, me quedo satisfecho, sin exigir ninguna manifestación sobrenatural.

Quiero ver a la iglesia actuando mejor en la política. Entiendo que es el deber de toda religión la defensa de la justicia. Quiero que se abogue por los pobres (representados por huérfanos y viudas), se asuman posturas sobre los sutiles engranajes de la muerte, y se sepa discernir el peligro del “mundo”. Quiero ver a la iglesia haciendo Política (así mismo, con “P” mayúscula).

No quiero participar de campañas de candidatos “oficiales” de ninguna institución. No tolero que algunos pastores todavía piensen que las iglesias necesitan de representantes electos. No quiero tener “muchachos de los mandados” en las cámaras y las asambleas. No quiero hacer política (con “p” minúscula). No quiero disputar por el poder.

Quiero andar el largo camino del discipulado, ayudando a hombres y mujeres a forjar sus vidas siguiendo los pasos de Jesús. Quiero fundar mi predicación en los principios bíblicos que integran a las personas. Deseo profundizar mi percepción acerca de la manera en que el Evangelio orienta la vida en la tierra. Quiero ver a los cristianos experimentando una bella calidad de vida aquí, antes de partir hacia el cielo.

No quiero buscar atajos para la madurez. No quiero formulas fáciles para nada. No quiero paquetes venidos del exterior que, bajo la pretendida fama de ser “principios transferibles”, lograrán mágicamente resolver los problemas conyugales, las enfermedades y las disfunciones familiares. No quiero una espiritualidad disgregadora, que no tiene pie sobre la tierra. No quiero respuestas piadosas a las angustias humanas y no quiero que las personas esperen por el paraíso para comenzar a vivir.

Quiero caminar con gente que reconozca sus defectos, sepa conversar sin espiritualizar y demonizar los asuntos abordados y me permitan reír y llorar. Quiero ser amigo de los que lloran el dolor del mundo porque notan en él su propio mundo de dolor.

No quiero andar con religiosos que gusten de frases hechas. No quiero vivir con quien se esconde del sufrimiento humano con muletillas teológicas. No quiero más estar en ambientes y reuniones que no desborden para la vida.

Quiero ser amigo de Dios y de hombres y mujeres que aman la paz. Quiero ser más simple de lo que soy, quiero ser más sensible de lo que puedo lograr, quiero ser menos codicioso de lo que siempre fui. Quiero vencer la vanidad que alimenté en falsos espejos.

No quiero perder mi alma en nombre de la religión. No quiero dejar ir por la alcantarilla los pocos años que aún me quedan. No quiero un día lamentar haber perdido la vida queriendo encontrarla.

Soli Deo Gloria.

14 de julio de 2007

Valor para pensar fuera de la caja

por Ricardo Gondim

Los escritores norteamericanos Phillip Yancey, Ronald Sider, Rob Bell y Jim Wallis vienen declarando que el movimiento evangélico ya no logra responder satisfactoriamente a los desafíos de este milenio.

Es la realidad. En la Europa post-cristiana, permanece periférico; en los Estados Unidos, fue absorbido por la religión civil del “Destino Manifiesto” (que considera al país elegido y bendecido por Dios); en Latinoamérica su crecimiento numérico lo aparta del protestantismo clásico mientras se condena a volverse una religión popular sin praxis transformadora.

Considerando la obra de Thomas Kuhn sobre cambios de paradigmas, “La estructura de las revoluciones científicas”, se alcanza a percibir cómo el movimiento evangélico se vacía. Para Kuhn, un paradigma se debilita cuando se vuelve incapaz de explicar algún fenómeno científico, aunque haya servido para orientar la investigación. Los paradigmas, luego de ser desafiados convincentemente por nuevas evidencias, necesitan sufrir cambios.

En la tesis de Kuhn, mientras un paradigma se muestra eficiente, las investigaciones y los descubrimientos son graduales y acumulativos. Sin embargo, en el instante en que las innovaciones se agotan, las rupturas pasan a ser bruscas; surgen personas que se atreven a desafiar los antiguos conceptos en cuanto a la noción del progreso gradual y constante del saber en dirección a la verdad.

Mucho se ha publicado buscando un dialogo de la teología con la historiografía, psicología, física cuántica, sociología, antropología y hasta la arqueología; nuevos pensadores evangélicos se relevan criticando algunos presupuestos.

Según Kuhn, todos ellos pagarán un alto precio por esa aventura; seguirán a Galileo, que casi murió cuando descubrió que Júpiter tenía lunas. Por derribar la astronomía ptolemaica desacreditó también la teología que creía en un universo geocéntrico. La iglesia defendió sus dogmas y Galileo, para salvar el pellejo, tuvo que retractarse.

Los evangélicos intentan responder a la actual crisis de varias maneras.

Con la respuesta piadosa. Resuenan los llamados acerca de que los creyentes necesitan volver a orar. Leí en la pizarra de anuncios de una iglesia una convocatoria para que los creyentes entraran en un “maratón” de oración. El pastor quería promover un avivamiento espiritual colocando a la congregación de rodillas.

Es válido preguntarse si es necesaria más intercesión o si ya es hora de repensar el contenido de las oraciones. Conviví entre pentecostales por años y puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que multiplicar los “círculos de oración” no va a resolver el problema.

Con la respuesta legalista. Avivados acusan, señalando con el dedo, que “el mundo entró en la iglesia”. Algunos creen que conseguirán anular la decadencia ética proponiendo que “endurezcamos” los usos y costumbres.

Los jóvenes, principalmente, deberían arrepentirse del estilo de vida “carnal” que adoptaron. Ellos olvidan que el legalismo no tiene ningún valor contra la sensualidad y que imponer tantas exigencias termina generando más hipocresía.

Con la respuesta ortodoxa. Ya escuché a líderes evangélicos afirmar que necesitamos una nueva Reforma. Algunos buscan reavivar liturgias y paramentos de hace trescientos años. Los evangélicos realmente se distanciaron de varias doctrinas del protestantismo del siglo XVI.

No obstante, sería iluso pensar que un nuevo Lutero rescatará al movimiento. En un mundo globalizado, con tanta complejidad cultural, una nueva Reforma, semejante a aquella, jamás se repetirá.

Con la respuesta organizacional. Principalmente los norteamericanos intentan mantener sus iglesias a través de la administración eclesiástica. Ellos creen que la fe volverá a ser relevante con una liturgia más “amigable”, con un mensaje contemporáneo, con buenos estacionamientos y creando redes ministeriales.

Delante de la crisis, creo que es necesario hacer una nueva “tarea para el hogar”; admitir que urge comenzar a pensar fuera de la antigua caja y tener el valor para enfrentar nuevos desafíos.

Para esa tarea propongo que la Gracia vuelva a ser la piedra principal de la espiritualidad cristiana y que el ejercicio teológico lleve, hasta las ultimas consecuencias, el amor gratuito de Dios; que se enfatice que Él no hace acepción de personas; que se revierta la tendencia de transformas las iglesias en “Bingos”, donde muchos buscan el milagro y pocos reciben bendición.

Por último, es necesario aprender a pensar globalmente. No es posible continuar apostando que Dios prospera a los creyentes que gustan de la superficialidad y desprecian a los miserables de los campos de refugiados africanos y de las periferias urbanas brasileñas.

Junto con el debilitamiento de un paradigma existe tanto el desafío a salir del cuadrado y dar un salto cualitativo, como la posibilidad de condenarnos al anacronismo. La decisión está en nuestras manos.

Soli Deo Gloria.

11 de julio de 2007

Antes que sea demasiado tarde

por Ricardo Gondim

El crecimiento evangélico brasileño continúa. Las estadísticas no mienten. Atletas, artistas, amas de casa, empresarios, funcionarios públicos y jubilados llenan las iglesias de los grandes centros urbanos.

Sin embargo, a esa expansión también se suman varios problemas como: confusión doctrinal, insensibilidad ética, vanidades ministeriales y politiquería interna.

La crisis que hay en los púlpitos es notable. El vodevil que arrasa las predicaciones causa escalofrío. Un pastor, queriendo motivar a su congregación a contribuir para una construcción, utilizó este texto del Génesis: “Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr…”. Parece que él no tuvo en cuenta que este versículo se refiere al desafortunado plan de construir la torre de Babel.

Burradas de ese tipo no sucedían antiguamente. Los pastores pioneros sabían dar “buenas razones” de la fe, conocían la Biblia profundamente y dominaban la homilética. Los evangelistas conmovían los auditorios con elocuencia y eran oradores que articulaban sus pensamientos con gracia y sabiduría.

La banalización que invade al pueblo evangélico sorprende, porque los primeros misioneros llegaron a Brasil con la propuesta de generar una clase pensante que transformara la cultura.

La mayoría de ellos llegaron aquí formados en buenos seminarios americanos y europeos, donde sabían dialogar con los ideales iluministas. Ellos creían que una nación vencería la miseria si cimentaba su progreso en sólidas bases bíblicas y académicas.

Fue por causa de esa mentalidad que los primeros líderes evangélicos se preocuparon en implementar excelentes escuelas de enseñanza media y universitaria.

A fines del siglo XIX, presbiterianos y metodistas ya habían inaugurado el Mackenzie y el Colegio Piracicabano (considerados referentes para el gobierno federal, que intentaba mejorar la calidad de la educación brasileña). Esa estrategia misionera representaba fielmente el espíritu protestante que desea dar a los fieles buenos fundamentos teológicos para el libre examen de las Escrituras.

Esa preocupación se percibe hasta en las letras de los antiguos himnos. Los primeros creyentes alababan con letras que contenían una densidad doctrinaria incuestionable. De ahí para acá la alabanza, infelizmente, se empobreció tanto que, hoy, la mayoría de los coros no pasan de ser estribillos reciclados.

El culto protestante no depende tanto de ritos y símbolos como el católico. En la misa la homilía no ocupa una gran porción de tiempo pues existen otras liturgias más significativas, como por ejemplo la transubstanciación. Ya los evangélicos, que defienden el discurso y la informalidad litúrgica, si quieren mantener su relevancia, necesitan dar mayor prioridad a la predicación. En caso que el sermón se vacíe, quedará poca solidez para que el movimiento sobreviva en la historia.

Para que los creyentes no se pierdan con tanta irrelevancia es necesario resistir los llamados de los medios de comunicación. Según Marshall McLuhan, “el medio es el mensaje”. Significa que cuando se opta por un vehículo de comunicación, implícitamente, se escogen también los contenidos que se quieren transmitir.

El mensaje del Evangelio necesita la comunicación de verdades que carecen de tiempo para la reflexión, pues exigen decisiones. Por ejemplo, cuando un pastor escoge la televisión como el medio exclusivo para anunciar el Evangelio, también está escogiendo restringir los contenidos de su predicación (delante de las cámaras necesitará valerse de frases cortas, pensamientos poco reflexivos y lógicas simplistas).

Para que los creyentes no se vuelvan egoístas es necesario huir del pragmatismo. El evangelio no puede ser reducido a pequeñas recetas triunfalistas. Vivimos en una sociedad inundada de manuales que enseñan “como” alguna cosa. El mensaje del Evangelio, sin embargo, es nobilísimo y necesita ser diferenciado de las filosofías que sólo prometen éxito. Lamento observar que muchas iglesias estén transformándose en centros de autoayuda.

Para que los creyentes no se nivelen por debajo es necesario recordar el legado de aquellos que marcaron su generación como Jonathan Edwards, Charles Finney, Nelson Mandela, Martin Luther King, Jimmy Carter y tantos otros. Esa gente sufrió mucho para que la integridad del mensaje cristiano fuese preservada. El testimonio de ellos no puede ser despreciado.

El panorama evangélico nacional es desalentador, pero no desesperante. Por lo tanto, convoco a mis hermanos a arremangarse y trabajar. El tiempo urge, pero aún es posible dejar un buen testimonio para la próxima generación.

Soli Deo Gloria.

6 de julio de 2007

Gramáticos y poetas

por Ricardo Gondim

Infelizmente, el mundo sigue dividido entre hechiceros y químicos, científicos y filósofos, gramáticos y poetas. Digo infelizmente porque no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que los astrónomos se enamoraban del titilar de las estrellas, los físicos creían que una linda costurera había cosido el universo y los biólogos celebraban que el ser humano respirase, incluso habiendo sido un muñeco de barro.

Hubo un tiempo en que las burras hablaban, las estériles tenían hijos (extra)ordinarios, los ángeles mataban millares de soldados agresores, los cayados secos florecían y el sol se detenía para esperar que los más débiles prevalecieran en la guerra.

Hubo un tiempo que las hadas ayudaban a las huérfanas, el beso del príncipe resucitaba a la princesa de su sueño, los espejos se revelaban para responder con honestidad y los niños, tallados en madera, se convertían en personas.

Hubo un tiempo en que la metáfora reinaba en la literatura. La copa de los árboles era un cáliz verde de donde salpica el rocío de la mañana, la nostalgia una mujer que ordena el cuarto del hijo que ya murió; y el alma de la luna se escondía en la garganta del gallo que susurra su canto en la madrugada.

Hubo un tiempo en que se hablaba de Dios como suspiro, olfato o gusto.

En él, encontrábamos el regazo materno, perdido desde la adolescencia. Dios era el pastor solitario que, sentado sobre una piedra, vigilaba sus ovejas pastando en una montaña distante; era el amante que abandona el harén para cortejar a su amada; era el juez que asume la lucha de los más débiles; era el médico que trae el bálsamo para aliviar el dolor del alma; era el amigo que se allega como hermano; era el rey que anuncia la llegada de un nuevo orden; era el padre que educa a sus hijos para una existencia madura y autónoma.

Hubo un tiempo en que se leían los textos sagrados con reverencia. Delante de lo numinoso, el mortal temía; delante de lo sagrado, el pecador temía; delante de los infinito, lo finito se perdía; delante de lo eterno, lo humano menguaba.

Lentamente, teólogos y exegetas, científicos y técnicos, gramáticos y lingüistas, minaron los sueños y las fantasías de los niños, vaciaron la verdad de los poetas, quisieron explicar el misterio, captar la verdad, sistematizar a Dios, disecar el poema y criticar la alegoría. ¡Y lo consiguieron!

Ellos exiliaron a los magos que corren detrás de las estrellas; escondieron a los profetas alucinados que hablan de ruedas de fuego en el cielo; quemaron a las mujeres que sienten en el cuerpo el éxtasis de lo divino.

Esos asesinos de la belleza, en el afán de explicar lo imposible y mapear los rumbos del Espíritu, dejaron al mundo más pobre, a la fe más segura, a la oración menos incierta y Dios quedó pequeño.

Ahora, quien necesite un milagro, dispone de hábiles evangelistas que ayudan a abrir las ventanas de los cielos; quien tenga dudas, puede comprar exhaustivos manuales sobre Dios; cuando la vida parezca amenazadora, es posible domesticarla, contratando profetas en alquiler.

Mi alma, sin embargo, tiene anhelo por la poesía que me abandone reticente; por la prosa que me hierva la sangre; por la ficción que me conmueva las entrañas; por el drama que me erice la piel; por los personajes que salten de los escenarios para encarnar en mí.

Siento que Dios todavía vive en el sueño de los niños; todavía habita donde reside la musa del poeta; todavía se revela en el deseo del profeta; todavía se mueve más allá del horizonte utópico del guerrero.

Siento que su habitación queda en el vacío, en la nada, y que su gloria se esconde en una nube espesa y deslumbrante.

Siento que puedo percibir su verdad en lo desconocido absoluto, y en lo inaudible escuchar su voz.

Siento que Dios es viento imperceptible, verdad diáfana y misterio asombroso.

Por lo tanto, muero al deseo de hacer análisis sintáctico o critica textual de los textos sagrados. Ya no envidio a los apologistas, sólo quiero que me devuelvan lo que me robaron: el alma de los poetas, el corazón de los niños y la levedad de los bailarines.

Soli Deo Gloria.

5 de julio de 2007

Excomunión

por Ricardo Gondim

Estoy escuchando el audiolibro “Generous Orthodoxy” de Brian McLaren, un regalo de mi amigo Carlos Alberto Junior.

Espero y oro para que alguna editorial brasileña se apresure a traducirlo (quien sabe inglés no debería dudar en comprarlo, aprovechando que el dólar está barato).

Cuando escucho a esa gente de la “Iglesia Emergente”, con quienes tengo gran afinidad; me convenzo cada vez más que el movimiento evangélico o “evangelical” -permítanme el extranjerismo- es un barco que hace agua.

Hace algún tiempo afirmé que no me considero más “evangélico”, y causé espanto entre mis pares. Sin embargo, cada día que pasa, mientras más malas noticias suben desde los sótanos denominacionales; y mientras más Youtube muestra bromas sobre el vodevil de los púlpitos, más convencido estoy que no tengo nada que ver con lo que fue mi cuna religiosa.

Mi “auto-excomunión” del movimiento evangélico no es estética, aunque no tolere más oír la poesía banal de las canciones y la música pobre que tienen éxito. No aguanto más los coros de guerra, convocando a los creyentes para pisotear a los enemigos. Ni hablar de las coreografías de las danzas. ¡Horribles!

Mi “auto-excomunión” del movimiento evangélico no es ética, aunque me provoca náusea el gran número de políticos que, en nombre de Dios, ejercen sus mandatos con las mismas prácticas que los más nefastos. No soporto más convivir con evangelistas y pastores, dueños de un discurso radical en cuanto al dogma, al credo, al moralismo sexual, y que saben repetir como loros la Sana Doctrina, pero se comportan como inescrupulosos manipuladores, siempre ávidos por dinero.

Mi “auto-excomunión” del movimiento evangélico no es doctrinal. Sigo creyendo en la Trinidad. Tengo a Jesucristo como el Señor y Salvador de mi vida. Hablo en lenguas desde mi experiencia pentecostal. Creo y doy testimonio de milagros. Oro por la liberación de endemoniados y espero un cielo nuevo y una tierra nueva.

Mi “auto-excomunión” del movimiento evangélico sucedió porque no puedo convivir con autoproclamados “teólogos” que guardan sus doctrinas y conceptos como verdaderas vacas sagradas. No me gusta el clima de caza de brujas, que apedrea y quema a quien se atreve a tocar las “cláusulas pétreas”.

No tolero la intolerancia, no acepto la exclusión, no me siento bien con los discursos fundamentalistas. Creo que toda interpretación es interpretación y nada más, y que nadie –ni San Agustín, ni Arminio y ni siquiera yo– tiene la última palabra en cuanto a la verdad.

Mi “auto-exclusión” del movimiento evangélico sucedió porque me cansé de estar intentando leer la Biblia con el literalismo fundamentalista. Considero agotador tener constantemente que hacer acrobacias para explicar, con la exégesis propia de los evangélicos, textos que discriminan a las mujeres en el Deuteronomio, o aquel en donde Dios envía un espíritu de mentira para confundir a los profetas.

No quiero más hacer cuentas para explicarles a los adolescentes cómo el arca de Noé pudo albergar a todos los insectos, mamíferos, aves, reptiles y batracios del planeta.

Mi “auto-exclusión” del movimiento evangélico sucedió porque ya no tengo el estómago para quedarme a escuchar sermones del tipo: “Dios es poderoso, él va a hacer el milagro”, y cerrar mis ojos a los exiliados de Darfur, o a los miserables que esperan en las filas de los dispensarios inmundos de las zonas más pobres de Río de Janeiro.

No quiero vivir la fe ensimismada y privatizada que tanto se propagó, y que busca, o convive, con el concepto burgués de mundo. A decir verdad, no logro más orar pidiendo bendición, protección, inmunidad, prosperidad o libramiento. No quiero tener que ejercitar la fe para “ver a Dios abrir las ventanas de los cielos”.

Mi “auto-exclusión” del mundo evangélico sucedió porque tengo sed de intimidad con Dios; porque intuitivamente, percibo que la Biblia posee una riqueza inmensamente mayor de lo que me enseñaron. Quiero vivir en la libertad del Espíritu, sin miedo de las implicaciones y de las fragmentaciones más “peligrosas” de esa decisión.

Mi “auto-exclusión” del movimiento evangélico sucedió porque me apasioné por Dios de una manera que considero linda, pero que va a contramano de la mayoría.

Estoy tan absolutamente lleno de curiosidad sobre dimensiones de la verdad que, reconozco, jamás comprenderé completamente. Estoy con sed de leer como nunca leí, reír como nunca reí, bailar como nunca bailé; orar como nunca oré. Quiero glorificar a Dios con levedad, sin paranoias de que el diablo me va a agarrar si le dejara una brecha o que seré castigado con rigor si ‘meto la pata’.

Mi “auto-exclusión” del mundo evangélico sucedió porque hoy veo a mi Prójimo como amado de Dios y no más como hijo de la ira. De repente, comencé a percibir que la Gracia fue esparcida sobre la tierra así como el sol, que bendice indiscriminadamente.

Intento librarme del lenguaje excluyente de los creyentes. Ya no tengo miedo de decir que aprecio la “música del mundo”, que considero a los “Médicos Sin Fronteras” una bella expresión del amor de Dios, y que voy a estudiar, con enólogos, los misterios de los mejores vinos. Antes que me olvide, no creo que entrenarme para un maratón sea perder el tiempo.

No me definiré por ningún movimiento porque creo que los movimientos, cualquiera sea, son cercas que empobrecen. No defenderé una teología específica, ni siquiera la Relacional, porque no creo que ellas sean suficientes para explicar al Eterno. Me gusta la frase de Paul Tillich: “Dios está más allá de Dios”.

¿Hacia dónde voy de aquí en adelante? Anhelo caminar humildemente con mi Señor; voy a intentar ser justo, desarrollar un corazón misericordioso y amar la paz.

Soli Deo Gloria.

4 de julio de 2007

Carta para ti, mi amigo

por Ricardo Gondim

Estimado amigo,

Te escribo porque quedé consternado con tu carta. Se del riesgo de ser impertinente, pero no me pude contener; sufrí cuando te imaginé sentado frente a la computadora con un rostro tan huraño.

Creo que, en verdad, tuve una visión tuya. Vi tu ceño fruncido, tus ojos fusilando al mundo, tu cara enrojecida de rencores y tuve miedo.

Sí, coincido en que hay momentos que dan ganas de escupir insultos, llenar nuestra escritura de asteriscos, dejar de lado los escrúpulos y gritar improperios.

Sí, coincido que el perverso ambiente social brasileño se perpetúa con oligarcas cínicos, que ríen como hienas.

Sí, coincido que el clero del movimiento evangélico se conformó con repetir dogmas petrificados.

Sí, coincido que el éxito comercial de las editoriales norteamericanas es el que forma el canon de la teología evangélica.

Sí, coincido que el movimiento evangélico ya no responde a los cuestionamientos y las tensiones de un mundo globalizado (con tantas sociedades complejas).

Sí, coincido con tu radicalidad, pero no puedo acompañarte en tu sectarismo.

Tú continúas mirando al mundo por las estrechas aberturas de tu ventana religiosa. Te aconsejo que las abras de par en par para que contemples el universo que está más allá de tu verdad.

Te recuerdo que sólo logramos abarcar una ínfima zona del saber; y que en el océano del conocimiento, por más que nademos, nunca nos distanciamos de sus playas rasas.

Te doy un poema de Carlos Drummond de Andrade de regalo:

El mundo es grande y cabe
en esta ventana sobre el mar.
El mar es grande y cabe
en la cama y en el colchón de amar.
El amor es grande y cabe
en el breve espacio de besar.

Las personas son sectarias cuando no aceptan que existan otras verdades y realidades más allá de su horizonte, de su catecismo, de su mapa, de su espectro auditivo o de lo que pueden medir.

Los sectarios tienen miedo de ser libres y, por lo tanto, buscan restringir el mundo; ellos nunca quieren perder el control; la libertad siempre es arriesgada y todos los sectarios son prudentes y lúcidos.

No niego tu indignación, pero difiero de tu intolerancia. Creo que ella camufla tu recelo de enfrentar valientemente un mundo tan alocado.

Sientes rabia de ver tanta injusticia no porque ames la justicia, sino porque temes que ella te destruya; te opones a la miseria no porque la consideres un ultraje a la vida y al propio Dios, sino porque genera personas violentas que pueden amenazar a tu familia; rechazas el sufrimiento universal no porque diezme inocentes (tu no crees que existan inocentes en el mundo, ¿no es cierto?), sino porque tanto dolor estorba tu búsqueda de felicidad.

Intenta ser radical, pero no te dejes jamás envolver en el sectarismo.

Se radical en defender la dignidad de hombres y mujeres que reflejan la Imago Dei (Imagen de Dios).

Se radical en despreciar a los señores de la guerra que festejan mientras Roma arde en llamas.

Se radical en denunciar a aquellos que perpetúan sistemas económicos opresores.

Se radical en insistir aplaudiendo a quienes van en un bote contra un petrolero que puede contaminar la playa.

Se radical y no creas que el futuro será la versión domesticada del presente o del pasado.

Se radical contra cualquier ideología que intenta transformar “el futuro en algo preestablecido, una especie de hado o destino irremediable”.

Se radical y no aceptes el discurso reaccionario de que necesitamos domesticar el presente para tener un “futuro predeterminado o fijado inexorablemente”.

Te aconsejo leer “Pedagogía del Oprimido” de Paulo Freire. Él podrá ayudarte a entender la diferencia entre el sectario y el radical.

"La sectarización es siempre castradora por el fanatismo que la nutre. La radicalización, por el contrario, es siempre creadora, dada la criticidad que la alimenta. En tanto la sectarización es mítica, y por ende alienante, la radicalización es crítica y, por ende, liberadora. Liberadora ya que, al implicar el enraizamiento de los hombres en la opción realizada, los compromete cada vez más en el esfuerzo de transformación de la realidad concreta, objetiva".
Por último, no tengas miedo de dar un paso hacia fuera de tu zona de confort; recuerda que los verdaderos artesanos de la historia fueron mujeres y hombres que no se intimidaron con las corrientes que les detenían los pies.

Me despido pidiéndote que medites en una cita más de Paulo Freire:
"El hombre radical, comprometido con la liberación de los hombres, no se deja prender en “círculos de seguridad” en los cuales aprisiona también la realidad. Por el contrario, es tanto más radical cuanto más se inserta en esta realidad para, a fin de conocerla mejor, transformarla mejor".

No teme enfrentar, no teme escuchar, no teme el descubrimiento del mundo. No teme el encuentro con el pueblo. No teme el diálogo con él, de lo que resulta un saber cada vez mayor de ambos. No se siente dueño del tiempo, ni dueño de los hombres, ni liberador de los oprimidos. Se compromete con ellos, en el tiempo, para luchar con ellos por la liberación de ambos".

Si, como afirmáramos, la sectarización es lo propio del reaccionario, la radicalización es lo propio del revolucionario.
Abrazos esperanzados,

Ricardo Gondim

Soli Deo Gloria


Las citas entre comillas son de Paulo Freire en “Pedagogía del Oprimido”, Siglo XXI Editores, 2005.

(N. del T. tengo una versión del libro "Pedagogía del Oprimido" en español, en formato PDF de 275 KB. Es libre y gratuita. Si alguien desea el archivo, favor de enviarme un correo a lgabrielpr@yahoo.com y se lo envío. Gabriel)

14 de junio de 2007

Yo acepto, yo rechazo

por Ricardo Gondim

Aceptar y rechazar siempre fueron dos verbos difíciles para mí. Mi madre me enseñó a no aceptar favores de desconocidos, pues podían tener malas intenciones; luego, aprendí a no rechazar la mano extendida de los amigos, ellos podrían expresar los favores divinos; así que sigo sin discernir en que momentos debo aceptar o rechazar.

Ante todo, necesito decir que ya acepto caminar tomado de la mano de gente que valora las relaciones más allá de la reputación, la lealtad por encima de las censuras sociales; acepto la mirada ingenua del amigo que nada exige y nada promete sino su compañía.

También debo aclarar que rechazo sentarme a la mesa del presuntuoso, aquel que evita entrar en contacto con su propia alma. Reconozco mi inhabilidad para percibir estratagemas, por lo tanto, huiré de los sagaces.

Por ultimo, no quiero forzarme a nada; abandoné el deseo de hacer adeptos, seguidores o discípulos. Deseo ofrecer, tan solamente, mi débil consciencia, mis parcos conocimientos y mis sufridas percepciones de lo divino. Aquellos que lo acepten no necesitan enviarme su contestación (hasta porque obsequio lo que tengo y lo que soy por razones egoístas).

Necesito vaciar lo que considero precioso y que se acumula dentro de mi pecho. A quien no le guste, o no lo acepte, o se sienta molesto con mis inquietudes, basta descender la calzada y caminar hacia el lado opuesto, así no estaremos obligados a vernos cara a cara.

Por más que lo intente, sigo claudicante; no logro resolver enigmas, resolver mis paradojas para cerrar los capítulos de mi historia. Se que soy un hombre maduro, pero reconozco que mi madurez no condice con mi edad.

¡Lo siento! Pero esa es mi cruel comprobación después de todo lo que leí, todo lo que estudié y todo lo que ya oré. Continúo siendo un esbozo en un tablero, una masa sin leudar, un nido abandonado, una sutura mal cicatrizada.

En esa confusión mental, en ese torbellino espiritual y en ese sufrido maratón, busco el valor para optar por el sí o por el no.

No obstante, acepto sonrisas sinceras, abrazos sin pretensiones, mensajes reenviados con mala gramática, pasteles cocinados con cariño y llamadas telefónicas breves, sólo para saber como estoy.

Rechazo amistades gaseosas, textos canónicos, santos fanfarrones, sermones incorregibles, certezas sobre la maldad ajena; en fín, hipérboles religiosas.

Acepto fragilidades no confesadas, discordias leales, criticas honestas, ignorancias sensatas, racionalidades humildes.

Rechazo la pedantería académica, la erudición fingida, el hablar hermético, la sabiduría presumida y los preconceptos intelectuales.

Un día voy a aprender a ser una persona mayor, mientras tanto quiero aprender a vivir. Y eso me basta.

Soli Deo Gloria.