21 de diciembre de 2007

Ausencia anual

por Ricardo Gondim

Mi navidad tiene color de nostalgia, olor a añoranza y gusto a lágrima. Ella llega cargada de recuerdos. Durante los días que preceden al veinticinco de diciembre, noto la sombra de la melancolía cubriéndolo todo. Las muchas luces no me engañan; la avalancha consumista se vuelve toda una fiesta vulgar. La navidad atraganta mi alma con un llanto que nunca llega.

Mi navidad pertenece a la infancia perdida; recuerdo el niño ansioso que fui, los regalos que nunca llegaron y la expectativa renovada de que el próximo año será diferente. El Dios de la navidad es niño. Necesito reclamarle a este corazón adulto: quien no se vuelva como un niño, no entrará en el reino de los cielos.

Mi navidad siempre viene en forma de despedida. Como sucede una semana antes de fin de año, debo mirar hacia el pasado y observar el rastro de lo que fue mi vida. Siento la ausencia de quien ya partió y me despido de cada uno, una vez más. En navidad, lamento los lugares vacíos en la mesa y contemplo la sonrisa de quien ya no existe en las fotografías. Tengo miedo; en otras navidades menos gente vendrá a la cena. Y eso duele.

Mi navidad carece de Dios. El Niño-Dios ya no está por aquí. Hace tiempo que él se fue. Es verdad que dejó su Espíritu, pero yo carezco de su presencia concreta. Nada ni nadie lo sustituyen apropiadamente. Ah, como deseo tocar sus vestiduras y acompañar el movimiento afectuoso de sus labios. En navidad, mi espíritu clama ¡Maranata!

Soli Deo Gloria.