31 de diciembre de 2008

Crudeza histórica

por Ricardo Gondim

Los americanos utilizan una expresión tosca cuando quieren terminar con un parloteo: “let’s cut the crap”. En español, un poco menos tosco, sería “basta de tonterías”.

La Navidad se terminó, cualquier aura sentimentaloide se desvaneció, y el juego bruto de la historia ya se impone. Las noticias del día 27 de diciembre nos muestran cómo será el nuevo año. Israel bombardeó la miserable Franja de Gaza, y hay más de 120 muertos. Madres desesperadas buscan entre los escombros lo que queda del cuerpo de sus hijos, ¡las bombas no seleccionan objetivos, matan indiscriminadamente!

La complicada ecuación de la geopolítica palestina aún contiene el elemento religioso. Y, para mi vergüenza, la tradición evangélica de la que fui parte legitima el derecho de expulsar, matar y diezmar a los palestinos, basándose en la posesión de la tierra que Dios dio a Abraham hace milenios. Pero delante de la carnicería mundial, ¿qué son 120 palestinos muertos? El mismo día quizá el doble muere en Darfur, Congo o Zimbabwe.

La historia siempre fue cruda. Sólo en el siglo XX, los turcos despedazaron a los armenios; rusos exterminaron millones de rusos; Europa se ahogó en sangre en la Primera Guerra Mundial; los nazis perfeccionaron las técnicas de exterminio en masa; los americanos lanzaron dos bombas atómicas sobre la población de Japón; la Guerra Civil Española fue horrenda; los chinos impusieron el comunismo en base a la fuerza bruta; Vietnam, Camboya y Laos tuvieron sus holocaustos; dictadores latinoamericanos torturaron, asesinaron y mutilaron indiscriminadamente; en Ruanda, fueron suficientes 45 días para diezmar ochocientos mil con hachas y machetes.

Las luces navideñas, los fuegos artificiales del Año Nuevo y las apoteóticas aperturas de los Juegos Olímpicos no son más que trapos rotos, que intentan disfrazar la lepra de nuestra Historia. Somos lobos feroces. Creamos lógicas que legitiman la muerte de los inocentes -¿daños colaterales por el bien mayor de la humanidad?- e invocamos a dios para bendecir nuestra maldad. Escribimos teología para explicar nuestro porvenir pero somos peores que los chacales, predadores que acechan aun cuando no tienen hambre.

Las bombas que cayeron sobre Gaza me dejaron con el mismo gusto amargo del Tsunami de hace algunos años. Por cierto, let’s cut the crap, ese rollo de año nuevo es puro cuento.


Soli Deo Gloria.

(Dos horas después, el número de muertos llegó a 205. Cuatro horas después, 220 muertos. Al día siguiente, más de 300 muertos -entre ellos 150 niños-. La carnicería continúa 36 horas después, 350 muertos. Habrá que esperar más malas noticias).

6 de noviembre de 2008

Los mansos heredarán la tierra

por Ricardo Gondim

Resistí el huso horario y en la madrugada del día 5 de noviembre de 2008, sin una gota de sueño, acompañé la victoria de Barack Obama. Lloré emocionado. Yo era un ciudadano del mundo, por eso vibré como si festejara una final de la Copa Mundial. Me sentí hermano de todas las naciones, tribus y pueblos que celebraron el momento exacto en que terminó la votación en la costa del Pacifico y las redes de televisión declaraban la victoria de Obama.

Sentí un nudo en la garganta cuando vi a Jesse Jackson, el amigo que abrazó a Martin Luther King Jr. antes de su muerte, con los ojos empapados de lágrimas. Como un destello, recordé el 3 de abril de 1968, en la víspera de su asesinato Martin Luther King predicó como un profeta:

Pues bien, yo no sé que sucederá ahora. Tenemos por delante algunos días difíciles. Pero eso no me importa ahora. Porque he estado en la cima de la montaña. No me preocupa. Como cualquiera, quisiera vivir una larga vida. La longevidad tiene su lugar. Pero no me preocupa eso ahora. Yo sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y él me ha permitido llegar a la cima de la montaña. Y la he visto. He visto la tierra prometida. Es posible que no vaya con ustedes. Pero quiero que sepan esta noche que nosotros, como pueblo, llegaremos a la tierra prometida. Esta noche estoy feliz. Nada me preocupa. No le temo a ningún hombre. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor.

La elección de Obama cumplió esta profecía. Equivale, en la historia, al día en que Nelson Mandela fue liberado en Sudáfrica. Por lo tanto, la fiesta no es solo americana, sino de todos los que aman la libertad. Las generaciones futuras mencionarán el día 4 de noviembre con orgullo. Será el día en que fueron sanados los hematomas que dejó el látigo de la esclavitud; cuando la intolerancia y el prejuicio perdieron su fuerza; el día en que las esclavas cambiaron su lamento por risa; el día en que los negros pudieron andar con la frente en alto, sin sentirse disminuidos por el odio racial; el día en que cayó por tierra la antigua y estúpida teología que relacionaba la maldición de Cam, hijo de Noé, con los afrodescendientes.

Mientras me encontraba predicando en una iglesia pentecostal en el sur de Estados Unidos acompañé al pastor a visitar un señor, miembro de su comunidad que había sido hospitalizado. En la enfermería, el pastor comentó que notaba su ausencia y le preguntó si tenía algún motivo para faltar a los cultos. El enfermo le respondió que no volvería mientras los negros siguieran frecuentando las reuniones. “Pero ellos también son hijos de Dios”, fue la respuesta del pastor. “No, los negros no son hijos de Dios porque ninguno de ellos tiene alma”, dijo el pobre hombre. Avergonzado, mi amigo abrevió la visita; durante nuestro viaje de regreso no volvimos a cruzar palabra.

El Ku Klux Klan no prevaleció. Rosa Parks, la costurera que se negó a ceder su asiento a un blanco de Alabama en el autobús, sonríe de alegría. Se le hizo justicia a Medgar Evers, cobardemente asesinado en Missisipi. Una vez más el bien venció en el largo, oblicuo, y muchas veces socavado camino de la humanidad. Jesucristo tenía razón: “los mansos heredarán la tierra”.

¡Godspeed, Barack Hussein Obama!

Soli Deo Gloria.

27 de octubre de 2008

Las CNPT de la religión

por Ricardo Gondim

Recuerdo muy poco de las clases de ciencia de la escuela secundaria. Sudé memorizando fórmulas y multipliqué números enormes para casi nada. De lo poco que quedó me acuerdo que, para determinadas formulas químicas y ejercicios teóricos de física, necesitábamos de la sigla CNPT, o “Condiciones Normales de Presión y Temperatura”. Significaba que aquella proposición científica sólo funcionaba en CNPT o, en otras palabras, en condiciones ideales.

Descubrí, de forma temprana, que las condiciones óptimas sólo existen verdaderamente a manera de tesis. Las CNPT funcionan en el laboratorio, en ambientes controlados o idealizados por el científico y solamente para comprobar una hipótesis ya que cualquier alteración, por mínima que sea, altera el resultado del experimento.

Vivir es arriesgado. Peligros e imprevistos, angustia y dolor, injusticia y sufrimiento, merodean la existencia. Sería fantástico vivir en un mundo en “condiciones normales de presión y temperatura”. Por eso, buscamos varitas mágicas, lámparas de Aladino, ideales políticos, abracadabras, plegarias. Soñamos en crear un mundo que funcione con la precisión de un reloj suizo.

Siempre deseamos viajar en cielos azules. Seducidos por un mar sereno intentamos recrear el universo. Creemos que existe la posibilidad de eliminar los riesgos. Oramos pidiendo la protección divina para ser guardados de las amenazas de la vida. Imaginamos que si así lo pedimos, sin tener pecado alguno, jamás seremos sorprendidos por accidentes. Esperamos que Dios nos libre de neumáticos desinflados, motociclistas incautos y de hoyos en el asfalto.

Tontamente esperamos el día en que el mundo esté bajo absoluto control. Sucede que ese día nunca llegó, y nosotros acabamos dominados por la culpa. “¿Qué hice yo para que mi hijo se muriera?” me preguntó recientemente un pastor. “¿Por qué las cosas nunca me salen bien?”, es el correo electrónico más repetido en mi bandeja de entrada.

Cristo no engañó a sus discípulos y nunca les doró la píldora, porque su mensaje no era religioso. Él nunca prometió que sometería la vida de las personas a las CNPT. Por el contrario, dijo que los enviaba como ovejas en medio de lobos, que las tempestades azotan la casa de aquellos que escuchan y guardan su palabra, y que el mundo de sus seguidores estaría lleno de aflicciones. Ya que él vivió sin protección, sin corazas, sin defensa angelical… ¿por qué sus siervos tendrían que reclamar algún tipo de armadura celestial?

Me atrevo a redefinir lo que es fe. Fe no significa capacidad para anticiparse a las contingencias de la vida. Fe es el valor de creer que los valores, principios y verdades propuestas por Jesús de Nazaret son suficientes para enfrentar la vida con todo lo que ella nos traiga, de bueno y de malo.

La religión tiene que ver con la seguridad, con la posibilidad de hace encajar al mundo en la lógica de causa-efecto. Los cultos, las penitencias, las oraciones, tienen el objetivo de hacer engranar las circunstancias y dar a los fieles la sensación de vivir bajo las CNPT. ¡Qué engaño! Hasta que el espejismo desaparece. Con las enfermedades, los accidentes, los imprevistos, la propia muerte, llega la decepción. Y la peor desilusión es la religiosa. Los decepcionados con Dios experimentan el infierno. (Jesús advirtió que los prosélitos religiosos son condenados a un doble infierno).

El amor no anticipa el orden. Quien ama sabe que el desorden será posible. Dios no desea que sus hijos vivan con la ilusión de que serán escudados. Para que eso sucediera, él necesitaría amordaza la historia, el día a día y hasta el porvenir. Un mundo indoloro sería un mundo sin libertad. Y sin libertad no existe el amor… y sucede que Dios es amor.

Por lo tanto, la promesa divina no nos resguarda del mundo. Sin alucinaciones, Dios nos acompaña en la deliciosa y peligrosa aventura de vivir.

Soli Deo Gloria.

21 de octubre de 2008

Noticias del Imperio

por Ricardo Gondim

Entre bofetadas y besos, anticipo una conmovedora victoria de Barack Obama en la elección del 2008. Conmovedora, porque los “red-necks”, los evangélicos fundamentalistas, los políticamente conservadores, van a tener que tragarlo. A no ser que un cataclismo de enorme magnitud sorprenda a todos, no creo que John McCain tenga el vigor para revertir el empuje que llevará a Obama a convertirse en el primer negro en la presidencia de Estados Unidos.

Mientras viajaba en automóvil de Chicago a Boston, vestí una camiseta pro-Obama. Me pareció raro que nadie se haya solidarizado con mi militancia secreta. Sin embargo, mientras almorzaba en un restaurante perdido en el interior del estado de Nueva York, fui reprendido por un anciano bastón en mano. Sin saber que yo era extranjero, el señor vino hasta nuestra mesa y, apuntándome con el dedo, preguntó: “¿Obama?” Intentando disimular el acento, le dije: “Yes, all the way”. Con furor, respondió: “Big mistake, big mistake”.

Quien sabe si Obama llegue a implementar algunas políticas realmente de vanguardia en la sede del imperio. Ojalá que sí. Soy desconfiado, recuerdo que el anhelo transformador del metalúrgico presidente de Brasil terminó asfixiado por las alianzas que su partido necesitó hacer.

¿Qué tengo que ver yo con la elección norteamericana? Soy un brasilero sin la menor pretensión de vivir en Estados Unidos. A decir verdad, no debería interesarme con el porvenir de ellos.

Lo que sucede es que hace muchos años, los gringos eligieron a Jimmy Carter, un presidente digno y por quien tengo gran admiración. Su política externa marcó mi historia, porque Carter rehusó suscribir la diplomacia conspiradora e intervencionista de Henry Kissinger. (Kissinger ayudó, por ejemplo, a articular el golpe de estado contra Allende en Chile, y de la misma manera apadrinó a Pinochet).

El presidente Carter envió a su esposa en una misión oficial a Brasil para expresar verbalmente que Estados Unidos no haría alianzas con torturadores, y que la dictadura militar no debería contar con el apoyo o auxilio del Departamento de Estado. A partir de su visita la petulancia del régimen se derrumbó. Le debo, por lo tanto, a Jimmy Carter la paz que pasó a reinar en mi familia –y él ni sabe que yo existo–.

Siento que el mundo habrá de respirar con más oxigeno (literal y metafóricamente), en caso que Obama sea elegido. No, no me ilusiono, sé que él puede decepcionar. Estoy demasiado viejo para ser ingenuo u optimista con su posible mandato. Pero que es bueno ver a Bush y a su equipo salir de la escena, realmente lo es.

Esperemos…

Soli Deo Gloria.

20 de octubre de 2008

El secreto de agradar a Dios

por Ricardo Gondim

¡Anda, come tu pan con alegría!
¡Bebe tu vino con buen ánimo,
que Dios ya se ha agradado de tus obras!
Eclesiastés 9:7

José Fulano de Tal murió ayer. ¡Pobre hombre! Consciente de sus deberes, nunca llegó tarde. Jamás perdió un tren. Era impensable que acelerara con la luz amarilla. De forma correcta, pagó todas sus cuentas el día exacto. Vistió la misma camisa hasta gastar el cuello. Siempre escogió a cual candidato votar. Leyó el periódico todos los días. Tuvo un entierro mesurado, sin mucha emoción, parecido a su existencia.

José Fulano de Tal fue un asiduo miembro de iglesia. Se sometió a los reglamentos y exigencias de su religión –su mayor deseo en la vida era agradar a Dios–. Trabajó incansablemente en las viviendas del barrio. Contribuyó con entidades filantrópicas. En su última jornada, los amigos, parientes y curiosos caminaron discretamente por la arboleda del cementerio. Se despidieron de un hombre que no logró vivir.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta disfrutar, pero disfrutar de verdad, de la poesía. En el poema, la palabra gana ritmo para sincronizarse con el latido del universo. Y en esa magnifica, aunque silenciosa palpitación, resuena la voz de lo Divino.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta tener tiempo para escuchar música. Cuando la melodía y la rima se aparean, nace la sublime sonoridad del Paraíso. El Padre Eterno sonríe cuando sus hijos se serenan para escuchar a los artesanos de los salmos, los nocturnos, las tonadas, los réquiems, las cantatas, las óperas, las polcas, la samba, los himnos, los recitales, los corales, el jazz, la bossa-nova.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta con amar los libros. Es placentero para Dios ver a sus hijos trascendiendo a mundos imaginarios a través de la prosa, la narración. Las novelas disecan el alma humana, enaltecen la virtud, exponen la crueldad y, cuando no sufren censura, describen la cruda realidad de la vida.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta con transformar cada comida en un ágape, cada apretón de manos en una alianza y cada abrazo en una declaración de amor.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta dejarse conducir por un viento distraído, rumbo al horizonte inalcanzable; y esperar por un porvenir insustancial. Ya que a Dios le gustan los prados salvajes y los bosques sin cercas, vivir es arriesgarse. Dios sabe diseñar el arco iris con las gotas del riachuelo que caen al precipicio. Por lo tanto, sólo vive quien no teme desvanecerse.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta disfrutar del vino, el dulce de leche, la tapioca con manteca, la película romántica, el deporte, la media hora de sueño extra del feriado, el bizcocho de maíz, la caricia en la cabeza, el beso, el viaje de vacaciones con dos días extras para descansar del descanso.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta con llamar a Dios de Padre o Madre.

Soli Deo Gloria.

16 de octubre de 2008

Maratón 2008

por Ricardo Gondim

El pasado domingo 12 de octubre de 2008 corrí el Maratón de Chicago en 4 horas y 20 minutos.

Los últimos 3 kilómetros fueron un castigo. El objetivo de terminar en 4 horas no sucedió. Mantuve un promedio de 6 minutos por Km., y para cumplir con ese objetivo necesitaba ser 15 segundo más veloz; me cansé y el promedio se complicó.

Sin embargo, crucé la línea de llegada realizado y mirando hacia arriba.

12 de octubre de 2008

La primera docena de maratones

por Ricardo Gondim

Las niñas nunca olvidan su primer sostén. De hecho, nadie olvida cualquier primera vez. Me estrené en los maratones en el año 2000, y la alegría de cruzar la línea de llegada me marcó tanto que nunca lo olvidé. Y nunca más paré. El domingo 12 de octubre de 2008, si Dios así lo quiere, intentaré el décimo segundo maratón de mi vida.

Para quienes no están familiarizados con el deporte, las dos pruebas nobles del atletismo son los cien metros llanos y el maratón. Voy a escribir la longitud precisa para dejar en claro el grado de dificultad de un maratón: cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros. No caben dudas, sólo completar el recorrido es un desafío monumental.

Mi pedigree es más bien dudoso. Mi padre se llamaba Eródoto y fue profesor de historia (?), pero la pasión del viejo siempre fue el deporte, cualquier deporte. Papá jugó como defensa central –conocido también como zaguero- en Corinthians en la década de 1940. Heredé en los genes la misma fascinación por el deporte. Lo que pasó es que nunca logré ser competitivo, no me gusta vencer a los adversarios. Opté entonces por correr.

Correr maratones no es practicar un deporte, sino asumir un estilo de vida. El largo recorrido requiere preparación. La rutina de un maratonista incluye levantarse temprano, balancear la dieta, reducir de peso y entrenar, entrenar, entrenar… Todo buen corredor necesita disciplinarse para desarrollar tres cosas fundamentales: resistencia, velocidad y fuerza. La palabra resistencia ya lo dice todo, hay que acumular distancias; para ganar velocidad es necesario ir a una pista corta y dar “tiros” -que es salir disparado como si uno quisiera pasar a un keniano-; la fuerza se obtiene subiendo cuestas, cuanto más empinadas y largas, mejor.

Alguien ya preguntó si duele o es soportable la incomodidad de ese esfuerzo físico. Mi compañero de asfalto, Ed René Kivitz, dice que el dolor hace parte del uniforme del atleta; y a mí me gusta repetir: todo en la vida, antes de ser fácil, es difícil.

Correr un maratón no es practicar un deporte, sino ganar un maestro. Antes del tiro de largada, junto con otros cuarenta mil atletas, nuestro corazón se acelera y se siente un escalofrío por todo el cuerpo. Se percibe una especie de susto interesante, ya que nadie sabe lo que va a suceder después del kilómetro treinta y cuatro. De todos los que largan, varios paran con calambres, algunos vomitan, otros se desmayan. Sólo los iniciados conocen la emoción de encarar ese peligro.

Correr maratones no es practicar un deporte, sino aprender a traspasar límites. Cuando se terminan los depósitos de carbohidratos y glucosa en la sangre, la mente, que funciona como un motor “híbrido” cambia para comenzar a quemar grasa; y el cerebro (que sólo se alimenta de azúcar) comienza a enviar mensajes y ordenar que las piernas se detengan. En ese momento, sólo los que madrugaron y sudaron bastante traspasan el temido “paredón”.

Correr maratones no es practicar un deporte, sino encarar debilidades. Un maratonista experto aprende a dosificar su esfuerzo, no puede creerse omnipotente. De nada sirve salir disparado en los veinte kilómetros iniciales. Yo, con más de 50 años, ya adelanté a atletas profesionales bastante más jóvenes que, sentados en la calzada, rompían a llorar, literalmente, porque se habían precipitado.

Correr maratones no es practicar un deporte, sino saber aceptarse. De nada sirve, de verdad y sin rodeos, querer imitar a otros. Los hombres que se sientan humillados al perder frente a amputados, ciegos y mujeres, difícilmente elijan correr maratones.

Correr maratones no es practicar un deporte, sino celebrar lo efímero. La dureza de los meses de preparación, los galones de sudor derramado y el esfuerzo de controlar la dieta, son premiados con un simple momento, un instante de tiempo cuando se cruza la línea de llegada. Los alpinistas suben peligrosas montañas, sufren el viento y el frío, sólo para alcanzar la cima y contemplar, por un poquito, el mundo de una forma que pocos consiguen ver. Lo mismo sucede en un maratón. Lloré en cuatro maratones sólo porque vencí mis limitaciones para conquistar un desafío que parecía imposible. Parece poco, pero para mi aquella alegría valió una eternidad.

Hoy recorrí treinta kilómetros de calles y avenidas paulistanas. Creo ya estar preparado, pero, como sucedió el año pasado (la carrera se suspendió en el kilómetro treinta debido al calor y la humedad), no tengo la menor idea de cómo voy a terminar mi maratón número 12. Si llego a traer una medalla en el pecho, pretendo exhibirla en mi página web.

Soli Deo Gloria.

30 de septiembre de 2008

La historia en tiempo real

por Ricardo Gondim

E agora, José?
A festa acabou,
a luz apagou,
o povo sumiu,
a noite esfriou,
e agora, José?
e agora, você? *

¡Por favor, presta atención! No me refiero a lo que voy a escribir. Necesitamos acompañar el desarrollo de la historia. Llegamos a una de esas esquinas principales donde la humanidad va a dar un giro que marcará el futuro para siempre. ¡No pierdas ningún capítulo!

La crisis financiera, la quiebra de los bancos, la caída de las bolsas, el debilitamiento del dólar, no son acontecimientos puntuales y pasajeros, fácilmente eludibles con una intervención. Somos testigos de otra realidad: el fracaso de las políticas neoliberales, que desfallecen y no logran mantenerse en la superficie de las aguas turbulentas de la especulación financiera.

Asistimos al comienzo del fin del imperio económico de la minúscula Wall Street; el fin de la vanagloria estadounidense; la venganza de la Europa de la posguerra, unida ahora por el "mighty” euro. El trillón más cien billones gastados en Irak van a hacer falta en el esfuerzo por rescatar el sistema bancario del Tio Sam.

Estemos atentos al día a día. Y preparémonos para tiempos difíciles. Enfrentaremos una decesión brutal, con desempleo en masa debido a la falta de liquidez de los mercados. La fiesta capitalista declinó. La soberbia de la Gran Potencia, envidiada hasta el último de sus cabellos, será abatida. (Le aconsejo a los emigrantes, que fueron en busca de un Shangri-La, regresar, es mejor pasar necesidad en casa cerca de la familia).

El mundo nunca más será igual. La economía capitalista tocó el fondo del pozo. Se desmoronó el último mito de la modernidad. Un evangélico, que se jactaba de buscar la sabiduría divina, presidió la más devastadora crisis económica desde la Gran Depresión de 1929. George W. Bush entrará en la historia como un líder incompetente. Además de ser beligerante, no impidió la lujuria de los especuladores ávidos por dinero fácil. Una vez más, la gran Babilonia, que no tiene escrúpulos en negociar con el alma de los hombres, se arrastra enloquecida.

Acompañemos el noticiero con intenso interés. Somos testigos oculares de un hito importantísimo de la historia. Pero no nos olvidemos de lamentar y llorar. Además de ser triste, una vez más los pobres pagarán el cargo de la cuenta.

Soli Deo Gloria.

* Fragmento del poema "José", de Carlos Drummond de Andrade.

11 de septiembre de 2008

Un huracán y tres países

por Ricardo Gondim

Sólo una pequeña pregunta: ¿por qué la misma tempestad produjo distintos sufrimientos en tres países? El huracán Ike masacró a los indefensos haitianos y mató gente muy, muy miserable; luego castigó a los cubanos que padecen la anacrónica economía castrista. Cuando llegue al rico suelo americano, los texanos estarán bien preparados para defenderse de sus tempestades. Con eficientes programas de evacuación el pueblo podrá librarse de su ferocidad. Y las residencias, construidas de acuerdo a rígidas legislaciones, tendrán grandes posibilidades de soportar el azote de Ike.

Quiero saber. ¿Los haitianos son más pecadores que los cubanos y los americanos? Si no lo son, ¿por qué sufren más? ¿Qué justicia explicaría suertes diferentes frente a un fenómeno de la naturaleza? Cuando suceden terremotos de la misma magnitud, los que agonizan bajo la pobreza padecen más. Insisto, quiero saber por qué.

Cuestiono, porque vi el noticiero y me sentí pésimo al ver las multitudes padeciendo. Simultáneamente en Haití y en India, mujeres y niños hambrientos corrían para recibir comida con el agua en la cintura.

Quiero conexiones que hagan sentido en mi alma, necesito organizar mi espiritualidad y fe. Las respuestas que me dieron no me tranquilizan, ya no convencen…

Por lo pronto, la respuesta que tiene algún sentido es que el sufrimiento asimétrico de Haití, Cuba y los Estados Unidos no tienen nada que ver con Dios, sino con la injusticia, con la distribución de la riqueza y con los procesos históricos que debilitan dos naciones y fortalecen la otra.

Vivimos en un mundo con tempestades, terremotos, sequías y tsunamis. Tan solo sé que, si fuéramos más solidarios, menos aldeanos y más ciudadanos del mundo, la suerte de esos miserables no sería tan cruel.

Soli Deo Gloria.

4 de septiembre de 2008

Oración como poder

por Ricardo Gondim

Acabo de ver la cadena de televisión estadounidense MSNBC. Estupefacto, escucho que el psicólogo-pedagogo James Dobson, un líder ultraconservador de la derecha evangélica, convocó una reunión de oración para pedir que un temporal estropeara el discurso de Barack Obama (el tiro le salió por la culata, pues un huracán casi termina con la convención de los republicanos).

La neopentecostal Valnice Milhomens, precursora de la teología de la prosperidad en Brasil, afirmó que Fernando Collor de Melo fue producto de la oración “en el seno de los evangélicos”. Según ella, cuando Collor enfrentó a Lula da Silva, los creyentes le dieron la victoria.

Max Lucado fue el eco de la enorme mayoría evangélica que apoyó la invasión a Irak. En un “desayuno de oración” con George W. Bush, pastores de varias denominaciones bendijeron las tropas que avanzaban con tanques y aviones, lanzando misiles “inteligentes”. Millares murieron y los púlpitos se mancharon de sangre. ¿Cómo hacen algunos de ellos para volver a citar: “Bienaventurados los pacificadores porque serán llamados hijos de Dios”?

Edir Macedo sugirió que Lula, su actual correligionario, era una encarnación de Satanás. Según el obispo, el diablo sería un ángel “barbudo, sin un dedo y con el frenillo lingual corto”.

¿Cuál es la correlación entre los hechos? Es simple: ávidos de poder, hombres y mujeres utilizan la religión para legitimar sus ambiciones. Hasta pierden el temor de quebrantar el tercer mandamiento: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”.

La lógica sería la siguiente: “nosotros somos los escogidos de Dios, por lo tanto podemos acceder a su poder y combatir a quien juzguemos como enemigo”. Si el presidente es cristiano y sabe orar, no existe la mínima posibilidad de errar o de reproducir una política belicista, imperialista. “The President” cumple con los propósitos eternos del Señor. Si sucedieran muertes: “Dios las necesita para cumplir con su agenda”.

¡Basta! Discursos semejantes justificaron la carnicería de Moctezuma. La rapiña española en Latinoamérica que exterminó naciones era “necesaria para terminar con la idolatría pagana”. Para establecer de manera correcta la civilización cristiana, los negros agonizaron en el sótano de barcos inmundos; muchos pasaron por la vida como animales encadenados. Y todas las carabelas partieron de la península Ibérica con misas y bendiciones oficiales del Papa –todo para la “gloria de Dios”-.

Me encontraba participando de una reunión evangélica en Atlanta, Georgia, cuando Bill Clinton ganó la elección. En ese mismo momento, escuchaba al pensador indio radicado en Estados Unidos, Ravi Zacharias. Él predijo con mucha vehemencia que la permisividad moral del nuevo presidente llevaría a la nación a la bancarrota. Zacharias fracasó en su pronóstico. Clinton produjo excelentes resultados para su país e incluso logró la reelección.

Sigo siendo cristiano porque reconozco que Dios no se deja manipular por ruegos tan perversos e inconsecuentes, de lo contrario tendría terror de algunas oraciones que ya se han hecho en mi contra –parecidas a las de James Dobson-.

Soli Deo Gloria.

3 de septiembre de 2008

Religión y alucinación

por Ricardo Gondim

Me dan mucha pena los crédulos. He llegado a llorar por mujeres y hombres ingenuos, los de semblante triste que abarrotan magnificas catedrales a la espera de promesas que nunca se cumplirán. Soy consciente que no tendría éxito si intentara convencerles que han caído en una trampa. La gran mayoría inconscientemente repite la lógica siniestra del “engáñame que me gusta”.

Si pudiera, les diría a todos que no existe el mundo protegido de los sermones. Sólo en “Alicia y el país de las maravillas” es posible vivir sin peligros de accidentes, sin posibilidades de frustración, sin contingencias y sin riesgos.

Si pudiera, diría que no es verdad que “todo va a salir bien”. Para muchos (incluso cristianos) la vida no ha salido bien. Algunos perecieron en campos de concentración, otros nunca salieron de la miseria. Mujeres han visto a sus esposos agonizar bajo torturas. Padres han sufrido en cementerios debido a la partida prematura de sus hijos. Si pudiera, advertiría a los ingenuos que varios hijos de Dios murieron sin nunca ver cumplida la promesa.

Si pudiera, diría que sólo en los delirios mesiánicos de los falsos sacerdotes suceden milagros a borbotones. La regularidad de la vida requiere realismo. Los tetrapléjicos van a tener que esperar por los milagros de la medicina –quien sabe, algún día, los experimentos con células madre logren regenerar los tejidos dañados-. Los niños con síndrome de Down merecen ser amados sin la presión de “tener que ser sanados”. Los amputados no deben esperar a que los miembros crezcan nuevamente, sino que la cibernética invente prótesis más eficientes.

Si pudiera, diría que sólo los oportunistas con menos escrúpulos prometen riqueza en nombre de Dios. En un país que remunera el capital por encima del trabajo, los torneros, los choferes, los cocineros, las enfermeras, los albañiles, los maestros, van a tener dificultad para pagar una canasta familiar básica. Miente quien reduce la religión a un proceso mágico que garantiza el ascenso social.

Si pudiera, diría que no todo tiene un propósito. Denunciaría la muerte de bebés en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital público como pecado; por lo tanto, contrario a la voluntad de Dios. No permitiría que los teólogos cargaran a la cuenta de la Providencia el río que se transformó en cloaca, el bosque incendiado y las favelas que se acumulan en la periferia de las grandes ciudades. Jamás dejaría que se intentara explicar el accidente automovilístico causado por un borracho como suceso de la “voluntad permisiva de Dios”.

Si pudiera, pediría a las personas que intentaran vivir una espiritualidad menos alucinada y más “con los pies sobre la tierra”. Diría: de nada sirve disfrazar la realidad del mundo con deseos utópicos. De la misma manera en que un etíope no cambia el color de su piel, no se altera la realidad cerrando los ojos y esperando un paraíso de delicias.

Soy consciente que no seré oído por la gran mayoría. Debo seguir escribiendo, hablando… puede ser que unos pocos presten atención.

Soli Deo Gloria.

31 de agosto de 2008

Gratitud y despedida

por Ricardo Gondim

Llegó la hora de decir muchas gracias.

Muchas gracias por haberme dejado con la sensación de que vivía protegido. Por años me sentí escoltado por un pastor vigilante. Si no te hubiera imaginado cuidadoso, cobarde como soy, tal vez no hubiera conseguido enfrentar los percances que se repitieron en mi historia.

Muchas gracias por no corregirme cuando, influenciado por una espiritualidad utilitaria, te pedí qué comer o qué vestir. Por hacerme tan dependiente, terminé no dándole alas a la arrogancia que escondía.

Muchas gracias por las primeras influencias de mi caminata espiritual. Me pusiste a trabajar con gente sincera, ingenua, noble, inconsecuente, bondadosa, torpe. Les debo a todos el criterio ético, la responsabilidad humana y los escrúpulos espirituales que fui forzado a aceptar.

Muchas gracias por los libros que pusiste a mi disposición. Bajo tu tutela, devoré innumerables compendios de teología sistemática y me familiaricé con los presupuestos cartesianos de la fe. Bebí con la misma avidez de autores liberales y fundamentalistas. Con el corazón abierto, leí los mejores manuales exegéticos, estudié las hermenéuticas más ortodoxas. Fui un discípulo aplicado, siempre esforzándome por esmerarme en mi dedicación.

También llegó la hora de despedirme, necesito entrar en una nueva fase.

Necesito vivir una espiritualidad madura que no necesite de milagros, que no espere liberaciones espectaculares. Miro hacia atrás y noto los procesos pedagógicos que tenían el propósito de prepararme para esta vida autónoma. Responsablemente consciente que eres, Padre, reconozco que tú me adiestrabas para volar y tallar mi destino en el mármol. Me arriesgo a dar los primeros pasos sin depender de tus sucesivos amparos.

Necesito vivir una espiritualidad solidaria que no busca liberaciones sobrenaturales. Mientras haya un niño abandonado en algún campo de refugiados de las Naciones Unidas, mientras haya un hospital con camillas en los pasillos, no pediré ningún bono sobrenatural. No quiero privilegios divinos que me distingan. Espero tan sólo un milagro: escuchar tu lamento y tu indignación por tanta muerte innecesaria. Concédeme sensibilidad para atender tu llamado y ser, al mismo tiempo, pregonero de la justicia y buen samaritano.

Necesito vivir la fe con valentía. No transformaré mi relación contigo en una fuga existencial. Enfrentaré las adversidades, celebraré las conquistas, soportaré el hastío, lamentaré las ruinas, confiando que los valores propuestos por Jesús de Nazaret son suficientes para hacerme más que victorioso.

Así que, digo adiós a mi infancia espiritual. Claudicante, gateo rumbo a la madurez. Admito que aún tengo mucho suelo por delante. Sigo, sin embargo, la carrera que me fue propuesta con el corazón vibrante.

Soli Deo Gloria.

17 de junio de 2008

Despedidas necesarias

por Ricardo Gondim

Puedo haberlo aceptado, pero no tolero más la idea de volver a subir a un escenario de show evangélico. Ya pasé la vergüenza de dar una “palabrita” entre un artista y otro para luego preguntarme: “¿qué fui a hacer allí?”

Crié un verdadero rechazo a las muletillas que, en esos grandes espectáculos, presumiblemente exaltan la gloria de Yavé. Rostros empapados de sudor y manos levantadas por el frenesí bien teatralizado de “levitas” simplemente vacíos no me impresionan más.

Lo intento, pero no logro entender la utilidad de las “Marchas para Jesús”. Quizá sirvan para mostrar a los buitres políticos del país la presa electoral que los apóstoles de turno logran juntar. A decir verdad, en esas marchas las bandas arrastran a los creyentes a un carnaval a destiempo. Pueden interrumpir el tránsito del sábado, ¡pero la comunidad gay percibirá que los creyentes son numerosos e igualmente extravagantes!

Ya fui un pastor almidonado, pero hoy desprecio los trajes Armani, los gemelos de oro, los relojes empedrados de brillantes que componen el kit de los “siervos” de Dios que, con tic nervioso, se arreglan la corbata para mostrar como la “unción” les infló el pescuezo.

Río siempre que me deparo con las estadísticas de los creyentes. Leí que un evangelista estaba logrando “ganar” cien mil almas para Cristo por año; determinada misión, que se volvió notable al mostrar la película Jesús, “convierte” decenas de millones por mes. Un misionero alemán, que carga la mayor carpa del mundo por tierra africana, reporta números astronómicos; otro pastor americano afirma haber vendido más libros que cualquier otro autor secular o religioso de todos los tiempos. Si fuera a darles crédito, la población de la tierra ya se hubiera convertido unas cinco o seis veces.

Sospecho de los testimonios de milagro con el mismo cuidado con el que abro la carta que me dice que gané treinta kilos de oro en un sorteo del que nunca participé. Si todas las maravillas propagadas en los programas de televisión y todas las intervenciones sobrenaturales anunciadas por la radio sucedieran realmente, con seguridad, la renta per cápita de América Latina sería mayor a la de Suiza y la comunidad científica ya estaría investigando el secreto del cáncer erradicado entre los pentecostales.

Llega el tiempo en que las fases, procesos y estaciones se cierran. Se hace necesario dejar la vieja piel para recubrirse de la nueva. Cuando doy la espalda a muchas cosas, presiento la Tierra Prometida más allá del río que lucho por atravesar.

Soli Deo Gloria.

26 de mayo de 2008

Por favor, otra vez no

por Ricardo Gondim

Por favor, no quiero oír explicaciones sensibleras para las tragedias asiáticas.

Por favor, mejor me ahorran tener que escuchar “los asiáticos son budistas, por lo tanto idolatras que merecen que Dios derrame el cáliz de su ira”.

Por favor, no me digan que la mordida de Adán y Eva en el fruto prohibido fue la causa primaria de tantos sufrimientos. Si tales razonamientos forman la lógica que fundamenta algunos argumentos, no quiero participar de esa lógica. Si acaso tenga que pagar el precio de ser llamado hereje por no pensar de esa manera, no me importa. Abandono el análisis del biblista, del hebraísta, del profesor de teología sistemática, sea quien sea que escoge historias del Antiguo Testamento para mostrar cómo Dios castiga las naciones con el “furor de su odio”.

Por favor, déjenme en paz. Quiero aprender a llorar para ver el noticiero con otro espíritu.

Por favor, dejen avivar mi indignación contra los dictadores de Myanmar.

Por favor, tengo que reconstruir los contenidos de mi corazón ante tanto dolor.

Soli Deo Gloria.

23 de mayo de 2008

¿Dónde está el milagro?

por Ricardo Gondim

Estudio en el programa de maestría de la Universidad Metodista de San Pablo. Al lado del Edificio Capa, donde cursamos la carrera, está la Clínica de Fisioterapia; allí, a cada instante, estacionan junto a la acera diferentes vehículos con portadores de discapacidades motoras –parálisis cerebral, paraplejía y cuadriplejía-. Cuando llegan, no es posible evitarlos. Aunque algunos alumnos intenten dar vuelta el rostro, ciertamente abrumados, brilla la nobleza resiliente de las madres que cargan sus niños en brazos y que, aun arrastrando los pies, mantienen su dignidad.

Todavía no me atreví a entrar en la clínica, pero me imagino la abnegación de médicos, enfermeras y fisioterapeutas; hasta veo el sudor goteando y las manos agarrando barras paralelas y aros con sacrificio. Sé que allí dentro la vida sigue a un son diferente.

Aquel entrar y salir de discapacitados debe haber sido el responsable de terminar con mi encanto por las charlatanerías de los milagreros, pues ya no me asombran los testimonios de sanidad que la televisión y la radio anuncian constantemente.

Sinceramente no me intrigan las declaraciones de que serán sanados “por la fe” todos los enfermos que acudan a “la vigilia de los lunes”, o a “la campaña de los 348”, o “la cruzada pro evangelización del mundo”.

La Iglesia Presbiteriana de Fortaleza fue mi cuna religiosa. En mis primeros pasos poco hablábamos de sanidad ya que éramos “tradicionales”, una versión “light” aunque fundamentalista del evangelicalismo. Cuando surgía algún enfermo en nuestra comunidad repetíamos que el verdadero creyente no se resigna, sino que pide: “sea hecha tu voluntad”.

Luego de pasar por una experiencia pentecostal y hablar en lenguas (técnicamente llamada glosolalia), me volví un pentecostal de pura cepa. Asistí a muchas conferencias sobre sanidad divina; dos de ellas auspiciadas por Morris Cerillo, en Londres y San Diego. Fui evangelista asociado de la Cruzada Buenas Nuevas, del misionero Bernhard Johnson. Fui el intérprete de Jimmy Swaggart en su gira por Brasil, en los estadios Morumbi y Maracanã; Swaggart creía y hablaba de los milagros aunque no era propiamente un predicador de sanidad divina.

Por lo tanto, no soy un neófito ni un incrédulo en lo que concierne a lo trascendente. Sé todos los versículos, conozco todos los razonamientos que fundamentan la lógica de buscarse una solución sobrenatural para las enfermedades. Nadie necesita convertirme a ese embrollo. Sé citar Isaías 53, Marcos 16, 1º Corintios 12 y tantos otros textos.

Sucede que el dolor del mundo me alcanzó en la vereda de una clínica de fisioterapia; allí se expuso la angustia de millones de madres y mi corazón se cerró a las antiguas lógicas milagreras.

Aunque me sienta inclinado a creer en los predicadores de la sanidad divina, recuerdo que multitudes de niños y niñas morirán de VIH/Sida en países como Congo, África del Sur, Mozambique y Angola. Cuando soy tentado a ser condescendiente con los Cerullo, los Benny Hinn y los R.R. Soares de la vida, con sus interpretaciones literales de la Biblia, recuerdo el malestar que muchos pacientes pueden estar sintiendo en aquel preciso momento como consecuencia de una quimioterapia.

Cuando escucho promesas de milagros a granel, pregunto ¿quién ayudará a la adolescente que no tiene novio porque nació con un trastorno genético que la desfiguró?

Mi cuestionamiento es: los religiosos deberían querer lidiar con el mundo real que necesita de grandes intervenciones, no de panaceas. Un ministro del evangelio no tiene derecho de predicar que “en teoría” todos serán sanados y luego mostrar indiferencia ante aquellos que no recibieron su milagro diciendo que les faltó fe.

El cristiano verdadero debe buscar intervenciones divinas donde el sufrimiento se muestra más agudo. Yo me dispongo a ayudar a cualquier evangelista que tenga el valor para estar de guardia en la acera de la Universidad Metodista. Voy a buscarlo y prometo interceder a su lado. Sinceramente deseo que los más afectados vuelvan a casa saltando de alegría.

De antemano sé que nadie vendrá. La mayoría está interesada en propagandear prodigios con el propósito de prosperar en sus emprendimientos religiosos. Si acaso creyeran en las interpretaciones que hacen de la Biblia, se arrodillarían en los pasillos de las clínicas de cáncer infantil, en los centros de hemodiálisis y en las salas de infectología de los grandes hospitales.

Necesitamos otras respuestas para el sufrimiento humano; los presupuestos de esos evangelistas que anuncian la sanidad con tanto alarde no abarcan la complejidad del sufrimiento universal.

Propongo que los prodigios del evangelio sean otros; que la presencia de Dios se revele en el servicio, en el amor solidario y la compasión. Que las manos y los pies de Dios sean las manos y los pies de los que no huyen del dolor ajeno. No conozco a los profesionales dedicados de aquella clínica de fisioterapia, sin embargo tengo la seguridad que todos encarnan la posibilidad de un milagro.

Soli Deo Gloria.

25 de marzo de 2008

Propuesta de espiritualidad

por Ricardo Gondim

No es necesaria mucha perspicacia para darse cuenta que el movimiento evangélico occidental pasa por una gran crisis. La intromisión del neo-fundamentalismo de la derecha religiosa en la política norteamericana no ha ayudado mucho.

Los reclamos para que la sociedad preserve “valores morales” cayeron por tierra porque no encontraron respaldo en las propias iglesias, que fueron de escándalo en escándalo. Para agravar la crisis, grandes segmentos evangélicos se apresuraron a legitimar la invasión de Irak, argumentando que la Biblia respaldaba una “guerra justa”.

En Latinoamérica, principalmente en Brasil, la rápida expansión del pentecostalismo produjo una grave desviación ética en la comprensión del Evangelio. Surgió un nuevo fenómeno religioso, más comúnmente identificado como “teología de la prosperidad”. Lo que se escucha como “predicación” por los televangelistas y en las megaiglesias difícilmente podría ser asociado al protestantismo histórico o al pentecostalismo clásico.

Como ya no es ninguna novedad afirmar que es necesario que sucedan cambios radicales dentro del movimiento evangélico, la gran pregunta ahora es ¿Qué es lo que tiene que cambiar? He aquí algunas propuestas:

Propongo una espiritualidad menos eficiente. Que los pastores desistan de asociar la aprobación de Dios para sus ministerios con proyectos exitosos. La fe cristiana no se propone reflejar el mundo corporativo, donde la competencia se prueba con resultados.

En la espiritualidad de Jesús, los hechos de algunos siervos de Dios pueden ser anónimos, inadvertidos y pequeños. La urgencia por el crecimiento de las comunidades y pastores intentando demostrar como Dios los bendijo con “ministerios aprobados” acabó produciendo este tumor: iglesias que se parecen más a mostradores de servicios religiosos que a comunidades de fe.

Propongo una espiritualidad menos cognitiva y más vivencial. La primacía de la “sana doctrina” sobre la experiencia de la fe, terminó produciendo creyentes astutos para “probar” su fe, pero carentes de testimonio.

La obsesión de la verdad como una construcción racional ha hecho que los catecismos se vuelvan bellas elaboraciones conceptuales, mientras que los testimonios personales permanecen cuestionables. El evangelio precisa ser escrito en tablas de carne; mostrarse en los hechos de aquellos que se proponen brillar como luz del mundo.

Propongo una espiritualidad menos mágica y más responsable. La idea de un Dios intervencionista que invade a cada momento la historia para rescatar a sus hijos dándoles alivio, abriendo puertas de empleo y resolviendo querellas judiciales, terminó produciendo creyentes alienados, sin responsabilidad histórica y sin iniciativa profética.

Con ese egoísmo, las iglesias se distanciaron de la arena de la vida. Creyeron que sería suficiente atar a los demonios territoriales para terminar con la violencia y la miseria. El Evangelio no propone que la historia sea transformada por arte de magia, sino con acciones políticas que defiendan la justicia.

Propongo una espiritualidad menos intolerante. La idea de un mundo perdidamente hostil a Dios genera iglesias intransigentes, que se creen privilegiadas. La radicalización de la doctrina de la caída da la visión de un mundo condenado, irremediablemente perdido. Con esa visión, la iglesia se encierra, sólo encara al mundo como un campo de batalla, y es incapaz de acoger a los moribundos que yacen a la orilla de los caminos.

La espiritualidad evangélica necesita rescatar doctrinas conocidas en los primeros años de la Reforma, como la Imago Dei (la imagen de Dios en todos) y la Gracia Común (el favor de Dios que capacita a todos).

Propongo una espiritualidad que promueva la vida. Los evangélicos predicaron por años y continuamente la salvación del alma y, muchas veces, se olvidaron que Dios desea que experimentemos la vida abundante antes de la muerte. Por cierto, el cielo debería ser una consecuencia de las decisiones hechas por las personas en la tierra y no una promesa distante. Con ese énfasis exagerado en la salvación del alma algunos se contentaron con una existencia mediocre, mal resuelta, creyendo que un día, en el más allá, todo estará bien.

Propongo una espiritualidad que no contemple la santidad como un apuro legal, sino como integridad. Con reclamos legalistas los ambientes se vuelven intransigentes. Es inútil establecer como meta de la vida cristiana la perfección exagerada, ya que para alcanzarla seria necesario transformar a las personas en ángeles.

La hipocresía nace con ese tipo de exigencia. Es necesario dialogar con las imperfecciones, con las sombras y luces del alma; sin culpas y sin fobias. Sólo en ambientes así existe libertad para madurar.

Propongo una espiritualidad que establezca como objetivo generar hombres y mujeres amables, leales, misericordiosos. Antes de anhelar aparecer como la institución religiosa poseedora de la mejor comprensión de la verdad, que intente amar con sencillez; antes de volverse una fuerza política, que sepa caminar entre los más necesitados; antes de alcanzar el mundo entero, que trabaje al lado de quienes construyen un mundo mejor.

Estoy consciente que mis propuestas no tienen muchas probabilidades de realizarse, pero voy a mantenerlas como un horizonte utópico y con vocación.

Soli Deo Gloria.

2 de marzo de 2008

El estanque

por Ricardo Gondim

Había una vez una ciudad muy, muy importante; considerada el centro del mundo porque hechos notables habían sucedido en sus colinas. Primero conocida como la ciudad de David, luego Jerusalén, se volvió la sede de la religión de los judíos, cristianos y musulmanes; que la consideran sagrada.

En Jerusalén había un estanque que estaba cerca de un mercado de animales. Como siempre había sido una ciudad muy mística, alguien comenzó a decir que las aguas de esa fuente eran milagrosas. Rápidamente, la noticia tuvo dimensiones extraordinarias y escandalosas; en el mercado se decía que un ángel venía del cielo una vez al año, movía las aguas, y el primer enfermo que se sumergiera sería sanado.

Se reunían multitudes, todos aguardando por un milagro. La administración municipal de Jerusalén, interesada en la romería, pero también por razones humanitarias, resolvió construir un edificio para abrigar a tanto enfermo. Edificaron una estructura imponente, con un patio rodeado por cinco pórticos, que se llenaba de paralíticos, ciegos y enfermos de toda clase. Debido a esa enorme expectativa, siempre postergada, de que una persona (solamente una) sería favorecida con un milagro, el lugar fue denominado irónicamente Betesda que significa “casa de misericordia”.

Se cuenta que muchas familias, para verse libres de sus enfermos, los abandonaban en los pórticos del estaque de Betesda. Los ricos compraban esclavos para ayudarles a entrar en las aguas. Algunos alquilaban los espacios cercanos a los bordes, que posibilitaban un mejor acceso. Todos querían su milagro y, lógicamente, los más acaudalados, astutos y famosos, se sentían más cerca de la gracia.

Los pobres y los enfermos graves, los dementes, terminaban detrás de todos. La esperanza para ellos se desvanecía, pronto llegaban noticias de un lado y de otro, que alguien acababa de recibir su milagro. Al lado, en el mercado, los agraciados contaban su historia y los crédulos y atentos peregrinos que visitaban Jerusalén retransmitían los testimonios. Así, la esperanza de la sanidad se postergaba otro año más.

Jesús no vivía en Jerusalén. Es más, él residía lejos de ese ambiente supersticioso, en Capernaúm, pero conocía los rumores. En una de sus visitas a la ciudad, se dispuso visitar el estanque de Betesda. Con seguridad, lo que vió fue peor de lo que le contaron.

Las personas afirmaban que el ángel descendía al estanque anualmente, pero nadie sabía la fecha exacta. Inquietos, los enfermos más hábiles saltaban esporádicamente para anticiparse al ángel. La confusión era constante. Los que se sentían mejor, corrían por lo pasillos gritando “¡aleluya!” y otros, nerviosos y frustrados, desmentían los milagros. De vez en cuando, se levantaban profetas que predecían el día preciso en que el ángel visitaría el lugar.

Ciertos enfermos yacían por años y años en total mendicidad, esperando el momento de la sanidad que nunca llegaba. El estado de algunos era deplorable. Escaras malolientes y piojos podían ser vistos con solo observar el cabello de ciertas mujeres.

Ante esa realidad tan perversa, Cristo pasó de largo de los más aptos, de los más ricos y de los que menos necesitaban la sanidad. Se dirigió hacia uno de los rincones olvidados del estanque de Betesda y encontró a un hombre que esperaba por su milagro hacía treinta y ocho años. Nadie sabe su nombre, pero, seguramente era un pobre. Su familia, ocupada con su supervivencia, se había olvidado de él hacía décadas.

Jesús se acercó al paralítico y le preguntó: “¿Quieres quedar sano?” Él respondió dentro de la lógica que había aprendido: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua, y cuando trato de hacerlo, otro se mete antes”. Con un solo aliento, Jesús le ordenó: “Levántate, recoge tu camilla y anda”. Inmediatamente el hombre tomó su camilla y comenzó a andar.

El paso de Jesús por el estanque de Betesda sucedió un día sábado, el día sagrado de los judíos, porque él tenía un propósito: mostrar que la religión se preocupa, principalmente, de su estabilidad. Los religiosos sobreviven de la ilusión y no tienen escrúpulos en generar falsas expectativas en personas vulnerables.

Cuando aquel señor abandonó el estanque de Betesda cargando su camilla, Jesús dejó un mensaje para la ciudad de Jerusalén: “Los milagros que proceden de Dios no premian a quien sabe mostrarse hábil, santo o rico, Dios no hace acepción de personas ni busca transformar los espacios religiosos en una carrera desenfrenada por la bendición donde sólo los más fuertes sobreviven”.

El estanque de Betesda es la metáfora que recuerda a la humanidad que Dios mira misericordiosamente a los desfavorecidos, a quienes no tienen ni la menor posibilidad de escapar de los torniquetes perversos de la injusticia, a los más indefensos; huérfanos y viudas, por ejemplo.

El cristianismo debe, por lo tanto, asumir el compromiso de continuar visitando los campos de exiliados (Darfur), las clínicas de tratamiento del sida (África del Sur), las periferias miserables de las grandes ciudades (Brasil) para anunciar la más jubilosa de todas las noticias: Dios no se olvidó de los pobres.

Soli Deo Gloria.

27 de febrero de 2008

Fe radical

por Ricardo Gondim

Cuenta una fábula árabe que las mariposas querían entender la luz, deseaban saber el secreto de sentirse tan fascinadas por la llama de una vela. ¿Qué las deslumbraba? ¿Sería la luz o el calor? Entonces le pidieron ayuda a la mariposa reina. Luego de meditar sobre el asunto, ella aconsejó que cada una, individualmente, intentara encontrar la respuesta. Todas salieron buscando develar el secreto del fuego.

Pasado un tiempo, una mariposa volvió ciega de un ojo, afirmando que había llegado demasiado cerca y que la luminosidad de la vela le había encandilado, aunque seguía sin entender el misterio de la luz. Otra volvió con un ala quemada, reconociendo que su experiencia no había sido satisfactoria. Por siglos, las mariposas no entendieron por qué la luz les cautivaba tanto. Hasta que un día, una de ellas voló en dirección a un candil con tanta determinación que murió quemada. Ese día la mariposa reina dijo: “solamente esta mariposa conoció el misterio del fuego, pero nosotros nunca lo sabremos”.

La experiencia con Dios es muy similar a esa fábula. Es un encuentro con lo trascendente que no puede ser contenido en la dimensión del saber empírico. Nadie aprende sobre lo eterno valiéndose de las mismas herramientas experimentales de un científico. Por lo tanto, están equivocados los ateos que buscan en la exactitud matemática o en la investigación astronómica los medios de probar la existencia de Dios. También están equivocados los teólogos que intentan responder las acusaciones de los ateos con “argumentos aún más sólidos” sobre la realidad divina.

La experiencia con Dios es espiritual, por lo tanto, mujeres y hombres naturales no logran alcanzarla o discernirla. El creyente oye una voz inaudible, se siente acompañado por una presencia imperceptible y comprende verdades inaprensibles. Desafortunadamente, el occidente iluminista, positivista, cree poder abrazar las verdades espirituales con las mismas herramientas que utiliza para estudiar la química y la biología. Cuando Jesús afirmó que sus ovejas oyen su voz no se refería a la audición física, sino a una intuición espiritual que necesita ser desarrollada como una sensibilidad intangible.

La experiencia con Dios es siempre inédita, y cada encuentro con Dios será original, nunca previsible. Las religiones, con sus ritos, intentan domesticar lo sagrado, pero Dios no consiente la jaula de ninguna liturgia. No existe una red lo suficientemente grande como para atrapar al Todopoderoso, quien es libre para actuar como y cuando quiere.

En diversas ocasiones, Dios manifestó su presencia con un vacío inmenso. En otras, “las orlas de su manto llenaban el templo”. Siempre frustró a magos y hechiceros que prometían controlar sus acciones. Los verdaderos profetas sabían que Dios no se deja maniatar por ninguna amarra.

La experiencia con Dios es siempre personal, intransferible. La manera como cada uno entiende y percibe al Señor es única. Por eso, él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Él es el Dios que se relaciona con cada persona con absoluto respeto a su individualidad. El Señor conoce las personas por su nombre y se manifiesta con total consideración a la historia de cada uno.

Siendo así, la experiencia con Dios requiere radicalidad. Para percibirlo es necesario un vuelo tan profundo y radical como el de la mariposa que murió. Conocer a Dios es sumergirse en el misterio, aunque eso cueste la propia existencia. Los que rozan la llama por curiosidad nunca aprenderán sobre lo divino.

En India, cuentan que un maestro meditaba a la orilla de un río cuando un discípulo se le acercó pidiendo su ayuda pues no lograba tener un encuentro significativo con Dios en sus ejercicios espirituales. El maestro lo tomó de la mano, lo llevó hasta el río y lo forzó a quedarse bajo el agua, sujetándolo por el cabello. Luego de dejar al joven casi tres minutos son aliento lo sacó del agua para que, desesperado, pudiera respirar. Entonces el maestro le enseñó la lección: “si tú buscas a Dios con la misma intensidad con la que buscaste el oxígeno que te da vida, ciertamente, lo encontrarás”. La Biblia promete que hallaremos a Dios “cuando lo busquemos de todo corazón”.

Así que cuando cada uno se esfuerza por conocer a Dios, y se entrega con radicalidad a esa búsqueda, descubre la razón última de la vida.

Soli Deo Gloria.

14 de enero de 2008

Cómo Dios ve

por Ricardo Gondim

Dios ve todo, nada pasa desapercibido a sus ojos. Él conoce el sendero de la hormiga negra que carga una hoja picada en la noche de la selva amazónica. Sabe de los intentos de mi corazón engañoso; del trayecto inmediato entre la palabra que surge y su expresión, Dios tiene ciencia perfecta.

Con semejante familiaridad, ¿cómo Dios me ve? Ciertamente, con desdén. No maduré como debería, no subí los escalones de la excelencia, no alcancé el mínimo prestigio religioso. Llego a los 54 años con un sentimiento de deber incumplido, con la misma sensación de aquel niño que se presenta al examen sin haber estudiado. Me siento como un pirata que nunca descubrió el mapa del tesoro; un Indiana Jones que nunca vio el Arca; un Quijote que nunca abandonó su biblioteca.

Dios tiene todo el derecho de llamarme un siervo infiel; debo imitar a Pedro: “Apártate de mi, que soy pecador”. Merezco el azote del siervo que sabía la voluntad de su Señor y no obedeció.

Sin embargo, preparo una fiesta con mucho alborozo. Quiero celebrar el amor de Dios que conquistó ese desdén merecido por mí. A pocos días de mi cumpleaños, percibo que el Señor aumento el volumen de su megáfono celestial. Apuesto que él va a gritar el día 14 de enero: “Tú eres mi hijo amado, estoy satisfecho con tu vida”.

Las potestades acusatorias del infierno quieren impedir la disposición divina de contradecir el castigo merecido -esa disposición tiene el nombre teológico de gracia-. Pero Dios insiste, y tres veces él pronuncia la misma expresión a todos sus hijos adoptados por causa del Unigénito: “Tú eres mi hijo amado, estoy satisfecho con tu vida”.

Así, libre y querido, estoy dispuesto a retomar las riendas de mi vida aunque el sol ya empiece a declinar.

Soli Deo Gloria.

10 de enero de 2008

Sobre personas y cerdos

por Ricardo Gondim

Había una vez una pequeña ciudad llamada Gadara, que era muy, muy pequeña. Gadara quedaba en la frontera entre dos países. Sólo había que cruzar la calle y del otro lado ya se hablaba una lengua extraña y se comía otro tipo de alimentos. La circulación de personas en esa frontera facilitaba no solo el intercambio comercial, las relaciones entre los habitantes se desarrollaban cordialmente; los niños de los dos países crecían bilingües, pero además transculturales.

Un bello día, Jesús de Nazaret decidió visitar esa aldea olvidada. Subió a un barco y viajó el día entero para cruzar el lago que lo separaba del lugar donde vivía. Después de arribar a Gadara, un lunático, poseso por una legión de espíritus malignos, vino a su encuentro.

El estado de este ciudadano anónimo era lamentable. Inmundo, vivía en tenebrosos cementerios. Nunca se supo acerca de sus familiares, sus traumas y heridas de la adolescencia o de sus perversiones morales. ¿Cómo llegó a corromperse tanto? Nadie sabía, y todos se conformaban con su decadencia.

Se divulgaron versiones de su fuerza descomunal. Algunas veces, estando encadenado, se soltaba y resurgía para aterrorizar a los niños que, seguramente, volvían a contar y agrandar la historia del “monstruo de los sepulcros”. Durante la noche se escuchaban sus gritos.

El gadareno quería ser libre; buscaba recuperar su vida, pero no lograba encontrarla. En la desesperación por arrancar de dentro del alma tanta degradación, desarrolló manías autodestructivas. Por la mañana, era común verlo mutilado por los cortes hechos con piedras.

Jesús dialogó con los demonios que lo poseían. En esa corta conversación, y para dejar al loco en paz, la legión de demonios tuvo de Cristo el permiso para poseer una manada de cerdos que pacían a la redonda. Cuando los demonios entraron en los cerdos, ellos se desesperaron y se precipitaron en un abismo.

Se cuenta que los que cuidaban a los cerdos huyeron. Al contar estos hechos en la ciudad, el pueblo fue a ver lo que había sucedido. La sorpresa fue absoluta. Todos fueron testigos, el hombre que había sido cautivo por una legión de demonios ahora estaba sentado, vestido y en perfecto juicio.

La noticia corrió, y cuando los curiosos relataron lo que había sucedido al gadareno y a los cerdos, el pueblo de la ciudad se reunió para expulsar a Jesús de allí. No hubo caso, el Nazareno se vio obligado a retirarse del territorio.

¡Que extraño! Mientras un ser humano era destruido por fuerzas satánicas, nadie tomó ninguna previsión para rescatarlo. El Club de Leones no movilizó a los empresarios ricos para ayudar; sacerdotes, pastores y rabinos serenaron a sus congregaciones con buenas explicaciones teológicas; los políticos prometieron acciones concretas para el próximo año fiscal; ninguna ONG se formó para disminuir su sufrimiento. El pobre mendigo seguía preso, esclavizado a fuerzas mayores que él.

En el momento en que se constató el perjuicio financiero, se hizo necesaria la expulsión de Jesús. Él amenazaba el equilibrio económico de la región: “our life style cannot be theatened”, repetían.

Sin embargo, antes de partir, Jesús dejó una lección de moral a aquella comunidad judía (que desde su formación tenía prohibido el tocar, criar o comercializar cerdos): “¡que vergüenza, ustedes aprendieron a amar un cerdo más de lo que aman a una persona!”.

Gadara es la metáfora del mundo. Las naciones siguen amando a los cerdos más de lo que aman a mujeres y hombres.

Lógico, un caballo de raza vale más que un niño liberiano. Un anciano palestino no tiene la misma importancia que un caniche de Texas. No hay dudas: las vacas lecheras inglesas son protegidas con más denuedo que las niñas usadas para el tráfico internacional de la pedofilia.

Mientras los religiosos vociferas sus sermones más entusiastas, mientras los políticos alternan debates sobre el futuro de la humanidad, mientras los banqueros multiplican sus lucros, muchos pobres necesitan ser restituidos a la vida y recuperar su dignidad para poder abrazar a sus familiares.

La historia continúa y Jesús de Nazaret sigue siendo un estorbo. Mientras él considera que un alma vale más que el mundo entero, las naciones mantienen esa extraña predilección por los cerdos.

Soli Deo Gloria.

9 de enero de 2008

Cortito

por Ricardo Gondim

Hoy no quiero escribir mucho. Ando saturado de teorías, sin inspiración para versificar, sin paciencia para explicar, sin tiempo para corregir.

Apenas quiero tranquilizar a mis poquísimos lectores. Algunas personas me escriben preocupadas. Por favor, no se alarmen, estoy bien, muy bien. No me amargué, no me obstiné en la perfidia, no escupo insultos; creo que aún no soy una mala compañía.

Caramba, ¡si estoy contento! El domingo prediqué sobre Filipenses 2:5-11, hablé de Jesús de Nazaret y me sentí con el alma lavada. Desperté el lunes y corrí 12 kilómetros conversando con mi amigo Ed René, exorcizamos los demonios de la semana pasada con endorfina y sudor. Acabo de recibir como regalo una nueva bicicleta de carrera para prepararme (finalmente) para el triatlón. Hoy voy a visitar a mi querida tía. Releo “Los hermanos Karamazov”. ¿Qué más un hombre puede querer de la vida?

El día 14 de enero de 2008 celebro 54 años bien vividos. En mi biografía: amé como un pagano, me comprometí como un cristiano, trabajé como un obrero, lloré como un huérfano y celebré como un campeón. Nunca pasé 24 horas en un hospital, nunca necesité dar explicaciones a un juez, nunca mendigué el pan.

Me siento amado y querido por mi comunidad de fe. Soy padre de tres amados hijos; tengo tres nietos que se parecen a ángeles; mi esposa me ama apasionadamente. Mi hogar es un oasis. Pago cualquier fortuna por pasar una noche en casa.

Corrí 10 maratones y 16 pruebas de São Silvestre. Ya dejé a muchos jóvenes, con la mitad de mi edad, mordiendo el polvo en los 42 kilómetros y 195 metros de la competencia más difícil del atletismo.

Nunca hice convenios con masones, políticos, militares o sacerdotes para lucrar financieramente; jamás lamí las botas de quien sea para ganar prestigio personal. No soy un cuervo que sobrevive de una burocracia denominacional.

Entonces, ¿por qué estaría amargado? En verdad, me veo distante de los patrones de hierro de los fundamentalistas; camino en sentido opuesto al de los hechiceros travestidos de pastores cristianos; no quiero caminar junto a gente a quien cuestione su ética. ¡Eso es todo!

Pero, por favor, que nadie confunda esos movimientos míos con amarguras. Los que comparten mi amistad saben que no soy tan aburrido. Aleluya.

Soli Deo Gloria.