21 de octubre de 2008

Noticias del Imperio

por Ricardo Gondim

Entre bofetadas y besos, anticipo una conmovedora victoria de Barack Obama en la elección del 2008. Conmovedora, porque los “red-necks”, los evangélicos fundamentalistas, los políticamente conservadores, van a tener que tragarlo. A no ser que un cataclismo de enorme magnitud sorprenda a todos, no creo que John McCain tenga el vigor para revertir el empuje que llevará a Obama a convertirse en el primer negro en la presidencia de Estados Unidos.

Mientras viajaba en automóvil de Chicago a Boston, vestí una camiseta pro-Obama. Me pareció raro que nadie se haya solidarizado con mi militancia secreta. Sin embargo, mientras almorzaba en un restaurante perdido en el interior del estado de Nueva York, fui reprendido por un anciano bastón en mano. Sin saber que yo era extranjero, el señor vino hasta nuestra mesa y, apuntándome con el dedo, preguntó: “¿Obama?” Intentando disimular el acento, le dije: “Yes, all the way”. Con furor, respondió: “Big mistake, big mistake”.

Quien sabe si Obama llegue a implementar algunas políticas realmente de vanguardia en la sede del imperio. Ojalá que sí. Soy desconfiado, recuerdo que el anhelo transformador del metalúrgico presidente de Brasil terminó asfixiado por las alianzas que su partido necesitó hacer.

¿Qué tengo que ver yo con la elección norteamericana? Soy un brasilero sin la menor pretensión de vivir en Estados Unidos. A decir verdad, no debería interesarme con el porvenir de ellos.

Lo que sucede es que hace muchos años, los gringos eligieron a Jimmy Carter, un presidente digno y por quien tengo gran admiración. Su política externa marcó mi historia, porque Carter rehusó suscribir la diplomacia conspiradora e intervencionista de Henry Kissinger. (Kissinger ayudó, por ejemplo, a articular el golpe de estado contra Allende en Chile, y de la misma manera apadrinó a Pinochet).

El presidente Carter envió a su esposa en una misión oficial a Brasil para expresar verbalmente que Estados Unidos no haría alianzas con torturadores, y que la dictadura militar no debería contar con el apoyo o auxilio del Departamento de Estado. A partir de su visita la petulancia del régimen se derrumbó. Le debo, por lo tanto, a Jimmy Carter la paz que pasó a reinar en mi familia –y él ni sabe que yo existo–.

Siento que el mundo habrá de respirar con más oxigeno (literal y metafóricamente), en caso que Obama sea elegido. No, no me ilusiono, sé que él puede decepcionar. Estoy demasiado viejo para ser ingenuo u optimista con su posible mandato. Pero que es bueno ver a Bush y a su equipo salir de la escena, realmente lo es.

Esperemos…

Soli Deo Gloria.