20 de octubre de 2008

El secreto de agradar a Dios

por Ricardo Gondim

¡Anda, come tu pan con alegría!
¡Bebe tu vino con buen ánimo,
que Dios ya se ha agradado de tus obras!
Eclesiastés 9:7

José Fulano de Tal murió ayer. ¡Pobre hombre! Consciente de sus deberes, nunca llegó tarde. Jamás perdió un tren. Era impensable que acelerara con la luz amarilla. De forma correcta, pagó todas sus cuentas el día exacto. Vistió la misma camisa hasta gastar el cuello. Siempre escogió a cual candidato votar. Leyó el periódico todos los días. Tuvo un entierro mesurado, sin mucha emoción, parecido a su existencia.

José Fulano de Tal fue un asiduo miembro de iglesia. Se sometió a los reglamentos y exigencias de su religión –su mayor deseo en la vida era agradar a Dios–. Trabajó incansablemente en las viviendas del barrio. Contribuyó con entidades filantrópicas. En su última jornada, los amigos, parientes y curiosos caminaron discretamente por la arboleda del cementerio. Se despidieron de un hombre que no logró vivir.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta disfrutar, pero disfrutar de verdad, de la poesía. En el poema, la palabra gana ritmo para sincronizarse con el latido del universo. Y en esa magnifica, aunque silenciosa palpitación, resuena la voz de lo Divino.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta tener tiempo para escuchar música. Cuando la melodía y la rima se aparean, nace la sublime sonoridad del Paraíso. El Padre Eterno sonríe cuando sus hijos se serenan para escuchar a los artesanos de los salmos, los nocturnos, las tonadas, los réquiems, las cantatas, las óperas, las polcas, la samba, los himnos, los recitales, los corales, el jazz, la bossa-nova.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta con amar los libros. Es placentero para Dios ver a sus hijos trascendiendo a mundos imaginarios a través de la prosa, la narración. Las novelas disecan el alma humana, enaltecen la virtud, exponen la crueldad y, cuando no sufren censura, describen la cruda realidad de la vida.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta con transformar cada comida en un ágape, cada apretón de manos en una alianza y cada abrazo en una declaración de amor.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta dejarse conducir por un viento distraído, rumbo al horizonte inalcanzable; y esperar por un porvenir insustancial. Ya que a Dios le gustan los prados salvajes y los bosques sin cercas, vivir es arriesgarse. Dios sabe diseñar el arco iris con las gotas del riachuelo que caen al precipicio. Por lo tanto, sólo vive quien no teme desvanecerse.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta disfrutar del vino, el dulce de leche, la tapioca con manteca, la película romántica, el deporte, la media hora de sueño extra del feriado, el bizcocho de maíz, la caricia en la cabeza, el beso, el viaje de vacaciones con dos días extras para descansar del descanso.

José Fulano de Tal tendría que haber aprendido que para vivir, basta con llamar a Dios de Padre o Madre.

Soli Deo Gloria.