6 de noviembre de 2008

Los mansos heredarán la tierra

por Ricardo Gondim

Resistí el huso horario y en la madrugada del día 5 de noviembre de 2008, sin una gota de sueño, acompañé la victoria de Barack Obama. Lloré emocionado. Yo era un ciudadano del mundo, por eso vibré como si festejara una final de la Copa Mundial. Me sentí hermano de todas las naciones, tribus y pueblos que celebraron el momento exacto en que terminó la votación en la costa del Pacifico y las redes de televisión declaraban la victoria de Obama.

Sentí un nudo en la garganta cuando vi a Jesse Jackson, el amigo que abrazó a Martin Luther King Jr. antes de su muerte, con los ojos empapados de lágrimas. Como un destello, recordé el 3 de abril de 1968, en la víspera de su asesinato Martin Luther King predicó como un profeta:

Pues bien, yo no sé que sucederá ahora. Tenemos por delante algunos días difíciles. Pero eso no me importa ahora. Porque he estado en la cima de la montaña. No me preocupa. Como cualquiera, quisiera vivir una larga vida. La longevidad tiene su lugar. Pero no me preocupa eso ahora. Yo sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y él me ha permitido llegar a la cima de la montaña. Y la he visto. He visto la tierra prometida. Es posible que no vaya con ustedes. Pero quiero que sepan esta noche que nosotros, como pueblo, llegaremos a la tierra prometida. Esta noche estoy feliz. Nada me preocupa. No le temo a ningún hombre. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor.

La elección de Obama cumplió esta profecía. Equivale, en la historia, al día en que Nelson Mandela fue liberado en Sudáfrica. Por lo tanto, la fiesta no es solo americana, sino de todos los que aman la libertad. Las generaciones futuras mencionarán el día 4 de noviembre con orgullo. Será el día en que fueron sanados los hematomas que dejó el látigo de la esclavitud; cuando la intolerancia y el prejuicio perdieron su fuerza; el día en que las esclavas cambiaron su lamento por risa; el día en que los negros pudieron andar con la frente en alto, sin sentirse disminuidos por el odio racial; el día en que cayó por tierra la antigua y estúpida teología que relacionaba la maldición de Cam, hijo de Noé, con los afrodescendientes.

Mientras me encontraba predicando en una iglesia pentecostal en el sur de Estados Unidos acompañé al pastor a visitar un señor, miembro de su comunidad que había sido hospitalizado. En la enfermería, el pastor comentó que notaba su ausencia y le preguntó si tenía algún motivo para faltar a los cultos. El enfermo le respondió que no volvería mientras los negros siguieran frecuentando las reuniones. “Pero ellos también son hijos de Dios”, fue la respuesta del pastor. “No, los negros no son hijos de Dios porque ninguno de ellos tiene alma”, dijo el pobre hombre. Avergonzado, mi amigo abrevió la visita; durante nuestro viaje de regreso no volvimos a cruzar palabra.

El Ku Klux Klan no prevaleció. Rosa Parks, la costurera que se negó a ceder su asiento a un blanco de Alabama en el autobús, sonríe de alegría. Se le hizo justicia a Medgar Evers, cobardemente asesinado en Missisipi. Una vez más el bien venció en el largo, oblicuo, y muchas veces socavado camino de la humanidad. Jesucristo tenía razón: “los mansos heredarán la tierra”.

¡Godspeed, Barack Hussein Obama!

Soli Deo Gloria.