31 de agosto de 2008

Gratitud y despedida

por Ricardo Gondim

Llegó la hora de decir muchas gracias.

Muchas gracias por haberme dejado con la sensación de que vivía protegido. Por años me sentí escoltado por un pastor vigilante. Si no te hubiera imaginado cuidadoso, cobarde como soy, tal vez no hubiera conseguido enfrentar los percances que se repitieron en mi historia.

Muchas gracias por no corregirme cuando, influenciado por una espiritualidad utilitaria, te pedí qué comer o qué vestir. Por hacerme tan dependiente, terminé no dándole alas a la arrogancia que escondía.

Muchas gracias por las primeras influencias de mi caminata espiritual. Me pusiste a trabajar con gente sincera, ingenua, noble, inconsecuente, bondadosa, torpe. Les debo a todos el criterio ético, la responsabilidad humana y los escrúpulos espirituales que fui forzado a aceptar.

Muchas gracias por los libros que pusiste a mi disposición. Bajo tu tutela, devoré innumerables compendios de teología sistemática y me familiaricé con los presupuestos cartesianos de la fe. Bebí con la misma avidez de autores liberales y fundamentalistas. Con el corazón abierto, leí los mejores manuales exegéticos, estudié las hermenéuticas más ortodoxas. Fui un discípulo aplicado, siempre esforzándome por esmerarme en mi dedicación.

También llegó la hora de despedirme, necesito entrar en una nueva fase.

Necesito vivir una espiritualidad madura que no necesite de milagros, que no espere liberaciones espectaculares. Miro hacia atrás y noto los procesos pedagógicos que tenían el propósito de prepararme para esta vida autónoma. Responsablemente consciente que eres, Padre, reconozco que tú me adiestrabas para volar y tallar mi destino en el mármol. Me arriesgo a dar los primeros pasos sin depender de tus sucesivos amparos.

Necesito vivir una espiritualidad solidaria que no busca liberaciones sobrenaturales. Mientras haya un niño abandonado en algún campo de refugiados de las Naciones Unidas, mientras haya un hospital con camillas en los pasillos, no pediré ningún bono sobrenatural. No quiero privilegios divinos que me distingan. Espero tan sólo un milagro: escuchar tu lamento y tu indignación por tanta muerte innecesaria. Concédeme sensibilidad para atender tu llamado y ser, al mismo tiempo, pregonero de la justicia y buen samaritano.

Necesito vivir la fe con valentía. No transformaré mi relación contigo en una fuga existencial. Enfrentaré las adversidades, celebraré las conquistas, soportaré el hastío, lamentaré las ruinas, confiando que los valores propuestos por Jesús de Nazaret son suficientes para hacerme más que victorioso.

Así que, digo adiós a mi infancia espiritual. Claudicante, gateo rumbo a la madurez. Admito que aún tengo mucho suelo por delante. Sigo, sin embargo, la carrera que me fue propuesta con el corazón vibrante.

Soli Deo Gloria.