Yo acepto, yo rechazo
por Ricardo Gondim
Aceptar y rechazar siempre fueron dos verbos difíciles para mí. Mi madre me enseñó a no aceptar favores de desconocidos, pues podían tener malas intenciones; luego, aprendí a no rechazar la mano extendida de los amigos, ellos podrían expresar los favores divinos; así que sigo sin discernir en que momentos debo aceptar o rechazar.
Ante todo, necesito decir que ya acepto caminar tomado de la mano de gente que valora las relaciones más allá de la reputación, la lealtad por encima de las censuras sociales; acepto la mirada ingenua del amigo que nada exige y nada promete sino su compañía.
También debo aclarar que rechazo sentarme a la mesa del presuntuoso, aquel que evita entrar en contacto con su propia alma. Reconozco mi inhabilidad para percibir estratagemas, por lo tanto, huiré de los sagaces.
Por ultimo, no quiero forzarme a nada; abandoné el deseo de hacer adeptos, seguidores o discípulos. Deseo ofrecer, tan solamente, mi débil consciencia, mis parcos conocimientos y mis sufridas percepciones de lo divino. Aquellos que lo acepten no necesitan enviarme su contestación (hasta porque obsequio lo que tengo y lo que soy por razones egoístas).
Necesito vaciar lo que considero precioso y que se acumula dentro de mi pecho. A quien no le guste, o no lo acepte, o se sienta molesto con mis inquietudes, basta descender la calzada y caminar hacia el lado opuesto, así no estaremos obligados a vernos cara a cara.
Por más que lo intente, sigo claudicante; no logro resolver enigmas, resolver mis paradojas para cerrar los capítulos de mi historia. Se que soy un hombre maduro, pero reconozco que mi madurez no condice con mi edad.
¡Lo siento! Pero esa es mi cruel comprobación después de todo lo que leí, todo lo que estudié y todo lo que ya oré. Continúo siendo un esbozo en un tablero, una masa sin leudar, un nido abandonado, una sutura mal cicatrizada.
En esa confusión mental, en ese torbellino espiritual y en ese sufrido maratón, busco el valor para optar por el sí o por el no.
No obstante, acepto sonrisas sinceras, abrazos sin pretensiones, mensajes reenviados con mala gramática, pasteles cocinados con cariño y llamadas telefónicas breves, sólo para saber como estoy.
Rechazo amistades gaseosas, textos canónicos, santos fanfarrones, sermones incorregibles, certezas sobre la maldad ajena; en fín, hipérboles religiosas.
Acepto fragilidades no confesadas, discordias leales, criticas honestas, ignorancias sensatas, racionalidades humildes.
Rechazo la pedantería académica, la erudición fingida, el hablar hermético, la sabiduría presumida y los preconceptos intelectuales.
Un día voy a aprender a ser una persona mayor, mientras tanto quiero aprender a vivir. Y eso me basta.
Soli Deo Gloria.