14 de julio de 2007

Valor para pensar fuera de la caja

por Ricardo Gondim

Los escritores norteamericanos Phillip Yancey, Ronald Sider, Rob Bell y Jim Wallis vienen declarando que el movimiento evangélico ya no logra responder satisfactoriamente a los desafíos de este milenio.

Es la realidad. En la Europa post-cristiana, permanece periférico; en los Estados Unidos, fue absorbido por la religión civil del “Destino Manifiesto” (que considera al país elegido y bendecido por Dios); en Latinoamérica su crecimiento numérico lo aparta del protestantismo clásico mientras se condena a volverse una religión popular sin praxis transformadora.

Considerando la obra de Thomas Kuhn sobre cambios de paradigmas, “La estructura de las revoluciones científicas”, se alcanza a percibir cómo el movimiento evangélico se vacía. Para Kuhn, un paradigma se debilita cuando se vuelve incapaz de explicar algún fenómeno científico, aunque haya servido para orientar la investigación. Los paradigmas, luego de ser desafiados convincentemente por nuevas evidencias, necesitan sufrir cambios.

En la tesis de Kuhn, mientras un paradigma se muestra eficiente, las investigaciones y los descubrimientos son graduales y acumulativos. Sin embargo, en el instante en que las innovaciones se agotan, las rupturas pasan a ser bruscas; surgen personas que se atreven a desafiar los antiguos conceptos en cuanto a la noción del progreso gradual y constante del saber en dirección a la verdad.

Mucho se ha publicado buscando un dialogo de la teología con la historiografía, psicología, física cuántica, sociología, antropología y hasta la arqueología; nuevos pensadores evangélicos se relevan criticando algunos presupuestos.

Según Kuhn, todos ellos pagarán un alto precio por esa aventura; seguirán a Galileo, que casi murió cuando descubrió que Júpiter tenía lunas. Por derribar la astronomía ptolemaica desacreditó también la teología que creía en un universo geocéntrico. La iglesia defendió sus dogmas y Galileo, para salvar el pellejo, tuvo que retractarse.

Los evangélicos intentan responder a la actual crisis de varias maneras.

Con la respuesta piadosa. Resuenan los llamados acerca de que los creyentes necesitan volver a orar. Leí en la pizarra de anuncios de una iglesia una convocatoria para que los creyentes entraran en un “maratón” de oración. El pastor quería promover un avivamiento espiritual colocando a la congregación de rodillas.

Es válido preguntarse si es necesaria más intercesión o si ya es hora de repensar el contenido de las oraciones. Conviví entre pentecostales por años y puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que multiplicar los “círculos de oración” no va a resolver el problema.

Con la respuesta legalista. Avivados acusan, señalando con el dedo, que “el mundo entró en la iglesia”. Algunos creen que conseguirán anular la decadencia ética proponiendo que “endurezcamos” los usos y costumbres.

Los jóvenes, principalmente, deberían arrepentirse del estilo de vida “carnal” que adoptaron. Ellos olvidan que el legalismo no tiene ningún valor contra la sensualidad y que imponer tantas exigencias termina generando más hipocresía.

Con la respuesta ortodoxa. Ya escuché a líderes evangélicos afirmar que necesitamos una nueva Reforma. Algunos buscan reavivar liturgias y paramentos de hace trescientos años. Los evangélicos realmente se distanciaron de varias doctrinas del protestantismo del siglo XVI.

No obstante, sería iluso pensar que un nuevo Lutero rescatará al movimiento. En un mundo globalizado, con tanta complejidad cultural, una nueva Reforma, semejante a aquella, jamás se repetirá.

Con la respuesta organizacional. Principalmente los norteamericanos intentan mantener sus iglesias a través de la administración eclesiástica. Ellos creen que la fe volverá a ser relevante con una liturgia más “amigable”, con un mensaje contemporáneo, con buenos estacionamientos y creando redes ministeriales.

Delante de la crisis, creo que es necesario hacer una nueva “tarea para el hogar”; admitir que urge comenzar a pensar fuera de la antigua caja y tener el valor para enfrentar nuevos desafíos.

Para esa tarea propongo que la Gracia vuelva a ser la piedra principal de la espiritualidad cristiana y que el ejercicio teológico lleve, hasta las ultimas consecuencias, el amor gratuito de Dios; que se enfatice que Él no hace acepción de personas; que se revierta la tendencia de transformas las iglesias en “Bingos”, donde muchos buscan el milagro y pocos reciben bendición.

Por último, es necesario aprender a pensar globalmente. No es posible continuar apostando que Dios prospera a los creyentes que gustan de la superficialidad y desprecian a los miserables de los campos de refugiados africanos y de las periferias urbanas brasileñas.

Junto con el debilitamiento de un paradigma existe tanto el desafío a salir del cuadrado y dar un salto cualitativo, como la posibilidad de condenarnos al anacronismo. La decisión está en nuestras manos.

Soli Deo Gloria.