18 de diciembre de 2006

La fuerza de la fe

por Ricardo Gondim

Durante la Segunda Guerra Mundial, en Alemania, algunos pobres y perseguidos políticos se refugiaron en un sótano oscuro y frío. Cuando las tropas del ejército aliado libertaron Europa, se encontró inscripto en una de las paredes de aquel triste refugio lo siguiente:

“Creo en el sol, aunque él no brille
Creo en Dios, aunque él esté en silencio.
Creo en el amor, aunque él esté oculto”

Las fuerzas que viven en el corazón de las personas son fascinantes. Están la fuerza de voluntad y el poder del pensamiento positivo. Las palabras también viven. Sin embargo, la más poderosa de todas nuestras energías es la fe. Ella es un don que viene del Eterno para nosotros. Con la fe, el espíritu triunfa sobre la materia. La fe exalta lo eterno sobre lo temporal. La fe revela que Dios pone un punto final, donde había un punto de interrogación. La fe se burla de la duda, permanece sorda al grito del desespero, y ciega para la imposibilidad.

Cuando tenemos fe, creemos en el carácter de Dios. Cuando ella se manifiesta obramos semejantes al hombre que, en un incendio, se lanza sin ver absolutamente nada sino la voz del bombero que le orienta al salto. El creyente es el ciego, dirigido sin saber qué está al frente; él nada tiene sino el cariño de quien lo guía.

La fe hace que cada uno se comporte como la madre que entrega a su hijo en las manos del hábil cirujano. Su única garantía es que el médico se comportará con profesionalidad. Fe es una apuesta a que Dios no desistirá de nosotros en el futuro; y nuestra única certeza es su palabra: él nos quiere bien.

Jesús declaró a un hombre ansioso y decepcionado con la vida: “Si crees verás la gloria de Dios”. Creo sin saber, creo sin ver; creo más allá de mi razón. En mi leve intuición, percibo que su gloria puede ser traducida como esperanza, paz o descanso.

Soli Deo Gloria.