18 de diciembre de 2006

Sin sentido

por Ricardo Gondim

¡Jesús dijo cada cosa! ¿Será que él no percibía que nosotros no aceptaríamos, así, sin más ni menos, algunas de sus afirmaciones? Una y otra vez, encuentro Lucas 17:33 sin sentido: “El que procure conservar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará”.

¿Por qué Jesús soltó frases complicadas como ésta? Ahora bien, el instinto más primitivo de los animales, responsable de la supervivencia de la raza humana, se llama conservación. Fuimos programados para “conservar la vida”. Delante de cualquier amenaza, instintivamente nuestro organismo eyecta adrenalina a la corriente sanguínea, los vasos se contraen, el corazón acelera y los músculos se tensan; hasta los sedentarios saltan como gacelas cuando huyen de los leopardos.

Este texto de los Evangelios sólo se vuelve comprensible si recordamos que Jesús propuso otra manera de vivir – también llamada Reino de Dios –. Él sabía que toda religión enseña que debemos querer salvar nuestra vida, no sólo aquí y ahora, sino eternamente. Pero su Reino era diferente, ahí el contrapunto.

Mario Quintana escribió un relato con seis pequeños párrafos, cuando algunos de sus familiares deseaban que algo no sucediera a una persona querida. La situación debía ser dramática, pues uno de ellos murmuró “¡Ah! si pudiésemos rezar sin fe…”

Quintana se preocupó con aquel desahogo:

“Tal vez fuese un principio de fe. No se, pero por otra parte, ¿quién sabe si una oración sin fe no tendría más valor? Imagina un San Francisco de Asís que fuese ateo… ¿No sería más santo? Hacer el bien en la Tierra sin acreditarlo en el Cielo. Eso me hace recordar una cosa que me pasó hace mucho tiempo y de la cual tomé nota para usar oportunamente: “Preocuparse de la salvación de la propia alma es indigno de un verdadero gentleman”.

Me llevó años percibir que el movimiento evangélico salvacionista contradice al Nazareno cuando fundamenta su proselitismo en la pregunta: “¿Tienes certeza de tu salvación?”

Los verdaderos salvos no se molestan si están seguros. Ellos viven completamente desatentos si “se van para el cielo”. En Mateo 25, el Pastor separa las ovejas de las cabras y, curiosamente, los salvos ni saben de su condición de “su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”.

Jesús le llamó bendito de mi Padre a quien alimentó exiliados en los campos de refugiados africanos, quien cabó pozos en la semi-árida geografía brasileña, quien acogió a los extranjeros que huían por la frontera de Texas, quien vistió a los parias indios, quien cuidó de niños con sida en Tailandia y quien defendió encarcelados de prisiones clandestinas.

¡Mejor aún! Todos se asustaron cuando se vieron tratados con tanta deferencia – “Señor, ¿cuándo te vimos en esa situaciones?” Los verdaderos santos viven despreocupados y no gastan energías conjeturando “como ganar el Paraíso”.

Lo que Jesús dijo hace sentido: “El que procure conservar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.”

Felicitaciones a Quintana, el poeta gaucho que dio en el blanco: “Preocuparse con la salvación de la propia alma es indigno de un verdadero gentleman

Soli Deo Gloria.