Futuro Sombrío
por Ricardo Gondim
En el umbral de un nuevo año, es bueno reflexionar hacia donde vamos. El futuro vendrá como resultado de las elecciones presentes. No sirve hacer votos por un año lleno de paz y prosperidad si insistiremos en los errores que produjeron los desastres actuales.
En caso que no sucedan cambios radicales en las políticas de gobierno de toda la comunidad internacional, el medio ambiente se deteriorará. No es necesario conocimiento científico para percibir que el derretimiento de los polos, fruto del calentamiento global, devastará al mundo en cortísimo plazo. Si la industria no cambia a nuevas fuentes energéticas, que no contaminen tanto como la quema de petróleo, pronto ciudades costeras serán inundadas por los mares. Brasil se volvió uno de los mayores países contaminantes del planeta con la quema del Amazonas. Nuestro crimen ambiental es doblemente calificado, pues más allá de diezmar la más rica biodiversidad, compromete la salud de más de seis billones de almas. La conciencia ecológica debe volverse un tema recurrente en los sermones. Las iglesias deberían marchar por la preservación de la vida animal y vegetal, y llegar a debatir mejor sobre ecología, viendo su importancia junto con la teología.
El abismo entre las naciones ricas y pobres crecerá. El actual orden económico del mundo no contribuye al desarrollo de los países del tercer y cuarto mundo. Debido a las relaciones comerciales proteccionistas de los poderosos y a la ventaja desproporcionada que lleva a negociar tecnología por productos agrícolas, los bolsones de miseria de África, Asia y Latinoamérica no se acabarán. El resultado de esa macro injusticia social producirá oleadas migratorias con gran rechazo de los ricos, que cerrarán sus fronteras a los menos favorecidos. Recrudecerá el odio racial proporcionando un clima perfecto para radicalismos religiosos y étnicos. Si las multinacionales financieras, industriales y tecnológicas, tuviesen un poco más de alma, habría clima para proponer un perdón para las deudas externas de los países más pobres, estancando la sangría de dinero de los más miserables para los grandes bancos -muchas, producidas por regímenes dictatoriales, como la brasileña-.
Las metrópolis continuarán creciendo sin lograr dar calidad de vida a sus habitantes. El número de ciudades con más de un millón de habitantes se duplicará en pocos años generando demandas altísimas de agua potable, energía eléctrica, alimentos, cloacas y reciclado de basura. Para vivir en centros tan grandes, las familias vivirán con baja calidad de vida, peligrosa, e impersonalmente. Aumentará el control estatal sobre la vida de las personas, con cámaras fiscalizando cada pequeño delito de los ciudadanos y multando cada infracción de tránsito. La vida urbana encarecerá con una carga tributaria pesadísima.
Con todos los avances tecnológicos como el teléfono celular, Internet y jets, las personas continuarán sin tiempo. Las crecientes demandas por eficiencia y la competitividad del mercado de trabajo exigirán largas horas de trabajo con poco de sobra para el ocio y para profundizar relaciones humanas. Los casamientos durarán menos, se multiplicarán los divorcios. Eso producirá niños menos equilibrados emocionalmente y menos dispuestos a abrirse a los riesgos de amar. La pornografía seducirá, pues las personas buscarán satisfacerse sexualmente sin precisar exponerse al próximo.
El mundo está muy enfermo y se presta a entrar en estado terminal. Nunca se precisó tanto de la unión de todos. Necesitamos despedirnos de nuestros orgullos nacionalistas, nuestros preconceptos ideológicos, nuestros miedos religiosos, y trabajar para entregar un mundo mejor a la próxima generación.
Los mensajes que se escuchan desde los pulpitos continúan exageradamente espiritualizados, transfiriendo a lo sobrenatural decisiones humanas. Las expectativas generadas por la relación de los creyentes con Dios son ensimismadas y burguesas. La comunidad evangélica brasilera no puede enterrar la cabeza delante de la urgencia de la hora presente. El nuevo año está cerca y una vez más necesitamos actuar como astros y luceros en medio de una generación corrupta y perversa.
Soli Deo Gloria.