10 de enero de 2007

Sobre Maktub, Jonás y nuestro papel en la historia

por Ricardo Gondim

Huyo de entrar en controversias mínimas con quien sólo sabe dialogar con piedras en la mano. No tengo más tiempo para perder en debates interminables con quien tiene certezas concluyentes.

Entiendo la delicadeza de algunos asuntos, y como suscitan reacciones emotivas. Debido a nuestro respeto por Dios y a nuestro pavor de ser sepultados en la fosa común de los herejes, evitamos asuntos más delicados y complejos como: el futuro, la eternidad, la casualidad y, principalmente, el ser de Dios.

Sin embargo, hay inquietudes que pesan en mi corazón y por ellas sufro una persecución implacable.

Insisto una vez más: no estoy en crisis, no ando depresivo, no ando intentando ajustar la Biblia a alguna circunstancia sin resolver de mi alma. Sucede lo contrario, estoy más que entusiasmado con Dios; los movimientos de mi espíritu me impulsan a releer la Biblia para profundizar en la vida de Jesús. Tengo sed de amar al Señor de mi vida. Quiero ofrendar mis pocos días de vida para su gloria.

De esta manera, últimamente busco leer las Escrituras en una perspectiva menos moderna, sin valerme tanto de los métodos “científicos” del conocimiento de la verdad. Intento recordarme a mi mismo que la mayor parte del Libro Sagrado fue escrito por semitas.

Anhelo familiarizarme con la mente de Jesucristo – que era judío. Me pregunto constantemente “¿Cómo entendía Jesús la historia y cómo él encaraba la interacción de Dios con los hombres?”

Uno de los puntos que llaman mi atención es la manera en como Dios se valió de antropomorfismos para revelarse – veo que no hay otra manera de conocerlo. Creció, por lo tanto, mi percepción del valor de los antropomorfismos en el entendimiento de la Biblia.

Obviamente, hay que considerar al texto que habla sobre el “dedo de Dios” como una metáfora que comunica una intervención, no el hecho concreto que él posea mano y dedos. Moisés observó que había un “dedo de Dios” en las plagas de Egipto para demostrar que aquellos fenómenos no sucedían por casualidad. Dios es espíritu, no tiene cuerpo. Lógicamente, esas metáforas bíblicas no son más que figuras del lenguaje que nos auxilian en la comprensión del Eterno.

No obstante, sería desastroso tratar las revelaciones sobre el carácter o los comportamientos relacionales de Dios como antropomorfismos sin mucho valor. Hay que tomar en serio las expresiones bíblicas de que Dios es Padre. Si disminuimos las afirmaciones de esa naturaleza, toda la Biblia queda bajo sospecha. Así que, sentimientos, decisiones, actitudes divinas, no pueden perder la fuerza de lo que intentan transmitir, ni pueden ser menospreciadas como simples figuras de lenguaje.

Considero que la revelación bíblica sobre el comportamiento divino está por encima de la interpretación teológica. Lo que algunos teólogos afirmaron sobre Dios no es absoluto (lo que digo aquí, de la misma manera, jamás conseguiría agotar la verdad). De esta manera, y aun corriendo el riesgo de exponerme una vez mas, siento que debo reflexionar sobre las recientes controversias que se difundieron a partir de algunas propuestas teológicas mías.

He sugerido que Dios, Jehová, Padre de Jesucristo, cambia de idea, tiene sentimientos, no determinó exhaustivamente el futuro y lo considera como aún no existente como hecho concreto. Vengo proponiendo que la Biblia trata al futuro como una posibilidad; el futuro no es algo que ya aconteció.

No quiero probar este concepto con una centena de versículos; no es así que intento hacer teología. Me interesa afirmar que la revelación judaica y, posteriormente, la cristiana, tiene argumentos de sobra para no tratar la historia con las mismas categorías de la tragedia griega – que seguía rumbos inexorables. Conviene recordar que Edipo no pudo huir de su destino, por más que lo intentara, mientras tanto que el Hijo de Dios nos llama y envía para liberar a las personas de un futuro de horror que se pueda dibujar en el futuro. Y esa promesa de cambio de pronóstico no es válida solamente para individuos, también es valida para las naciones en diferentes generaciones.

Mujeres y hombres cooperan con Dios en la realización de la historia. Lo imponderable, lo más intrigante, está contenido en una premisa que produce otras preguntas: “¿Si Dios creó al mundo, El creó la humanidad, por qué, entonces, permite que la raza humana destruya el mundo? ¿De donde viene el desorden social? ¿Ello es tolerado por Dios por algún motivo que nosotros desconocemos?”.

El rabino Jonathan Sacks, autor de “Una letra de la Torá” (A letter in the Scroll. New York. The Free Press, 2000) afirma:

“Desde tiempos inmemoriales hasta el presente, siempre fueron dos las maneras de ver el mundo. La primera predica que Dios no existe, y que todo no es más que un conflicto constante entre la casualidad y la necesidad. La casualidad produce las mutaciones, y la necesidad le confiere la victoria al más fuerte. Bajo esta perspectiva, la evolución del universo se da de forma ciega e inexorable. No hay justicia o juez; no hay cuestionamientos. Podemos saber el como, pero nunca el por qué de las cosas…”

“La segunda manera, afirma que Dios existe y que Él es el Creador. Todo sucede porque Él así lo desea. La injusticia es, por lo tanto, una ilusión. Tal vez el propio mundo sea una ilusión. Cuando el inocente sufre, es para que aprenda a buscar la fe en el sufrimiento, la obediencia en el castigo, la serenidad en la aceptación y la fuerza del espíritu en el tomento físico. El mal es un disfraz que encubre al bien. La pregunta original procede y siempre tiene una respuesta: Si nosotros pudiésemos entender los designios de Dios, sabríamos que el mundo es como es porque, si fuera diferente, seria un lugar menos satisfactorio”.

La religión de Abraham parte del rechazo en aceptar cualquiera de las dos visiones. Ambas contienen una verdad, pero entre ella se constata una contradicción. La primera acepta la realidad del mal y la segunda, la realidad de Dios. La primera decreta que la existencia del mal implica la inexistencia de Dios. La segunda afirma precisamente lo opuesto.

“… el judaísmo [ídem, para el cristianismo] no comienza con una admiración ilimitada por el mundo y por todo lo que en el existe, pero sí con una protesta vehemente – porque el mundo no es como debería ser. En este clamor de sagrado descontento, comienza la jornada de Abraham. En el meollo de la realidad vive la contradicción entre el orden y el caos – el orden de la Creación y el caos que nosotros creamos”.
Jonás, el clásico de la literatura judaica, demuestra que no existen patrones de acero guiando el futuro. Por el contrario, el porvenir es considerado, en la cosmovisión judía, una construcción de compañeros – Dios y la humanidad.
“Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse. Así que oró al Señor de esta manera: ¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo!” Jonás 4:1-3.
En el texto anterior, Dios cambió de idea exactamente por valorar las acciones del profeta y por respetar el arrepentimiento del pueblo. Su cambio no significó debilidad, Él nada más obró misericordiosamente – un antropomorfismo que debe ser respetado. Añado: misericordia es un atributo moral que sólo existe cuando existe cambio en el misericordioso y no en la persona que fue objeto de ella.

No hubo ambigüedad alguna en el anuncio de la inminente destrucción de Nínive. Los contenidos del mensaje del profeta no eran falsos. Dios iba, con seguridad, a destruir aquel pueblo, sin embargo cambió su decisión delante del arrepentimiento de la ciudad.

No estoy de acuerdo con argumentos del tipo: “Dios sabía que el pueblo iba a arrepentirse, mientras tanto, ordenó que el profeta anunciara el aniquilamiento de la ciudad en pocos días, porque así, conseguiría cambiar el corazón del pueblo”. ¿Será que Dios actuaría de esa manera? Propongo que no se puede aceptar esa incoherencia. Dios nunca enviaría a su profeta a mentir, predicando que la ciudad sería arrasada, cuando en verdad el propio Dios sabía, de antemano, que no haría aquello. Dios es luz y jamás engañaría a sus hijos, no existe ambivalencia en su ser.

Yo creo que Dios garantiza el cumplimiento de la historia, aun abriendo mano de controlar todas sus variables – presupongo que la libertad humana es real. El sentido común de varios teólogos niega esa afirmación, pero yo creo que si llevamos sus premisas hasta las últimas consecuencias, desembocaremos en el fatalismo – aunque piadosamente le llamemos de “sumisión a Dios”.

Si la historia ya estuviese concluida, los actos humanos no influencian el curso previamente determinado por la divinidad. Si todo está escrito, nada de lo que se hace altera lo que ya es. Si Dios contempla el futuro como una realidad ya concretada, no hay como huir de él.

Vale la pena leer un poco de lo que la misionera Braulia Ribeiro escribió sobre el asunto:
“La teología de la predeterminación está en el corazón de la cultura occidental, desde Filo y Agustín; también está en el corazón de las sociedades islámicas fundamentalistas, absolutas y totalitarias: ‘Maktub’ – está escrito. ¿Será Dios el mismo Alá?”

Pero, ¿y si fuese diferente? ¿Si, en vez de teologizarnos y filosofarnos, creyéramos puramente en la Biblia? Ella dice que Dios se arrepintió de haber hecho al hombre (Gen. 6:6). Al descubrir que el ser libre que había creado escogió negarle el amor y aun afrontarlo con una impiedad más allá de todo límite, Él sufrió. Sufrió tanto como un hombre que, habiendo sacado a una mujer de la más sucia ciénaga moral, adicta, sucia, prostituida, se casa con ella, tiene hijos, constituye una familia. Un día ese hombre llega a casa y no ve a su esposa. Ella volvió a la calle. Prefirió la ciénaga, las drogas, el sufrimiento degradante. El marido ahora sufre, no por si mismo, sino por el destino que su amada escogió y que la hará sufrir. Esa es la metáfora propuesta por Dios para habar de su amor por el pueblo de Israel, en el libro de Oseas. Algunos teólogos que me disculpen, pero esta no es la imagen de un Dios-Alá indiferente y soberano sobre la voluntad humana.

Todos estos, más allá de otros innumerables pasajes literarios y metafóricos de la Biblia, pierden el sentido si el futuro estuviese preparado, si el libre albedrío humano no fuera real, sino un artificio divino para darnos, apenas, la impresión de libertad. La Biblia pasa a ser un libro sobre la gran matrix ilusoria de Dios, y no el libro destinado a corrernos el velo sobre la verdad del amor de un Dios que espera para ser amado, que nos pide escoger “la bendición en vez de la maldición”.
Por lo tanto, no cuestiono la omnisciencia divina, sino el futuro. Para mí, el mañana aún no sucedió y puede ser cambiado. He aquí el motivo por el cual oro, anuncio el Evangelio e intento sembrar actos de justicia. A eso le llamo Esperanza.

Soli Deo Gloria.