Menos lucidez y más vida
por Ricardo Gondim
Soy del tiempo en que las denominaciones sentían la necesidad de publicar en sus revistas algunas verdades fundamentales en forma de credo; pues temían perder su identidad evangélica.
Siempre encaré aquellas listas con una pizca de sospecha, por encontrar que la fe cristiana no puede ser resumida a una pequeña columna de revista o periódico. Tampoco me sentía bien con el esfuerzo de intentar restringir las enseñanzas de Jesús a unos pocos conceptos teológicos.
Debe haber nacido de aquella antigua incomodidad, mi creciente desdén por una espiritualidad racional y dogmática. Ya no tolero que se repitan verdades fríamente pescadas de libros; no admiro a quien se especializó en pormenores bíblicos.
No creo que el Evangelio de Jesús carezca de más detallismo técnico; o que los creyentes, abastecidos de miles de comentarios bíblicos, maduran por saber particularizar minuciosamente el texto sagrado.
Necesitamos menos lucidez teológica y más vida verdadera.
El barco evangélico hace agua con los sucesivos escandales éticos; la sociedad se escandaliza con los sótanos de poder religioso neo-pentecostal; el brazo de la ley se extiende en la dirección de autoproclamados apóstoles que, “pesados, y hallados faltos”, necesitan esconderse.
Ansío otra iglesia, pues a semejanza de la generación que salio de Egipto, siento que esta ya no cumplirá el propósito de Dios.
Ansío ver emerger una nueva comunidad cristiana sin ufanismos. Deseo ser testigo de creyentes viviendo de forma sencilla, procurando vestir los desnudos, visitando los enfermos, alimentando los hambrientos y anunciando a los pobres que llegó el Reino de Dios. Espero por el día en que las afirmaciones mercadológicas que prometen “explosión de milagros” se volverán ridículas.
Ansió una espiritualidad con menos espectáculo. Deseo que el culto pierda el glamour de show y que no necesitemos de reflectores con producciones estrafalarias para adorar a Jesús de Nazaret. El cristianismo no necesita que sus pastores sean artistas y sus adoradores, estrellas del entretenimiento. Jesús inicio su ministerio con pescadores y amas de casa. Mientras más bien producidos comercialmente se vuelvan nuestros cultos, más distantes nos encontraremos de las raíces judías de nuestra fe.
Ansío una espiritualidad comunitaria. Deseo que nuestras iglesias dejen de ser mostradores de servicios religiosos y vuelvan a ser espacios de relaciones verdaderas. Los creyentes no pueden seguir siendo tratados como clientes, ni las iglesias como meras proveedoras de ayuda espiritual. La fe cristiana no se fundamenta en funcionalidad, sino en intimidad. Pastores y líderes deben parar de enseñar técnicas de cómo conseguir bendiciones y pasar a hablar del amor de Dios.
Ansío comportamientos menos infantiles en los creyentes. La mayoría quiere relacionarse con Dios con el objetivo de sacar ventaja en la vida. Jóvenes y jovencitas quieren ingresar a la universidad a través de la oración; ambicionan escalar en sus empleos reivindicando promesas de que “son cabeza y no cola”; encuentran que anulando maldiciones, conquistarán grandes éxitos. Necesitamos cristianos que supliquen menos el favor divino, mas que se dispongan como cooperadores de Dios. Necesitamos menos plegarias por consuelo y más búsqueda del Espíritu para que nos transformemos en respuesta de oración.
Ansío por el retorno de la Biblia como regla de fe y práctica. Basta de clichés, frases de efecto y de lugares comunes. No, no necesitamos que eruditos cuiden de nuestros cultos, suficiente con que predicadores íntegros se derramen con verdad a través de sus sermones. Escucho continuos reclamos de personas que se sintieron agredidas con reflexiones superficiales de la Biblia. Por lo tanto, que vuelvan los tribunos que hablan con autoridad.
Ansío una fe menos idealista. Los evangélicos necesitan parar de “dorar la píldora” existencial. Los cristianos también sufren, también son maltratados en dispensarios pobres y también necesitan esperar en largas filas para matricular a sus hijos en las escuelas públicas. Vivimos en una realidad perversa y no podemos prometer, irresponsablemente, que los evangélicos serán protegidos en caparazones.
Ansío un genuino avivamiento cristiano en mi generación. Y que él venga con nuevos paradigmas, nuevos presupuestos y nuevas actitudes. Necesitamos de menos claridad racional y más gente reflejando la vida de Cristo. No basta la repetición de palabras y credos; el mundo necesita ser testigo de nuestras buenas obras para glorificar al Padre que está en los cielos.
Soli Deo Gloria.