24 de enero de 2007

Inquietudes inmediatas

por Ricardo Gondim

Recientemente participé de un encuentro de teólogos, aunque yo no lo sea. Allí hice picadillo a la llamada iglesia evangélica brasileña con sus disparates teológicos y éticos, otros me acompañaron, igualmente indignados. Denunciamos las agendas frustradas de las iglesias neopentecostales. Uno de los participantes llegó a pensar en convocar a un Concilio para definir cuál es el genuino movimiento evangélico, heredero de la Reforma. Bramé más que todos contra el tumor de los neopentecostales.

Regresé a casa y comencé a sentirme un verdadero fariseo. De aquellos que se indignan con una tilde y una coma de la ley que fue quebrantada, pero que hace enormes concesiones en lo esencial.

Me inquieté por haber predicado en ambientes en que sería incómodo hablar en contra de la injusticia social que condena a millones de personas a vivir en una miseria vergonzosa. Y para no perturbar, discurrí sobre asuntos esterilizados, insípidos y que no perturban la complacencia burguesa.

Confieso que continúo callado delante de los grandes debates y no me comprometo con las causas humanas. Es allí cuando me confronto a mi mismo: ¿Será que me adecué al sistema y encuentro que ya no puedo, y no quiero, revolver el avispero? ¿Me siento cómodo? Comienzo a pensar que esas comodidades éticas no son sólo un desvió de mi propia vida, sino del contexto religioso en que vivo. Convivo con una religión rápida y ágil para denunciar lo que es de menor importancia, elástica y lenta para detectar lo que es inconveniente y siempre silenciosa para el profetismo real y genuino. Creo que ni siquiera conocemos el verdadero carácter del oficio profético. La camisa de fuerza de la teología sistemática no me deja ser creativo, las cataratas espirituales del dogmatismo secular oscurecen mi visión y la persecución del gueto me amenaza cuando quiero pensar con libertad.

La pandilla de la teología ortodoxa se indigna con las aberraciones neopentecostales, pero no escucho de ellos una sola denuncia contra el nacionalismo evangélico norteamericano que bendijo una de las mayores mentiras de la humanidad (¿dónde estaban las armas de destrucción masiva de Irak?), como mató mucha gente inocente, meros efectos colaterales de una guerra sin propósito. No se escucha nada, sólo un silencio dubitativo.

Participo de un medio que denuncia a Benny Hinn y a Kenneth Hagin, pero se calla frente al fundamentalismo de derecha del status quo evangélico; tememos confrontar el patio de los famosos como Franklin Graham, Pat Robertson, John McArthur, Chuck Colson, etc. Cuando los militares dominaron la escena política brasileña, hicimos un acuerdo tácito con ellos. Ellos nos dejaban predicar, realizar nuestras campañas evangelísticas, y nosotros los dejábamos en paz, torturando en los sótanos y enriqueciendo a las elites. ¿Por qué yo tengo dificultades en sentarme en la mesa de los neopentecostales y no tengo escrúpulos en participar de la rueda de los ricos pastores del primer mundo, que bajo el manto de conservadurismo teológico, empujan la agenda de la derecha conservadora americana? Ellos ciertamente leen del manual de instrucciones de Bush. La Mayoría Moral batalla contra el aborto, contra los homosexuales, pero defiende la pena de muerte y apoya el discurso de la Asociación Nacional del Rifle, una de las más anacrónicas entidades que defiende el uso de armas.

¿Será que nos vemos como guardianes de la inerrancia, vigilantes de la ortodoxia apostólica, y sin embargo perpetuadores de una religiosidad cada vez más desconectada del mundo real; cada vez más insípida?

La gran verdad es que nosotros los evangélicos, continuamos especializándonos en lo irrelevante. Nuestra agenda no tiene la menor bifurcación hacia la lucha contra el preconcepto racial o de género. No revertimos la suerte de millones de niños que viven en las fétidas periferias de las metrópolis brasileñas. Sin embargo, convocamos más forums para discutir nuestra identidad evangélica, e indignados con aquellos que difieren de nuestra cartilla teológica, bramamos con nuestro furor farisaico.

Creo que hay enormes defectos genéticos en nuestra identidad; la cultura que nos formó venia con anomalías. Nuestra cosmovisión nació de una aberración de la naturaleza espiritual: religión sin alma. Acabo concluyendo: Enfermaron mi alma, y no me doy cuenta siquiera que enfermedad sufro…

Soli Deo Gloria