12 de enero de 2007

Dueños del mundo

por Ricardo Gondim

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”.

Algunas virtudes son hijas bastardas. Nadie les da mucha bola, permitiendo que se enmohezcan en el rol de las verdades que no se conectan con la vida normal. Son consideradas prácticas reservadas a los monasterios, o para quien ambiciona ser canonizado.

¿A quién, en el mundo actual, le gustaría ser manso? ¿Esa virtud que suena como debilidad, falta de consistencia o servilismo?

Los muy machos no desean ser mansos porque evitan parecer afeminados. Las mujeres no toleran la sugerencia de ser mansas porque sospechan que existe por detrás de tal propuesta, una ideología para reforzar la secular dominación patriarcal sobre ellas.

Es necesario desmitificar lo que es la mansedumbre. La raíz de la palabra describe nada más que a una persona simple, humilde o gentil.

Manso es quien no conquista nada por la violencia y que, en sus proyectos personales, se muestra cuidadoso con el prójimo.

Las mayores amenazas a nuestra humanidad están ligadas al poder y sus seducciones. El poder nos vuelve arrogantes, fríos, duros e inclementes. Solamente la fragilidad nos vuelve dóciles, amables y con facilidad para relacionarnos.

Nos volvemos raquíticos cuando ambicionamos el poder y nos fortalecernos cuando elegimos la sencillez.

Los mansos son maleables, educables y permiten la maduración, en cuanto la rigidez del poderoso lo infantiliza. El simple pide: “Habla, que yo quiero crecer”. El soberbio afirma: “No necesito aprender nada”.

La altivez genera alejamientos, mientras que la humildad nos capacita para convivir con el prójimo. La soberbia nos impide aceptar que nuestro prójimo nos corrija. Así es que nos estancamos y nunca maduramos.

Cuando crecemos en mansedumbre, aprendemos el contentamiento. Innumerables tristezas nacen de la frustración de saber que no poseemos el control de nuestro futuro; angustiados, somos arreados, percibiendo que nuestra felicidad fluctúa de acuerdo con las mareas circunstanciales.

Sólo los mansos abren mano de sus falsas omnipotencias.
Sólo los mansos aprenderán a navegar modestamente por la existencia.
Sólo los mansos están dispuestos a perder la vida.
Sólo los mansos heredarán la tierra.

Soli Deo Gloria.