18 de enero de 2007

Nunca importó tanto ser sal

por Ricardo Gondim

“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee”. Mateo 5.13.

Vivía en Estados Unidos y cursaba el Instituto Bíblico, preparándome para el ministerio pastoral. Semanalmente salíamos anunciando el mensaje del Evangelio en lugares donde normalmente no se esperaba la presencia de cristianos. Entrábamos en clubes nocturnos, bares mal iluminados y en los sucios callejones de las ciudades americanas. En una de esas incursiones al submundo, me encontré con un joven que había optado por vivir en la calle. Sucio, con la mirada distante y sin ninguna sonrisa en los labios, aceptó conversar conmigo.

Me senté a su lado, en la misma acera, y le hablé de Cristo y de mi experiencia de conversión. Durante mi conversación, su expresión facial no cambió, ya estaba acostumbrado al discurso religioso americano. Decidí cambiar de tema. Le pregunté que había estudiado. Se había graduado en ciencias políticas por una renombrada universidad. “Opté por un estilo de vida alternativo, pues detesto el consumismo americano”, añadió.

De repente, mirándome directamente a los ojos, me preguntó: “¿Tú, ya te soñaste volando como una mariposa?”. Le afirmé que sí, ya me había soñado volando, pero no estaba seguro si como una mariposa. Aun sin entusiasmo en su hablar, continuó: “¿Quién garantiza que no somos mariposas soñando que somos hombres?”. No había como responderlo.

En aquel día entendí que la modernidad vivía sus últimos momentos. Allí estaba un estudiante universitario que había abandonado todas sus promesas de civilización occidental y que también había abandonado sus métodos racionales. La posmodernidad, que es el tiempo histórico en el que vivimos, no se limita al conocimiento científico. La verdad es hoy totalmente irrelevante. Las personas están dispuestas a aceptar cualquier culto, secta, ideología. Todo vale en el mercado de las ideas posmodernas.

Cuando predicamos el evangelio en los tiempos actuales, no enfrentamos más los típicos rechazos del siglo pasado. No se pregunta más: “¿la Biblia es confiable? ¿es verdadera? ¿Jesús realmente existió? ¿el Cristo descrito en las páginas del Nuevo Testamento es el mismo que sus contemporáneos conocieron?”.

Lo que les interesa a las personas se llama credibilidad. Preguntan si: “¿hay coherencia entre lo que tu me dices y lo que vives? ¿tus principios se concretan en la vida y en las acciones?”. El mundo está abierto a un mensaje que posea testimonio. Por lo tanto, antes que tú te entusiasmes en ganar al mundo, procura saber si estás consiguiendo vivir lo que deseas anunciar. Antes de que la iglesia proponga cambios a la sociedad, debe mirar hacia adentro y responder honestamente si logra ser sal de la tierra. Nuestro desafío no es apologético, sino testimonial. Hoy, más que nunca, sal sin sabor, recibirá enormes pisadas humanas.

Soli Deo Gloria.