28 de febrero de 2007

¿Cómo es el amor de Dios?

por Ricardo Gondim

Se hace mucha gimnasia con la Biblia. Se usan versículos para todo; al mismo tiempo, sirven para bendecir la guerra como para sembrar la paz; para validar los mecanismos opresores que perpetúan la pobreza como para infundir la revolución de los excluidos.

Uno de los textos más usados, celebrados y repetidos de la Biblia es el capitulo 13 de la primera epístola que el apóstol Pablo escribió a los Corintios. Quizás ese capítulo sea tan celebrado por tratar un asunto emocionante: el amor.

Ya lo escuché una infinidad de veces en los casamientos y se que diferentes artistas lo han musicalizado. Algunos profesores lo usaron durante las clases en que buscaban instruirme sobre como amar.

Generalmente, se usan los tres primeros versículos para explicar que el amor es mucho más noble que los dogmas, los carismas y los desempeños religiosos.

“Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso”.
Entre los versículos del 4 al 7, Pablo describe algunos atributos del amor. La nobleza de la descripción nos humilla en nuestra arrogancia de decir que sabemos amar.
“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
¡Lindo! Repetimos a coro. Sucede que esta lista no es apenas una receta para enseñarnos a amar, también indica la manera en como Dios nos ama.

Intentemos acompañar el pensamiento de Pablo proyectándolo en Dios. Si Dios es amor y el amor todo lo sufre – él padece; si Dios es amor y el amor todo lo cree – existimos, porque él todavía apuesta en nosotros; si Dios es amor y el amor todo lo espera – él aguarda pacientemente por nosotros; si Dios es amor y el amor todo lo soporta – el sufrimiento que se universalizó, produce un dolor incalculable en su corazón.

Infelizmente la cristiandad occidental prefirió focalizar su atención en la omnipotencia divina. Si acaso se hubiese mirado con más atención a su amor, se comprendería mejor quien fue Jesús y qué vino a hacer aquí a la tierra.

Nunca tengamos miedo de decir que el amor de Dios es frágil, como frágiles son todos los genuinos amores. Recordemos que Jesús lloró sobre la impenitente Jerusalén, y que dejó ir a un joven rico que mucho amó.

¿Qué nos atrae de Cristo? Espero que no sean las descripciones de su majestad, sino de su humanidad – el Padre sólo le dio un nombre que está por encima de todo nombre porque vio que él nunca codició el poder, sino que quiso servir. Él no deseó un trono, sino una cruz.

El Dios encarnado expresó, con mansedumbre y humildad, la forma frágil y tierna en que el Padre ama a la humanidad.

Los dioses que intentan imponerse por el misterio, por la manifestación del poder y por la magia, son ídolos. Los cristianos predican a Cristo crucificado.

Soli Deo Gloria.