7 de febrero de 2007

El mal que me acecha

por Ricardo Gondim

“Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo”. (Génesis 4:7)

Tanto el mal como el bien crecen dentro de nosotros. Recuerdo la película “La lista de Schlinder”. En el argumento hay dos personajes: Oskar Schlinder y un oficial nazi. Ambos inician la película, vacilantes. Schlinder hacer el bien, pero lo hace por egoísmo; salva a los judíos para tener una mano de obra barata en su fábrica. El soldado nazi hace el mal por pura obligación militar. Pero al final de la película, Schlinder se dejó tanto invadir por el bien, que no puede parar de salvar vidas y de angustiarse por la suerte de los que seguían en las cámaras de gas. El soldado se contaminó tanto por el mal, que termina matando por placer.

Cuando Caín asesinó a Abel, Dios le dijo que, de ahora en adelante, el mal estaría a la puerta, acechando. Pues así es: cuando practicamos el mal, se vuelve cada vez más fácil, más apetitoso, más generoso. Cuando ejercitamos el bien, se vuelve igualmente más natural. El peor daño que adviene de la maldad es que quedamos mucho más cerca de la próxima perversidad. La mayor recompensa en practicar el bien es que quedamos mucho más cerca de la próxima virtud. Después que alguien mata por primera vez, la segunda vez se vuelve menos traumática. Después que alguien ama, el próximo gesto de ternura se vuelve mucho más fácil.

Por eso, permitamos que todo lo que es digno, de buen nombre y que merezca alabanza, domine nuestros pensamientos, pues esas virtudes se propagarán en nuestro ser y el bien no requerirá mucho esfuerzo, saldrá naturalmente.

Soli Deo Gloria.