Mis incertidumbres
por Ricardo Gondim
Si expongo mis vísceras, escribo mi diario en público y revelo mis intimidades a desconocidos, obviamente, me vuelvo vulnerable. Se de los riesgos cuando permito que extraños caminen en el suelo sagrado de mi corazón.
Cuando sangro en plena avenida, soy acogido por viajeros considerados; sin embargo, no faltan pedradas de quien investiga en mis flaquezas las pruebas de mis fracasos.
Incluso reconociendo los peligros de desnudarme en la plaza, insisto en hacerlo. Ya no sabría escribir sin arrancar de mis entrañas la materia prima de esas mal trazadas líneas.
Por más que a los creyentes les produzca escalofríos, no temo divulgar mis incertidumbres. Cada día que pasa me siento más indeciso sobre mi mismo. Parezco ser lo que no soy, y soy lo que no parezco ser. Si me alegro con el niño que vive dentro mío y que se rehúsa a crecer, también me asusto con el viejo que me acecha desde las fotografías coloridas, queriéndome poseer.
Sí, estoy cada día más inseguro de cómo enfrentaré la muerte de mis amores. ¿Tendré el valor de enfrentar a esa enemiga cuando ella llame a la puerta de mi casa?
Mi fe no nació de certidumbres, sino de dudas. Sólo quien no logra probar, necesita creer. Se sobre lo imponderable divino por un tenue testimonio de mi corazón. El Espíritu testifica a mi espíritu, y eso parece ser suficiente. Pero, ¿cómo probarlo? Cuando recurro a los argumentos racionales, implorando que ellos corroboren verdades tan sutiles, los percibo impotentes. Reconozco la fragilidad de mi fe que solo oye lo inaudible, solo percibe lo imperceptible y solo toca lo intangible. Cuando afirmo que se, mi corazón apuesta a lo que verdaderamente nada sabe.
A veces, me siento inseguro como David cuando halló que Dios le daba la espalda, y clamó: “¿Por qué te escondes de mi?”. Súbitamente pavores invaden mi alma y huyo dentro de las cavernas como Elías. Cual Juan el Bautista vacilo en mis convicciones, y pregunto: “¿Será que verdaderamente es Él a quien yo difundí, o estaba engañado?” Admito, ya me comporté como Tomás; pedí pruebas para cimentar mi fe.
Imagino cuanta negación es necesaria para nunca tener que admitir incertidumbres; cuanta energía, para demostrar que se trascendieron las fragilidades humanas.
No envidio la garantía de los religiosos, ni codicio sus fundamentos inamovibles. Me apiado de quien vive repitiendo que nunca se debilita en sus convicciones.
Soy un hombre de fe; he ahí la razón de tanta incertidumbre.
Soli Deo Gloria.