1 de febrero de 2007

Siguiendo sus pasos

por Ricardo Gondim

“Si alguien quiere ser mi discípulo -les dijo-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga” (Marcos 8:34).

La tradición evangélico-pentecostal no valora mucho las oraciones impresas. Se cree que ellas pueden convertir la comunicación con Dios en algo mecánico y artificial. Sin embargo, la Biblia contiene varias plegarias y salmos que sólo sobrevivieron al paso del tiempo por haber sido escritas.

Contradiciendo mi herencia religiosa aprendí, hace muchos años, una oración de entrega. Ella me marcó y aún hoy me acompaña como recordatorio de lo que significa andar en los pasos de Jesucristo. A veces, mi corazón y mi ego se quieren envanecer, y mi voluntad reinar, entonces releo esa pequeña plegaria y percibo otra realidad.

La espiritualidad del nuevo milenio acompaña las tendencias del mundo. Ella es una espiritualidad vacía de significado, la cual no logra alimentar el alma. Muchos cultos evangélicos ya no ayudan a las personas a crecer en intimidad con Dios, y la búsqueda de gloria humana sucede explícitamente.

Todos los que desean parecerse a Jesús y, siguiendo sus pasos, quieren crecer en el amor de Dios, pueden repetir la misma oración:

En tus manos, oh Dios, me abandono,
modela esta arcilla, como hace con el barro el alfarero.
Dale forma y después, si así lo quieres, hazla pedazos.

Manda, ordena ¿Qué quieres que yo haga?
¿Qué quieres que yo no haga?

Elogiado y humillado, perseguido,
incomprendido y calumniado,
consolado, dolorido, inútil para todo,
sólo me queda decir a ejemplo de tu madre:
"Hágase en mí según tu Palabra".

Dame el amor por excelencia, el amor de la cruz;
no una cruz heroica
que pudiera satisfacer mi amor propio;
sino aquellas cruces humildes y vulgares
que llevo con repugnancia.
Las que encuentro cada día en la contradicción,
en el olvido, el fracaso, en los falsos juicios,
en la indiferencia, en el rechazo
y el menosprecio de los demás,
en el malestar y en la enfermedad,
en las limitaciones intelectuales
y en la aridez, en el silencio del corazón.

Solamente entonces Tú sabrás que te amo,
aunque yo mismo no lo sepa,
pero eso basta.
Amén.
Soli Deo Gloria