13 de febrero de 2007

Destino, libertad y transparencia divina

por Ricardo Gondim

No existe el destino, fatalismo – moira de la filosofía griega –. Cualquier insinuación, por más sutil que sea, que la historia ya está terminada puede generar un determinismo disfrazado de sumisión a Dios, del tipo: “lo que tenga que ser, será”.

¿Acaso accidentes, enfermedades, catástrofes naturales y procesos contra la vida pueden ser acreditados a la cuenta de la Providencia? Aunque el sentido común de la práctica religiosa afirme que sí, hay quien piensa de otra forma.

El teólogo latinoamericano Juan Luis Segundo afirmó exactamente lo contrario:

“Urge, por eso mismo, que una auténtica teología de la liberación libere a Dios de la responsabilidad directa de todo lo que sucede. Pues bien, quien desea ser un libre interlocutor de Dios, desea asumir una responsabilidad. Y sabe que eso supone un mundo imperfecto, donde el dolor – no tanto el propio, sino el ajeno – lo desafía a cada instante. Y lo desafía como la “novedad” que la casualidad coloca delante de la responsabilidad creadora. En este sentido indirecto y necesario, Dios quiso el dolor, no porque tenga algún valor propio, sino porque es la única manera de dar al hombre la dimensión creadora, irrepetible, irreversible, de su libertad y responsabilidad. El universo entero – y Dios con él – sufre hasta que la libertad de los hijos de Dios se ponga en movimiento y se manifieste, al final (Romanos 8:19-20)”.
¿Todo hace parte de un plan o propósito que, aunque todavía no percibido, será revelado en una futura conclusión de la historia? ¿Podría Dios ser comparado a un tapicero que esconde el lado bonito de su artesanía, permitiendo que sus hijos contemplen apenas el reverso, resguardando para sí y para la eternidad, la belleza del lado del anverso? Pues, si Dios es luz, no se puede concebir que él obre con ambigüedad. Todo lo que él hace en la historia es transparente y coherente con su intención tras bastidores. Jesús afirmó que jamás imitaría a los religiosos del misterio, que practicaban ciertas cosas que necesitaban ser mantenidas en secreto. Él, por el contrario, quería que se proclamaran sus actitudes, palabras y gestos “desde las azoteas”.

Soli Deo Gloria.