19 de febrero de 2007

Cristianos inoperantes

por Ricardo Gondim

Crece, día a día, mi inquietud con algunas expresiones de la cristiandad occidental.

Noto, por un lado, una piedad desencarnada, sin relevancia delante de la vida, destituida de racionalidad y pobre de sentido común.

Percibo, por otro lado, una espiritualidad llena de buena voluntad, rellena de “profetismo” e indignación, pero impotente y que contribuye poco a la construcción de la historia.

Mis intuiciones más primitivas me muestran algunas cosas. ¡Antes de continuar! De antemano, ya se que estoy perdiendo a una gran porción de pensadores cristianos que no valoran las intuiciones en el ejercicio teológico. Todo bien. Solo adelanto que, al hablar de intuición, me valgo de mi cuna pentecostal que me autoriza a pensar, también, con las entrañas.

Vamos a mis “insights”:

1. Sugiero que se considere el libro de Eclesiastés como uno de los principales ejes hermenéuticos para llegar a comprender la Biblia. Se necesita tomar este libro más en serio. Mientras que los evangélicos no tengan el valor para enfrentar la vida con sus contingencias, casualidades, y con su futuro abierto, no hay caso, ellos van a continuar atados de pies y manos para transformar la realidad.

El pretendido axioma de que el fin de la historia ya está preparado, llevará, por más que se diga que no, al fatalismo. Pues, si la historia sigue caminos que la Providencia estableció desde antes de la fundación del mundo, aunque nos crucemos de brazos (postura que sólo nos traería perjuicio, lo afirmo) ella llegará a su destino sin depender de nosotros. Esta comprensión, aunque muy sutil, genera inoperancia.

¿Cuál será el futuro de Brasil? Si ya estuviera preparado, si ya fuera conocido plenamente, (no como posibilidad, sino como realidad) aquellos que no cooperen, sólo perderán la oportunidad de ser participantes, porque Brasil se transformará en lo que tenga que ser. Claro que existe una cierta comodidad en pensar en el futuro como algo ya determinado, y esa comodidad estanca el vigor transformador.

2. Percibo que algunos tienen miedo de rever sus conceptos sobre soberanía divina; se aterran con la posibilidad de estar disminuyendo sus convicciones teológicas y sentimentales sobre la omnipotencia divina. Nada más cercano al sacrilegio, para algunos. Esos, que no logran criticar la comprensión del sentido común sobre la soberanía divina, repiten que todo está bajo el control absoluto de Dios y que nada sucede sin que El tenga algún propósito.

Así que establecen como verdad, aún sin percibir, que todos los mínimos detalles y todos los acontecimientos y las fragmentaciones que existen son parte de un plan cósmico.

¿Favelas? ¿Degracias mundiales? ¿Terrorismo? ¿Estupros? Todo, absolutamente todo, afirman resueltos, hace parte de la voluntad de Dios y redundará en gloria para su nombre. Yo, sin embargo, me atrevo a decir otras cosas sobre el asunto. Creo que no todo lo que sucede fue previsto, anticipo o partícipe de un intrincado engranaje celestial.

En mi opinión, la injusta distribución de la riqueza mundial, los gastos exorbitantes en armas y bombas, la cultura de la acumulación, del desperdicio y del consumismo y hasta el moderno mito del progreso que destruye ecosistemas, no tienen nada que ver con Dios. Él no puede pagar la cuenta de nuestros egoísmos, de nuestra perversidad y de nuestra indiferencia. A no ser que los evangélicos abandonen sus presupuestos deterministas de la historia, la acción cristiana permanecerá al margen de los verdaderos procesos de modificación de la realidad.

3. Noto que la doctrina de la salvación (soteriología) cristiana tiene su efecto recién después de la muerte, siendo un proceso que debería salvar a las personas dentro de la historia. Cristo no salva nada más para garantizar un estado “post-sepulcral” de alegrías perennes. Él desea que sus discípulos experimenten, en lo cotidiano, una calidad de vida ya contaminada de eternidad.

La buena nueva del mensaje evangélico anuncia que no basta salvar a los individuos de sí mismos, necesitan ser salvos para el prójimo; no basta salvar a los individuos del diablo, necesitan ser salvos para no demonizar sus relaciones sociales; no basta salvar a los individuos del mundo, necesitan ser salvos para volver al mundo y salarlo.

Mientras no se tenga el valor para repensar algunos presupuestos aceptados como dogmas y sin reflexión critica, los cristianos continuarán indignándose con la muerte de los niños, continuaran engrosando el coro de los irritados, continuarán dando golpes en las mesas sagradas, pero poco contribuirán para cambiar la existencia.

La religión solo tiene sentido cuando afirma que el mundo no está de la manera en que debería estar; y al verdadero cristiano le urge querer cambiarlo.

¿Quién se atreve?

Soli Deo Gloria.