Recordar es vivir
por Ricardo Gondim
Sería bueno que las personas recordaran, que hace pocos siglos, la felicidad no era un fin, sólo una agradable consecuencia para aquellos que adquirían sabiduría y buscaban la virtud. En aquella época, hombre y mujeres intentaban vivir con integridad, justicia, bondad, lealtad, y terminaban felices.
Sería bueno que la juventud recordara que, en el pasado, los ancianos eran más valorados que los jóvenes. La belleza estética perdía su esplendor frente a la experiencia. Si el encanto de la juventud provenía de la fuerza, el de los ancianos emanaba de sus cabellos blancos. Y, por increíble que parezca, el respeto que se tenía por la madurez sobrepasaba a la admiración por el vigor juvenil.
Sería bueno que el gobierno de los Estados Unidos recordara que en los tiempos en que George Washington fue elegido presidente, Irak ya contaba con más de cinco mil años de historia; y que los iraquíes pueden ser pobres, pero saben lidiar con los fracasos, triunfos y resistencias.
Sería bueno que los europeos recordaran que, antes de sus grandes navegaciones y colonización predatoria, no había hambre, desgracia y miseria en África, tampoco en América Latina. Los “aborígenes” podían no conocer el fantástico mundo que los exploradores traían en sus embarcaciones, pero por lo menos, tenían dignidad para comer y morir en paz.
Sería bueno que los evangélicos recordaran que la consolidación de la religión de ellos se dio en la primera mitad del siglo XX; y que son oriundos de una recientísima síntesis entre el pietismo alemán, el puritanismo inglés, el fundamentalismo norteamericano y la rápida expansión del pentecostalismo. Mucho antes de los evangélicos, ya existía el cristianismo ortodoxo griego, armenio, ruso; mucho antes de Lutero, las personas amaban a Dios en la iglesia católica romana; incluso durante el llamado oscurantismo, Cristo nunca quedó sin su iglesia.
Recordar no hace mal. Si todos recordaran que son mortales, aprovecharían mejor el tiempo; si recordaran que no son dioses, valorarían al prójimo; si recordaran que no se vive sólo de pan, buscarían lo esencial.
Soli Deo Gloria.