12 de febrero de 2007

Un pobre a la orilla del camino

por Ricardo Gondim

Corro por las calles ahumadas de San Pablo. Para disfrutar un parque necesito conducir varios minutos. Se que corriendo por las aceras me privo del aire puro y del escenario más paradisíaco de los bosques. Gano, sin embargo, con la diversidad humana. Paso por las paradas de ómnibus, me desvío de gente que conversa riendo, contemplo señoras paseando sus perros de raza. Veo caras, percibo olores. Por la tarde, siempre está el perfume de los jabones que lavaron el sudor de los obreros pacientes.

Hoy noté a un recolector de papeles, de esos que empujan sus carritos y sustituyen a las mulas. Descansaba a la orilla del camino, casi impidiendo mi carrera. Disminuí el ritmo y lo observe desde arriba. Leía una revista que expone la vida de la gente rica y famosa. Las coloridas fotos debían mostrar alguna pareja sonriente en alguna fiesta suntuosa u ostentando su yate nuevo.

Seguí hacia el frente, trotando más despacio; ahora cargaba aquel pobre en mis pensamientos. Medité en el significado de las fotos para mi nuevo compañero de carrera. Se que duerme en alguna favela sobre un colchón inmundo, se cubre con alguna manta maloliente, no dispone de agua corriente ni cloacas. Con lo que gana reciclando cajas de cartón, vidrios, restos de hierro y aluminio no compra una camisa nueva, zapatos de cuero o un abrigo para el frío.

Su realidad es igual a la de la mitad de la población del mundo que vive con menos de dos dólares por día; semejante a otro contingente: más de un billón de seres humanos que viven con menos de un dólar por día. Si tuviera hijos, probablemente uno haya muerto. Diariamente, treinta mil niños mueren por causa de la desnutrición y enfermedades prevenibles.

Cuanto más yo corría, más él me pesaba. No logré para de pensar, “¿Será que él medita en la injusticia global? ¿Sufre con su incapacidad de revertir su suerte? ¿Será que como yo, se indigna con el orden económico mundial?”

Terminé mi recorrido más cansado de lo normal. Enjaboné mi espalda y dejé que la lluvia de la ducha cayera sobre mi sudor, no obstante no logré lavar mi alma. Reconozco que para sobrevivir he creado callos en el corazón.

Aún así, su imagen se filtró en mi retina. Me dispongo a continuar cargando a aquel pobre sin nombre, hasta que un día escuche su voz diciéndome: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve frío y me vistieron, sed y me dieron de beber”.

Soli Deo Gloria