¿Qué está sucediendo?
por Ricardo Gondim
Todo ocurrió durante un sábado. Por la mañana, el pastor José profetizaba a través de la radio que sus oyentes podían traer a los difuntos de la ciudad y que todos serían resucitados durante la vigilia. Esa misma noche, el evangelista Julio enseñaba por televisión cómo los creyentes deben dar su contribución financiera. Cito textualmente sus palabras: “Dé, pero tenga siempre una actitud demandante. Si usted ofrenda por amor, sin esperar recompensa, sepa que se quedará sin bendición… por imbécil”.
Los más viejos, que vivieron los primeros años del movimiento evangélico, sienten escozor cuando presencian este tipo de absurdo y se preguntan por qué aparecen líderes e iglesias tan grotescas.
Algunos piden una nueva Reforma. Sin embargo esta es una reivindicación que se ha vuelto un estribillo, pues nadie dice qué tipo de Reforma busca. ¿Desean la luterana, que resaltó la gracia y la supremacía de la fe? ¿O la de Calvino, que enfatizó la soberanía y la providencia?
Jamás lograremos resucitar la Reforma. Ella sucedió en un tiempo histórico que se terminó hace mucho. Aquella modernidad que facilitó la Reforma se agotó. Hoy vivimos ese tiempo loco que algunos llaman posmodernidad.
Es preciso recordar que las inquietudes religiosas que se esparcieron por Europa a partir del siglo XVI se dieron con enormes fricciones internas. Calvino contendió con Zwinglio y con el propio Lutero. Y, mientras esos dos grandes segmentos se fortalecían en Europa occidental, no hay que olvidar a los pietistas alemanes que corrían por fuera del establishment. De ellos brotaron los anabaptistas, los moravos, los wesleyanos y, posteriormente, los pentecostales.
Propongo que aprendamos algunas cosas si queremos entender lo que está sucediendo.
Nos hace falta aprender a condensar la fe considerando la realidad de esta generación. Eso ya es difícil, pues la hermenéutica evangélica sigue presa de los paradigmas modernos del fundamentalismo; su eclesiología repite el modelo rural de iglesia; su escatología mantiene el optimismo de comienzo del siglo XX (los evangélicos se contentan con “arrebatar tizones del infierno”, salvando almas del juicio que vendrá antes del retorno glorioso de Jesús). Sin embargo surgen nuevas preguntas que, infelizmente, pocos se atreven a responder. Peor, muchos siguen intentando responder las preguntas que ya nadie se hace.
Nos hace falta aprender a desencantar el mundo. Grandes segmentos evangélicos todavía creen que la injusticia y la miseria son el fruto de algún tipo de control del diablo sobre las naciones.
Cierta vez escuché a una misionera dando testimonio sobre una carretera con una curva muy cerrada que provocaba accidentes fatales. Cierto día ella tuvo una revelación que un demonio territorial gobernaba ese lugar. Sin vacilar, ella convocó una vigilia para “atar” aquel ángel de la muerte. Meses después el departamento de vialidad de aquel país puso un reductor de velocidad en el lugar, poniendo fin a los desastres. Para ella no había necesidad de educar a los ciudadanos sobre la manera de resolver el problema con ingeniería, era suficiente con impedir las acciones del diablo.
Al escuchar ese relato noté que la muchacha había comprendido erróneamente lo que Pablo quiso transmitir con su lenguaje de guerra en Efesios 6. Para muchos creyentes brasileños ese capítulo es un estudio sobre como luchar con el diablo. Parece, sin embargo, que aquello que el apóstol deseaba mostrar era la manera en que el mundo se demonizó con el pecado y cómo las acciones humanas pueden cambiarlo.
Nos hace falta aprender a ser menos apologéticos y más constructores de la historia. Recibí muchas críticas por haber escrito, en este espacio, que en un mundo posmoderno las personas no están tan preocupadas por la verdad y sí con la credibilidad. Afirmé que la iglesia debería preocuparse más con el testimonio que con el discurso. Continúo pensando así, pues entiendo que esa fue la enseñanza de Jesús: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:16).
En Estados Unidos la imagen de los evangélicos está rasgada debido al recrudecimiento del conservadurismo, que sólo privilegia el moralismo conductista. En toda Latinoamérica ellos enfrentan el descrédito por haber mezclado de forma sincrética la teología de la prosperidad y la religión popular. Solamente rescatando el testimonio serán escuchados.
Nos hace falta hacer misiones sin intentar manipular lo sobrenatural. Me quedo impresionado con la necesidad que tienen los cristianos brasileños de probar que los milagros suceden a borbotones; que Dios “funciona”; que los creyentes viven protegidos de accidentes, enfermedades y desempleo; y que la doctrina evangélica genera certezas absolutas. Obrando de esa manera los creyentes se distancian aún más de la vida, queriendo transformar sus comunidades en islas de fantasía.
Por todo eso, considero que para entender lo que está sucediendo es necesario comenzar a escuchar la advertencia del Apocalipsis: “¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro” (Apocalipsis 2:5).
Soli Deo Gloria.