Intolerancia religiosa y el futuro de la humanidad
por Ricardo Gondim
Propongo una tregua entre las religiones. Basta de incomprensión. Basta de sangre derramada en nombre de Dios. Vamos a atascar los fusiles dogmáticos con flores. Transformemos nuestros tanques teológicos en tractores. Si creer genera amor y odio con la misma intensidad, concentremos nuestra fuerza en la ternura.
¿Será posible un esbozo de paz religiosa, aunque sea provisoria? Sí, la Gran Utopía escatológica de un solo pastor y un solo rebaño puede ser hilvanada con pequeños gestos. El futuro será el resultado de mis decisiones presentes. No hay vuelta atrás, el planeta se redujo al tamaño de una aldea. Los desequilibrios ecológicos locales influyen a nivel global y las decisiones económicas nacionales tienen consecuencias mundiales. Urge hacer algo.
Los teóricos de la religión necesitan tomar conciencia de que viven en sociedades complejas, donde es necesario convivir con los diferentes. Los credos ya no representan etnias o culturas locales. Cada día se volverá más indispensable entender el significado de la tolerancia. Cualquier intransigencia religiosa puede desencadenar una guerra con poder de destrucción comparable a un conflicto atómico.
Son imprescindibles y urgentes algunos cambios entre las religiones mundiales.
Que pastores, sacerdotes, rabinos e imanes dediquen más tiempo leyendo, memorizando y recitando poesía, y para prevenir preconceptos que se omitan los autores. Así podrán saborear la belleza sin distinguir entre ateos y creyentes, libertinos y santos. Que los teólogos se especialicen en “agapeología”; que la solidaridad sea la mejor plegaria, y el ejemplo el mayor sermón.
Que las religiones, grandes y pequeñas, se concentren en la vida aquí en el mundo; que busquen aliviar a los cansados y oprimidos antes de prometer salvación eterna. Que visiten a los enfermos, antes de intentar decodificar los misterios de la Divinidad; que defiendan el derecho del huérfano y de la viuda, antes de ostentar ser los únicos poseedores de la verdad. Que tengan celo por la vida y desprecien las tasas de crecimiento de sus instituciones; que la mano izquierda desconozca las virtudes practicadas por la derecha y no usen la bondad como proselitismo; y que Dios sea distinguido en el rostro del prójimo y no en libros, enciclopedias, altares o imágenes.
Que los líderes eclesiásticos vuelvan a caminar por la orilla de la playa; que hagan pasantías en la casa de un pescador artesanal. Que despierten temprano, sientan el aroma del café negro, naveguen todo el día y, caída la noche, regresen a casa exhaustos. Que sus manos callosas les enseñen a mantener el corazón sensible; que el cuerpo dolorido les modere la ganancia; que se acuesten felices en una red y, cautivados por la bruma, vuelvan a deletrear con-ten-ta-mien-to.
Que las liturgias de los templos imiten los juegos infantiles donde nadie es dueño de nada, ningún proyecto es definitivo, y no se separan a las personas entre líderes y liderados. Ya que el Reino Eterno no es de los adultos, sino de los pequeñitos desprovistos de amarguras, que los ritos busquen regresar a la humanidad a los jardines de infantes; que los bancos de iglesia se transformen en columpios. Que el culto sea una fiesta parecida a un casamiento italiano, con mucho vino, baile, y sin horario para terminar.
Debo estar delirando, pero entre alucinar tonterías y permitir que la realidad se transforme en pesadilla, prefiero seguir soñando.
Soli Deo Gloria.