23 de mayo de 2007

Teología del Dios resucitado

por Ricardo Gondim

Soy un vicioso asumido; con derecho a delirios, resacas, síndromes de abstinencia y gravísimas depresiones. ¡Calma! Antes que todos se horroricen con otra confesión pública mía, necesito adelantar que tengo un buen vicio. Desde los 14 años, me vicié en la lectura.

Todo comenzó con las revistitas de Walt Disney, después vinieron Sherlock Holmes, los viajes de Gulliver y desde entonces hasta ahora no paré más. Cuando mi padre estuvo preso, la cosa empeoró.

Disgustado con la censura de los dictadores, me puse a devorar las Folhas Operárias clandestinas y acabé en la cuneta de “O Pasquim”. Por años, fui discípulo de Millor Fernandes, de Henfil, de Jaguar y de todo aquel maravilloso grupo de la contra-cultura brasileña.

Incluso luego de mi conversión y totalmente involucrado en el movimiento evangélico, no logré destetarme de la literatura marginal al establishment, fui a una tienda de la Editora Vozes y compré casi toda la obra de Leonardo Boff (lo primero que encaré fue “Iglesia, Carisma y Poder”).

Ya adulto, aunque sin un mentor que me llevara de la mano, me aventuré en la filosofía; intenté descascarar a Heidegger, desvendar a Nietzsche; hasta me atreví con Hegel (confieso que no entendía).

Sigo viciado. A semejanza de un toxicómano, necesito tener libros desparramados por la casa y al alcance de la mano para poder saciar mi voracidad por la palabra escrita.

Por causa de mi esclavitud a los libros, fui expuesto a autores de varios matices: sarcásticos, optimistas, ingenuos, crudos, piadosos, pesimistas, herméticos y hasta ingenuos.

Todos los días leo el periódico con el desayuno; comienzo con las crónicas, luego paseo la vista por la política y así, de titular en titular, voy masticando los hechos históricos simultáneos a mi vida.

Hoy, por ejemplo, abrí la Folha y me di cuenta que las noticias continuaban extrañamente iguales a las de siempre, “Hay quien llega a decir: ‘¡Mira que esto sí es una novedad!’ Pero eso ya existía desde siempre, entre aquellos que nos precedieron.” (Eclesiastés 1:10). Corrupción, enriquecimiento ilícito, guerras idiotas, cinismo político, asesinatos, chismes sobre famosos, comentarios de especialistas sobre la economía, no faltó ni el tecnócrata de turno opinando sobre como desarrollar el país.

Como ya ensayo mi estreno en el escenario de la tercera edad celebro mi vicio por leer, pues me ha proporcionado placeres enormes. Por otra parte, advierto cuanto ya sufrí por haberme vuelto un dependiente. “Me he dedicado de lleno a la comprensión de la sabiduría, y hasta conozco la necedad y la insensatez. ¡Pero aun esto es querer alcanzar el viento! Francamente, ‘mientras más sabiduría, más problemas; mientras más se sabe, más se sufre’” (Eclesiastés 1:17-18).

Aún así, no logro largar mi vicio (casi químico). Se que voy a continuar drogándome con las palabras que destilan de los libros. Sin embargo, reconozco que debo redoblar mi cuidado en esta época de mi vida, pues cuanto más leo más me expongo al peligro de morir contaminado de cinismo.

Puedo fácilmente embarcarme en la desesperación que niega las posibilidades del futuro. Debo tener precaución con gente como Francis Fukuyama, que determinó el “fin de la historia”. Él no va a llenar mi cabeza con su ideología neoliberal, que espera la posteridad como un fluir tedioso de eventos insignificantes.

Mi vicio me deja rendido ante toda buena literatura; incluso las ateas, las pesimistas, las indignadas y las alucinadas. Pero necesito preservar el suelo donde coloco mi pie existencial.

Mi antídoto para la desesperación cínica y para el determinismo histórico, que genera resignación, continuará siendo mi fe en la resurrección de Jesús de Nazaret.

Firme sobre esta convicción, voy a celebrar la vida y continuar trabajando para que el futuro sea diferente a lo anticipado. Llamo a esa voluntad el porvenir de la Esperanza, que según Kierkegaard es “la pasión de aquello que es posible”.

Mi ánimo para la vida viene del frágil amigo de los pecadores, declarado sarcásticamente “rey de los judíos”, muerto por la más sucia corrupción de sus días. Él triunfó sobre los poderes demoníacos, humanos e institucionales.

Luego de leer el periódico de hoy, terminé sin mucha confianza en el futuro, pero ahí recordé la exclamación de Jesús luego de romper las cadenas de la muerte: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra; tengo en mis manos las llaves de la muerte y del infierno”.

Luego de percibir la dificultad de desmantelar las malignas estructuras sociales del continente latinoamericano, busco recordar que el régimen imperial de Cesar no venció, sino que el mensaje del Nazareno sobrevive como la buena nueva más jubilosa de todos los tiempos.

Luego de percibir la falta de nuevas ideas para un mundo abatido, recuerdo que Jesús resucitó para confirmar su propuesta de una nueva manera de vivir. Su mensaje sigue siendo la más nueva y viable alternativa para el atascadero en el que nos encontramos. “Dense cuenta que el reino de Dios está entre ustedes”.

Luego de percibir la falencia de la religiosidad cristiana occidental, sin una predicación consistente y humana para la construcción de la historia, recuerdo que la resurrección animaba a los primeros cristianos a condensar el Reino de Dios en pequeños gestos y con pocas personas.

Luego de percibir que no logré abandonar mi vicio por leer, voy a mantener el recuerdo de la conquista de Jesús sobre la muerte; animado por su Espíritu, jamás desistiré de perseguir el sueño de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde se besan la justicia y la paz.

Soli Deo Gloria.