12 de mayo de 2007

Carta abierta a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI


San Pablo, 12 de mayo de 2007.
Su Santidad:

Respetuosamente lo saludo con la paz de Dios.

Lo noto contento en su visita a nuestro país; siéntase bienvenido. Espero que los sucesos tras bastidores no le generen mayores molestias (siempre existen enredos privados en las instituciones humanas).

Me alegré al percibir su valentía al defender algunos principios innegociables para la iglesia católica como el aborto. Coincido en que los fetos no pueden ser considerados meros apéndices indeseables del cuerpo de las mujeres que pueden ser extirpados sin criterio.

Me alegré al verlo abrazando a dos viejitas delgadas y pobres (creo que eran coterráneas mías). Su Santidad, si supiera como sufren los ancianos en Brasil… La gran mayoría viven con sus familiares y depende de ellos, aunque generalmente son considerados un estorbo. Me acordé de mi abuela, que vivió sus últimos días abandonada son cariño y sin cuidados. Ella había quedado ciega y, como vivía en casa de un tío muy malvado, se angustió hasta morir a causa del menosprecio y el abandono.

Me alegré cuando lo vi, Su Santidad, rodeado de sacerdotes de tradiciones religiosas distintas a la suya. En Brasil alimentábamos un miedo muy grande a que la leña ya seca de la Inquisición, esa que usted presidió, ardiera nuevamente. También me alegré por el rabino sonriente que pidió su bendición. Espero que él se sienta perdonado, especialmente luego de la deshonra por haber quebrado uno de los Diez Mandamientos y estar preso en Estados Unidos.

Permítame decirle, con toda reverencia, que he quedado muy, muy dolido con las expresiones que usted utilizó para referirse a los evangélicos. Por favor, compréndame, no se trata de un lloriqueo. Yo mismo he criticado bastante a los evangélicos por sus serios problemas doctrinales y por sus enormes dificultades éticas.

Lejos de mí atreverme a corregirlo, papa Benedicto XVI, pero el término “secta” es sociológicamente anacrónico pues comunica una actitud prejuiciosa en relación a los otros. Por eso consideré su uso desafortunado en una declaración pública, aunque fuera dirigida a su propio clero.

Su Santidad, me entristeció bastante el que usted siga repitiendo el antiguo presupuesto agustiniano de que “fuera de la iglesia no hay salvación”. No lo censuraría, pues reconozco la distancia que nos separa (usted lidera centenas de millones de creyentes y yo cuido apenas una comunidad local), sin embargo, referirse al grupo religioso con mayor crecimiento en Latinoamérica como “secta” revela la falta de sintonía de sus asesores con lo que sucede aquí.

Permítame –con toda reverencia– exponer algunas consideraciones sobre el crecimiento de los evangélicos neopentecostales:

1. Los evangélicos crecen porque lograron juntar el discurso doctrinario protestante con la simbología mística que tanto difundió el catolicismo en Brasil. Creo que los obispos y teólogos católicos tendrán una enorme dificultad para aplacar la fuerza de esa combinación. Sepa usted que existen objetos entre los evangélicos, hasta con mayor poder, similares a las píldoras milagrosas de Frei Galvão (creo que un erudito como Su Santidad no dará mucho valor a pedacitos de papel, en forma de píldora, con plegarias escritas que deben ser tragadas por los creyentes para producir el milagro; tampoco yo creo mucho en esas cosas).

Los evangélicos ahora se valen de rosas ungidas, vasos de agua poderosos y valles con sal gruesa como lugares donde “atar demonios”. Parece que la máquina de crear símbolos es más eficiente entre los neopentecostales porque a cada rato surge un nuevo objeto milagroso. Ahora que el mensaje protestante fue sazonado con la simbología católica, el terreno quedó fértil.

2. Los evangélicos crecen, Su Santidad, porque vienen de un origen belicoso (son hijos del fundamentalismo que rechazó fuertemente al “Liberalismo Teológico” de su Alemania). Los evangélicos aumentaron el número de sus fieles porque, por muchos años, vieron en la iglesia católica a una institución adversaria y se fueron contra ella.

Por lo tanto, cuando Su Santidad se refiere a ellos como “secta” sólo los está provocando y ellos van a embestir aún más a los católicos nominales. Tome nota de mi previsión: la sangría de los católicos nominales continuará, incluso después de su papado.

Oro a Dios para que se vacíe la retórica antagónica entre nosotros, a fin de cuentas trabajamos por la misma causa. Su Santidad, tengo amigos sacerdotes y le confieso: sus discursos me desalentaron; tuve la sensación de que en su papado, antiguas rencillas de la Reforma se van a intensificar.

Peor aún, encuentro que hubo una actitud de desprecio por parte de la curia del Vaticano hacia las pequeñas iglesias como la mía, que luchan con tanto esfuerzo por anunciar el Evangelio con integridad.

Le escribo con cariño, en nombre de la armonía entre los cristianos.

Un consiervo de Jesús,

Ricardo Gondim

Soli Deo Gloria.