3 de abril de 2007

Tragedia y Esperanza

por Ricardo Gondim

Avergonzado, confieso que llegue al discernimiento tardío de que no se nada sobre Dios. Asimismo, cada día me desconozco más, me veo terriblemente enigmático. Hoy no soy más que un mapa rasgado; leído, muchas veces, cabeza abajo. ¿Cómo, una persona que no sabe nada sobre sí, podría presumir haber solucionado las indagaciones milenarias sobre Dios?

Sin embargo, me doy el derecho de cuestionar y desafiar aquello acumulado en la historia, el arte, la teología, la filosofía y la ciencia sobre la vida. Argumento con la vida por el bien de la vida.

No acepto el sufrimiento. Me aflige y espero nunca acostumbrarme a su acción indiscriminada y aleatoria. Me resisto afirmar que la muerte de inocentes en Irak; que la epidemia del HIV en África; que la gula por el lucro del sistema bancario internacional; que la lógica de la explotación desenfrenada de los recursos no renovables del planeta; y que todos los odios religiosos neofundamentalistas sean de la “voluntad de Dios”.

Tengo la ambición de engrosar las filas de aquellos que luchan para que vivamos con más sabiduría. Bajo la gracia, busco hacer mi parte y contribuir para el rescate, la sanidad y la construcción de la vida.

Acepto la premisa de que Dios no está en las preguntas sobre el sufrimiento, sino en las respuestas. Dentro de todas las categorías del pensamiento humano no hay respuesta para la pregunta: “¿Por qué los inocentes sufren?” No podemos simplemente responder, debemos actuar. ¿Cómo? Trabajemos para que nazca un futuro sin tanta injusticia. Como hacen los pescadores en la playa, arrastremos la gran red que traerá mejor distribución de la riqueza mundial. Obremos como los ganadores del Premio Nobel de la Paz, reconciliando a los diferentes, enseñándoles a vivir en ambientes tolerantes y comprensivos. Recordemos que Dios no exigiría que aceptemos el futuro como inevitable. Ninguna maldad en el tiempo que ha de venir es irreversible.

En este punto, la cosmovisión judeocristiana difiere radicalmente del mundo helénico. En Grecia, las tragedias fueron escritas con la idea que hay un destino inexorable (moira). En su literatura, quien intentaba huir del destino impuesto por los dioses fracasaba. Esa manera de percibir el futuro no encuentra correspondencia en la narrativa judía. Tanto para el judaísmo como, posteriormente, para el cristianismo, no existen hechos inevitables.

Las profecías bíblicas contienen un “si” condicional. Si el pueblo corregía sus acciones, le daba la espalda al mal y promovía el bien, el porvenir predicho no sucedería.

El equivalente griego de los profetas eran los oráculos. Los oráculos predecían el futuro, mientras que los profetas advertían en contra de él. Cuando el futuro vaticinado sucedía, el oráculo había acertado. Si el futuro se concretaba según la previsión del profeta, él había fallado en su misión.

Tanto el judaísmo como el cristianismo rechazan la noción del destino. Ambas religiones aceptan las intervenciones misericordiosas de Dios, en la historia de individuos y naciones. Los males profetizados son anulados en nombre del amor. El Dios bíblico se reveló más amoroso que consistente – su ira es por poco tiempo, su misericordia es eterna.

Por causa de Él no tememos a la tragedia, por Él vivimos con esperanza.

Soli Deo Gloria.