19 de abril de 2007

¿Tú predicas una herejía?

Recibí el siguiente correo electrónico; sigue mi respuesta debajo:

Pastor, quería saber más sobre un montón de criticas que vengo escuchando sobre su persona. ¿Se dejó engañar con una nueva herejía? ¿Qué está sucediendo? ¡Que decepcion! Eras uno de mis últimos referentes.

Querido,

Por causa del estupor de algunos, y de las presiones que se multiplican tras los bastidores evangélicos, ya tuve la sensación de haber enloquecido.

Profesores de seminario insinúan que me volví el nuevo estorbo en la triunfante jornada de la iglesia en Brasil. Algunos, reaccionan a mis posturas aconsejándome con frases bien piadosas del tipo:

“Por favor, pastor, no se salga del Espíritu”
“Vamos, volvamos al principio de la fe”
“¿Quiere decir que Dios no interviene más?”
“Ten cuidado de no pecar con esas declaraciones de que Dios no sabe o no puede”
“Tengo nostalgia del tiempo en que tú eras del ‘poder’”

Esas frases sólo me entristecen.

Lamento que, muchas veces, en nuestra jornada de fe, los dogmas y las anteojeras religiosas nos dejen recelosos de sólo querer llevar hasta las ultimas consecuencias lo que afirmamos sobre Dios, sobre nuestra condición de hijos queridos y sobre la gracia derramada sobre justos e injustos.

No pretendo martillar ninguna nueva estaca en el ya confuso terreno evangélico. Te pido que me escuches desapasionadamente, y no te dejes impresionar por las críticas de los segmentos calvinistas y fundamentalistas. Soy pastor de una iglesia que no es, y nunca fue, calvinista en su elaboración teológica.

Es lógico que algunos calvinistas –más deterministas que el propio Calvino– rujan de odio por lo que vengo afirmando. Yo niego sus bases de sustentación. Sin embargo, estoy convencido que no creé nada nuevo y no abracé nada extraño.

1. Por años prediqué que Dios no tiene un plan para tu vida y sí un propósito. Los más antiguos deben recordar que repetí ese sermón en retiros, en encuentros de matrimonios, y también lo pronuncié en varios cultos públicos. Ahora, si yo decía que Dios no tiene un plan, en eso estaba implícito que la historia de cada uno está abierta.

Cuando alguien afirma que Dios tiene un plan, también establece que existen caminos que la gente debe recorrer. En ese modelo, la vida se restringe a acertar la sintonía fina del objetivo divino, en otras palabras, a nunca salirse de esos caminos.

Creo, y siempre creí que Dios tiene para la humanidad una especie de “kit-coherencia” para que demos valor a nuestra vida. Ese “kit” está compuesto de verdades, principios y valores; que abastecen a cada uno para escribir su historia.

Las demandas divinas, y sus visitaciones por medio del Espíritu, se dirigen a desarrollar a mujeres y hombres para que sean ciudadanos del Reino; con madurez, sentido de justicia y dulzura.

No creo, por ejemplo, que la poesía del Salmo 139 –donde muchos interpretan que Dios escribió la vida de David en cada mínimo detalle, antes de nacer– sirve para establecer doctrina. Ese cántico, llevado hasta las últimas consecuencias, justificaría el adulterio y el asesinato cometido por David como eventos planeados por Dios.

Yo jamás quise reconceptualizar el ser de Dios en mi labor teológica –quien soy yo para entender y explicar al Altísimo–, deseo solamente aprender a lidiar con el tiempo, con la historia en una relación amorosa con el Señor y con el futuro.

¿Tú recuerdas mi libro “Artesanos de una nueva historia”? En el titulo ya dejé en claro que la historia es una construcción humana y no divina, de hecho si fuese divina no existirían pedófilos, ni favelas, ni el propio Bush.

2. Nunca creí y jamás pude defender, en ningún momento de mi ministerio, que Dios conceda estacionamientos libres en el shopping, o una sanidad maravillosa para un creyente que juntó una multitud de gente para orar, mientras tiene una “voluntad permisiva” para el holocausto de Auschwitz o para la carnicería de Ruanda (considero esa categoría “voluntad permisiva” una adaptación inconsistente de la teología para explicar el mal y el sufrimiento desenfrenados).

Creo en las intervenciones divinas, pero no creo que Dios altere el transcurso de la existencia todo el tiempo. Con seis billones de personas necesitando y pidiendo milagros, el mundo se transformaría en un caos con constantes desordenes de las leyes de la física. Los milagros imposibilitarían los procesos que posibilitan la vida.

Si sucede un milagro, será una interferencia rarísima de Dios en la historia. Y eso, no tiene nada que ver con la capacidad humana de “codear” a Dios de la manera correcta para hacerlo obrar con misericordia.

3. No recuerdo, en ningún momento de mi ministerio, que haya defendido la idea que el futuro ya esté determinado o que todo lo que sucede obedece necesariamente a un designio eterno.

Si creyera así, yo también estaría forzado a afirmar que Dios estuvo involucrado en la violación de una obrera de la misión Sepal. Ella, luego de ser maltratada, fue asesinada por los bandidos. También tendría que afirmar que la muerte de un joven en la flor de la edad, mi querido amigo Ángel de aquí de San Pablo, sucedió porque Dios quería llevarlo, o tenía un propósito –todos eufemismos para “matar”–.

Creo que la muerte de millones de niños en países miserables es motivo de tristeza para Dios, y que él llora porque la humanidad hace tonterías con su mandato de cuidar al mundo como un jardín.

En suma, no propongo nada nuevo. No es una teología nueva en el mercado. Quien intenta colocar ese estigma sobre mí, quiere generar antipatías antes de discutir ideas.

Por último, leo varios pensadores de aquí de Latinoamérica, de Estados Unidos y de Europa, y digo: –¡Caramba! Hay gente trabajando con cosas parecidas y con mucha más profundidad y coraje que yo–. Algunos: Dietrich Bonhoeffer, Juan Luis Segundo, Simone Weil, Rob Bell, Paul Tillich, Karl Barth, Henry Nowen, Abraham Heschel, Jonathan Sacks.

Por favor, lee el libro “El mensaje secreto de Jesús”, escrito por Brian McLaren, de Editorial Caribe.

Aquí en Brasil, he bebido de la fuente del católico Jung Mo Sung, del bautista Antonio Carlos de Melo Magalhães y del metodista Geoval Jacinto da Silva.

En mis carreras con Ed René Kivitz, hacemos, literalmente, teología del sudor y de las lágrimas. Mi amigo es un interlocutor sagaz, un creyente verdadero y un valiente pensador.

Por lo menos cuatro veces por semana, Ed y yo conversamos sobre nuestras angustias, sobre lo que leemos, sobre lo que predicamos, y así, nos fortalecemos mutuamente. Vivimos el espíritu del Proverbio que dice que “el hierro se afila con el hierro”.

Lógicamente, no tengo todo resuelto aún, pero camino convencido que mi senda va en la dirección correcta.

Estoy en paz con mi conciencia y con las Escrituras. No acaricio una apostasía vanidosa, ni herejías que prometen omnipotencias mesiánicas.

Continúo apasionadísimo por Jesús de Nazaret.

Abrazos,

Ricardo.