4 de abril de 2007

Mi profunda decepción

por Ricardo Gondim
(12 de marzo de 2003)


Anoche vi el programa Larry King Live de la cadena CNN. Me costó conciliar el sueño después de lo que vi y escuché. Dando vueltas en la cama busqué una palabra para expresar lo que sentía. ¿Indignación? ¿Tristeza? ¿Decepción? La expresión que mejor explicaba mi insomnio es: ASCO; la nausea existencial. Me explico.

Larry King condujo un debate con algunos líderes cristianos americanos sobre la inminente invasión americana en Irak. Hablaron en contra de la guerra un obispo metodista y un sacerdote católico. Estos participaron poco y casi ni lograron expresar sus puntos de vista. Los evangélicos Max Lucado, John McArthur y Bob Jones dominaron la mayor parte del tiempo. Y fueron ellos los que me provocaron semejante rabia.

Me indigné al ver que el nacionalismo de los evangélicos americanos es mucho más fuerte que su lealtad al espíritu del Evangelio. Ellos no tuvieron escrúpulos al citar la Biblia para defender la política imperialista y sórdida de la derecha republicana. Obraron con la misma ceguera que los religiosos contemporáneos de Jesús que no lograron percibir el amor de Dios en Jesucristo, por ser más judíos que humanos. Bajo el pretexto de defender su territorio, los halcones militares, que aconsejan a George W. Bush, encontraron en el ataque del 11 de septiembre el pretexto que necesitaban para dominar el volátil Medio Oriente, de donde fluye el mejor y más abundante petróleo del mundo. Los americanos están concientes que son la única superpotencia del planeta y quieren sostener esa realidad con la violencia.

Me indigné con la cara de piedra de John McArthur. En sus argumentos pro guerra, se refirió al infierno que les aguarda a los musulmanes sin demostrar compasión. Ese señor fundamentalista, enemigo de los pentecostales, de los liberales y de todos los que no leen la Biblia con su literalismo, me causó mucho miedo. ¡Vi en él a Osama Bin Laden! Listo para condenar al infierno a quien no sigue su teología sistemática, asfixiante y retrograda. McArthur habló del sufrimiento eterno sin que le temblara un solo músculo de su rostro. Me imaginé como debería ser el rostro de aquellos que querían apedrear a la mujer adultera.

Me indigné con el rostro cínico de Bob Jones. Él mantenía una sonrisa plástica; queriendo parecer simpático. Hablaba con odio y con ira al mismo tiempo. Se parecía al Guasón de la película Batman; cargando siempre una sonrisa estática. Legitimó la guerra con el argumento que las autoridades fueron constituidas por Dios para promover el bien y castigar a los malos. Inmediatamente recordé que la dictadura militar brasileña aprendió a torturar en las escuelas de entrenamiento de la CIA. Mi padre sufrió tortura, mi familia se destruyó, una de mis hermanas murió y aún hoy padecemos las consecuencias de la malignidad patrocinada por el Departamento de Estado Americano. Mi padre era un hombre honesto, extremandamente trabajador. ¿Por qué sufrió prision y torturas? Su crimen fue ser simpatizante del marxismo. En la época, el marxismo representaba una amenaza. Creo que Bob Jones legitimaría que patearan los testículos de mi padre para que el “american way of life” continúe intacto. La sonrisa cínica del señor Jones me recordó la elite religiosa que apedreó a Esteban. Ellos no permitirían que el amor compasivo de Cristo atravesara la cultura religiosa de sus días.

Me indigné con Max Lucado, un pusilánime. Su falta de argumentos y sus raciocinios simplistas demuestran el peligro del dinero y de la fama. Lucado es uno de los autores de mayor renombre en el mundo cristiano; querido en América por escribir con un estilo simple. Cuando defendió la guerra mostró que jamás se ubicaría en contra de la comunidad evangélica que votó a Bush y que, fascinada, cree que él es el ungido de Dios para proteger al mundo. Max Lucado afirmó ayer, para que lo escuche el mundo entero, que confía en el presidente porque él es cristiano y porque ora antes de tomar decisiones. ¡Cuanto simplismo! Si fuese así, Ronald Reagan, que patrocinó a bandidos para luchar en Nicaragua (los Contras), también sería legitimado por el señor Lucado. El general Oliver North, el asesor que financiaba a los terroristas, era miembro de una iglesia pentecostal, oraba y conversaba con su presidente antes de cualquier decisión.

Me indigne cuando vi la CNN porque percibí que esos líderes no discreparon. Eran portavoces de la nación evangélica que considera los fetos abortados en América más preciosos que los niños que mueren en las calles de Gaza o en los hospitales mal cuidados de África. Los inocentes que morirán cuando uno de esos misiles inteligentísimos yerren el blanco no parecen ser tan importantes. La parábola del Samaritano se cumplió una vez más la noche del 11 de marzo de 2003. En la pantalla de los televisores del mundo, los religiosos nuevamente pasaron de largo dejando a un lado a quienes yacen semimuertos en los caminos de la historia.

Cuando Larry King finalizó su programa de entrevistas y debates, me arrepentí de haberme sentado un día en la misma mesa de aquellos señores – cuando la Biblia me amonesta ni siquiera a saludarlos. Lloré por presenciar que la profecía de Cristo se cumplió – el amor de muchos se enfriará. Pero no logré aplacar mi indignación al leer bajo los nombres subtitulados de aquellos señores que sus denominaciones religiosas contenían palabras como “Grace”, “Love”, etc.

En breve Irak se someterá. Después Saddam Hussein morirá. El petróleo fluirá en abundancia para suplir el guloso mercado americano. Disfrutaremos de una cierta tranquilidad. Sin embargo, yo nunca más seré el mismo. Jamás lograré volver a llamar “Reverendo“ a cualquier líder religioso de la estirpe de esos tres señores.

Soli Deo Gloria.