16 de abril de 2007

Delirio de persecución

por Ricardo Gondim

Los evangélicos conviven con mucha paranoia.

Además, la mentalidad evangélica es belicosa; y una especie de delirio persecutorio acompaña al movimiento hace tiempo. Antes, se creía que los comunistas se habían organizado para destruir la fe, y que era necesario entrenar a los pastores para luchar contra “los rojos”. El comunismo desfalleció y no fueron los creyentes quienes lo vencieron. Después, los homosexuales fueron elegidos como enemigos. Ellos, junto a los defensores del aborto, provocarían la caída de la cristiandad y cerrarían iglesias.

Ahora son los musulmanes los que están en la mira de los evangélicos. Se difunde que ellos representan una verdadera amenaza a la civilización y a las enseñanzas de Cristo. Si estos enemigos se volvieron el blanco de una guerra santa global, en Brasil, los rivales de la iglesia son otros.

Me espantan algunos evangelistas que afirman y vociferan a pie juntillas que existe una conspiración de los medios de comunicación para perseguir a las iglesias. También, que los pastores son el blanco de confabulaciones engendradas en el mismo infierno, pero inflamadas por los grandes periódicos y, principalmente, por la Red Globo.

A algunos les gusta hablar de conspiraciones del Vaticano para bloquear el crecimiento evangélico, como si la Iglesia Católica fuese una agencia del diablo, y que sus cardenales y el Papa se pasaran noches enteras analizando como sembrar escándalos que deshonren la buena reputación de los protestantes, y así neutralizar su avance.

Se esparcen teorías de conspiraciones disparatadas con noticias de que satanistas decretaron ayuno con el objetivo de “derribar” pastores.

Ya participé de cultos en que las ventanas fueron ungidas con aceite para evitar la entrada de demonios; ya supe de pastores que, en tropel, arrancaron cuadros, decoraciones y adornos de algunos hogares, bajo el pretexto que aquellos objetos estaban poseídos de demonios.

En un congreso de atletas cristianos tuve que aconsejar a un jugador de fútbol que, a causa del pánico, tenía miedo de acabar con su carrera profesional por haber participado de un juego con un par de calzados que habían sido maldecidos.

¿De dónde viene tanto delirio de persecución? ¿Por qué el culto evangélico necesita de una enorme dosis de miedo para ser intenso?

Coincido en que los cuatro Evangelios mencionan peligros en la trayectoria de la iglesia. Reconozco que los que “deseen vivir correctamente, sufrirán persecución”. Pero, un momento, lo que viene sucediendo en Brasil no es de la manera en que la Biblia relata.

La persecución de los medios de comunicación ocurre debido a la repercusión de algunos escándalos provocados por los evangélicos. Desde 1989, cuando hubo una primera bancada evangélica con un número significativo de diputados federales para desequilibrar las votaciones del Congreso, comenzaron a destaparse los escándalos que parecen no terminar más, llegando hasta los “sanguijuelas” (diputados evangélicos que desviaron fondos del Ministerio de Salud). Si los medios de comunicación muestran menos pecados católicos, no exime a los evangélicos de la obligatoriedad de reconocer que necesitan ser sal de la tierra y luz del mundo.

Existe mucha vanidad en creerse perseguido. Percibo que algunos evangelistas, dominados de un enorme mesianismo, se estiman tan importantes que creen que el mundo entero trama una manera de destruirlos. Son tan autorreferenciales que proyectan sobre sí mismos el odio que el diablo reveló contra el apóstol Pedro.

Sucede que la iglesia evangélica viene tropezando en varios asuntos éticos; repitiendo entre el clero los mismos errores de los líderes políticos; amando el dinero, idéntico al mundo. La pregunta inconveniente, pero necesaria, es: ¿para qué el mundo necesitaría perseguirla? Los evangélicos son enemigos de sí mismos. Reos y víctimas de sus propias dolencias, no provocan la indignación de nadie; por el contrario, muchas veces son dignos de lástima.

Para que el mundo odiase a la iglesia, ella necesitaría de una moral que no solamente condenase el vicio del cigarrillo o de la marihuana; sino procedimientos íntegros en otras áreas menos abordadas. Una teología que no prometiese apenas el cielo, y sí un compromiso transformador de la miseria, de los preconceptos y de las injusticias; de una espiritualidad que no intente usar a Dios, sino que promoviese intimidad con el Padre.

Antes de tener miedo del mundo y del diablo, que más creyentes tengan miedo de sí mismos.

Soli Deo Gloria.