Propuesta para un Credo
por Ricardo Gondim
Noto que los credos están en desuso. Percibo que la lista que contiene los puntos fundamentales de aquello en lo cual creemos, se está resumiendo exageradamente. Comprendo que hay un clamor cada vez mayor para profundizar nuestros contenidos doctrinarios y teológicos. Creo que necesitamos puntualizar algunas dimensiones de nuestra fe y como fruto de ese trabajo escribir Credos más densos, que contengan más detalladamente lo que pensamos sobre Dios y su revelación. He tenido la osadía de anotar algunas ideas a manera de borrador.
Creo en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo que, en una comunidad trascendente conviven en una mutualidad tan perfecta, que no se puede hablar de tres Dioses, sino de uno solo. Creo que esa comunidad responde a los interrogantes filosóficos sobre el por qué del Universo. En el principio, Dios no estaba solo y no creó por necesidad de compañía. Él no estaba triste, ni aislado, todo lo contrario, convivía en una armonía amorosa y en felicidad plena. Creo que Dios creó seres semejantes a sí mismo con la intención de invitarles a disfrutar de su plenitud. Creer en Dios significa vivir con la certeza que en Él encontramos el regazo materno, el último pecho, el brazo paterno y la compañía fraternal del amigo más fiel que un hermano. En la Trinidad, creemos que Dios es amor y que el universo gira en torno al altruismo y no del egoísmo. Por causa de la Trinidad, creemos que los sistemas que promueven ganancias, indiferencia y desprecio por el prójimo no resistirán el desgaste del tiempo.
El Dios trino invita a otros al baile eterno en que Padre, Hijo y Espíritu Santo se prefieren uno al otro en honra. Con Él, aprendemos que la compañía de nuestro prójimo no es un estorbo y que el infierno es la soledad y la ausencia de vida comunitaria.
Creo en Dios Padre, el Todopoderoso creador de todo lo que existe. Creo que Dios soberanamente decidió renunciar a parte de su omnipotencia cuando creó seres a su imagen y semejanza. Él se volvió débil porque quiso abrir un espacio para relacionarse con nosotros en amor. Decidió no imponerse por coerción o soborno. Creo que el libro de Job está en la Biblia para que sepamos que el gobierno moral de Dios no se fundamenta en el utilitarismo. Satanás se presentó delante del Señor quien le preguntó si ya se había puesto a pensar en Job, un hombre recto e intachable, que lo honraba y vivía apartado del mal. El ángel de las tinieblas aprovechó la oportunidad para levantar una acusación horrorosa: Que Él sólo lograba el amor de sus hijos porque los compraba con bendiciones: “¿Y acaso Job te honra sin recibir nada a cambio?”, preguntó Satanás. “¿Acaso no están bajo tu protección él y su familia y todas sus posesiones?” Luego de perder todo, incluso la salud, Job da testimonio que Dios es amado no por aquello que Él da, sino por quien Él es. De esta manera, la fuerza más contundente de Dios no viene de su capacidad para imponerse o de hacer trueques a cambio de la fidelidad de sus hijos, sino de permitir que, libres, ellos quieran o no su compañía. Dios prefiere ser conocido como Padre y no como un déspota celestial.
Creo en Jesucristo, no creado, sino eternamente generado en el seno del Padre y nacido de la virgen María, por el poder del Espíritu Santo. Creo que Dios no se contentaría con contemplarnos a la distancia, por eso envió a su Hijo para que fuese nuestro Emmanuel — Dios con nosotros. Creo que su venida al mundo no fue un pensamiento posterior al pecado, desde siempre Dios quiso construir su morada entre los humanos. Creo que Jesús, siendo en forma de Dios no se deslumbró con el poder; así aceptó despojarse y transformarse en hombre como todos nosotros. A pesar de nunca dejar de ser totalmente Dios, fue tentado, sufrió, aprendió y murió. En su misión, caminó al lado de los pobres, restableció la dignidad de los excluidos, saqueo los lugares oscuros para rescatar a los esclavos, enfrentó los procesos generadores de la muerte. Creo que Jesús no buscaba reconciliar a Dios con los hombres, sino que como el último Adán, busca reconciliarnos con el Padre.
Creo en el Espíritu Santo, no hecho, ni creado, ni generado por el Padre o por el Hijo, pero que procede de ellos. Creo en el Espíritu de Dios que actuó primeramente en la vida de Jesús, ungiéndolo para que fuese el Cristo. Su misión en la vida de Jesús no fue capacitarlo para que fuese más eficaz en sus acciones, sino para que anduviese en mayor dependencia de Dios. Creo que el Espíritu descendió sobre Jesús el día de su bautismo para concientizarlo que jamás debería intentar realizar su ministerio separado de Dios. El Espíritu lo impulsó al desierto y allí fue tentado por el diablo. Por tres veces fue tentado con la omnipotencia. Si Él se lanzaba desde lo alto del templo sin sufrir daño alguno, sería la práctica del milagro por el milagro. Tentado por el poder sobrenatural, sucumbiría a la seducción pura y simple de aprovecharse de los atributos divinos para protegerse. En la tentación de transformar las piedras en pan, mostraría que no necesitaba valerse de la Providencia, cuando le faltase alguna cosa, obraría con autonomía y a discreción. Cuando sufrió la tercera tentación –no debemos olvidarnos que Él sabía de su misión de buscar la creación perdida– el diablo le ofreció ser el dueño del mundo, pero Él no aceptó. No le interesaba tener vidas o riquezas que le llegaran por manipulación, logro o coerción. Simone Weil, una filosofa judía que se convirtió al cristianismo durante la II Guerra Mundial, estuvo en lo cierto al afirmar:
“Dios se negó a favor nuestro, para darnos la posibilidad de negarnos por Él… Las religiones que concibieron esa renuncia, esa distancia voluntaria, ese debilitamiento voluntario de Dios, su ausencia aparente y su presencia secreta aquí abajo, esas religiones son la verdadera religión, la traducción en diferentes idiomas de la Gran Revelación. Las religiones que representan la divinidad como comandando en todo lugar donde tenga el poder de hacerlo, son falsas. Aunque sean monoteístas, son idolatras”.Él se convirtió en lo que todos nosotros deberíamos ser, personas concientes de su fragilidad y en íntima comunión con Dios.
Creo en la humanidad y que hombres y mujeres, independientemente del color de la piel, estética física o cultura, todavía cargan la Imago Dei— imagen de Dios. Aún caídos y manchados por el pecado, son capaces de acciones dignas. Creo que fuerzas malignas controlan estructuras económicas, políticas y militares, encarcelando personas, produciendo sufrimiento y muerte. Creo, incluso, que esos poderes son, muchas veces, potenciados por ángeles caídos. Admito también que la ganancia y el odio son meramente humanos. Acepto que, al recibir de Dios el mandato de conducir la historia, hemos producido más sufrimiento que felicidad. Sin embargo, creo que podemos tener esperanza: la Imago Dei no está totalmente perdida. Todavía hay Organizaciones No Gubernamentales luchando por la preservación de los santuarios ecológicos; todavía hay médicos y dentistas sumergidos en favelas y campos de refugiados de guerra; todavía hay misioneros cuidando de la salud de los indígenas. Los poetas todavía hablan en versos y prosas sobre la belleza de la vida, y los trovadores todavía tocan sus guitarras celebrado el amor. Científicos todavía luchan para encontrar terapias contra el cáncer, vacunas contra el virus del sida; terapeutas todavía se dedican a los enfermos mentales, todavía existen voluntarios cuidando niños en orfanatos, padres adoptando hijos abandonados, mujeres visitando indigentes en hospitales públicos. Ellos nos inspiran a creer en el futuro.
Creo en la Iglesia que anticipa la llegada del Reino de Dios. Creo en su misión de continuar lo que Jesús inició: amar a los desvalidos, abrigar a los abandonados, extender misericordia a los desdichados y brindar a todos la gracia que nos conduzca de nuevo, a toda la creación, de regreso a Dios. No creo que el icono de la iglesia deba de ser un Cristo conquistador, sino el Cordero crucificado, que no vino para ser servido y si para dar su vida en rescate por muchos. Creo que la iglesia no fue llamada para ocupar el primer lugar entre los poderosos, sino a tener la simplicidad de las palomas. Creo que en ella encontramos el mejor lugar para vaciarnos de nuestra falsa divinidad y concientizarnos de que toda ambición de poder por el poder mismo es diabólica.
Se que esta propuesta para un Credo es solo un borrador y necesita ser profundizada por más personas. Sin embargo, espero haber dado una primera contribución para que podamos cimentar mejor nuestra fe. Hoy, algunas de nuestras convicciones son fruto del trabajo teológico de las primeras generaciones que no se conformaban con superficialidades. Vamos a actuar para que, en el futuro, la próxima generación no resienta el hecho de habernos conformado con la mera repetición de estribillos religiosos.
Soli Deo Gloria.