20 de marzo de 2007

El movimiento evangélico está llegando a su fin

Reportaje realizado al Pr. Ricardo Gondim por Carlos Fernandes para la revista “Eclésia” en diciembre del 2004.

Ricardo Gondim, uno de los mayores pensadores cristianos del país, analiza la iglesia contemporánea y anticipa un giro en la espiritualidad.

El siglo XX fue testigo de la manifestación, la consolidación, el apogeo y el desgaste del movimiento evangélico, un ciclo histórico que se apresta a concluir. Lo que vendrá después es una incógnita – sin embargo, es posible vislumbrar que, pasada la crisis del pragmatismo que asola a la iglesia en este inicio del tercer milenio, la espiritualidad será experimentada de manera más viva y relacional con Dios. Esta evaluación es del pastor Ricardo Gondim Rodrigues, uno de los más respetados pensadores evangélicos del país. Para él, el derrocamiento del evangelicalismo no es solamente fruto del natural desgaste de cien años, sino principalmente de las posturas y prácticas que lo alejaron de la genuina fe bíblica. “Estamos predicando un evangelio de resultados, donde lo que menos interesa es el propio significado de la conversión”, señala.

Pastor, escritor y conferenciante, Gondim, a los 50 años de edad, carga un bagaje teológico forjado por muchas experiencias de vida y de ministerio. Hijo de un preso político de la dictadura militar, desde temprano, se interesó por entender el mundo a su alrededor. Al punto de haberse convertido al evangelio solo, leyendo una Biblia que le había regalado un compañero de la escuela en Fortaleza, estado de Ceará, su ciudad natal. Fue allí que comenzó su recorrido de fe, primero en la Iglesia Presbiteriana – de donde fue expulsado al contar haber recibido el bautismo con el Espíritu Santo – y luego en las Asambleas de Dios, donde inició su ministerio como predicador. Pero terminó decepcionado con el excesivo legalismo que, por aquella época, dominaba no solo las Asambleas de Dios, sino muchas otras denominaciones.

¿Rebeldía? No, inconformidad. “Yo estaba en la búsqueda de una fe más libre de yugos humanos”, recuerda. La encontró. Luego de pasar muchos años estudiando y trabajando en Estados Unidos, Gondim asumió el pastorado de la Misión Betesda, en la misma Fortaleza, en 1982. Aquel trabajo, con un perfil alternativo a las grandes denominaciones, terminó dando origen a la Asamblea de Dios Betesda, iglesia que hoy tiene sede en San Pablo y más de 18.000 miembros. Al lado de su esposa, también pastora, Silvia Geruza, con quien tiene tres hijos, Gondim dirige un exitoso ministerio que ha servido de referencia para todo Brasil y hasta en el exterior. No hace muchas concesiones a modelos eclesiásticos e institucionalizaciones: “Nuestro énfasis tiene que ser bíblico. Apenas tratar de los contenidos del Evangelio”, resume.

Como sugiere el titulo de uno de sus libros, “Artesanos de una nueva historia”, Ricardo Gondim cree que la fe evangélica comienza a surcar, hoy, por otro camino – “El pragmatismo de la fe de resultados va a dar lugar a una fe más afectiva, más íntima con Dios”. Pero no será un tiempo de valorización del bienestar y del narcisismo espiritual, como vemos hoy. “Al contrario”, considera, “estando más cerca del corazón del Señor, estaremos también más atentos a su clamor por la humanidad que sufre”. El pastor Gondim respondió al reportaje de ECLESIA durante el 5º Congreso de Reflexión y Espiritualidad, en Aguas de Lindoia (San Pablo), evento promovido por Doxa, uno de los brazos de la iglesia Betesda. Allí, se habló mucho sobre la Iglesia contemporánea. El análisis no es de lo más alentador. “La conversión, experiencia básica de la vida cristiana, está muy difusa. Casi no se habla más sobre ‘nacer de nuevo’”, evalúa Gondim.

Lea la entrevista completa aquí:


ECLÉSIA - En su opinión, ¿cuál es la situación de la iglesia evangélica brasileña hoy?

RICARDO GONDIM - Es gracioso, porque aunque la iglesia brasileña esté atravesando una tremenda crisis de contenidos, la gente vive un momento de jactancia evangélica. La iglesia evangélica brasileña tiene una gran dificultad para examinarse a si misma, porque está muy entusiasmada con su propio crecimiento. Pero es fácil constatar que el Evangelio ha sido predicado y vivido de una manera extremadamente pragmática, utilitaria. ¿Qué evangelio estamos predicando? Es un evangelio de resultados, donde lo que menos importa es el propio significado de la conversión. Eso es muy grave. El significado de la expresión “nacer de nuevo” se encuentra muy difusa dentro de nuestras iglesias. ¿Qué es nacer de nuevo? Esta experiencia pilar fue disminuida al rito de levantar la mano, venir al frente, seguir cinco o seis “leyes espirituales” – confiese esto, declare aquello, actúe de este modo. O sea, se volvió un credo. Y un credo raro. El concepto de nacer de nuevo ha sido muy fragilizado, además de ser muy poco mencionado. Y cuando se habla, no sabemos ni a que nos estamos refiriendo. El movimiento evangélico, tal como hoy lo conocemos, está llegando a su fin.


E. – ¿Cómo?
R.G. – Las señales de ese agotamiento son claras. Una de ellas es la fragilidad teológica y doctrinaria de los adeptos del movimiento evangelical en sus bases. Si tú le preguntas a un miembro de una iglesia evangélica hoy por qué es evangélico, él te va a responder con un estribillo o relatando una experiencia mística, metafísica, sin ningún contenido básico, exegético, hermenéutico. Y esa experiencia mística cabría muy bien en cualquier otra vivencia religiosa, en el budismo o en el espiritismo. Ese vaciamiento teológico en sus bases demuestra que la longevidad del movimiento evangélico está comprometida.

¿A qué usted le llama “movimiento evangelical”?
El evangelicalismo existe desde el nacimiento del llamado fundamentalismo, que es un movimiento que sucedió primeramente en Estados Unidos, a fin del siglo XIX. Fue una reacción al liberalismo teológico entonces en boga, fruto de la alta crítica alemana, que estaba influenciando tremendamente al cristianismo occidental. Las iglesias determinaron reaccionar a eso con la reafirmación de los postulados básicos de la fe cristiana, aquellos postulados innegociables – el nacimiento virginal de Jesús, la inerrancia de las Escrituras, la resurrección corporal de Cristo y su regreso. Era una reacción de fuerte cuño fundamentalista y escatológico.

Ese también fue el embrión del pentecostalismo, ¿no?
Exactamente. El pentecostalismo es hijo del movimiento fundamentalista, que tuvo como uno de sus exponentes al pastor americano Billy Graham. Ese movimiento llega a su apogeo en el Pacto de Lausanne [N. de la redacción: ese pacto fue firmado en la Conferencia Internacional de Lausanne, Suiza, en 1974, reuniendo a líderes evangélicos de todo el mundo]. Allí logró su mayor fuerza, un periodo que corresponde también a la explosión numérica del movimiento pentecostal. El pentecostalismo, hasta entonces visto con reservas, fue incluso admitido como socio del evangelicalismo. Lausanne fue fundamental para el diálogo entre los diversos campamentos que están debajo de esa enorme tienda llamada evangelicalismo.

¿Cuál es el legado del evangelicalismo?
Yo no disminuyo ni subestimo al movimiento evangelical. Fue una linda expresión espiritual, que democratizó el acceso a Dios. Sin dudas, se trata del mayor fenómeno religioso del siglo XX y afirmó los paradigmas con los cuales nosotros hemos convivido en estos últimos cien años. Pero, como otros movimientos espirituales, perdió su vigor. Eso es propio del proceso historico. Se está acabando, no tengo dudas. El movimiento evangélico, tal como lo conocemos, está completando su ciclo de existencia. Ese vaciamiento se dio por la propia fuerza pragmática del movimiento.

¿Qué vendrá después?
Nosotros no tenemos aún una clara respuesta sobre lo que sucederá. Quizá esa respuesta no sea competencia de nuestra generación. Pero ya comienza a manifestarse algo nuevo, un movimiento de reflujo de este evangelio pragmático que hemos vivido, que busca resultados y dividendos. Y esa cosa nueva apunta hacia el camino de una espiritualidad más viva, de una relación más íntima con Dios. Un abordaje más humano de las Escrituras – valores espirituales con ternura y afecto en relación al Señor, una noción más sencilla de la paternidad divina. Algunos pensadores van en esa dirección. Personas como Osmar Ludovico, Valdir Steuernagel, Ricardo Barbosa de Sousa, que enfatizan la necesidad de un retorno a una espiritualidad del corazón, un cristianismo de mayor afecto con Dios. Dejar de lado la técnica, el “como hacer”, y entrar más en una relación con Dios sin pretender fragmentaciones prácticas. Hay un clamor en nuestro país por una espiritualidad que nos traiga de vuelta a una relación mayor con el Señor.

Sin embargo, ese evangelio de búsqueda de mayor intimidad con Dios ¿no puede llevarnos a una especie de narcisismo espiritual? Hoy, buena parte de los libros, de las predicaciones, y hasta de la música evangélica priorizan la satisfacción personal…
Diría que no. Eso puede perfectamente ser conciliado con el evangelio “del otro”, o sea, de las relaciones horizontales. Cuando más próximos estamos al corazón de Dios, más sentiremos lo que Él siente, nos volveremos más empáticos. Y mayor será el amor que tendremos para con el prójimo. Nosotros nos identificaremos con el latir del corazón de Dios para con la humanidad sufriente. La evangelización dejara de ser una agenda institucional y pasará a ser una identidad de nuestro corazón con el corazón de Dios.

En la última década, observamos el fenómeno de la institucionalización de las iglesias, llevando principios corporativos para los ministerios cristianos. ¿Qué piensa usted de los modelos de gestión eclesiástica y de las estrategias para el crecimiento de las iglesias?
Mira, yo veo con cierto recelo esa multiplicaron de modelos eclesiales, importados, la mayoría de las veces, de Estados Unidos. No creo que la respuesta para la iglesia sea gerencial. Nuestra capacidad para gerenciar programas, para establecer una buena visión, una buena misión, no es la panacea para los males de la iglesia contemporánea. Todavía creo que es el Señor quien nos dará el crecimiento, sumando el número de aquellos que van siendo salvados. Veo que muchos pastores se esconden detrás de un paquete, creyendo que es el gran truco que va a resolver el problema de sus iglesias y ministerios. Yo, a veces, tengo miedo de que nos embarquemos en paquetes que son presentados como el modelo de éxito cuando, muchas veces, es aquella iglesia que está allí en la favela, allá en un pobre pueblito, sin señales de prosperidad y éxito, que está cumpliendo los designios de Dios. El problema es que nos hemos vuelto muy proselitistas y muy poco evangelizadores. Habrás visto el énfasis en nuestros programas en los medios de comunicación. Es más la propaganda de las instituciones que la enseñanza de contenidos del evangelio. Se usan los medios para hacer propaganda institucional, o para enaltecer a los dirigentes de las iglesias. Eso es decadente.

Usted es un líder evangélico respetado nacionalmente. ¿Cómo hizo para evitar la institucionalización de su ministerio?
Nosotros, en Betesda, ponemos mucho cuidado en ser una iglesia de la Palabra de Dios, que se concentra en colocar su énfasis en la Biblia, en la exposición de las Escrituras como ellas son. Y nuestra iglesia ha crecido, sí, hasta más de lo que se espera de una iglesia con esa postura – pero no hacemos de la búsqueda del crecimiento la prioridad de nuestras acciones. Crecer por crecer no es nuestra propuesta. Entonces, las personas que hemos atraído para el evangelio vienen exactamente en búsqueda de eso, de ese contenido bíblico, una cosa que huya del evangelio de resultados que hemos visto por ahí. Alguien ya dijo que si tú levantas una iglesia tocando rock, tendrás que tocar rock tu vida entera, sino las personas que fueron atraídas por eso se irán. Si levantas una iglesia expulsando demonios, vas a tener que continuar expulsando demonios siempre, sino el día que dejes de hacer eso, las personas se irán. Entonces, si tú levantas una iglesia predicando la Palabra de Dios, tendrás que continuar haciendo eso siempre – si dejas de predicar, las personas se van, porque la predicación bíblica es su motor principal. Dentro de esas muchas opciones, la mía es la Palabra de Dios. Yo creo que los contenidos del evangelio necesitan ser explicitados.

¿Existe una tercera vía, una solución para los problemas propios del crecimiento de las iglesias, como la perdida de la dimensión comunitaria?
Existe, es la de los grupos relacionales. Este es un camino sin retorno que la iglesia necesitará transitar, si quiere preservar su identidad cristiana. Es el camino de las casas, de las células familiares, de la koinonia, donde la relación se da frente a frente. Los pequeños grupos son una alternativa saludable a los efectos disgregadores del crecimiento. Son la solución para el cristianismo occidental.

Ya que uno de sus motivos para la ruptura con las Asambleas de Dios fue su crítica al legalismo, ¿cómo ve usted hoy esta cuestión en el segmento evangélico? ¿Hubo una evolución?
En algunas áreas, sí. En esa área de usos y costumbres, el avance fue perceptible, y no solo en una u otra denominación. Hubo también una revolución también en la cuestión del legalismo litúrgico – nuestros cultos hoy son mucho más leves, espontáneos, menos estereotipados. Antiguamente, un culto presbiteriano, por ejemplo, era exactamente igual en iglesias del norte al sur del país. Hoy hay una libertad mucho mayor en ese sentido. Por otro lado, existen actitudes legalistas que trascienden esa cosa de vestimenta, de prácticas. El legalismo no se manifiesta apenas en la rigidez de costumbres – él está presente, también, cuando abandonamos los criterios de la fe y creemos que nuestras obras, de alguna manera, nos dan crédito delante de Dios. Hoy existe un legalismo tan pernicioso como aquel de otro tiempo, que regulaba el tamaño de la ropa o el corte de cabello. Es el legalismo que coloca a uno en la campaña de oración semanal, o en las ofrendas, en la responsabilidad de aplacar a Dios con nuestros sacrificios. Vamos a agradar al Señor de esta manera, con tal práctica, o dando más dinero – quien sabe, vamos a ganar el favor de Dios si podemos alabarlo con la mejor alabanza que podamos dar.

La liberalidad en cuanto a usos, costumbres y procedimientos, ¿nos volvió a los creyentes más “mundanos”?
No, no, no. Lo que nos hace parecidos al mundo no es la manera en como nos vestimos, ni como hablamos, o el tipo de lugares que frecuentamos. Estamos, sí, más mundanos, pero no porque dejamos de ser legalistas. Lo que nos hace parecidos al mundo son los contenidos de nuestro carácter, las elecciones que hacemos – si decimos “si” o “no” a determinadas oportunidades que surgen. Los criterios éticos de la iglesia son los que están demasiado parecidos a los del mundo. Nosotros, hoy, tenemos una iglesia pragmática, donde “funcionar correctamente” es más importante que “actuar correctamente”. Hoy, el parámetro de la bendición de Dios es el de la prosperidad. Entonces, si tú estás ganando dinero, si a tu empresa le va bien, entonces es señal que la bendición de Dios está sobre ti.

¿Qué tipo de personas es producida por la teología de la prosperidad?
La teología de la prosperidad está produciendo una enorme cantidad de personas decepcionadas con la iglesia, con Dios. Eso funciona con la misma lógica de un juego de azar – millones apuestan, pero apenas un ínfimo grupo gana.

Si eso es así, ¿por qué tantas personas continúan creyendo en esa teología?
Porque es ese mínimo grupo de suertudos quienes dan verosimilitud al sistema. Voy a un culto con cinco mil personas, allí digo de la siguiente manera: “Aquí hay cien personas que van a ofrendar 1.000 reales (cerca de 500 dólares), porque un ángel me dice que, en esta semana, ellos serán bendecidos”. Pues bien, en un grupo de cinco mil, por pura lógica, tengo tres o cuatro personas que, de hecho, van a conseguir algún tipo de éxito de cualquier manera – y eso sucederá, independientemente de haber ido al culto o no. Es una cuestión de estadística. Pero, esos tres o cuatro, mañana van a dar testimonio y van a decir que la vida de ellos cambió porque fueron al culto y participaron de la oración fuerte, etc, etc. Ahora bien, cuando yo pida, la semana que viene, otros 1.000 reales a cien personas, será más fácil todavía – al final, voy a tener resultados para mostrar. Igualmente aquellos que dieron y no recibieron ninguna bendición, hay explicación: ellos dejaron alguna brecha al enemigo, o no tuvieron fe. O, entonces, no dieron de buena gana y, a fin de cuentas, Dios ama al dador alegre. Todavía queda espacio para hacer transferencia de culpas…

¿Pero va a llegar el momento en que las personas van a percibir que nada sucede y terminarán desistiendo de esas apuestas con Dios, no es verdad?
¿Y tú crees que, algún día, la lotería va a terminar? Mañana mismo una lotería de esas sortea 35 millones de reales (17 millones de dólares). El apostador no tiene en cuenta que apenas una sola persona, o algunos pocos, serán premiados. Si uno gana, hace aquel alarde – entonces, el sujeto piensa “caramba, esta es mi oportunidad”. Por eso es que cuando las personas van a jugar a la lotería, utilizan hasta una terminología religiosa. La multitud va tras una ilusión. Cuando un pastor invierte en los medios de comunicación y lleva a las personas a dar ese tipo de testimonios, la ilusión es retroalimentada.

La iglesia evangélica en Brasil fue anunciada, de manera jactanciosa, como el semillero misionero del siglo XXI. Hoy, ¿cómo es vista en el exterior?
Yo creo que aquel furor misionero de hace dos o tres décadas terminó llevándonos a una situación peligrosa. Hubo una fiebre misionera tan grande que muchas personas fueron lanzadas al campo sin la debida preparación misiológica. Y eso trajo problemas para el misionero, para la iglesia que lo envió y, aún más, en el campo. Yo lamento decir que el testimonio de diversos misioneros y pastores que fueron de Brasil al exterior es vergonzoso en países como Portugal. Hoy, la iglesia evangélica portuguesa rechaza la presencia misionera brasileña.

¿Por qué?
Por causa del traslado del legalismo evangélico brasileño a la cultura de allá. Eso no existe. Y, en segundo lugar, por causa de esos modismos que aquí en Brasil son tolerados, pero que en la cultura europea son vistos de manera muy sospechosa – esos show fe de, esas demostraciones grandilocuentes de supuesto poder divino. Y eso no es todo. Estuve en India recientemente y escuché muchas quejas contra los creyentes brasileños. Hay pastores de aquí que van allá, fotografían grandes eventos promovidos por la iglesia india y vuelven diciendo que todo fue promovido por ellos. Y luego, crean una paranoia de persecución que en verdad no existe. India es un país democrático, plural. Se crean dificultades para vender historias aquí.

La matriz teológica adoptada aquí es norteamericana. ¿La crisis de contenido que afecta a la iglesia brasileña tiene paralelo con la de Estados Unidos?
No diría paralelo, porque la crisis allá es de otra naturaleza. La iglesia evangélica en los Estados Unidos es profundamente ideológica. Desde el advenimiento de la elección del presidente George W. Bush, hace cuatro años, la ideología de la derecha republicana se apoderó de la iglesia evangélica. Eso se agudizó luego del 11 de septiembre. Hubo un recrudecimiento del ensimismamiento de la iglesia. Y los creyentes allá tienen un problema muy serio de etnocentrismo – dialogan muy poco con otros sectores de la sociedad. La iglesia americana cree en el mesianismo del presidente Bush. Hoy, existe una persecución ideológica tan grande que, si un creyente dice que no va a votar a George Bush, es aborrecido como un hereje. La cosa llega a ese nivel.

¿Por qué la iglesia norteamericana se alineó al gobierno de Bush?
La derecha republicana en Estados Unidos identificó que la iglesia evangélica tiene tres grandes plataformas, tres banderas conservadoras que era cuestión de sostener: oración en las escuelas, la batalla en contra del aborto, y más recientemente, la lucha contra el avance de la homosexualidad. Entonces, el Partido Republicano, muy astutamente, capitalizó el discurso de Bush sobre esos temas – y eso encanta, hace alucinar al creyente americano: tener un presidente que defiende esas tres banderas. Infelizmente, la iglesia allá ha dejado de lado otras banderas que debería empuñar, como la defensa de la justicia, los derechos humanos o la preservación del medio ambiente. Lo que nos inquieta es ver que los cristianos americanos no le están reclamando eso al presidente Bush. No están reclamando que firme el protocolo de Kyoto, un instrumento de defensa ambiental mundial que el actual gobierno ignoró. No están reclamando la misma postura adoptada en Irak en relación, por ejemplo, a Haití, que es un país que se encuentra a 300 kilómetros de Florida y que está literalmente desvaneciéndose. Si el objetivo de la operación en Irak fue la de deponer a un tirano y establecer una democracia, llevando ayuda humanitaria, ¿por qué no hace lo mismo en Haití? La falta de criterio es total. No entiendo como la iglesia es aliada de un partido que defiende el uso de armas, que fomenta la escalada armamentista dentro de la propia población.

Hace poco tiempo, su articulo “Estoy cansado”, publicado en la revista Ultimato, tuvo una gran repercusión en el segmento evangélico. ¿Está usted cansado de la iglesia?
¡No, no! Yo no estoy cansado de la iglesia – por el contrario, estoy entusiasmado y esperanzado que un nuevo tiempo va a surgir para la iglesia evangélica en Brasil. Es obvio que, en medio de una situación de crisis como la actual, uno acabe quedando medio molesto y entristecido. Quedé impresionado con la repercusión de aquel artículo. Recibí miles de mensajes. Hay un clamor de los creyentes, pastores y líderes diciendo: “¡Basta!”.