18 de marzo de 2007

Espíritu Santo y Trinidad

por Ricardo Gondim

Durante el siglo XX, la pneumatología se volvió uno de los temas más discutidos y debatidos en el cristianismo occidental. Los fenómenos pentecostales, que se diseminaron por Europa y Estados Unidos, abastecieron la agenda teológica de la mayoría de los centros académicos evangélicos. Sin embargo, uno de los problemas básicos de la pneumatología de los últimos cien años ha sido el mantenerse apologética. Tanto es así que la mayoría de los conceptos sobre el Espíritu Santo contenían defensas o ataques a los avivamientos pentecostales.

El pentecostalismo se diseminó en el período de la gran controversia fundamentalista. El cristianismo norteamericano se agitaba con los primeros tratados contre el Liberalismo alemán y la Alta Crítica. Mientras que los fundamentalistas proponían probar la Biblia usando los mismos instrumentos modernos para mensurar la verdad, los pentecostales -que antes de tiempo ya eran posmodernos- divulgaban realidades y experiencias que trascendían la racionalidad. Los fundamentalistas no aceptaron sus propuestas y no respetaron su liturgia. El movimiento fue lanzado a la fosa común de las sectas heréticas. Pero los pentecostales insistieron, afirmando ser más evangélicos de lo que se suponía. A pesar de las pedradas, el avivamiento se propagó. En el nuevo milenio de cada veinte habitantes del mundo, uno es pentecostal.

No obstante, en aquella primera mitad del siglo XX, en algunos círculos cristianos, apenas si se mencionaba al Espíritu Santo. Era demasiado traumático. Cuando comenzaron a surgir los primeros tratados teológicos, se notaba un sutil deseo de atacar o defender los cultos emotivos de esa “nueva secta” que, bajo el pretendido cartesianismo religioso, representaba una fe irracional.

Se escribieron textos y más textos sobre el Espíritu Santo como una persona autónoma. Se discurrió sobre su actuación; sobre la manera en como reviste a los creyentes con su poder; y cómo la iglesia se vuelve más operativa cuando lo busca con fervor. Pero hubo poco énfasis sobre el Espíritu Santo junto a la Trinidad. El “dunamis” del Espíritu Santo se volvió el tema predominante y más anhelado dentro de los círculos cristianos avivados. Sin embargo hoy se percibe que las referencias a Su poder, fuera del contexto de la Trinidad, produjeron graves distorsiones en la espiritualidad cristiana occidental.

Infelizmente, grandes segmentos cristianos –que luego pasaron a ser conocidos como neopentecostales– terminaron embriagados por la arrogancia, porque hicieron del poder su principal meta espiritual. El pragmatismo pentecostal hizo que la presencia del Espíritu Santo fuese bienvenida siempre y cuando mejorara su desempeño misionero o evangelístico. Las iglesias pasaron a buscar una visitación del Espíritu, pero pretendiendo mejorar su efectividad funcional.

Es necesaria una nueva pneumatología, y que ella parta desde la Trinidad. El Espíritu Santo no puede tener mayor o menor prominencia delante del Padre y del Hijo. Aquellos que piensen sobre el Soplo Divino, no necesitan buscar referencias en las tensiones pentecostales. Las dispensaciones fijadas por el fundamentalismo, que delimitan las acciones divinas, son infundadas; no hay manera de prever anticipadamente el mover de Dios. Dios es libre como el viento. Destacar solamente al Espíritu Santo es una grave distorsión teológica. Igualmente, contemplarlo como una mera Tercera Persona, oscura y sin tanta importancia, tampoco condice con la tradición trinitaria del cristianismo.

La experiencia con la divinidad está mediada por el Espíritu. Por Él, las personas entran en comunión con el Padre y conocen íntimamente al Hijo. Por lo tanto, la gran tarea de la teología -cuando se atreve a navegar en aguas profundas del Espíritu- debe centrarse en la intimidad más que en el ansia de poder.

El Espíritu genera sed de intimidad antes de despertar la necesidad de poder. Él atrae a hombre y mujeres hacia una relación semejante a aquella que disfruta con el Padre y el Hijo desde la eternidad pasada. En esa familiaridad la tentación de la omnipotencia pierde su eficacia y el amor adquiere la suprema relevancia.

La iglesia necesita de un nuevo soplo de Dios, no para recibir más poder, sino para conocer a su Señor íntimamente.

Soli Deo Gloria.