8 de enero de 2009

Ninguna masacre es legítima

por Ricardo Gondim

Los actos de justicia son preciosos a los ojos del Señor. La idea de que el hombre fue creado a su imagen y semejanza fue interpretada, no como una analogía del ser, sino como una analogía del hacer. El hombre es llamado a actuar a semejanza de Dios. “Sé tú misericordioso como Él es misericordioso”.

El significado de haber sido creado a imagen de Dios está escondido en un enigma. Quizás podamos suponer que la intención era que el hombre fuese un testigo de Dios, un símbolo de Él. Al mirar al hombre, deberíamos sentir Su presencia. Pero, en vez de vivir como un testigo el hombre se volvió un impostor; en vez de ser un símbolo se volvió un ídolo. En su arrebato de vanidad desarrolló una falsa sensación de soberanía que invade al mundo con terror.

Estamos orgullosos de las hazañas de nuestra civilización tecnológica. Pero nuestro orgullo puede causar nuestra suprema humillación. El orgullo de sostener que “Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos” (Deuteronomio 8:17), nos llevará a decir “dios nuestro” a la obra de nuestras manos (Oseas 14:3).

Temblamos al pensar que en nuestra civilización hay una fuerza demoníaca que intenta vengarse de Dios.

Luego de comer el fruto prohibido, el Señor expulsó al hombre del Paraíso para labrar la tierra de donde fue formado. Pero, ¿qué hizo el hombre, que es más sutil que ninguna de las criaturas de Dios? Emprendió la construcción de un paraíso por medio de su propio poder y está expulsando a Dios de ese Paraíso. Durante varias generaciones las cosas parecían estar bien, pero ahora descubrimos que nuestro Paraíso estaba construido sobre un volcán que puede ser un enorme campo de exterminio para el hombre.

Este es el momento de gritar: ¡es vergonzoso el ser humano! Nos incomoda ser llamados religiosos ante el fracaso de la religión en mantener viva la imagen de Dios ante el hombre. Vemos lo que está escrito en el muro, pero somos demasiado analfabetas para comprender lo que quiere decir. No hay soluciones fáciles para problemas serios: todo lo que podemos predicar honestamente es una teología del desánimo. Hemos aprisionado a Dios en nuestros templos y en nuestros lemas, y ahora la palabra de Dios está muriendo en nuestros labios. Hemos dejado de ser símbolos. Hay oscuridad al este y presunción al oeste. ¿Y la noche? ¿Y la noche?

¿Qué es la Historia? Guerras, victorias y guerras. Muchos muertos. Muchas lágrimas. Un poco de resentimiento. Muchos miedos.

¿Y quién podría juzgar a las victimas de la crueldad cuyo horror se transforma en odio? ¿Será fácil impedir que el horror de la maldad se convierta en odio contra los malvados? El mundo está inundado de sangre y la culpa es inagotable.

¿No debería perderse toda esperanza?

Lo que salvó a los profetas de la desesperación fue su visión mesiánica y la idea de la capacidad del hombre para arrepentirse, lo que influenció su comprensión de la historia.

La historia no es un callejón sin salida, y la culpa no es un abismo. Siempre hay un camino por el cual se puede salir de la culpa: el arrepentimiento y el volver a Dios. El profeta es una persona que, aunque viviendo el desaliento, tiene el poder de trascenderlo. Por encima de la oscuridad de la experiencia ve surgir la visión de un día distinto.

Egipto y Asiria emprendieron guerras sangrientas. Odiándose mutuamente, ambos son enemigos de Israel. Sus idolatrías son abominables y sus crímenes terribles. ¿Cómo se siente Isaías, hijo de un pueblo que se distingue por tener el privilegio de ser llamado “Mi pueblo” por el Señor, la “obra de sus manos” (Isaías 60:21), cuando se refiere a Egipto y Asiria?

En aquel día habrá una carretera desde Egipto hasta Asiria. Los asirios irán a Egipto y los egipcios a Asiria, y unos y otros adorarán juntos. En aquel día Israel será, junto con Egipto y Asiria, una bendición en medio de la tierra. El Señor Todopoderoso los bendecirá, diciendo: “Bendito sea Egipto mi pueblo, y Asiria obra de mis manos, e Israel mi heredad” (Isaías 19:23-25).
Nuestro Dios es también el Dios de nuestros enemigos, sin que ellos lo conozcan y a pesar de desafiarlo. La enemistad entre las naciones se transformará en amistad. Vivirán juntas cuando juntas sirvan a Dios. Las tres serán igualmente el pueblo escogido de Dios.


(Antes de criticar los pensamientos escritos arriba, aconsejo prudencia. La falta de comillas [“”] es a propósito. Ninguna de las palabras que escribí salió de mi pluma. Todas fueron copiadas de Abraham Joshua Heschel, uno de los más venerados rabinos del siglo XX, y uno de los principales filósofos del judaísmo de todos los tiempos).

Soli Deo Gloria.