6 de enero de 2009

Gaza y las lecciones que aprendí

por Ricardo Gondim

En el estado de Ceará la gente considera que es indigno golpear a un borracho. Reacciono terminantemente al genocidio palestino. Mis vísceras se retuercen cuando veo un niño mutilado por las esquirlas. Me siento culpable porque duermo seguro. Me indigna mi impotencia. No me conforma ser insignificante. Me exaspera no tener la autoridad política para gritar: ¡Basta!

¿Cómo se bombardea una población indefensa, sin ejército, y sin lugar donde esconderse? No entiendo el cinismo de una nación que antes de lanzar bombas, ordena huir al pueblo. Pero, ¿huir adónde? Las fronteras fueron selladas, no existen albergues, búnkeres o refugios. La matanza es espantosa.

Pasa mí, esta guerra no es otra cosa que una limpieza étnica. Humillando al pueblo palestino hasta el polvo, quebrando la columna dorsal de su identidad, Israel espera ellos se dejen de molestar. Si la causa de Israel es noble, ¿por qué la prensa internacional tiene prohibido informarse sobre los acontecimientos?

Aunque horrorizado, he aprendido. Esos eventos tenebrosos me llevaron a admitir que ya no leo la Biblia con las mismas lentes. Abandoné la idea que las masacres del Antiguo Testamento fueron órdenes divinas. Entiendo que los genocidios relatados en la Biblia fueron cometidos con las mismas motivaciones políticas, por los mismos intereses económicos y con las ambiciones nacionalistas iguales a las actuales, pero atribuidos a un dios guerrero. No acepto que los “propósitos” divinos para el futuro estén conectados a la política militar de Israel. Me arrepiento de haber predicado, alguna vez, que “Israel es el reloj de Dios” para el fin de los tiempos.

Pretendo ser un discípulo de Jesús y quiero crecer en mi pacifismo. Creo que Jesucristo encarnó la plenitud de la Divinidad. Para mí, las bienaventuranzas del Sermón del Monte son indicadores para comportamientos individuales y decisiones nacionales. No acepto represalias y venganza. Permanezco fiel a la declaración de que Jesús es el príncipe de la paz.

Soli Deo Gloria.