22 de enero de 2007

Egocentrismo

por Ricardo Gondim

La película brasileña, “El año en que mis padres salieron de vacaciones”, contiene un poco de mi historia de adolescente. Aunque un poco mayor, fui muy parecido a Mauro, el personaje principal de la trama.

En la dictadura, yo también me vi obligado a vivir en la casa de mis abuelos, también juegue a la pelota en un campito improvisado, también espié por cerraduras indiscretas, también tuve miedo de los jeeps, también vi la Copa Mundial de fútbol de México en un clima tenso. Porque mi padre había sido expulsado de la Aeronáutica y vivíamos bajo el rigor de las leyes de excepción, yo tampoco festejé el tricampeonato mundial como me hubiera gustado.

Sin saber como enfrentar los días represivos, necesite encapsularme en mi propio mundo. Yo estaba forzado a enfrentar, sin saber como, el vituperio de ser hijo de un “subversivo-comunista, enemigo de la patria”.

Ocasionalmente agarraba mi vieja bicicleta, de aros desproporcionadamente grandes, aun de los tiempos de “freno de pie” (dábamos vuelta el pedal para trabar la rueda trasera) y huía debajo de un árbol.

Allí entraba en mi exilio, mi Pasargada, mi Maracangalha, mi cueva de Adulam. En aquella sombra, permanecía incógnito. Escuchando el susurro de las hojas, conversé y vacié mi corazón ante nadie; lloré delante de los gorriones mudos, mis únicos oyentes.

Cuando no tenía la bicicleta, que también pertenecía a mi hermano, trepaba al tejado de la vieja casa de la Avenida Universidad. Con los problemas oprimiéndome, aumentaba la compulsión por aislarme. Era mi defensa.

Esos ostracismos auto impuestos construyeron mi carácter introspectivo. Algunas personas son como son por necesidad y no por desvíos del carácter. Algunos violentos pueden haber sido obligados a reaccionar con violencia para no morir; del mismo modo, los irónicos, los graciosos, los fríos.

Hay veces en que me sorprendo con mis actitudes egocéntricas, auto referenciales, ensimismadas. Me asusto cuando personas queridas pelean conmigo porque me desconecté, dejándoles hablando solos. Ya me pasó de atropellar conversaciones sin querer.

Pero mi peor falla es que no me gusta que señalen mis defectos. Me quedo resentido cuando las personas difieren de mis argumentos. No tolero ser contradicho.

Esa tendencia de apreciar mi propia compañía viene de lejos – Narciso puro.

Me explico sin querer justificarme. Mas allá de la paranoia que los militares generaban en nosotros, el ambiente allí en casa se volvió asfixiante y yo no toleraba más tener que oír una discusión entre papá y mamá y, aun, ser testigo de las loqueras que mi hermana mayor armaba. La dictadura destruía mi núcleo familiar, y para sobrevivir en mi impotencia adolescente, me encerré en secretos.

No, no busco atenuar la triste comprobación que soy egocéntrico, deseo sólo descubrir los orígenes de esas vanidades para lidiar mejor con ellas.

Se que necesito abrirme y celebrar la belleza de mi prójimo; se que el mundo no rueda alrededor mío; se que estoy lejos, muy lejos, de la genialidad, de la rectitud, y de los pasos ya andados por santas y santos; se lo irritante que es convivir con personas que “se creen”.

Imploro a mis amigos: sean pacientes. Reconozco que creé un mundo aparte para poder ejercer un poco de control.

Recuerden que era un niño cuando mis padres salieron de vacaciones y que ellos demoraron mucho en volver. Entiendan, por favor, por qué endurecí mi corazón.

Hace años que procuro salir de esa artimaña y reconozco que estoy tardando. Pero voy a esforzarme para construir puentes sobre los escondrijos de aquel niño llamado Ricardo.

Soli Deo Gloria.