22 de marzo de 2009

En Egipto, de vuelta al pasado

por Ricardo Gondim

Entré por una puerta baja y estrecha, me quité los zapatos y me vi frente a frente con la historia. La capilla saturada de humo, el suelo alfombrado y mis pies descalzos no me dejarán olvidar: yo estaba en al Monasterio de San Macario de la Iglesia Ortodoxa Copta, a unos 150 km. de El Cairo. Una construcción en medio del desierto. La experiencia fue única. Viajé en el túnel del tiempo hasta el siglo cuarto después de Cristo (recuerda que estamos en el veintiuno). El humo era incienso y mi olfato me ligaba a lo Divino, como natural de Ceará, me gusta la idea de poder “oler” a Dios.

Acompañado por otros pastores evangélicos, estreché la mano del monje Ireneo, un señor de 59 años de edad, que nunca se corta la barba y que nos recibió cubierto de un hábito negro. Además de un gorro negro, también usaba un velo. Ireneo tiene un doctorado en farmacología, entró a la visa monástica hace más 30 años y durante todo este tiempo nunca ha pisado el lado de afuera. No tiene contacto con el mundo, con los medios o con cualquier entretenimiento secular.

Con la misión de orar y trabajar, Ireneo cuida de la impresión de los libros que sus hermanos monjes escriben sobre espiritualidad, historia y teología.

Los coptos (copto significa egipcio) creen ser discípulos del evangelista Marcos. El monaquismo egipcio tuvo su origen mucho antes que las tradiciones monacales católicas. En la época de las persecuciones que los cristianos sufrieron en Alejandría, algunos hombres entendieron que debían preservar la fe refugiándose en el desierto. San Macario, influenciado por San Antonio cerca del año 340 d.C., asumió la dirección de uno de esos refugios. Para que la fe no se corrompiera, Macario hizo voto de vivir en absoluta soledad (la raíz mono en monaquismo significa solo).

Le pregunté a Ireneo cómo era su día. Hablando bajo, me contó que todos se levantan a las 4 de la madrugada y oran hasta las 6. Desayunan en silencio. Trabajan en las huertas, pomares y en la cría de ovejas y vacas lecheras. Almuerzan en silencio. Oran otras dos horas. Estudian y trabajan hasta las 6. Luego todos se encierran en sus celdas y cenan (o no) en soledad. Al día siguiente, la misma rutina.

Algunos pastores que acompañaban la visita fruncían el seño. Otros se mostraban indignados con la falta de compromiso de los monjes con las necesidades del mundo. A los más intolerantes les escandalizó el incienso. Pero yo quedé extasiado con la visita. ¿Cómo no impresionarme con una página importante de la fe cristiana? El legado de esos hombres preservó documentos vitales; debemos a los copistas, estudiosos y místicos la continuad del mensaje de Cristo en la época de la corrupción de cardenales y papas. Época de traidores de la fe.

En la capilla donde 49 monjes fueron despedazados, me recordé que la rama “protestante-fundamentalista-evangélica-pentecostal” que me formó tiene poco peso en la historia, menos de 150 años. El monasterio de San Macario sobrevive hace 1500.

Ireneo dejó su empleo y su familia, cambió de nombre, hizo voto de castidad y de pobreza. Todos los días lee la Biblia y se coloca en la brecha de la intercesión, suplicando a Dios para que no deje al mundo desbarrancarse. No sé si yo tendría el valor de hacer lo mismo, por lo tanto, no puedo criticarlo. En la despedida le pedí que me incluyera en sus oraciones, pues soy yo el miserable, ciego y desnudo.

Soli Deo Gloria.

Impresiones de Egipto

por Ricardo Gondim

Escribo desde El Cairo. Todo me llama la atención. Las mujeres, escondidas bajo velos negros, parecen monjas de claustro; los hombres, disfrazados para una fiesta de carnaval.

Doy vueltas. El torbellino cultural me deja tonto. Intento descifrar lo que nunca entenderé completamente. El Islam, casi omnipresente, prevalece aquí. Me doy cuenta que soy minoría, otra vez. Sobresalgo entre la multitud. No soy más que un simple turista. Me siento frágil. Tengo miedo. Estoy infectado con la paranoia occidental. La propaganda imperial se me pegó. Presiento que una bomba va a estallar en la próxima esquina. Veo terroristas donde no los hay.

Perdido, no interpreto el alfabeto que podría ayudarme a escoger las esquinas. Qué difícil es lidiar con los nuevos aromas, sabores y paisajes… Me veo en medio de una cultura en donde todo me espanta, todo choca, todo fascina.

Visité una Iglesia Ortodoxa Copta. El padre es una mezcla de monje peregrino con pastor evangélico. La iglesia, que comenzó en el basurero de la ciudad, se volvió un centro de peregrinación. El padre copto realiza una bellísima obra para cambiar la suerte de quien vive de los desperdicios, en medio de la más profunda miseria. Su ministerio ofrece un espacio de esperanza y reconstrucción. En Brasil, sin embargo, una mezcla de ese tipo jamás sería tolerada por el status quo protestante. En Egipto, su ministerio es celebrado como una renovación carismática dentro de la Ortodoxia Copta. Pero ese tipo de cosas es un enredo de un mundo que sólo los creyentes comprenden.

Aquí estoy participando de una reunión de pastores y líderes evangélicos del Tercer Mundo. Somos sólo 40. El hecho de estar en Egipto hace que la reunión tenga apariencia de conspiración. Una conspiración que anhela ganar el mundo. De nuevo, me siento medio extranjero entre mis pares. Ya abandoné la ambición de ganar al mundo. Entiendo que eso desestabiliza al alma. Las megalomanías no hacen bien a la salud espiritual, roban las anclas del alma y sofocan la mente.

Medito. ¿Qué significa ser cristiano en el mundo actual? Como no existen vacíos en el universo, el Islam crece vertiginosamente en diferentes regiones del mundo. Es la religión que más se propaga. Siglos después, los moros “reconquistan” Europa. La Francia iluminada no se conforma con burkas, mezquitas monumentales y alfombras extendidas para rezar.

Siento que los líderes evangélicos están asustados. Con toda la planificación gerencial, con todo el discurso triunfalista de que “Dios es por nosotros”, ellos no entienden el por qué los seguidores de Mahoma se multiplican como hongos. Mientras los evangélicos se embriagan con cultos a la personalidad e intentan probar la autenticidad del mensaje con milagros, el fenómeno religioso del momento es islámico.

Hoy visitaré un monasterio del siglo IV. Me preparo para más sustos.

Soli Deo Gloria.

8 de enero de 2009

Ninguna masacre es legítima

por Ricardo Gondim

Los actos de justicia son preciosos a los ojos del Señor. La idea de que el hombre fue creado a su imagen y semejanza fue interpretada, no como una analogía del ser, sino como una analogía del hacer. El hombre es llamado a actuar a semejanza de Dios. “Sé tú misericordioso como Él es misericordioso”.

El significado de haber sido creado a imagen de Dios está escondido en un enigma. Quizás podamos suponer que la intención era que el hombre fuese un testigo de Dios, un símbolo de Él. Al mirar al hombre, deberíamos sentir Su presencia. Pero, en vez de vivir como un testigo el hombre se volvió un impostor; en vez de ser un símbolo se volvió un ídolo. En su arrebato de vanidad desarrolló una falsa sensación de soberanía que invade al mundo con terror.

Estamos orgullosos de las hazañas de nuestra civilización tecnológica. Pero nuestro orgullo puede causar nuestra suprema humillación. El orgullo de sostener que “Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos” (Deuteronomio 8:17), nos llevará a decir “dios nuestro” a la obra de nuestras manos (Oseas 14:3).

Temblamos al pensar que en nuestra civilización hay una fuerza demoníaca que intenta vengarse de Dios.

Luego de comer el fruto prohibido, el Señor expulsó al hombre del Paraíso para labrar la tierra de donde fue formado. Pero, ¿qué hizo el hombre, que es más sutil que ninguna de las criaturas de Dios? Emprendió la construcción de un paraíso por medio de su propio poder y está expulsando a Dios de ese Paraíso. Durante varias generaciones las cosas parecían estar bien, pero ahora descubrimos que nuestro Paraíso estaba construido sobre un volcán que puede ser un enorme campo de exterminio para el hombre.

Este es el momento de gritar: ¡es vergonzoso el ser humano! Nos incomoda ser llamados religiosos ante el fracaso de la religión en mantener viva la imagen de Dios ante el hombre. Vemos lo que está escrito en el muro, pero somos demasiado analfabetas para comprender lo que quiere decir. No hay soluciones fáciles para problemas serios: todo lo que podemos predicar honestamente es una teología del desánimo. Hemos aprisionado a Dios en nuestros templos y en nuestros lemas, y ahora la palabra de Dios está muriendo en nuestros labios. Hemos dejado de ser símbolos. Hay oscuridad al este y presunción al oeste. ¿Y la noche? ¿Y la noche?

¿Qué es la Historia? Guerras, victorias y guerras. Muchos muertos. Muchas lágrimas. Un poco de resentimiento. Muchos miedos.

¿Y quién podría juzgar a las victimas de la crueldad cuyo horror se transforma en odio? ¿Será fácil impedir que el horror de la maldad se convierta en odio contra los malvados? El mundo está inundado de sangre y la culpa es inagotable.

¿No debería perderse toda esperanza?

Lo que salvó a los profetas de la desesperación fue su visión mesiánica y la idea de la capacidad del hombre para arrepentirse, lo que influenció su comprensión de la historia.

La historia no es un callejón sin salida, y la culpa no es un abismo. Siempre hay un camino por el cual se puede salir de la culpa: el arrepentimiento y el volver a Dios. El profeta es una persona que, aunque viviendo el desaliento, tiene el poder de trascenderlo. Por encima de la oscuridad de la experiencia ve surgir la visión de un día distinto.

Egipto y Asiria emprendieron guerras sangrientas. Odiándose mutuamente, ambos son enemigos de Israel. Sus idolatrías son abominables y sus crímenes terribles. ¿Cómo se siente Isaías, hijo de un pueblo que se distingue por tener el privilegio de ser llamado “Mi pueblo” por el Señor, la “obra de sus manos” (Isaías 60:21), cuando se refiere a Egipto y Asiria?

En aquel día habrá una carretera desde Egipto hasta Asiria. Los asirios irán a Egipto y los egipcios a Asiria, y unos y otros adorarán juntos. En aquel día Israel será, junto con Egipto y Asiria, una bendición en medio de la tierra. El Señor Todopoderoso los bendecirá, diciendo: “Bendito sea Egipto mi pueblo, y Asiria obra de mis manos, e Israel mi heredad” (Isaías 19:23-25).
Nuestro Dios es también el Dios de nuestros enemigos, sin que ellos lo conozcan y a pesar de desafiarlo. La enemistad entre las naciones se transformará en amistad. Vivirán juntas cuando juntas sirvan a Dios. Las tres serán igualmente el pueblo escogido de Dios.


(Antes de criticar los pensamientos escritos arriba, aconsejo prudencia. La falta de comillas [“”] es a propósito. Ninguna de las palabras que escribí salió de mi pluma. Todas fueron copiadas de Abraham Joshua Heschel, uno de los más venerados rabinos del siglo XX, y uno de los principales filósofos del judaísmo de todos los tiempos).

Soli Deo Gloria.

6 de enero de 2009

Gaza y las lecciones que aprendí

por Ricardo Gondim

En el estado de Ceará la gente considera que es indigno golpear a un borracho. Reacciono terminantemente al genocidio palestino. Mis vísceras se retuercen cuando veo un niño mutilado por las esquirlas. Me siento culpable porque duermo seguro. Me indigna mi impotencia. No me conforma ser insignificante. Me exaspera no tener la autoridad política para gritar: ¡Basta!

¿Cómo se bombardea una población indefensa, sin ejército, y sin lugar donde esconderse? No entiendo el cinismo de una nación que antes de lanzar bombas, ordena huir al pueblo. Pero, ¿huir adónde? Las fronteras fueron selladas, no existen albergues, búnkeres o refugios. La matanza es espantosa.

Pasa mí, esta guerra no es otra cosa que una limpieza étnica. Humillando al pueblo palestino hasta el polvo, quebrando la columna dorsal de su identidad, Israel espera ellos se dejen de molestar. Si la causa de Israel es noble, ¿por qué la prensa internacional tiene prohibido informarse sobre los acontecimientos?

Aunque horrorizado, he aprendido. Esos eventos tenebrosos me llevaron a admitir que ya no leo la Biblia con las mismas lentes. Abandoné la idea que las masacres del Antiguo Testamento fueron órdenes divinas. Entiendo que los genocidios relatados en la Biblia fueron cometidos con las mismas motivaciones políticas, por los mismos intereses económicos y con las ambiciones nacionalistas iguales a las actuales, pero atribuidos a un dios guerrero. No acepto que los “propósitos” divinos para el futuro estén conectados a la política militar de Israel. Me arrepiento de haber predicado, alguna vez, que “Israel es el reloj de Dios” para el fin de los tiempos.

Pretendo ser un discípulo de Jesús y quiero crecer en mi pacifismo. Creo que Jesucristo encarnó la plenitud de la Divinidad. Para mí, las bienaventuranzas del Sermón del Monte son indicadores para comportamientos individuales y decisiones nacionales. No acepto represalias y venganza. Permanezco fiel a la declaración de que Jesús es el príncipe de la paz.

Soli Deo Gloria.

Estoy horrorizado

por Ricardo Gondim

Si existe una lógica religiosa que legitima lo que viene sucediendo en la Franja de Gaza, yo no quiero ser parte de ella.

Si existe un dios que está en control de la masacre palestina, no lo quiero. Prometo luchar contra tal divinidad.

Si existen personas que reconocen el derecho de una nación poderosa a arrasar a una más débil, yo no quiero la compañía de esas personas.

Vea el siguiente video:

http://www.youtube.com/watch?v=Zcde75zLGnY

El link anterior fue censurado dos veces desde mi publicación. En la guerra de la información, la prensa mundial no tiene el permiso de Israel para entrar en Gaza, la “versión oficial” es la que debe prevalecer. Ayer vi una entrevista al famoso vicepresidente de Estados Unidos, Dick Chenney, apoyando la masacre palestina. Mi reacción inmediata fue: “Menos mal que estoy en la vereda de enfrente”.

Ante la censura, aquí va un link de Al Jazeera. Espero que no sufra censura.

http://www.youtube.com/watch?v=_gEBO-6VRjs

Lo que pienso sobre la masacre de Gaza

por Ricardo Gondim

El pueblo palestino padece horrores.

Dijo Bertolt Brecht: “Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”.
¿Quién podría no reaccionar ante tan gran opresión? Los palestinos viven sin comida, sin el derecho de salir y entrar, sin trabajo, apretados en una franja que se parece más a una gran colmena. Sí, hay odios antiguos, pero ellos reaccionan porque la paz no existe sin la justicia.

El gobierno de Israel promueve una masacre absurda sobre un pueblo geométricamente menos poderoso. Pero lo hace porque tiene el respaldo de Estados Unidos y cuenta con el silencio corrupto de los países árabes.

La prensa mundial tiene prohibida la entrada a la Franja de Gaza. Cuando Israel impide a la prensa dar testimonio de lo que sucede allí, todo se vuelve muy sospechoso. ¿Será que su objetivo mayor es hacer una limpieza étnica y verse libre de un pueblo que lo odia sin ser denunciado por el mundo libre?

Como soy líder de una comunidad cristiana, me horrorizo con los evangélicos que una vez más sustentan la lectura simplista que siempre hicieron de la Biblia. Para mantenerse coherentes, apoyan un ejército profesional en una carnicería sin precedentes. ¡Los creyentes me dan vergüenza! Ya he recibido correos electrónicos celebrando las bombas como señal del regreso de Cristo (bombas ciertamente elegidas por la Divinidad), con derecho al “Aleluya” y acompañados de la más miserable de las muletillas: “Dios está en control”.

Conozco todos los argumentos, no soy ingenuo. Sobran las explicaciones que legitiman el derecho de un pueblo despedazar a otro. Los muertos de las balas comunes, que abarrotan la historia, fueron enterrados con tales explicaciones. Para mi, basta y sobra un solo argumento, el de Jesucristo: “Ustedes han oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo’. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo” (Mateo 5:43-44a).

La violencia solo suma ira al odio, y genera más muerte. No, no apruebo que los palestinos disparen cohetes, no estoy de acuerdo con el terrorismo (religioso o de Estado), no hago la vista gorda a la ira fundamentalista que busca arrojar a Israel al medio del mar. Aún así, alguien tiene que quebrar el ciclo perverso de la venganza. Sugiero que comience el más fuerte. Es todo.

Soli Deo Gloria.

31 de diciembre de 2008

Crudeza histórica

por Ricardo Gondim

Los americanos utilizan una expresión tosca cuando quieren terminar con un parloteo: “let’s cut the crap”. En español, un poco menos tosco, sería “basta de tonterías”.

La Navidad se terminó, cualquier aura sentimentaloide se desvaneció, y el juego bruto de la historia ya se impone. Las noticias del día 27 de diciembre nos muestran cómo será el nuevo año. Israel bombardeó la miserable Franja de Gaza, y hay más de 120 muertos. Madres desesperadas buscan entre los escombros lo que queda del cuerpo de sus hijos, ¡las bombas no seleccionan objetivos, matan indiscriminadamente!

La complicada ecuación de la geopolítica palestina aún contiene el elemento religioso. Y, para mi vergüenza, la tradición evangélica de la que fui parte legitima el derecho de expulsar, matar y diezmar a los palestinos, basándose en la posesión de la tierra que Dios dio a Abraham hace milenios. Pero delante de la carnicería mundial, ¿qué son 120 palestinos muertos? El mismo día quizá el doble muere en Darfur, Congo o Zimbabwe.

La historia siempre fue cruda. Sólo en el siglo XX, los turcos despedazaron a los armenios; rusos exterminaron millones de rusos; Europa se ahogó en sangre en la Primera Guerra Mundial; los nazis perfeccionaron las técnicas de exterminio en masa; los americanos lanzaron dos bombas atómicas sobre la población de Japón; la Guerra Civil Española fue horrenda; los chinos impusieron el comunismo en base a la fuerza bruta; Vietnam, Camboya y Laos tuvieron sus holocaustos; dictadores latinoamericanos torturaron, asesinaron y mutilaron indiscriminadamente; en Ruanda, fueron suficientes 45 días para diezmar ochocientos mil con hachas y machetes.

Las luces navideñas, los fuegos artificiales del Año Nuevo y las apoteóticas aperturas de los Juegos Olímpicos no son más que trapos rotos, que intentan disfrazar la lepra de nuestra Historia. Somos lobos feroces. Creamos lógicas que legitiman la muerte de los inocentes -¿daños colaterales por el bien mayor de la humanidad?- e invocamos a dios para bendecir nuestra maldad. Escribimos teología para explicar nuestro porvenir pero somos peores que los chacales, predadores que acechan aun cuando no tienen hambre.

Las bombas que cayeron sobre Gaza me dejaron con el mismo gusto amargo del Tsunami de hace algunos años. Por cierto, let’s cut the crap, ese rollo de año nuevo es puro cuento.


Soli Deo Gloria.

(Dos horas después, el número de muertos llegó a 205. Cuatro horas después, 220 muertos. Al día siguiente, más de 300 muertos -entre ellos 150 niños-. La carnicería continúa 36 horas después, 350 muertos. Habrá que esperar más malas noticias).

6 de noviembre de 2008

Los mansos heredarán la tierra

por Ricardo Gondim

Resistí el huso horario y en la madrugada del día 5 de noviembre de 2008, sin una gota de sueño, acompañé la victoria de Barack Obama. Lloré emocionado. Yo era un ciudadano del mundo, por eso vibré como si festejara una final de la Copa Mundial. Me sentí hermano de todas las naciones, tribus y pueblos que celebraron el momento exacto en que terminó la votación en la costa del Pacifico y las redes de televisión declaraban la victoria de Obama.

Sentí un nudo en la garganta cuando vi a Jesse Jackson, el amigo que abrazó a Martin Luther King Jr. antes de su muerte, con los ojos empapados de lágrimas. Como un destello, recordé el 3 de abril de 1968, en la víspera de su asesinato Martin Luther King predicó como un profeta:

Pues bien, yo no sé que sucederá ahora. Tenemos por delante algunos días difíciles. Pero eso no me importa ahora. Porque he estado en la cima de la montaña. No me preocupa. Como cualquiera, quisiera vivir una larga vida. La longevidad tiene su lugar. Pero no me preocupa eso ahora. Yo sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Y él me ha permitido llegar a la cima de la montaña. Y la he visto. He visto la tierra prometida. Es posible que no vaya con ustedes. Pero quiero que sepan esta noche que nosotros, como pueblo, llegaremos a la tierra prometida. Esta noche estoy feliz. Nada me preocupa. No le temo a ningún hombre. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor.

La elección de Obama cumplió esta profecía. Equivale, en la historia, al día en que Nelson Mandela fue liberado en Sudáfrica. Por lo tanto, la fiesta no es solo americana, sino de todos los que aman la libertad. Las generaciones futuras mencionarán el día 4 de noviembre con orgullo. Será el día en que fueron sanados los hematomas que dejó el látigo de la esclavitud; cuando la intolerancia y el prejuicio perdieron su fuerza; el día en que las esclavas cambiaron su lamento por risa; el día en que los negros pudieron andar con la frente en alto, sin sentirse disminuidos por el odio racial; el día en que cayó por tierra la antigua y estúpida teología que relacionaba la maldición de Cam, hijo de Noé, con los afrodescendientes.

Mientras me encontraba predicando en una iglesia pentecostal en el sur de Estados Unidos acompañé al pastor a visitar un señor, miembro de su comunidad que había sido hospitalizado. En la enfermería, el pastor comentó que notaba su ausencia y le preguntó si tenía algún motivo para faltar a los cultos. El enfermo le respondió que no volvería mientras los negros siguieran frecuentando las reuniones. “Pero ellos también son hijos de Dios”, fue la respuesta del pastor. “No, los negros no son hijos de Dios porque ninguno de ellos tiene alma”, dijo el pobre hombre. Avergonzado, mi amigo abrevió la visita; durante nuestro viaje de regreso no volvimos a cruzar palabra.

El Ku Klux Klan no prevaleció. Rosa Parks, la costurera que se negó a ceder su asiento a un blanco de Alabama en el autobús, sonríe de alegría. Se le hizo justicia a Medgar Evers, cobardemente asesinado en Missisipi. Una vez más el bien venció en el largo, oblicuo, y muchas veces socavado camino de la humanidad. Jesucristo tenía razón: “los mansos heredarán la tierra”.

¡Godspeed, Barack Hussein Obama!

Soli Deo Gloria.

27 de octubre de 2008

Las CNPT de la religión

por Ricardo Gondim

Recuerdo muy poco de las clases de ciencia de la escuela secundaria. Sudé memorizando fórmulas y multipliqué números enormes para casi nada. De lo poco que quedó me acuerdo que, para determinadas formulas químicas y ejercicios teóricos de física, necesitábamos de la sigla CNPT, o “Condiciones Normales de Presión y Temperatura”. Significaba que aquella proposición científica sólo funcionaba en CNPT o, en otras palabras, en condiciones ideales.

Descubrí, de forma temprana, que las condiciones óptimas sólo existen verdaderamente a manera de tesis. Las CNPT funcionan en el laboratorio, en ambientes controlados o idealizados por el científico y solamente para comprobar una hipótesis ya que cualquier alteración, por mínima que sea, altera el resultado del experimento.

Vivir es arriesgado. Peligros e imprevistos, angustia y dolor, injusticia y sufrimiento, merodean la existencia. Sería fantástico vivir en un mundo en “condiciones normales de presión y temperatura”. Por eso, buscamos varitas mágicas, lámparas de Aladino, ideales políticos, abracadabras, plegarias. Soñamos en crear un mundo que funcione con la precisión de un reloj suizo.

Siempre deseamos viajar en cielos azules. Seducidos por un mar sereno intentamos recrear el universo. Creemos que existe la posibilidad de eliminar los riesgos. Oramos pidiendo la protección divina para ser guardados de las amenazas de la vida. Imaginamos que si así lo pedimos, sin tener pecado alguno, jamás seremos sorprendidos por accidentes. Esperamos que Dios nos libre de neumáticos desinflados, motociclistas incautos y de hoyos en el asfalto.

Tontamente esperamos el día en que el mundo esté bajo absoluto control. Sucede que ese día nunca llegó, y nosotros acabamos dominados por la culpa. “¿Qué hice yo para que mi hijo se muriera?” me preguntó recientemente un pastor. “¿Por qué las cosas nunca me salen bien?”, es el correo electrónico más repetido en mi bandeja de entrada.

Cristo no engañó a sus discípulos y nunca les doró la píldora, porque su mensaje no era religioso. Él nunca prometió que sometería la vida de las personas a las CNPT. Por el contrario, dijo que los enviaba como ovejas en medio de lobos, que las tempestades azotan la casa de aquellos que escuchan y guardan su palabra, y que el mundo de sus seguidores estaría lleno de aflicciones. Ya que él vivió sin protección, sin corazas, sin defensa angelical… ¿por qué sus siervos tendrían que reclamar algún tipo de armadura celestial?

Me atrevo a redefinir lo que es fe. Fe no significa capacidad para anticiparse a las contingencias de la vida. Fe es el valor de creer que los valores, principios y verdades propuestas por Jesús de Nazaret son suficientes para enfrentar la vida con todo lo que ella nos traiga, de bueno y de malo.

La religión tiene que ver con la seguridad, con la posibilidad de hace encajar al mundo en la lógica de causa-efecto. Los cultos, las penitencias, las oraciones, tienen el objetivo de hacer engranar las circunstancias y dar a los fieles la sensación de vivir bajo las CNPT. ¡Qué engaño! Hasta que el espejismo desaparece. Con las enfermedades, los accidentes, los imprevistos, la propia muerte, llega la decepción. Y la peor desilusión es la religiosa. Los decepcionados con Dios experimentan el infierno. (Jesús advirtió que los prosélitos religiosos son condenados a un doble infierno).

El amor no anticipa el orden. Quien ama sabe que el desorden será posible. Dios no desea que sus hijos vivan con la ilusión de que serán escudados. Para que eso sucediera, él necesitaría amordaza la historia, el día a día y hasta el porvenir. Un mundo indoloro sería un mundo sin libertad. Y sin libertad no existe el amor… y sucede que Dios es amor.

Por lo tanto, la promesa divina no nos resguarda del mundo. Sin alucinaciones, Dios nos acompaña en la deliciosa y peligrosa aventura de vivir.

Soli Deo Gloria.

21 de octubre de 2008

Noticias del Imperio

por Ricardo Gondim

Entre bofetadas y besos, anticipo una conmovedora victoria de Barack Obama en la elección del 2008. Conmovedora, porque los “red-necks”, los evangélicos fundamentalistas, los políticamente conservadores, van a tener que tragarlo. A no ser que un cataclismo de enorme magnitud sorprenda a todos, no creo que John McCain tenga el vigor para revertir el empuje que llevará a Obama a convertirse en el primer negro en la presidencia de Estados Unidos.

Mientras viajaba en automóvil de Chicago a Boston, vestí una camiseta pro-Obama. Me pareció raro que nadie se haya solidarizado con mi militancia secreta. Sin embargo, mientras almorzaba en un restaurante perdido en el interior del estado de Nueva York, fui reprendido por un anciano bastón en mano. Sin saber que yo era extranjero, el señor vino hasta nuestra mesa y, apuntándome con el dedo, preguntó: “¿Obama?” Intentando disimular el acento, le dije: “Yes, all the way”. Con furor, respondió: “Big mistake, big mistake”.

Quien sabe si Obama llegue a implementar algunas políticas realmente de vanguardia en la sede del imperio. Ojalá que sí. Soy desconfiado, recuerdo que el anhelo transformador del metalúrgico presidente de Brasil terminó asfixiado por las alianzas que su partido necesitó hacer.

¿Qué tengo que ver yo con la elección norteamericana? Soy un brasilero sin la menor pretensión de vivir en Estados Unidos. A decir verdad, no debería interesarme con el porvenir de ellos.

Lo que sucede es que hace muchos años, los gringos eligieron a Jimmy Carter, un presidente digno y por quien tengo gran admiración. Su política externa marcó mi historia, porque Carter rehusó suscribir la diplomacia conspiradora e intervencionista de Henry Kissinger. (Kissinger ayudó, por ejemplo, a articular el golpe de estado contra Allende en Chile, y de la misma manera apadrinó a Pinochet).

El presidente Carter envió a su esposa en una misión oficial a Brasil para expresar verbalmente que Estados Unidos no haría alianzas con torturadores, y que la dictadura militar no debería contar con el apoyo o auxilio del Departamento de Estado. A partir de su visita la petulancia del régimen se derrumbó. Le debo, por lo tanto, a Jimmy Carter la paz que pasó a reinar en mi familia –y él ni sabe que yo existo–.

Siento que el mundo habrá de respirar con más oxigeno (literal y metafóricamente), en caso que Obama sea elegido. No, no me ilusiono, sé que él puede decepcionar. Estoy demasiado viejo para ser ingenuo u optimista con su posible mandato. Pero que es bueno ver a Bush y a su equipo salir de la escena, realmente lo es.

Esperemos…

Soli Deo Gloria.