30 de septiembre de 2008

La historia en tiempo real

por Ricardo Gondim

E agora, José?
A festa acabou,
a luz apagou,
o povo sumiu,
a noite esfriou,
e agora, José?
e agora, você? *

¡Por favor, presta atención! No me refiero a lo que voy a escribir. Necesitamos acompañar el desarrollo de la historia. Llegamos a una de esas esquinas principales donde la humanidad va a dar un giro que marcará el futuro para siempre. ¡No pierdas ningún capítulo!

La crisis financiera, la quiebra de los bancos, la caída de las bolsas, el debilitamiento del dólar, no son acontecimientos puntuales y pasajeros, fácilmente eludibles con una intervención. Somos testigos de otra realidad: el fracaso de las políticas neoliberales, que desfallecen y no logran mantenerse en la superficie de las aguas turbulentas de la especulación financiera.

Asistimos al comienzo del fin del imperio económico de la minúscula Wall Street; el fin de la vanagloria estadounidense; la venganza de la Europa de la posguerra, unida ahora por el "mighty” euro. El trillón más cien billones gastados en Irak van a hacer falta en el esfuerzo por rescatar el sistema bancario del Tio Sam.

Estemos atentos al día a día. Y preparémonos para tiempos difíciles. Enfrentaremos una decesión brutal, con desempleo en masa debido a la falta de liquidez de los mercados. La fiesta capitalista declinó. La soberbia de la Gran Potencia, envidiada hasta el último de sus cabellos, será abatida. (Le aconsejo a los emigrantes, que fueron en busca de un Shangri-La, regresar, es mejor pasar necesidad en casa cerca de la familia).

El mundo nunca más será igual. La economía capitalista tocó el fondo del pozo. Se desmoronó el último mito de la modernidad. Un evangélico, que se jactaba de buscar la sabiduría divina, presidió la más devastadora crisis económica desde la Gran Depresión de 1929. George W. Bush entrará en la historia como un líder incompetente. Además de ser beligerante, no impidió la lujuria de los especuladores ávidos por dinero fácil. Una vez más, la gran Babilonia, que no tiene escrúpulos en negociar con el alma de los hombres, se arrastra enloquecida.

Acompañemos el noticiero con intenso interés. Somos testigos oculares de un hito importantísimo de la historia. Pero no nos olvidemos de lamentar y llorar. Además de ser triste, una vez más los pobres pagarán el cargo de la cuenta.

Soli Deo Gloria.

* Fragmento del poema "José", de Carlos Drummond de Andrade.

11 de septiembre de 2008

Un huracán y tres países

por Ricardo Gondim

Sólo una pequeña pregunta: ¿por qué la misma tempestad produjo distintos sufrimientos en tres países? El huracán Ike masacró a los indefensos haitianos y mató gente muy, muy miserable; luego castigó a los cubanos que padecen la anacrónica economía castrista. Cuando llegue al rico suelo americano, los texanos estarán bien preparados para defenderse de sus tempestades. Con eficientes programas de evacuación el pueblo podrá librarse de su ferocidad. Y las residencias, construidas de acuerdo a rígidas legislaciones, tendrán grandes posibilidades de soportar el azote de Ike.

Quiero saber. ¿Los haitianos son más pecadores que los cubanos y los americanos? Si no lo son, ¿por qué sufren más? ¿Qué justicia explicaría suertes diferentes frente a un fenómeno de la naturaleza? Cuando suceden terremotos de la misma magnitud, los que agonizan bajo la pobreza padecen más. Insisto, quiero saber por qué.

Cuestiono, porque vi el noticiero y me sentí pésimo al ver las multitudes padeciendo. Simultáneamente en Haití y en India, mujeres y niños hambrientos corrían para recibir comida con el agua en la cintura.

Quiero conexiones que hagan sentido en mi alma, necesito organizar mi espiritualidad y fe. Las respuestas que me dieron no me tranquilizan, ya no convencen…

Por lo pronto, la respuesta que tiene algún sentido es que el sufrimiento asimétrico de Haití, Cuba y los Estados Unidos no tienen nada que ver con Dios, sino con la injusticia, con la distribución de la riqueza y con los procesos históricos que debilitan dos naciones y fortalecen la otra.

Vivimos en un mundo con tempestades, terremotos, sequías y tsunamis. Tan solo sé que, si fuéramos más solidarios, menos aldeanos y más ciudadanos del mundo, la suerte de esos miserables no sería tan cruel.

Soli Deo Gloria.

4 de septiembre de 2008

Oración como poder

por Ricardo Gondim

Acabo de ver la cadena de televisión estadounidense MSNBC. Estupefacto, escucho que el psicólogo-pedagogo James Dobson, un líder ultraconservador de la derecha evangélica, convocó una reunión de oración para pedir que un temporal estropeara el discurso de Barack Obama (el tiro le salió por la culata, pues un huracán casi termina con la convención de los republicanos).

La neopentecostal Valnice Milhomens, precursora de la teología de la prosperidad en Brasil, afirmó que Fernando Collor de Melo fue producto de la oración “en el seno de los evangélicos”. Según ella, cuando Collor enfrentó a Lula da Silva, los creyentes le dieron la victoria.

Max Lucado fue el eco de la enorme mayoría evangélica que apoyó la invasión a Irak. En un “desayuno de oración” con George W. Bush, pastores de varias denominaciones bendijeron las tropas que avanzaban con tanques y aviones, lanzando misiles “inteligentes”. Millares murieron y los púlpitos se mancharon de sangre. ¿Cómo hacen algunos de ellos para volver a citar: “Bienaventurados los pacificadores porque serán llamados hijos de Dios”?

Edir Macedo sugirió que Lula, su actual correligionario, era una encarnación de Satanás. Según el obispo, el diablo sería un ángel “barbudo, sin un dedo y con el frenillo lingual corto”.

¿Cuál es la correlación entre los hechos? Es simple: ávidos de poder, hombres y mujeres utilizan la religión para legitimar sus ambiciones. Hasta pierden el temor de quebrantar el tercer mandamiento: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano”.

La lógica sería la siguiente: “nosotros somos los escogidos de Dios, por lo tanto podemos acceder a su poder y combatir a quien juzguemos como enemigo”. Si el presidente es cristiano y sabe orar, no existe la mínima posibilidad de errar o de reproducir una política belicista, imperialista. “The President” cumple con los propósitos eternos del Señor. Si sucedieran muertes: “Dios las necesita para cumplir con su agenda”.

¡Basta! Discursos semejantes justificaron la carnicería de Moctezuma. La rapiña española en Latinoamérica que exterminó naciones era “necesaria para terminar con la idolatría pagana”. Para establecer de manera correcta la civilización cristiana, los negros agonizaron en el sótano de barcos inmundos; muchos pasaron por la vida como animales encadenados. Y todas las carabelas partieron de la península Ibérica con misas y bendiciones oficiales del Papa –todo para la “gloria de Dios”-.

Me encontraba participando de una reunión evangélica en Atlanta, Georgia, cuando Bill Clinton ganó la elección. En ese mismo momento, escuchaba al pensador indio radicado en Estados Unidos, Ravi Zacharias. Él predijo con mucha vehemencia que la permisividad moral del nuevo presidente llevaría a la nación a la bancarrota. Zacharias fracasó en su pronóstico. Clinton produjo excelentes resultados para su país e incluso logró la reelección.

Sigo siendo cristiano porque reconozco que Dios no se deja manipular por ruegos tan perversos e inconsecuentes, de lo contrario tendría terror de algunas oraciones que ya se han hecho en mi contra –parecidas a las de James Dobson-.

Soli Deo Gloria.

3 de septiembre de 2008

Religión y alucinación

por Ricardo Gondim

Me dan mucha pena los crédulos. He llegado a llorar por mujeres y hombres ingenuos, los de semblante triste que abarrotan magnificas catedrales a la espera de promesas que nunca se cumplirán. Soy consciente que no tendría éxito si intentara convencerles que han caído en una trampa. La gran mayoría inconscientemente repite la lógica siniestra del “engáñame que me gusta”.

Si pudiera, les diría a todos que no existe el mundo protegido de los sermones. Sólo en “Alicia y el país de las maravillas” es posible vivir sin peligros de accidentes, sin posibilidades de frustración, sin contingencias y sin riesgos.

Si pudiera, diría que no es verdad que “todo va a salir bien”. Para muchos (incluso cristianos) la vida no ha salido bien. Algunos perecieron en campos de concentración, otros nunca salieron de la miseria. Mujeres han visto a sus esposos agonizar bajo torturas. Padres han sufrido en cementerios debido a la partida prematura de sus hijos. Si pudiera, advertiría a los ingenuos que varios hijos de Dios murieron sin nunca ver cumplida la promesa.

Si pudiera, diría que sólo en los delirios mesiánicos de los falsos sacerdotes suceden milagros a borbotones. La regularidad de la vida requiere realismo. Los tetrapléjicos van a tener que esperar por los milagros de la medicina –quien sabe, algún día, los experimentos con células madre logren regenerar los tejidos dañados-. Los niños con síndrome de Down merecen ser amados sin la presión de “tener que ser sanados”. Los amputados no deben esperar a que los miembros crezcan nuevamente, sino que la cibernética invente prótesis más eficientes.

Si pudiera, diría que sólo los oportunistas con menos escrúpulos prometen riqueza en nombre de Dios. En un país que remunera el capital por encima del trabajo, los torneros, los choferes, los cocineros, las enfermeras, los albañiles, los maestros, van a tener dificultad para pagar una canasta familiar básica. Miente quien reduce la religión a un proceso mágico que garantiza el ascenso social.

Si pudiera, diría que no todo tiene un propósito. Denunciaría la muerte de bebés en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital público como pecado; por lo tanto, contrario a la voluntad de Dios. No permitiría que los teólogos cargaran a la cuenta de la Providencia el río que se transformó en cloaca, el bosque incendiado y las favelas que se acumulan en la periferia de las grandes ciudades. Jamás dejaría que se intentara explicar el accidente automovilístico causado por un borracho como suceso de la “voluntad permisiva de Dios”.

Si pudiera, pediría a las personas que intentaran vivir una espiritualidad menos alucinada y más “con los pies sobre la tierra”. Diría: de nada sirve disfrazar la realidad del mundo con deseos utópicos. De la misma manera en que un etíope no cambia el color de su piel, no se altera la realidad cerrando los ojos y esperando un paraíso de delicias.

Soy consciente que no seré oído por la gran mayoría. Debo seguir escribiendo, hablando… puede ser que unos pocos presten atención.

Soli Deo Gloria.