24 de septiembre de 2007

El avivamiento fundamentalista

por Ricardo Gondim

El movimiento evangélico brasileño se desfiguró tanto que ya no puede ser identificado con el Protestantismo.

Desafortunadamente es posible describirlo apenas como una nueva tendencia religiosa, simplista en sus análisis conceptuales, supersticioso en su espiritualidad, oscurantista en su convivencia social, inmediatista en sus demandas espirituales y “guetizado” en su tolerancia cultural.

Los pilares que cimentaron el Principio Protestante fueron, sistemáticamente, sacudidos por el avivamiento evangélico neo-fundamentalista que:

1. Mina la percepción de la Gracia.

Cuando Martín Lutero redescubrió el texto bíblico, “el justo por la fe vivirá”, él no se dio cuenta que estaba encendiendo la mecha de pólvora que detonaría la Reforma Protestante. El tiempo estaba maduro.

El cristianismo medieval se había infectado con el paganismo; sobraban estafadores vendiendo falsas reliquias y objetos milagrosos para “abrir ventanas de bendiciones celestiales”.

El monje agustino notó, sin embargo, que el amor de Dios no puede ser provocado por los ritos religiosos. La Gracia, para Lutero, era una iniciativa siempre unilateral de Dios, gratuita y constante.

Él intuyó que Dios no se quedaba de brazos cruzados, ceño fruncido, esperando a que sus hijos lo provocaran para derramar sus bendiciones. Él mostró la verdad de que las indulgencias, vendidas por el cardenal Tetzel, eran un engaño y no tenían el poder de reducir las penas del purgatorio. Lutero socavaba el poder de la iglesia, que publicitaba ser la dueña de las contraseñas que liberaban el favor divino.

Pasados tantos siglos, el movimiento evangélico, en otro tiempo una rama del protestantismo, abandonó la predicación de la Gracia, que puede hasta constar en los compendios teológicos pero que no tiene ninguna consistencia en el diario vivir de las personas.

Lamentablemente, los evangélicos retrocedieron a los tiempos del catolicismo medieval. Se puede observar con facilidad, en la mayor parte de las iglesias, el incentivo de que se usen amuletos “como punto de contacto para la fe”. El paganismo y la hechicería se disfrazaron de piedad y la mayoría de los creyentes sólo se preocupan por aprender a controlar el mundo sobrenatural para ser prósperos o para resolver sus problemas existenciales.

2. Transforma la fe en una fuerza que produce milagros.

Acabo de leer “A Piedade Pervertida” (Grapho Editores) de Ricardo Quadros Gouvêa. Su análisis sobre la influencia del fundamentalismo en la práctica de la espiritualidad es crudo:

“Los conciertos de alabanza y adoración, así como las vigilias y las reuniones de oración y hasta el más simple culto de domingo, muchas veces no son más que un tipo de superstición que rayan la hechicería, cuando son realizados con la intención de ‘forzar’ una acción benévola de parte de Dios; como si el culto y la alabanza fuesen un ‘sacrificio’ como los antiguos sacrificios paganos. En este caso no tenemos liturgias pero si teúrgias, en las cuales se busca manipular el poder de Dios”. (pág. 28)

3. Lee la Biblia como si Dios la hubiera dictado.


Los fundamentalistas ven las Escrituras como descendidas directamente del cielo. Es de suma importancia para ellos que la letra sea sagrada. De esta manera, en la lectura de la Biblia se prescinde considerar su contexto histórico y su riqueza literaria.

Para la mayoría de los evangélicos, la Biblia se acepta como un oráculo. Para ellos, basta abrirla en cualquier página, entresacar un versículo y obtener el mensaje que viene de Dios. Esa práctica de hacer lotería con las narraciones se volvió común.

Millones creen en el poder de la “cajita de promesas”, aquel estuche con pedazos de cartón recortados con versículos impresos. El analfabetismo bíblico es enorme entre la mayoría de los creyentes, ellos no creen que necesiten estudiar la historia ni la complejidad literaria de la narrativa.

4. Transforma las Escrituras en un compendio de teología sistemática.

La frase más repetida por los creyentes brasileños sobre la Biblia es que ella es su “única regla de fe y práctica”. ¡Ledo engaño! La teología sistemática reina por encima de la revelación de los dos Testamentos.

Los creyentes son inducidos a creer primeramente en conceptos teológicos cuidadosamente inculcados, sólo después vienen los textos sagrados. ¡Peor! Cuando un dogma teológico no concuerda con la narrativa bíblica siempre habrá algún libro que hace el ejercicio de ajustar la Biblia a la teología, nunca lo contrario.

Urge, sin embargo, que le sea devuelta a la Biblia su papel como reina de la revelación, sin la interferencia del teólogo que disminuye su riqueza poética, sabotea su profundidad alegórica y cuestiona su intensidad mítica. La Biblia no puede ser relegada a la función de mera legitimadora de conceptos humanos.

Ya fui duramente acusado por los fundamentalistas de intentar “minar” la soberanía de Dios. Algunos ya apuntaron sus dedos virtuales y, con las venas palpitantes, intentaron desacreditarme por “osar disminuir la omnipotencia divina”.

Nunca afirmé que Dios no fuera omnipotente, jamás negué su prerrogativa de reinar soberanamente. Sin embargo, reivindico el derecho de cuestionar, no a Dios, sino aquello que la filosofía y la teología definieron como soberanía.

Le devuelvo la palabra al calvinista Ricardo Quadros Gouvêa:
“La doctrina de la soberanía divina fue transformada, por la ortodoxia cartesiana, y es enseñada por los fundamentalistas como una forma de fatalismo. Todo ya está determinado por Dios, por lo tanto no hay ninguna libertad que resguarde o haya sido concedida a los hombres. Ese fatalismo no tiene nada de cristiano o de bíblico, pero está anclado en la filosofía griega y en el paganismo precristiano. Eso generó, en la alegada ortodoxia reformada, el predestinacionismo, este cáncer del calvinismo, un énfasis injusto con el propio pensamiento de Calvino y que permite a los hombres ir directo al infierno para cumplir la voluntad de Dios” (pág. 26)

5. Rechaza la doctrina de la “Imago Dei”.

Esta expresión latina expresa la antiquísima percepción teológica de que aún los peores seres humanos guardan la “Imagen de Dios”. Todas las personas, absolutamente todas, poseen una dignidad que debe ser protegida.

Así, poetas, músicos, escultores, dramaturgos y saltimbanquis del nordeste brasileño, son mensajeros de la belleza que brota de Dios. No importa que sean ateos o que no profesen la fe de acuerdo a la ortodoxia cristiana, todos son capaces de acciones sublimes (vale recordar que el apóstol Pablo citó poetas y escritores paganos para contextualizar su mensaje).

Es conveniente citar que el cristianismo tuvo un cambio de eje al final del siglo XX. Si en los últimos quinientos años los cristianos eran asociados al mundo anglosajón, a comienzos del tercer milenio ellos se multiplican en Latinoamérica, África y Asia.

La población cristiana del Tercer Mundo ya es mayor que en el Primer Mundo. Ese crecimiento, no obstante, trae enormes peligros, pues no representa necesariamente un refinamiento de la fe o madurez existencial. Las señales del atraso del neo-fundamentalismo son evidentes en su incapacidad de celebrar la belleza y de mezclarse con el mundo (al que Dios tanto amó y por el que dio a su Hijo unigénito).

El enyesado de la fe por el fundamentalismo sólo logra repetir la cosmovisión medieval, la moral victoriana y la actitud de intolerancia de los antiguos dueños de la verdad. El éxito del crecimiento numérico de los evangélicos produce en ellos un triunfalismo difícil de ser contradicho y que desemboca en esa soberbia paralizadora.

Urge que algunos resistan la ortodoxolatría fundamentalista; ella no puede ser hegemónica en la nueva geografía de la fe cristiana.

Y perseveremos, a pesar de las pedradas, en mostrar que el anuncio del Reino es mucho más rico y abarcador que cualquier teología o movimiento.

El Cordero de Dios es digno por su sacrificio.

Soli Deo Gloria.