29 de mayo de 2007

Video - Los débiles


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Teología existencial

por Ricardo Gondim

Durante años, sin darme cuenta, actué como un religioso obstinado. Hoy lamento haber sido un inquisidor que defendió la “verdadera doctrina”; reniego de haberme sentado en la silla del fariseo intolerante que despellejó personas simples; lloro porque ya callé delante de los abusos de gente “famosa” sólo para continuar siendo estimado; tengo vergüenza de haber acicalado mi oratoria para atraer la simpatía de un clero que hoy menosprecio.

Para sorpresa de los fundamentalistas, pero para alegría de mis familiares, cambié bastante en los últimos años. Voy anticipando: no estoy ni un poquito preocupado por recibir buenos comentarios de los puritanos que intentan resucitar la ética victoriana; no voy a perder el sueño con quienes se escandalizan con mis textos pesimistas. Es más, le aconsejo a los piadosos que no visiten más mi página pues voy a continuar escribiendo textos bien sombríos.

Amiga lectora, no imaginas como reí cuando recibí correos electrónicos de creyentes escandalizados con mi arrebatamiento profano. ¿Recuerdas aquella noche cuando me deleité con la cananea Mercedes Sosa?, fue por eso.

Mi nueva teología no es nueva ni es mía. Ella viene siendo vivenciada por teólogos latinoamericanos que se distanciaron del canon oficial; gente de la estirpe de Juan Luis Segundo, Gustavo Gutiérrez, René Padilla, Orlando Costas, Leonardo Boff y Jung Mo Sung. Las cosas se precipitaron cuando me presentaron a Brian McLaren, Rob Bell y a los locos de la “Iglesia Emergente”. Francamente, no me llegan a gustar los libros de Max Lucado y tampoco me siento tentado a organizar mi iglesia con los “propósitos” de Rick Warren.

Mi nueva teología acarrea el ansia de libertad. Acepto que soy un romántico empedernido, siempre entusiasmado con esa palabra tan complicada. He ahí el motivo por el cual coincido con Karl Rahner cuando dice que “la libertad es siempre mediada por la realidad concreta del espacio y el tiempo, por la corporalidad y por la historia del hombre”1.

Pongo mi firma junto a la de Jürgen Moltmann cuando dice que “la libertad es un movimiento creador”. Me conmueve su afirmación: “Aquel que en pensamientos, palabras y acciones trasciende el presente en dirección al futuro, es verdaderamente libre. El futuro es para ser entendido como el espacio libre para la libertad creadora”2.

No puedo negar mi aprecio por Paul Tillich y por su concepto de libertad como fundadora del destino: “La libertad es experimentada como deliberación, decisión y responsabilidad… A la luz de ese análisis de la libertad, se vuelve comprensible el sentido de destino”3.

Me gusta el análisis de Jonathan Sacks cuando afirma que el concepto de libertad forma el cimiento del vínculo de la alianza entre Dios y el hombre.

El concepto de un vínculo de la alianza entre Dios y el hombre es revolucionario y no tiene paralelo en ningún otro sistema de pensamiento. Para nuestros antepasados, el hombre estaba a merced de fuerzas impersonales que debían ser aplacadas… para el humanismo secular, el hombre está solo en un universo ciego a sus esperanzas y sordo a sus plegarias. Todas estas visiones son coherentes, y cada una tiene sus adeptos.

Sin embargo sólo en el judaísmo encontramos la afirmación que, a pesar de su completa desigualdad, Dios y el hombre se encuentran como “compañeros en el trabajo de la Creación”. No conozco ninguna otra visión que le otorgue al ser humano tamaña dignidad y responsabilidad4.
Mi nueva teología tiene como punto de partida no la teoría sino la vida, con sus ambigüedades y paradojas. No parto de premisas teóricas de argumentación “científica” de la verdad; no me dejo seducir con los devaneos conceptuales del mundo “desde arriba”; quiero trabajar con la revelación de la historia donde pongo mis pies. Quiero percibir el amor de Dios en el transcurso de la vida con todo lo que ella presenta de bueno y de malo.

No pretendo interpretar al mundo, sólo quiero modificarlo para que en él se anticipe el Reino de Dios. Hago mías las palabras de Moltmann en su análisis de la Teología de la Liberación:
“Al contrario de las teologías metafísicas, trascendentalistas o personalistas, la Teología de la Liberación comienza con la historia como escenario de la manifestación de Dios y del encuentro del hombre con Dios. Con esto ella se liga a las tradiciones bíblicas de la historia de Israel y de la historia de Cristo…”5.
Sobre este suelo hermenéutico hago mi nueva teología, buscando crear una praxis que desarme estructuras injustas, opresoras y alienantes. Sin desmerecer la ortodoxia, busco mucho más realizar acciones transformadores de la realidad que intentar vengar mi exactitud conceptual: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Juan 13:35).

Mi nueva teología es la antigua “teología de la esperanza”. Creo que fue por eso que me emocioné tanto con Carlos Mesters cuando me enseño que la relación de Dios con su pueblo es un llamado al dinamismo y no a la resignación:
La presencia de Dios en la vida era percibida (en el relato bíblico), ante todo, como llamado, como dinamismo, como futuro, que atraía y llamaba al pueblo a ir hacia delante, no permitiendo que se acomodara en el camino. La frase tantas veces repetida: “Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios” (Éxodo 6:7), les hacía saber que la relación con Dios en el presente era apenas una ‘muestra gratis’ de aquella relación que se daría en el futuro.

La otra frase, igualmente frecuente, animaba al pueblo a nunca contentarse con lo que ya poseía y a profundizar allí donde estaba escondido el germen de toda libertad.

En otras palabras, la presencia de Dios era percibida y vivida como el fundamento de la esperanza que los animaba y los hacía caminar. Ella era una fuerza que dinamizaba la vida hacia delante, llevando al pueblo a conquistarse y a conquistar el futuro que él vislumbraba en el contacto con ese Dios.6.
Mi nueva teología no está restringida a preparar gente para ir al cielo, quiero aprender a experimentar, aquí y ahora, la vida en abundancia que Jesús prometió.

Por último, creo que mi nueva teología tiene una pizca de existencialismo (no se si a Kierkegaard le gustaría saber eso) porque creo que el Reino de Dios ya está entre nosotros; pido a Él que me de ojos para ver, oídos para oír y un corazón para sentir esa realidad.

Soli Deo Gloria.


1 Rahner, Karl "Curso Fundamental de Fé", Ed. Paulinas, 1989, p. 53.

2 Moltmann, Jürgen "O Espírito da Vida", Ed. Vozes, 1999, p. 118.

3 Tillich, Paul "Teologia Sistemática", Ed. Sinodal, 2005, p.193.

4 Sacks, Jonathan "Uma Letra da Torá", Ed. Sêfer, 2002, p. 109.

5 Moltmann, Jürgen "O Espírito da Vida", Ed. Vozes, 1999, p.111.

6 Mesters, Carlos "Por Detrás das Palavras", Ed. Vozes, 1999, p. 113.

23 de mayo de 2007

Teología del Dios resucitado

por Ricardo Gondim

Soy un vicioso asumido; con derecho a delirios, resacas, síndromes de abstinencia y gravísimas depresiones. ¡Calma! Antes que todos se horroricen con otra confesión pública mía, necesito adelantar que tengo un buen vicio. Desde los 14 años, me vicié en la lectura.

Todo comenzó con las revistitas de Walt Disney, después vinieron Sherlock Holmes, los viajes de Gulliver y desde entonces hasta ahora no paré más. Cuando mi padre estuvo preso, la cosa empeoró.

Disgustado con la censura de los dictadores, me puse a devorar las Folhas Operárias clandestinas y acabé en la cuneta de “O Pasquim”. Por años, fui discípulo de Millor Fernandes, de Henfil, de Jaguar y de todo aquel maravilloso grupo de la contra-cultura brasileña.

Incluso luego de mi conversión y totalmente involucrado en el movimiento evangélico, no logré destetarme de la literatura marginal al establishment, fui a una tienda de la Editora Vozes y compré casi toda la obra de Leonardo Boff (lo primero que encaré fue “Iglesia, Carisma y Poder”).

Ya adulto, aunque sin un mentor que me llevara de la mano, me aventuré en la filosofía; intenté descascarar a Heidegger, desvendar a Nietzsche; hasta me atreví con Hegel (confieso que no entendía).

Sigo viciado. A semejanza de un toxicómano, necesito tener libros desparramados por la casa y al alcance de la mano para poder saciar mi voracidad por la palabra escrita.

Por causa de mi esclavitud a los libros, fui expuesto a autores de varios matices: sarcásticos, optimistas, ingenuos, crudos, piadosos, pesimistas, herméticos y hasta ingenuos.

Todos los días leo el periódico con el desayuno; comienzo con las crónicas, luego paseo la vista por la política y así, de titular en titular, voy masticando los hechos históricos simultáneos a mi vida.

Hoy, por ejemplo, abrí la Folha y me di cuenta que las noticias continuaban extrañamente iguales a las de siempre, “Hay quien llega a decir: ‘¡Mira que esto sí es una novedad!’ Pero eso ya existía desde siempre, entre aquellos que nos precedieron.” (Eclesiastés 1:10). Corrupción, enriquecimiento ilícito, guerras idiotas, cinismo político, asesinatos, chismes sobre famosos, comentarios de especialistas sobre la economía, no faltó ni el tecnócrata de turno opinando sobre como desarrollar el país.

Como ya ensayo mi estreno en el escenario de la tercera edad celebro mi vicio por leer, pues me ha proporcionado placeres enormes. Por otra parte, advierto cuanto ya sufrí por haberme vuelto un dependiente. “Me he dedicado de lleno a la comprensión de la sabiduría, y hasta conozco la necedad y la insensatez. ¡Pero aun esto es querer alcanzar el viento! Francamente, ‘mientras más sabiduría, más problemas; mientras más se sabe, más se sufre’” (Eclesiastés 1:17-18).

Aún así, no logro largar mi vicio (casi químico). Se que voy a continuar drogándome con las palabras que destilan de los libros. Sin embargo, reconozco que debo redoblar mi cuidado en esta época de mi vida, pues cuanto más leo más me expongo al peligro de morir contaminado de cinismo.

Puedo fácilmente embarcarme en la desesperación que niega las posibilidades del futuro. Debo tener precaución con gente como Francis Fukuyama, que determinó el “fin de la historia”. Él no va a llenar mi cabeza con su ideología neoliberal, que espera la posteridad como un fluir tedioso de eventos insignificantes.

Mi vicio me deja rendido ante toda buena literatura; incluso las ateas, las pesimistas, las indignadas y las alucinadas. Pero necesito preservar el suelo donde coloco mi pie existencial.

Mi antídoto para la desesperación cínica y para el determinismo histórico, que genera resignación, continuará siendo mi fe en la resurrección de Jesús de Nazaret.

Firme sobre esta convicción, voy a celebrar la vida y continuar trabajando para que el futuro sea diferente a lo anticipado. Llamo a esa voluntad el porvenir de la Esperanza, que según Kierkegaard es “la pasión de aquello que es posible”.

Mi ánimo para la vida viene del frágil amigo de los pecadores, declarado sarcásticamente “rey de los judíos”, muerto por la más sucia corrupción de sus días. Él triunfó sobre los poderes demoníacos, humanos e institucionales.

Luego de leer el periódico de hoy, terminé sin mucha confianza en el futuro, pero ahí recordé la exclamación de Jesús luego de romper las cadenas de la muerte: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra; tengo en mis manos las llaves de la muerte y del infierno”.

Luego de percibir la dificultad de desmantelar las malignas estructuras sociales del continente latinoamericano, busco recordar que el régimen imperial de Cesar no venció, sino que el mensaje del Nazareno sobrevive como la buena nueva más jubilosa de todos los tiempos.

Luego de percibir la falta de nuevas ideas para un mundo abatido, recuerdo que Jesús resucitó para confirmar su propuesta de una nueva manera de vivir. Su mensaje sigue siendo la más nueva y viable alternativa para el atascadero en el que nos encontramos. “Dense cuenta que el reino de Dios está entre ustedes”.

Luego de percibir la falencia de la religiosidad cristiana occidental, sin una predicación consistente y humana para la construcción de la historia, recuerdo que la resurrección animaba a los primeros cristianos a condensar el Reino de Dios en pequeños gestos y con pocas personas.

Luego de percibir que no logré abandonar mi vicio por leer, voy a mantener el recuerdo de la conquista de Jesús sobre la muerte; animado por su Espíritu, jamás desistiré de perseguir el sueño de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde se besan la justicia y la paz.

Soli Deo Gloria.

21 de mayo de 2007

Teología del Dios crucificado

por Ricardo Gondim

Mi teología está basada fuertemente en mi cristología. Tomo en serio la respuesta que Jesús le dio a Felipe; el apóstol que quería ver a Dios y creía que eso sería suficiente:

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: ‘Muéstranos al Padre’? ¿Acaso no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el Padre, que está en mí, el que realiza sus obras. Créanme cuando les digo que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí; o al menos créanme por las obras mismas” (Juan14:9-11).

Mi teología intenta alcanzar la dimensión de aquello que Pablo reveló a la iglesia de los colosenses: “Él es la imagen del Dios invisible… Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud” (Colosenses 1:15 y 19).

Entiendo que el mayor misterio de la fe cristiana fue la encarnación: Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre y habitó entre nosotros. ¡Qué escándalo para los judíos y para los griegos concebir que la divinidad descendiese algún escalón, cuánto más que se volviera semejante (de la misma naturaleza) que la humanidad!

En la lógica cristiana, sin embargo, ese vaciamiento (kenosis) fue necesario para que Dios entrara en la historia, se sometiese a las contingencias de la existencia, fuera tentado, sufriera y muriera como cualquiera de nosotros.

De esta manera, su cuna fue forrada con el pasto que los animales comían; durante su infancia sus padres se refugiaron en un país extranjero; tuvo hambre, pasó por muchos inconvenientes y terminó con la misma suerte de millones de negros, menesterosos y mujeres que han padecido bajo regimenes totalitarios.

Entiendo, no obstante, que el vaciamiento de Jesús no significó que estando encarnado haya modificado su absoluta identidad con el Padre.

Su actitud, carácter, sentimientos, comportamiento, la manera de ser de Dios fueron plenamente expresados en Cristo: “el Padre vive en mí”. Jesús es la interface entre la humanidad y el Dios nunca visto.

Para entender como Dios trata a los desvalidos, basta con mirar a Jesús tocando a los leprosos; para entender la opinión de Dios acerca de los sistemas religiosos enfermos, basta con mirar a Jesús dando vuelta las mesas del templo; para entender el corazón de Dios por las multitudes, basta escuchar a Jesús: “Veo las multitudes como ovejas sin pastor”; para entender la frustración de Dios con la obstinación rebelde de las personas, basta con oír el lamento de Jesús sobre Jerusalén que rechazó anidarse bajo las alas del Altísimo.

La Trinidad habitó corporalmente en Jesús de Nazaret incluso, o principalmente, en la cruz. El Padre no se mantuvo distante de los horrores de la muerte de su Hijo. En la controversial película de Mel Gibson, para mi, el momento más contundente fue cuando Jesús murió y una lágrima cayó del cielo; su impacto en la tierra desequilibró el ambiente cubriendo todo de tinieblas y partiendo las rocas.

Bruno Forte, filósofo y teólogo italiano, reflexionó sobre ese momento:

¿Y el Padre? ¿Permaneció indiferente, prisionero de un “divino egoísmo” delante del sufrimiento del Hijo? ¿O no hay también un profundo sufrimiento del Padre, a pesar de estar oculto por la discreción del amor que sufre? En realidad, el Hijo fue enviado por el Padre: en ese envío ya hay un distanciamiento del Padre: “Le quedaba todavía uno, su hijo amado. Por último, lo mandó a él, pensando: "¡A mi hijo sí lo respetarán!" (Marcos 12:6, parábola de los labradores malvados). El Hijo hace “solamente lo que ve que su padre hace” (Juan 5:19): si el Hijo sufre, es porque el Padre sufre, precediéndolo en la Vía Dolorosa. Entre ellos hay una relación de entrega recíproca (“todo lo que yo tengo es tuyo… Juan 17:10), de recíproca inmanencia (“el Padre está conmigo” Juan 16:32). Esa relación llega a su clímax en la hora del dolor, cuando el Hijo sufriente revela el misterio del sufrimiento del Padre. El Padre, “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32); fue quien amó tanto “al mundo, que dio a su Hijo unigénito (Juan 3:16). El sufrimiento del Padre corresponde al sufrimiento del Hijo “quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas.2:20).

Dios sufre en la cruz como Padre que entrega, como Hijo que se entrega, como Espíritu que es el amor que emana del amor sufriente de ambos. La cruz es la historia del amor trinitario de Dios al mundo: un amor que no soporta el sufrimiento, sino que lo elige. ("Jesus de Nazaré, História de Deus e Deus da História", pp. 26, Paulinas, p.26 - énfasis mío).
Cada vez entiendo un poco más la theologia crucis, o “teología del Dios crucificado”, no sólo como clave soteriológica, sino como revelación del propio Dios. Es en el grito agonizante del Calvario que sabemos el impacto que los dolores del mundo causan al corazón de Dios.

El sufrimiento humano es desmesurado. ¿Quién puede medir, pesar, en fin, concebir el dolor de las madres que ya han enterrado a dos o tres bebés, muertos a causa de la diarrea o la malaria? ¿Quién sabe del dolor de un padre que ve como su hijo muere, poco a poco, a causa del sida? Dios no sólo observa, sino que tiene com-pasión (sufre al lado) de todos.

Vuelvo a citar a Bruno Forte:
La mentalidad greco-occidental no sabe concebir mas que el sufrimiento pasivo, soportado y por lo tanto imperfecto, postulando así la impasibilidad de Dios. Contra esa mentalidad, el Dios cristiano revela un dolor activo, libremente escogido, perfeccionado en la perfección del amor: “Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos” (Juan 15:13).

El Dios cristiano no es ajeno al sufrimiento del mundo, no es espectador impasible de éste desde lo alto de su perfección inmutable, sino que lo asume y vive con la máxima intensidad, como sufrimiento activo, como don y ofrenda de donde surge la vida nueva del mundo.

Desde aquel viernes santo, sabemos que la historia del sufrimiento humano es también la historia del Dios cristiano. Dios está presente en la historia para sufrir con el hombre y para hacerle ver el valor inmenso del sufrimiento por amor. Dios no es “la oculta parte contraria”, a quien se eleva el grito del sufriente y del desolado; sino que es “en un sentido más profundo, el Dios humano, que grita en y con el sufriente, y que interviene a favor de él con la propia cruz, cuando el sufriente en sus tormentos enmudece.

Es el Dios que le da sentido al dolor del mundo, porque lo asume de tal manera que hace de él su propio sufrimiento. Este es el sentido del amor.

Contra le resignación fideísta y la rebelión atea, el Dios crucificado vuelve al hombre capaz de un sufrimiento activo, de un sufrimiento vivido en la comunión con todos los desolados de la tierra y en oblación al Padre, que lo recibe y le confiere valor.

Así que, la historia de los sufrimientos del mundo es transformada en la historia del amor del mundo. Por eso el Dios crucificado es la única verdadera novedad del vivir humano.

El hombre de hoy es probado por el sufrimiento de siempre, es dejado solo ante el silencio del Dios que fue declarado “muerto”, es oprimido por la injusticia y por la iniquidad. Ese hombre tiene necesidad del sufrimiento, al igual que el hombre de siempre. De ahí la necesidad de la “theologia crucis”, de la teología del Dios crucificado, que responda al grito del Dios agonizante y capte en él, abandonado, el sentido de los dolores del mundo.

Delante de la interrogación del dolor, delante del drama de la nada desde donde surge, la palabra de la cruz resuena como “evangelio” también para los hombres de hoy: “el dolor contra dolorem es el amor de Dios, el amor que quita nuestro dolor. Por esa, el mensaje del dolor de Dios es la buena nueva. Por eso, los cristianos no cesan de proclamarlo” (Bruno Forte, pp. 27).
El pobre no tiene donde encontrar fuentes de esperanza en un mundo donde “por detrás de las relaciones de intercambio de mercado existen relaciones de explotación”; en un mundo donde “por detrás de las relaciones de voto, existen relaciones de dominación”; en un mundo donde “por detrás de las relaciones de información, hay un proceso de alienación” (Emir Sader, revista “Caros Amigos”, pp. 40, abril de 2007). El frágil Nazareno, también llamado Hijo del Hombre, fue Dios encarnado que vivió igual a todos y sin embargo venció, y por eso es la inspiración de millones de excluidos.

El Dios que nos fue revelado tiene la cara de Jesús. La noticia más jubilosa que proclamamos no es sólo que Jesús sea idéntico a Dios, el Padre también es idéntico al Hijo.

Soli Deo Gloria.

18 de mayo de 2007

¿Qué está sucediendo?

por Ricardo Gondim

Todo ocurrió durante un sábado. Por la mañana, el pastor José profetizaba a través de la radio que sus oyentes podían traer a los difuntos de la ciudad y que todos serían resucitados durante la vigilia. Esa misma noche, el evangelista Julio enseñaba por televisión cómo los creyentes deben dar su contribución financiera. Cito textualmente sus palabras: “Dé, pero tenga siempre una actitud demandante. Si usted ofrenda por amor, sin esperar recompensa, sepa que se quedará sin bendición… por imbécil”.

Los más viejos, que vivieron los primeros años del movimiento evangélico, sienten escozor cuando presencian este tipo de absurdo y se preguntan por qué aparecen líderes e iglesias tan grotescas.

Algunos piden una nueva Reforma. Sin embargo esta es una reivindicación que se ha vuelto un estribillo, pues nadie dice qué tipo de Reforma busca. ¿Desean la luterana, que resaltó la gracia y la supremacía de la fe? ¿O la de Calvino, que enfatizó la soberanía y la providencia?

Jamás lograremos resucitar la Reforma. Ella sucedió en un tiempo histórico que se terminó hace mucho. Aquella modernidad que facilitó la Reforma se agotó. Hoy vivimos ese tiempo loco que algunos llaman posmodernidad.

Es preciso recordar que las inquietudes religiosas que se esparcieron por Europa a partir del siglo XVI se dieron con enormes fricciones internas. Calvino contendió con Zwinglio y con el propio Lutero. Y, mientras esos dos grandes segmentos se fortalecían en Europa occidental, no hay que olvidar a los pietistas alemanes que corrían por fuera del establishment. De ellos brotaron los anabaptistas, los moravos, los wesleyanos y, posteriormente, los pentecostales.

Propongo que aprendamos algunas cosas si queremos entender lo que está sucediendo.

Nos hace falta aprender a condensar la fe considerando la realidad de esta generación. Eso ya es difícil, pues la hermenéutica evangélica sigue presa de los paradigmas modernos del fundamentalismo; su eclesiología repite el modelo rural de iglesia; su escatología mantiene el optimismo de comienzo del siglo XX (los evangélicos se contentan con “arrebatar tizones del infierno”, salvando almas del juicio que vendrá antes del retorno glorioso de Jesús). Sin embargo surgen nuevas preguntas que, infelizmente, pocos se atreven a responder. Peor, muchos siguen intentando responder las preguntas que ya nadie se hace.

Nos hace falta aprender a desencantar el mundo. Grandes segmentos evangélicos todavía creen que la injusticia y la miseria son el fruto de algún tipo de control del diablo sobre las naciones.

Cierta vez escuché a una misionera dando testimonio sobre una carretera con una curva muy cerrada que provocaba accidentes fatales. Cierto día ella tuvo una revelación que un demonio territorial gobernaba ese lugar. Sin vacilar, ella convocó una vigilia para “atar” aquel ángel de la muerte. Meses después el departamento de vialidad de aquel país puso un reductor de velocidad en el lugar, poniendo fin a los desastres. Para ella no había necesidad de educar a los ciudadanos sobre la manera de resolver el problema con ingeniería, era suficiente con impedir las acciones del diablo.

Al escuchar ese relato noté que la muchacha había comprendido erróneamente lo que Pablo quiso transmitir con su lenguaje de guerra en Efesios 6. Para muchos creyentes brasileños ese capítulo es un estudio sobre como luchar con el diablo. Parece, sin embargo, que aquello que el apóstol deseaba mostrar era la manera en que el mundo se demonizó con el pecado y cómo las acciones humanas pueden cambiarlo.

Nos hace falta aprender a ser menos apologéticos y más constructores de la historia. Recibí muchas críticas por haber escrito, en este espacio, que en un mundo posmoderno las personas no están tan preocupadas por la verdad y sí con la credibilidad. Afirmé que la iglesia debería preocuparse más con el testimonio que con el discurso. Continúo pensando así, pues entiendo que esa fue la enseñanza de Jesús: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:16).

En Estados Unidos la imagen de los evangélicos está rasgada debido al recrudecimiento del conservadurismo, que sólo privilegia el moralismo conductista. En toda Latinoamérica ellos enfrentan el descrédito por haber mezclado de forma sincrética la teología de la prosperidad y la religión popular. Solamente rescatando el testimonio serán escuchados.

Nos hace falta hacer misiones sin intentar manipular lo sobrenatural. Me quedo impresionado con la necesidad que tienen los cristianos brasileños de probar que los milagros suceden a borbotones; que Dios “funciona”; que los creyentes viven protegidos de accidentes, enfermedades y desempleo; y que la doctrina evangélica genera certezas absolutas. Obrando de esa manera los creyentes se distancian aún más de la vida, queriendo transformar sus comunidades en islas de fantasía.

Por todo eso, considero que para entender lo que está sucediendo es necesario comenzar a escuchar la advertencia del Apocalipsis: “¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro” (Apocalipsis 2:5).

Soli Deo Gloria.

12 de mayo de 2007

Carta abierta a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI


San Pablo, 12 de mayo de 2007.
Su Santidad:

Respetuosamente lo saludo con la paz de Dios.

Lo noto contento en su visita a nuestro país; siéntase bienvenido. Espero que los sucesos tras bastidores no le generen mayores molestias (siempre existen enredos privados en las instituciones humanas).

Me alegré al percibir su valentía al defender algunos principios innegociables para la iglesia católica como el aborto. Coincido en que los fetos no pueden ser considerados meros apéndices indeseables del cuerpo de las mujeres que pueden ser extirpados sin criterio.

Me alegré al verlo abrazando a dos viejitas delgadas y pobres (creo que eran coterráneas mías). Su Santidad, si supiera como sufren los ancianos en Brasil… La gran mayoría viven con sus familiares y depende de ellos, aunque generalmente son considerados un estorbo. Me acordé de mi abuela, que vivió sus últimos días abandonada son cariño y sin cuidados. Ella había quedado ciega y, como vivía en casa de un tío muy malvado, se angustió hasta morir a causa del menosprecio y el abandono.

Me alegré cuando lo vi, Su Santidad, rodeado de sacerdotes de tradiciones religiosas distintas a la suya. En Brasil alimentábamos un miedo muy grande a que la leña ya seca de la Inquisición, esa que usted presidió, ardiera nuevamente. También me alegré por el rabino sonriente que pidió su bendición. Espero que él se sienta perdonado, especialmente luego de la deshonra por haber quebrado uno de los Diez Mandamientos y estar preso en Estados Unidos.

Permítame decirle, con toda reverencia, que he quedado muy, muy dolido con las expresiones que usted utilizó para referirse a los evangélicos. Por favor, compréndame, no se trata de un lloriqueo. Yo mismo he criticado bastante a los evangélicos por sus serios problemas doctrinales y por sus enormes dificultades éticas.

Lejos de mí atreverme a corregirlo, papa Benedicto XVI, pero el término “secta” es sociológicamente anacrónico pues comunica una actitud prejuiciosa en relación a los otros. Por eso consideré su uso desafortunado en una declaración pública, aunque fuera dirigida a su propio clero.

Su Santidad, me entristeció bastante el que usted siga repitiendo el antiguo presupuesto agustiniano de que “fuera de la iglesia no hay salvación”. No lo censuraría, pues reconozco la distancia que nos separa (usted lidera centenas de millones de creyentes y yo cuido apenas una comunidad local), sin embargo, referirse al grupo religioso con mayor crecimiento en Latinoamérica como “secta” revela la falta de sintonía de sus asesores con lo que sucede aquí.

Permítame –con toda reverencia– exponer algunas consideraciones sobre el crecimiento de los evangélicos neopentecostales:

1. Los evangélicos crecen porque lograron juntar el discurso doctrinario protestante con la simbología mística que tanto difundió el catolicismo en Brasil. Creo que los obispos y teólogos católicos tendrán una enorme dificultad para aplacar la fuerza de esa combinación. Sepa usted que existen objetos entre los evangélicos, hasta con mayor poder, similares a las píldoras milagrosas de Frei Galvão (creo que un erudito como Su Santidad no dará mucho valor a pedacitos de papel, en forma de píldora, con plegarias escritas que deben ser tragadas por los creyentes para producir el milagro; tampoco yo creo mucho en esas cosas).

Los evangélicos ahora se valen de rosas ungidas, vasos de agua poderosos y valles con sal gruesa como lugares donde “atar demonios”. Parece que la máquina de crear símbolos es más eficiente entre los neopentecostales porque a cada rato surge un nuevo objeto milagroso. Ahora que el mensaje protestante fue sazonado con la simbología católica, el terreno quedó fértil.

2. Los evangélicos crecen, Su Santidad, porque vienen de un origen belicoso (son hijos del fundamentalismo que rechazó fuertemente al “Liberalismo Teológico” de su Alemania). Los evangélicos aumentaron el número de sus fieles porque, por muchos años, vieron en la iglesia católica a una institución adversaria y se fueron contra ella.

Por lo tanto, cuando Su Santidad se refiere a ellos como “secta” sólo los está provocando y ellos van a embestir aún más a los católicos nominales. Tome nota de mi previsión: la sangría de los católicos nominales continuará, incluso después de su papado.

Oro a Dios para que se vacíe la retórica antagónica entre nosotros, a fin de cuentas trabajamos por la misma causa. Su Santidad, tengo amigos sacerdotes y le confieso: sus discursos me desalentaron; tuve la sensación de que en su papado, antiguas rencillas de la Reforma se van a intensificar.

Peor aún, encuentro que hubo una actitud de desprecio por parte de la curia del Vaticano hacia las pequeñas iglesias como la mía, que luchan con tanto esfuerzo por anunciar el Evangelio con integridad.

Le escribo con cariño, en nombre de la armonía entre los cristianos.

Un consiervo de Jesús,

Ricardo Gondim

Soli Deo Gloria.

Arrebatamiento

por Ricardo Gondim

¡Hace poco fui arrebatado hacia un viaje fantástico! Mi experiencia sucedió momentos después de acomodarme en el asiento del teatro donde presenciaría un recital inolvidable.

Reconozco que no estaba preparado para la avalancha de emociones que María Rita y Mercedes Sosa me provocarían aquella noche. María Rita comenzó y deslumbró, pero ella sólo preparaba el camino para la maravillosa estrella argentina.

Mercedes Sosa, con su notable voz, era la misma que nos había inspirado en los años rebeldes de la década del ’60. Para un auditorio de gente mayor como yo, ella, aunque desgastada por la edad, volvía a deslumbrar con antiguos éxitos; auténticos himnos latinoamericanos.

En el momento en que la musa de mi adolescencia entonó “Gracias a la Vida”, no me pude contener. Mis ojos se inundaron de lagrimas… intenté acompañar a la vieja indígena mientras lloraba sin sentir vergüenza.

¡Mi llanto fue feliz! En aquel ambiente profano, construí mi catedral para ofrecer culto por el aliento que anima la existencia; con ella honré el milagro de simplemente existir.

Celebré la vida sin culpas religiosas, sin temer que una guillotina cayera, en cualquier momento, sobre mi cuello… yo había perdido el miedo de ser castigado por pequeños deslices.

Celebré la vida al lado de pecadores que nunca imaginaron que un pastor protestante (también pecador) se hermanara a ellos en gratitud por los ojos que distinguen lo negro del blanco, por los pies cansados que andan por charcos y playas, por la capacidad de deletrear el abecedario y por la gratuidad de saberme vivo. Canté y mi canto se mezcló al de millares de hermanos y hermanas.

Celebré la vida sin ritos religiosos y, por increíble que parezca, sentí paz. Estaba feliz por recordar, en ese instante, el fondo de los ojos de quien amo, las direcciones de mis buenos amigos y el perfume de quien tanto admiro (¡como les encanta a los cearenses “dar aromas”!).

Mercedes Sosa cantó y yo me solté, silbé y aplaudí agradeciendo a Dios por el regalo de ser conducido por la música hasta la frontera de la eternidad.

Con aquella anciana argentina aprendí un poco más sobre el gran proyecto divino que nos quita de la mecánica del activismo y nos brinda, aunque sea por un momento, una pizca del Paraíso.

Aquella noche, a semejanza de Saulo de Tarso, fui arrebatado (no se si en el cuerpo o con el espíritu), hasta un cierto nivel del cielo.

Como él, tampoco puedo relatar todo lo que vi.

Soli Deo Gloria.

10 de mayo de 2007

Recordatorio

por Ricardo Gondim

No olvides impregnar tus retinas con las imágenes que más alegría te den… ellas permanecerán contigo para siempre.

No olvides de guardar todos los olores. Ellos, un día, te traerán de regreso a los lugares por donde tú ya anduviste… el olfato es la materia prima de la nostalgia.

No olvides de memorizar los rostros con los que conviviste… el verdadero secreto de la felicidad no es recordar lugares y plazas, sino a las personas que nos acompañaron en esos lugares y plazas.

No olvides de grabar en tu corazón las palabras que te desafiaron, te hicieron feliz, te entristecieron o te causaron disgusto… recuerda que no sólo de pan vivimos, sino del sustantivo que se hace verbo.

No olvides que tu pasado está abierto… esperando ser resignificado por las decisiones que tomes hoy. Tus buenas vivencias pueden ser transformadas en pésimas memorias a partir de nuevas actitudes; también sucede lo contrario, un horrible pasado puede ser transformado en un excelente punto de partida para un lindo futuro.

Ando ocupadísimo, pero aprovecho este momento en que paso por aquí para dejarte este recordatorio como un mimo de mi corazón.

Soli Deo Gloria.

8 de mayo de 2007

El premio de los perseverantes

por Ricardo Gondim

“Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21)

Mis brazos ya no soportaban más. Yo buscaba recuperar el aliento con desesperación. El vaivén de mi cabeza que se sumergía y emergía buscando oxígeno se volvió frenético. Nadaba preparándome para la próxima competencia y necesitaba intensificar el entrenamiento. Pero aquel día estaba exhausto. Me prometí que al tocar el borde de la piscina le pediría permiso al técnico para marcharme. Realmente no aguantaba más. “Llegué al límite”, dije jadeando. “¡Voy a parar ahora!”. Sin demostrar conmiseración, el entrenador me respondió dándome la espalda: – “¡Este es el momento en el que los mediocres se detienen!” –. Me sentí una basura. Busqué fuerzas de donde no tenía y volví a entrenar. Aprendí una lección ese día que me serviría para el resto de mi vida: el premio les será dado a los que no abandonan y permanecen en la lucha.

Hay muchos textos en la Biblia que nos exhortan a no desistir y prometen una recompensa a los perseverantes que cruzan la línea de llegada de la vida. ¡Cuántos proyectos y sueños se acaban porque las personas no dan el próximo paso!, abandonan todo creyendo que llegaron al límite de sus fuerzas. Algunos abandonan su matrimonio creyendo que no poseen recursos para salvarlo, otros abandonan sus sueños profesionales, deportivos y, lo peor de todo, mucha gente huye de Dios.

Nosotros vivimos como los que nadan, pedalean o corren. Vivir es una travesía que muchas veces parece imposible. Los percances del viaje son inesperados. Hasta los compañeros que van junto a nosotros no siempre son dignos de confianza. Pero Dios pide solamente que no abandonemos la carrera. Los incentivos que recibimos de Él son: que viajará a nuestro lado; Él no permitirá que las luchas sean mayores a nuestras fuerzas; y que recibiremos un galardón. La Biblia describe el desistir, volver atrás y no perseverar, como atributo de los cobardes; quienes se quedarán fuera del Reino.

Cuando creas que ya no tienes fuerzas, da una brazada más, una vuelta más al pedal, un paso más. ¡El Espíritu de Dios te ayudará a seguir adelante!

Soli Deo Gloria.

4 de mayo de 2007

Intolerancia religiosa y el futuro de la humanidad

por Ricardo Gondim

Propongo una tregua entre las religiones. Basta de incomprensión. Basta de sangre derramada en nombre de Dios. Vamos a atascar los fusiles dogmáticos con flores. Transformemos nuestros tanques teológicos en tractores. Si creer genera amor y odio con la misma intensidad, concentremos nuestra fuerza en la ternura.

¿Será posible un esbozo de paz religiosa, aunque sea provisoria? Sí, la Gran Utopía escatológica de un solo pastor y un solo rebaño puede ser hilvanada con pequeños gestos. El futuro será el resultado de mis decisiones presentes. No hay vuelta atrás, el planeta se redujo al tamaño de una aldea. Los desequilibrios ecológicos locales influyen a nivel global y las decisiones económicas nacionales tienen consecuencias mundiales. Urge hacer algo.

Los teóricos de la religión necesitan tomar conciencia de que viven en sociedades complejas, donde es necesario convivir con los diferentes. Los credos ya no representan etnias o culturas locales. Cada día se volverá más indispensable entender el significado de la tolerancia. Cualquier intransigencia religiosa puede desencadenar una guerra con poder de destrucción comparable a un conflicto atómico.

Son imprescindibles y urgentes algunos cambios entre las religiones mundiales.

Que pastores, sacerdotes, rabinos e imanes dediquen más tiempo leyendo, memorizando y recitando poesía, y para prevenir preconceptos que se omitan los autores. Así podrán saborear la belleza sin distinguir entre ateos y creyentes, libertinos y santos. Que los teólogos se especialicen en “agapeología”; que la solidaridad sea la mejor plegaria, y el ejemplo el mayor sermón.

Que las religiones, grandes y pequeñas, se concentren en la vida aquí en el mundo; que busquen aliviar a los cansados y oprimidos antes de prometer salvación eterna. Que visiten a los enfermos, antes de intentar decodificar los misterios de la Divinidad; que defiendan el derecho del huérfano y de la viuda, antes de ostentar ser los únicos poseedores de la verdad. Que tengan celo por la vida y desprecien las tasas de crecimiento de sus instituciones; que la mano izquierda desconozca las virtudes practicadas por la derecha y no usen la bondad como proselitismo; y que Dios sea distinguido en el rostro del prójimo y no en libros, enciclopedias, altares o imágenes.

Que los líderes eclesiásticos vuelvan a caminar por la orilla de la playa; que hagan pasantías en la casa de un pescador artesanal. Que despierten temprano, sientan el aroma del café negro, naveguen todo el día y, caída la noche, regresen a casa exhaustos. Que sus manos callosas les enseñen a mantener el corazón sensible; que el cuerpo dolorido les modere la ganancia; que se acuesten felices en una red y, cautivados por la bruma, vuelvan a deletrear con-ten-ta-mien-to.

Que las liturgias de los templos imiten los juegos infantiles donde nadie es dueño de nada, ningún proyecto es definitivo, y no se separan a las personas entre líderes y liderados. Ya que el Reino Eterno no es de los adultos, sino de los pequeñitos desprovistos de amarguras, que los ritos busquen regresar a la humanidad a los jardines de infantes; que los bancos de iglesia se transformen en columpios. Que el culto sea una fiesta parecida a un casamiento italiano, con mucho vino, baile, y sin horario para terminar.

Debo estar delirando, pero entre alucinar tonterías y permitir que la realidad se transforme en pesadilla, prefiero seguir soñando.

Soli Deo Gloria.

2 de mayo de 2007

Habitamos en la periferia del conocimiento de Dios

por Ricardo Gondim

“¡Y esto es sólo una muestra de sus obras,
un murmullo que logramos escuchar!
¿Quién podrá comprender su trueno poderoso?”
(Job 26:14)

Aquella fría mañana entré en mi oficina con ganas de cerrar la puerta y pedirle a la recepcionista que no me pasara ninguna llamada. Deseaba la soledad; no la melancólica y depresiva de los afligidos, sino aquella soledad introspectiva, que nos invita a la meditación.

Amanecí con sed de Dios. Tal vez haya sido tocado durante el sueño por el Espíritu generador de hambre espiritual. Tal vez algún aroma, un escenario o un sabor me recordaron lo que soy, esencialmente eterno.

Me senté y me dejé caer sobre el respaldo de la silla, como quien se despereza o se prepara para relajarse y descansar. Mi única prioridad, sin nada agendado para los próximos minutos, era Dios. Descansaría mi alma orando y meditando.

De repente, me vino un sentimiento estremecedor y misteriosamente insólito: “¿Quién es Dios?”, pensé. Así medio acostado en mi silla, confesé: “Señor, no se nada sobre ti”. Observé mis libros, que me espiaban inmóviles y alineados en los diversos estantes que rodean las paredes de la oficina, y una vez más admití: “Señor, ya he leído mucho sobre ti, y no se casi nada”.

Él es ese enorme misterio que por más que estudiemos, reflexionemos y aprendamos, continuamos siempre en la periferia de su conocimiento. No lograremos nunca agotar la naturaleza divina, ni siquiera definirla o explicarla.

Delante del Altísimo, nos sentimos como un niño que sujeta globos de gas. Multicolores, danzan sobre su cabeza y él nada sabe sobre los fenómenos físicos que hicieron que aquellos globos se mantengan levitando; nada sabe sobre la expansión del material que permite el llenado con helio. Él sólo sujeta los hilos, y estar conectado a semejante misterio lo hace feliz. Así somos nosotros. El misterio de la divinidad nos maravilla, nos deleita y nos llena de asombro; mientras tanto nos aferramos a Él por los hilos de la Revelación y sabemos que somos hijos amados. Eso nos hace felices.

Aquella mañana oré con temor y me sentí amado por Dios.

Soli Deo Gloria.