29 de abril de 2007

Sin puerto donde atracar

por Ricardo Gondim

Luego de cuatro horas crucé la línea de “Llegada” sin mayores dificultades –me resultó interesante que en Portugal se le diga “Meta” a ese lugar–.

Acababa de superar un maratón de más de cuarenta y dos kilómetros. Pero, como una mujer en trabajo de parto, me deshice en lágrimas por la confusa mezcla de dolor, agotamiento y alegrías indescriptibles. No sólo había terminado la prueba más dura de atletismo sino que paría una conquista personal, de ahí el gozo tan próximo a la maternidad.

El premio que me esperaba se resume a un apretón de mano de los organizadores del evento y una medalla, una idéntica fue entregada a los otros treinta mil participantes.

“¡Qué locura!, ¿para qué?”; “¿Qué es lo que tú ganas con un martirio como ese?”; “Auténtico masoquismo”. Mis amigos, preocupados con mi salud mental, hablan de esa manera porque no logran entender el por qué alguien gasta tres pares de calzados deportivos y meses solitarios de entrenamiento sólo para esa dificilísima prueba.

Algunos intentan explicar mi locura diciendo que correr es una inversión en mi salud futura –como si entrenar me librara de, algún día, desarrollar un cáncer–. Los más piadosos usan argumentos religiosos. Ellos quieren saber si, corriendo, “agrado a Dios”. Los que saben juntar espiritualidad y pragmatismo buscan medir la utilidad del ejercicio físico en relación a la espiritualidad –ya fui amonestado a leer, de rodillas, el texto en que Pablo prefiere los ejercicios espirituales, ya que, para él “el ejercicio físico tiene un valor menor”–.

¿Correr? ¿Para qué? Respondo con sinceridad: correr no tiene ninguna utilidad. Voy más allá, y confieso: durante los maratones nunca logré evangelizar a nadie; nunca me preocupé en defender a los indígenas del Amazonas; nunca reivindiqué una mejor educación pública para Brasil –y mi calvicie sigue allí–. En fin, nunca logré darle un propósito a mis carreras.

Sucede que corriendo, soy feliz. ¡Y eso es suficiente! Suena raro, pero hay gente haciendo cosas peores. Llegué a la edad en que aprendí, a duras penas, que no necesito estar siempre dándole sentido a lo que hago.

En esta época de mi vida, me rehúso a tener sexo para preservar mi matrimonio, quiero hacer el amor; a orar para ser aceptado y conseguir bendiciones de Dios, quiero ser un amigo íntimo de Él; a pagar el almuerzo porque debo invertir en una amistad, quiero sólo celebrar mis encuentros; a leer para tener buenos argumentos a la hora de la discusión, sólo quiero leer lo que me entusiasme; a ser bueno con el objetivo de recibir una corona de brillantes en la eternidad o para reencarnar rico y de ojos azules, quiero hacer lo que es justo sin desear compensación alguna. Estoy seguro que aprendiendo a vivir así estaré realizado, feliz, completo, pleno (no sé que expresión usar) y eso es suficiente.

El tiempo no es dinero, el tiempo es vida, por eso no pretendo vivir evaluando la “utilidad” de todo. Hoy en día, deseo aprender a hacer cosas “inútiles” como tomar un café expreso; pararme ante un cuadro de Rembrandt sin estar con prisa; escuchar música instrumental y percibir palabras y escenas inexistentes; reír y llorar al leer a Quintana; vestir mi pijama roto y abrir un Cabernet Sauvignon chileno para sentarme delante del televisor y sufrir con los partidos del Corinthians.

¡Que gran tontería, siempre querer vivir con propósito! De aquí en adelante, mi destino será apenas asumir mi “ricardía” con todo lo que eso pueda significar. Viajo sin puerto donde atracar.

Así, no quiero perseguir un ideal de felicidad ni exorcizar mis depresiones. ¡Qué necedad la mía! No sabía convivir con esa parte calma de mi personalidad –cuántas veces me culpé por no ser eufórico–. Hasta en mis monólogos más angustiados quiero vivir intensamente.

Recién ahora aprendí que no existen trofeos que codiciar, sólo tenemos momentos para ser experimentados. No voy a encontrar mi cenit existencial con estatus, cargos o títulos, voy a aprender a coleccionar nostalgias. Descubrí que la mejor forma de vivir es juntando nostalgias; sí, lo mejor de la vida es amontonar buenos recuerdos.

Voy a enfrentar la vida “sin pañuelo y sin documento”, “sin angustiarme por el mañana –basta a cada día su propio mal–”. Sólo quiero tener responsabilidad con la vida y nada más.

Antes de terminar este texto, no puedo dejar de mencionarlo: estoy entrenando para mi décimo maratón. Si logro superarme, creo que voy a llorar otra vez.

Soli Deo Gloria.

26 de abril de 2007

Yo, mujer

por Ricardo Gondim

Antes que nada, necesito presentarme. Hace dieciocho años que me convertí y estoy totalmente comprometida con mi iglesia local. Soy madre de dos hijos lindísimos, amo a mi marido y, como todas las mujeres, vivo la tensión entre mi hogar y mis aspiraciones profesionales. Trabajo como directora del departamento de recursos humanos de un gran hospital. Lidio diariamente con enfermeras, médicos y cirujanos competentísimos, contadores y técnicos en informática.

Me decidí a escribir sobre mis inquietudes pues no entiendo el por qué de las discriminaciones que sufro en mi iglesia y denominación. Siento que la gran mayoría de las iglesias insiste en intentar perpetuar un preconcepto contra las mujeres, aun después de un siglo con tantas conquistas femeninas.

Espero que mis palabras aquí sean dulces y que no este generando aún más rencores y divisiones entre hombres y mujeres. Creo que es necesario que algo suceda urgentemente. Se sabe que la mayoría de la membresía de cualquier iglesia es femenina, y también que la gran fuerza misionera evangélica está compuesta por mujeres. Todo pastor admira a las hermanas que, desinteresadamente, impulsan el ministerio de oración en sus congregaciones. Las Escuelas Dominicales, el trabajo de asistencia social, visitación y la evangelización personal de sus comunidades depende en mucho de las Martas y las Marías que redoblan esfuerzos en oración y en mucha actividad.

No entiendo el por qué, después de tanto fruto y tanta dedicación, las iglesias insistan en la antigua interpretación bíblica de que la mujer sedujo al hombre a pecar y, por lo tanto, debe mantenerse siempre en segundo plano. Tampoco entiendo el por qué los hombres no se dan cuenta que en su insistencia en aliviar la carga a las mujeres, están menospreciando el reino de Dios. Tenemos tanto para contribuir. Con seguridad nuestra presencia no necesita ser siempre vista como una tentación, un peligro para los hombres.

Mi pastor promovió un congreso sobre las mujeres en el ministerio y algunas personas abandonaron nuestra comunidad. Alegaron que él había abierto un precedente peligroso y que, en la historia del cristianismo, todas las veces que las mujeres fueron elevadas al liderazgo hubo apostasía. Sentí herida mi dignidad. Vi la imagen de Dios, en mí, ridiculizada. Aún con tanto dolor no quiero que mi texto se transforme en un mero desahogo. Me gustaría pedirle a mis hermanos y hermanas que mediten conmigo sobre la mujer, no como un segundo plan de Dios, sino como parte de su propósito hermoso y eterno.

¿Será que necesitamos insistir en la tesis de que la mujer fue la única culpable de la caída? ¿Repetiremos siempre la disculpa incoherente de Adán: de que la mujer lo indujo al error? Creo que ya caminamos lo suficiente en la teología para entender que nuestra humanidad, tanto hombres como mujeres, es susceptible al pecado y que nuestra debilidad necesita ser solidariamente asumida. Me parece que las perspectivas teológicas masculinas que dominaron el pensamiento por tantos milenios colocaron sobre la mujer un peso mayor. Creo que el pecado, considerado como la ruptura de toda relación con Dios y con los seres humanos, tiene la dimensión de la debilidad así como la del orgullo; pues niega nuestra responsabilidad humana y arremete contra el propósito de nuestra creación. Insisto en afirmar que el pecado no posee género, no es masculino ni femenino, sino un desvío de nuestra humanidad.

Escucho con frecuencia el argumento que el papel de la mujer en la iglesia debe ser el de la sumisión y el de la obediencia. Me cansé de oír que hay innumerables (¿?) textos en que la Biblia ordena a las mujeres ser sumisas. Lejos de mí cuestionar la sumisión como una virtud cristiana. Lo que me inquieta es que ese mandamiento se limite a las mujeres. ¿No será que la mansedumbre y la humildad deberían ser virtudes anheladas por todos, sin distinción de género? Coincido con Simone de Beauvoir quien afirma que el dualismo macho/hembra es un preconcepto a ser superado. Creo que no hay esencias eternas masculinas y femeninas. Creo que todos debemos anhelar un mundo en que las mujeres sean recibidas juntamente con los hombres en la fraternidad integral. Creo que el ejemplo de Jesús debe ser imitado por todos: “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:5-8).

Cuántas veces, junto a otras hermanas de nuestra comunidad, fui ignorada en los procesos de decisión. Alegan que las mujeres son excelentes “obreras” pero están espiritualmente impedidas de ejercer el liderazgo. Se argumenta que Jesús solamente escogió hombres para participar del colegio apostólico. Ya intentaron consolarme diciendo que me debo resignar a servir, pues en el reino de Dios mayores son los que sirven y no los que mandan. Como lamento esos abordajes. Nos dicen a nosotras que si él sólo llamó a hombres, por lo tanto, las mujeres necesitan entender el principio de que sólo los del sexo masculino deben ejercer el liderazgo. Desconozco, pero pregunto: ¿No llamó él sólo a judíos para ser de su colegio apostólico? ¿Los pastores y líderes cristianos no usurpan el ministerio por ser incircuncisos? Creo, lógicamente, que no. Entonces, habrá que leer el texto de 1º Pedro 2:4-5 y 9 sin tomar en cuenta macho o hembra, judío o griego:

“Cristo es la piedra viva, rechazada por los seres humanos pero escogida y preciosa ante Dios. Al acercarse a él, también ustedes son como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo… Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

Cuando nos enseñan que mayor es el que sirve y no el que manda, también pregunto: ¿por qué los hombres no dan entonces el ejemplo, renunciando al poder para que las mujeres que siempre sirvieron experimenten liderar, aún sin grandes recompensas?

Escucho también la tesis que Dios escogió venir al mundo como hombre y no como mujer. En ese argumento entiendo que hay una insinuación muy sutil de que él sería menor si optase por ser mujer. Anne Carr escribió sobre “La Mujer en la Iglesia” (A Mulher na Igreja, Editora Temas e Debates) y cita a June O’Connor, es necesario que escuchemos su declaración:

“Hombres y mujeres son igualmente hechos a imagen y semejanza de Dios, son llamados a la responsabilidad y a la salvación en Cristo, son uno en Cristo (como griegos y judíos, esclavos y amos), en eso no hay ninguna significación teológica definitiva al carácter masculino de Jesús. Su identidad masculina es considerada como un trazo de su persona, y no como una condición necesaria para su encarnación. Aunque la masculinidad de Jesús no tenga ninguna significación teológica intrínseca, tiene de hecho, según la opinión general, ‘una significación social simbólica’. Porque Jesús solapa las estructuras predominantes de las relaciones humanas y de los fundamentos sobre los cuales se asienta la sociedad de su época, a saber: la familia patriarcal greco-romana del siglo I, que favorece al hombre”.

Creo que no reduciríamos nuestros conceptos al respecto de nuestro Señor si rescatáramos algunas metáforas bien femeninas. Él no tuvo temor de decir que como una gallina busca juntar a sus polluelos así él busco a Jerusalén (Mateo 23:37). No se avergüenza de comparar a Dios con una mujer que barre la casa para encontrar su moneda (Lucas 15:8-10). No se siente menor cuando dice que el reino de Dios es como la levadura que una mujer tomó y mezcló con una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa (Mateo 13:33). En sociedades patriarcales mencionar siempre a Dios como “Él” coloca a la teología en sintonía cultural, pero no define ni siquiera delimita nuestra comprensión de la esencia espiritual de Dios; que no puede ser identificado como macho ni como hembra.

Algunos rechazan el clamor femenino. Creen que estamos reivindicando el dominio sobre los hombres. No queremos ser cabeza, no deseamos controlar. Por el contrario, deseamos que no haya dominio de nadie sino del Señor sobre todos. Queremos solamente que el clamor de Pablo en Gálatas 3:27-28 resuene sin preconceptos en las iglesias más diversas: “…porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”.

Creo que un día las iglesias dejarán de ser el último bastión donde las mujeres todavía sufren preconceptos. Como en mi caso, muchas ya ejercen cargos en el liderazgo de estados y municipios. Hay mujeres al frente de grandes empresas, otras juzgan en los tribunales y hasta reinan sobre algunos países. Ese día, estaremos más próximos de ser la iglesia que Él soñó. Por lo pronto, soñemos juntos.

Soli Deo Gloria.

Las iglesias también mueren

por Ricardo Gondim

En Inglaterra entré a un salón de billar sintiendo náuseas. El vértigo que invadió mi cuerpo fue diferente a todo lo que ya había sentido antes. Las mesas verdes repartidas por todo aquel espacio me recordaban una morgue.

Me explico. Aquél salón había sido la nave de una iglesia que, debilitada a través de los años, terminó por venderse. El pastor que me llevó a esa insólita visita me contó que en Inglaterra hay un gran número de iglesias que murieron lentamente. Por causa de los altos costos de mantenimiento, lo único que les quedaba al remanente era negociarlas. Los mayores compradores, según él, son árabes, dueños de tiendas de antigüedades e, infelizmente, de bares y clubes nocturnos.

Viendo el pulpito tallado en piedra con inscripciones de textos bíblicos –“Predicamos a Cristo crucificado”; “La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado”–, volví en el tiempo y recordé que aquella iglesia fundada durante el avivamiento wesleyano había sido un espacio de mucha vitalidad espiritual. Las placas de piedra y mármol, todavía adheridas a las paredes, mostraban que en aquel altar –ahora la barra de un bar– predicaron pastores y misioneros ilustres. Imaginé aquel gran espacio, hoy lleno de hombres vacíos, repleto de personas ansiosas de participar del mover de Dios que se esparcía por toda Inglaterra. Me pregunté: “¿Qué fue lo que llevó a esa congregación a morir de forma tan patética?” En mi monólogo, pensé en Brasil.

Al igual que durante el avivamiento wesleyano, experimentamos un crecimiento numérico en las iglesias brasileñas. Hay una efervescencia religiosa en nuestro país. Los suburbios de las grandes ciudades están llenos de templos evangélicos, todos repletos. Grandes denominaciones compran estaciones de radio y televisión. Los cantantes evangélicos graban y venden muchos discos. Se publican revistas y libros. Se comercializan todo tipo de baratijas religiosas en varias librerías, que también se multiplican, vinculadas entre sí por el sistema de franquicias. Por otro lado, distinto a lo que sucedió en Inglaterra, el despertar religioso brasileño tiene una consistencia doctrinaria dispersa, demuestra poca preocupación ética y un mínimo impacto social.

Las consecuencias de estas comprobaciones son preocupantes. Si, con toda la firmeza doctrinal, ética y disciplina anglosajona, aquellas iglesias murieron; ¿lo mismo puede suceder en Brasil? Desafortunadamente, sí. Las razones que acabaron con innumerables congregaciones europeas, obviamente, son distintas. Allá hubo un fuerte movimiento anticlerical motivado por la secularización del Estado y de las universidades. La teología liberal debilitó el fervor evangelístico y los procesos de institucionalización aplicados a lo que era apenas un movimiento, le tiraron la última pala de cal a los sueños de los antiguos renovadores ingleses.

¿Cuáles son los peligros que amenazan el futuro del movimiento evangélico brasileño? Algunos ya se muestran de forma exuberante.

La trivializacion de lo sagrado
Visitar cualquier iglesia evangélica en Brasil es una oportunidad para percibir una fuerte tendencia teológica y litúrgica en búsqueda de una divinidad que se amolde a los límites teológicos de esa iglesia; y que ofrezca apoyo a las ansias y caprichos personales. Faltan temor y asombro delante de Dios. El único temor es el del pastor: que la ofrenda no cubra los gastos y sus planes de expansión. La cultura evangélica nacional está fomentando una actitud muy displicente en cuanto a lo sagrado. El dios que está al servicio de su pueblo para cumplirles todos los deseos ciertamente no es el Dios de la exhortación de Hebreos 12:28-29 “Así que nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos. Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente, porque nuestro Dios es fuego consumidor”. El tono de voz exigente y determinante que se utiliza hoy para hablar con Dios deja la duda sobre quién es el señor de quién.

Las experiencias que sólo generan escalofríos por el cuerpo son relatadas como si Dios fuera apenas un estimulante químico. Ciertos pastores dicen hablar y oír la voz de Dios –para ser contradichos por sus propias falsas profecías– sin tener en cuenta que “Dios no tendrá por inocente al que tomare su nombre en vano”. Los milagros, inflados por la manipulación, revelan una falta de temor. El descuido de lo sagrado es un arma de doble filo. Si por un lado demuestra gran familiaridad, por otro genera condescendencia. Condescendencia y aburrimiento son sinónimos. Si nos acostumbramos al misterio de Dios y trivializamos su presencia, terminaremos colocándolo en la misma categoría de nuestros encuentros comunes y corrientes, esos que pueden ser pospuestos dependiendo de nuestras conveniencias. Terminaremos con hastío de Dios.

El vaciamiento de contenidos
Una de las marcas más patéticas del tiempo en el que vivimos es la constante repetición de estribillos desde los pulpitos evangélicos. Frases de efecto son copiadas y multiplicadas en los sermones. Algunas, vacías de contenido, generan climas extáticos sin ningún tipo de consecuencias. Sirven para esconder la falta de preparación teológica y la falta de dedicación ministerial. Las congregaciones se manipulan, se eleva la temperatura emotiva de los cultos, pero no se arraigan valores. Se genera un falso júbilo, pero no se proveen herramientas para crear convicciones espirituales.

Hannah Arendt, filosofa del siglo XX, al comentar sobre el hecho que Eichmann, un nazi mano derecha de Hitler, respondió con evasivas el interrogatorio del tribunal de guerra que lo juzgaba sobre sus crímenes, afirmó: “Los estereotipos, las frases hechas, la adhesión a lo convencional, los códigos de conducta estandarizados cumplen la función socialmente reconocida de protegernos frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos que sobre nuestra atención pensante ejercen los acontecimientos y hechos en virtud de la existencia”.

¿Cuál será el futuro de esa generación que se alegra con la repetición continua de frases huecas que sólo prometen prosperidad, victoria sobre los demonios y triunfo en la vida?

La mezcla de medios y fines
Por años se combatió la idea que los fines justificaban los medios, porque ese principio justificaba comportamientos deshonestos. Hoy, el problema se profundizó. No se sabe más qué es medio y qué es fin. No se sabe más si la iglesia existe para recaudar dinero, o si el dinero existe para dar continuidad a la iglesia. ¿Se canta para alabar a Dios o para entretener al pueblo? ¿Se publican libros como un negocio o para divulgar una idea? Los programas de televisión, ¿tienen el objetivo de dar popularidad a determinado ministerio o proclamar el mensaje? Las respuestas a esas preguntas no son fáciles de encontrar. Cristo no dio vuelta las mesas de los cambistas en el templo simplemente porque ellos pretendían dar un servicio a los peregrinos que venían a adorar al templo. Él descubrió que los medios y los fines se habían confundido y que ya no se discernía con claridad si el templo existía para hacer negocios o se hacían negocios para ayudar al culto. La obsesión por el dinero, la carrera desenfrenada por fama y prestigio, la pasión por títulos, revelan que muchas iglesias ya no saben si existen para facturar. Muchos líderes ya no consumen sus energías buscando un auditorio que los escuche, sino que buscan un mensaje que les asegure un auditorio. La confusión de medios y fines mata iglesias por asfixia.

El libro de Apocalipsis mantiene la advertencia, muchas veces desapercibida, que las iglesias también mueren. Las siete iglesias allí mencionadas –incluso la irreprensible Filadelfia– perecieron. Se resumen a meros registros históricos. No podemos cubrirnos bajo la promesa de Mateo 16 –de que las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra la iglesia– para justificar cualquier irresponsabilidad. El libro de Apocalipsis advierte: “¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro” (Apoc. 2:5).

Crecer numéricamente no inmuniza a la iglesia de los peligros. Por el contrario, la vuelve más vulnerable. Nos queda preguntarnos: ¿será que ahora, famosos y numéricamente profusos, no estaremos necesitando de profetas? ¿Será que el tan difundido avivamiento evangélico brasileño no necesita de una Reforma? Aprendamos con la historia. Un pequeño desvío hoy puede transformarse en un abismo mañana. Imaginar que podemos condenar a nuestras iglesias a volverse bares de billar es un sueño horrible. Sin embargo, si no hacemos algo, esa pesadilla puede hacerse realidad.

Que Dios nos ayude.

Soli Deo Gloria.

24 de abril de 2007

Babel, la película

por Ricardo Gondim

Vi la película “Babel”, dirigida por Alejandro González-Iñárritu, con Brad Pitt, Cate Blanchett y Gael García Bernal. Me gustó.

Babel es una visión cuántica del mundo globalizado. La historia comienza con un ómnibus repleto de turistas que atraviesa una región montañosa de Marruecos. Entre los viajeros están Richard (Brad Pitt) y Susan (Cate Blanchett), un matrimonio americano con un buen pasar.

Allí cerca unos niños muy pobres, Ahmed (Said Tarchani) y Youssef (Boubker Ait El Caid), manejan un rifle que su padre les compró para proteger a una pequeña manada de cabras de la familia. Hasta que un disparo alcanza el ómnibus, hiriendo a Susan.

A partir de ese momento, la película muestra como ese hecho se entrelaza en la vida de personas en diferentes lugares del mundo: en Estados Unidos, donde Richard y Susan dejaron a sus hijos bajo el cuidado de una niñera mexicana; en Japón, donde un hombre muy rico (Kôji Yakusho) intenta superar la trágica muerte de su esposa y ayudar a su hija sordomuda (Rinko Kikuchi) a aceptar esa pérdida; en México, hacia donde la niñera (Adriana Barraza) –también pobre– se lleva a los niños de Richard y Susan; y allí mismo, en Marruecos, donde la policía comienza a buscar a los sospechosos del supuesto acto terrorista.

Hay mucha tensión en la película, por momentos llega a ser angustiante, y queda claro que el enredo busca mostrar al mundo dividido en dos estratos.

Existe el mundo por encima de la línea del Ecuador, que siempre encuentra medios para protegerse de los sinsentidos de la vida; y el mundo por debajo; donde se encuentran los bolsones subdesarrollados del planeta, que sufre desconfianza y es arrojado a las calles inmundas, o termina cazando como los chacales.

Hace tiempo que percibo que los países ricos hasta intentan demostrar que son políticamente correctos, respetan los derechos humanos y se muestran desprovistos de preconceptos, pero en la práctica, nosotros los pobres, para ellos no valemos mucho.

Un niño muerto en una guerra no es más que un “efecto colateral”, pero si alguna cotorra se encuentra bajo algún riesgo, se desencadena una campaña mundial a favor de la vida.

Cuando los poderosos atacan con bombas de fragmentación, prohibidas por la Convención de Ginebra, a lo sumo, sucede una investigación internacional que luego es obstruida. Pero, si por algún descuido un adinerado fuera agredido por un árabe indigente, hasta un ejército se moviliza para defenderlo.

Es verdad que las naciones ricas se concentran en proteger sus intereses y, cuando ayudan, distribuyen migajas. No nos engañemos: nosotros los pobres, no somos bienvenidos al banquete de los ocho más acaudalados del planeta.

Cuando cruzamos sus fronteras, investigan nuestros pasaportes con sospecha; cuando negociamos en las bolsas internacionales, ellos no nos tratan con equidad. Recordemos esto: nosotros olemos mal a sus delicadas narices.

Es difícil tener que admitirlo, pero en el mundo global las grandes economías buscan maximizar sus ganancias y, si fuera necesario, saquearán hasta aquel que no tiene nada.

Se confirma el mismo patrón entre las elites, los dueños de la riqueza que viven en países pobres. Ellos tampoco consideran a los miserables. Y la clase media, ansiosa por colarse en el tamiz que separa los afortunados de los desgraciados, no quiere, o no tiene tiempo, para preocuparse en ser solidaria. Así, los pobres del tercer y cuarto mundo son doblemente abandonados.

No hay manera de evitar la realidad de que nos entrelazamos en una aldea global, pero nunca olvidemos: la balanza se inclina a favor de los exitosos.

Sólo les resta a los necesitados que se hermanen; que se ayuden; que no acepten el destino impuesto por las fuerzas asimétricas del poder económico, militar y político; que afirmen su dignidad en los micro valores culturales; que forjen su esperanza en Jesús de Nazaret que caminó por la tierra como un desvalido.

Nosotros, los despreciados, necesitamos arremangarnos y trabajar; buscar la justicia y defender a los indefensos.

Luchemos para construir nuestra historia sin esperar la grandeza, el socorro, o el altruismo de los poderosos. Ellos seguirán ocupados en equipar sus ejércitos, defender sus fronteras y expandir sus negocios.

En esta lucha por la supervivencia, las iglesias deben crear espacios comunitarios, antes de ser auditorios de entretenimiento; los pastores deben cuidas de las ovejas, antes de anhelar éxito ministerial; las acciones cristianas deben abrazar misericordiosamente a los moribundos que se encuentran olvidados en los caminos de la vida.

El mundo es duro y las aguas del mar de la vida, turbulentas; la temperatura está subiendo. Si morimos, muramos abrazados. Todo será más difícil, pero lo poco que vivamos, hagámoslo con dignidad.

Y que Dios nos ayude.

Soli Deo Gloria.

¿Qué clase de cristianos necesita el mundo?

por Ricardo Gondim

El pueblo de Israel buscó un rey que fuera estéticamente atractivo, y escogió a Saúl. Cierta iglesia necesitaba un pastor, por eso envió una solicitud a la denominación para que recomendaran un candidato al puesto. “Necesitamos de un pastor que de rodillas alcance el cielo”, decía el telegrama enviado.

Seria preferible un grupo de adoración simple y sin tanto esmero técnico, pero compuesto por hombres y mujeres de vida íntegra. Vale más un pastor sin los carismas cautivantes de los grandes oradores, pero que viva con aprecio y cuidado por las personas. No sirve de nada una brillante presentación de afinadas voces en el coro, pero despojada de virtud.

¿Por qué? Las razones son simples: los dones espirituales sin amor valen menos que un platillo que hace ruido; la fe sin carácter es igual a la presunción espiritual; los comportamientos religiosos sin misericordia son puro proselitismo; la acción eclesiástica sin carácter significa un activismo inconsecuente; los sermones sin vida valen lo mismo que los discursos tontos; la plegaria sin pureza de intenciones es menos que un rezo pagano.

El gran desafío del siglo XXI para el cristianismo es el de la credibilidad y no tanto la defensa de la verdad. Necesitamos de personas que sepan callar cuando otros hablan, o que hablen cuando sea necesario hacerlo; que prefieran caminar cuando otros corren; que amen más el silencio que el alboroto de los escenarios.

Necesitamos de cristianos que no se embriaguen con el poder, no amen el dinero y no busquen la (vana) gloria humana.

Solamente así la fe cristiana volverá a ser referencia de valores eternos, y no motivo de escarnio.

Soli Deo Gloria.

23 de abril de 2007

Nadie fue creado para el infierno

por Ricardo Gondim

Luego dirá a los que estén a su izquierda: "Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41)

Aquel sábado el sueño tardaba, porfiado, en llegar. La ansiedad de predicar el sermón del domingo me agitaba internamente. Terminé mis estudios, releí el papel escrito arduamente siempre con esa sensación de no estar debidamente preparado. Oré, tomé un vaso de leche caliente y encendí el televisor, intentando reconciliarme con la almohada.

Di con un programa sobre reportajes acerca de la noche en San Pablo. El periodista entrevistaba a travestis, mostrando la vida y los detalles sórdidos de esa forma de prostitución. Recuerdo una escena en que un travesti intentó inyectarse silicona en los pómulos, pero el producto no esterilizado le produjo una necrosis en el rostro y le causó daños irreparables en su apariencia. Una intervención que, aún con buenos resultados, las consecuencias no dejarían de ser menos bizarras. Soporté apenas unos minutos aquel viaje a la vida subterránea de la noche paulista. Luego de contemplar las viviendas y los callejones promiscuos, la tristeza y la explotación del ser humano por madamas y proxenetas malvados, volví a mi cama con la sensación de haber visitado el infierno.

Recosté mi cabeza en la almohada pensando si Dios había creado al ser humano pensando en hacer de él una escoria tan sucia. ¿Será que el plan inicial de Dios incluía una miseria tan absoluta? ¡Hoy estoy seguro que no! Cuando Dios nos creó pensaba en hacer hijas e hijos íntimos y cercanos a su corazón. Dios no nos creó para la desgracia, fuimos hechos para participar de la felicidad divina. El infierno no fue construido para que los Josés, los Silvios, las Marlenes o las Katias viviesen en él. El infierno fue construido para el diablo y sus ángeles.

Cuando las personas transforman sus hogares, relaciones, y la vida misma en un infierno, no están cumpliendo un designio “secreto y siniestro” de Dios; por el contrario, el infierno frustra al Señor. Dios quiere que nadie se pierda, no se alegra con la muerte del impío. Él ha hecho todo lo que podía ser hecho para que las personas salieran del camino que les lleva para el más absoluto terror e infelicidad.

Si el infierno no fue proyectado por Dios, si nadie ha nacido para ser destruido, todos los que quieren salir o ayudan a otros a salir del infierno cuentan con el cuidado del cielo. Ninguna persona que quiera revertir los procesos de muerte estará sola en esa tarea.

Soli Deo Gloria.

19 de abril de 2007

¿Tú predicas una herejía?

Recibí el siguiente correo electrónico; sigue mi respuesta debajo:

Pastor, quería saber más sobre un montón de criticas que vengo escuchando sobre su persona. ¿Se dejó engañar con una nueva herejía? ¿Qué está sucediendo? ¡Que decepcion! Eras uno de mis últimos referentes.

Querido,

Por causa del estupor de algunos, y de las presiones que se multiplican tras los bastidores evangélicos, ya tuve la sensación de haber enloquecido.

Profesores de seminario insinúan que me volví el nuevo estorbo en la triunfante jornada de la iglesia en Brasil. Algunos, reaccionan a mis posturas aconsejándome con frases bien piadosas del tipo:

“Por favor, pastor, no se salga del Espíritu”
“Vamos, volvamos al principio de la fe”
“¿Quiere decir que Dios no interviene más?”
“Ten cuidado de no pecar con esas declaraciones de que Dios no sabe o no puede”
“Tengo nostalgia del tiempo en que tú eras del ‘poder’”

Esas frases sólo me entristecen.

Lamento que, muchas veces, en nuestra jornada de fe, los dogmas y las anteojeras religiosas nos dejen recelosos de sólo querer llevar hasta las ultimas consecuencias lo que afirmamos sobre Dios, sobre nuestra condición de hijos queridos y sobre la gracia derramada sobre justos e injustos.

No pretendo martillar ninguna nueva estaca en el ya confuso terreno evangélico. Te pido que me escuches desapasionadamente, y no te dejes impresionar por las críticas de los segmentos calvinistas y fundamentalistas. Soy pastor de una iglesia que no es, y nunca fue, calvinista en su elaboración teológica.

Es lógico que algunos calvinistas –más deterministas que el propio Calvino– rujan de odio por lo que vengo afirmando. Yo niego sus bases de sustentación. Sin embargo, estoy convencido que no creé nada nuevo y no abracé nada extraño.

1. Por años prediqué que Dios no tiene un plan para tu vida y sí un propósito. Los más antiguos deben recordar que repetí ese sermón en retiros, en encuentros de matrimonios, y también lo pronuncié en varios cultos públicos. Ahora, si yo decía que Dios no tiene un plan, en eso estaba implícito que la historia de cada uno está abierta.

Cuando alguien afirma que Dios tiene un plan, también establece que existen caminos que la gente debe recorrer. En ese modelo, la vida se restringe a acertar la sintonía fina del objetivo divino, en otras palabras, a nunca salirse de esos caminos.

Creo, y siempre creí que Dios tiene para la humanidad una especie de “kit-coherencia” para que demos valor a nuestra vida. Ese “kit” está compuesto de verdades, principios y valores; que abastecen a cada uno para escribir su historia.

Las demandas divinas, y sus visitaciones por medio del Espíritu, se dirigen a desarrollar a mujeres y hombres para que sean ciudadanos del Reino; con madurez, sentido de justicia y dulzura.

No creo, por ejemplo, que la poesía del Salmo 139 –donde muchos interpretan que Dios escribió la vida de David en cada mínimo detalle, antes de nacer– sirve para establecer doctrina. Ese cántico, llevado hasta las últimas consecuencias, justificaría el adulterio y el asesinato cometido por David como eventos planeados por Dios.

Yo jamás quise reconceptualizar el ser de Dios en mi labor teológica –quien soy yo para entender y explicar al Altísimo–, deseo solamente aprender a lidiar con el tiempo, con la historia en una relación amorosa con el Señor y con el futuro.

¿Tú recuerdas mi libro “Artesanos de una nueva historia”? En el titulo ya dejé en claro que la historia es una construcción humana y no divina, de hecho si fuese divina no existirían pedófilos, ni favelas, ni el propio Bush.

2. Nunca creí y jamás pude defender, en ningún momento de mi ministerio, que Dios conceda estacionamientos libres en el shopping, o una sanidad maravillosa para un creyente que juntó una multitud de gente para orar, mientras tiene una “voluntad permisiva” para el holocausto de Auschwitz o para la carnicería de Ruanda (considero esa categoría “voluntad permisiva” una adaptación inconsistente de la teología para explicar el mal y el sufrimiento desenfrenados).

Creo en las intervenciones divinas, pero no creo que Dios altere el transcurso de la existencia todo el tiempo. Con seis billones de personas necesitando y pidiendo milagros, el mundo se transformaría en un caos con constantes desordenes de las leyes de la física. Los milagros imposibilitarían los procesos que posibilitan la vida.

Si sucede un milagro, será una interferencia rarísima de Dios en la historia. Y eso, no tiene nada que ver con la capacidad humana de “codear” a Dios de la manera correcta para hacerlo obrar con misericordia.

3. No recuerdo, en ningún momento de mi ministerio, que haya defendido la idea que el futuro ya esté determinado o que todo lo que sucede obedece necesariamente a un designio eterno.

Si creyera así, yo también estaría forzado a afirmar que Dios estuvo involucrado en la violación de una obrera de la misión Sepal. Ella, luego de ser maltratada, fue asesinada por los bandidos. También tendría que afirmar que la muerte de un joven en la flor de la edad, mi querido amigo Ángel de aquí de San Pablo, sucedió porque Dios quería llevarlo, o tenía un propósito –todos eufemismos para “matar”–.

Creo que la muerte de millones de niños en países miserables es motivo de tristeza para Dios, y que él llora porque la humanidad hace tonterías con su mandato de cuidar al mundo como un jardín.

En suma, no propongo nada nuevo. No es una teología nueva en el mercado. Quien intenta colocar ese estigma sobre mí, quiere generar antipatías antes de discutir ideas.

Por último, leo varios pensadores de aquí de Latinoamérica, de Estados Unidos y de Europa, y digo: –¡Caramba! Hay gente trabajando con cosas parecidas y con mucha más profundidad y coraje que yo–. Algunos: Dietrich Bonhoeffer, Juan Luis Segundo, Simone Weil, Rob Bell, Paul Tillich, Karl Barth, Henry Nowen, Abraham Heschel, Jonathan Sacks.

Por favor, lee el libro “El mensaje secreto de Jesús”, escrito por Brian McLaren, de Editorial Caribe.

Aquí en Brasil, he bebido de la fuente del católico Jung Mo Sung, del bautista Antonio Carlos de Melo Magalhães y del metodista Geoval Jacinto da Silva.

En mis carreras con Ed René Kivitz, hacemos, literalmente, teología del sudor y de las lágrimas. Mi amigo es un interlocutor sagaz, un creyente verdadero y un valiente pensador.

Por lo menos cuatro veces por semana, Ed y yo conversamos sobre nuestras angustias, sobre lo que leemos, sobre lo que predicamos, y así, nos fortalecemos mutuamente. Vivimos el espíritu del Proverbio que dice que “el hierro se afila con el hierro”.

Lógicamente, no tengo todo resuelto aún, pero camino convencido que mi senda va en la dirección correcta.

Estoy en paz con mi conciencia y con las Escrituras. No acaricio una apostasía vanidosa, ni herejías que prometen omnipotencias mesiánicas.

Continúo apasionadísimo por Jesús de Nazaret.

Abrazos,

Ricardo.

16 de abril de 2007

Delirio de persecución

por Ricardo Gondim

Los evangélicos conviven con mucha paranoia.

Además, la mentalidad evangélica es belicosa; y una especie de delirio persecutorio acompaña al movimiento hace tiempo. Antes, se creía que los comunistas se habían organizado para destruir la fe, y que era necesario entrenar a los pastores para luchar contra “los rojos”. El comunismo desfalleció y no fueron los creyentes quienes lo vencieron. Después, los homosexuales fueron elegidos como enemigos. Ellos, junto a los defensores del aborto, provocarían la caída de la cristiandad y cerrarían iglesias.

Ahora son los musulmanes los que están en la mira de los evangélicos. Se difunde que ellos representan una verdadera amenaza a la civilización y a las enseñanzas de Cristo. Si estos enemigos se volvieron el blanco de una guerra santa global, en Brasil, los rivales de la iglesia son otros.

Me espantan algunos evangelistas que afirman y vociferan a pie juntillas que existe una conspiración de los medios de comunicación para perseguir a las iglesias. También, que los pastores son el blanco de confabulaciones engendradas en el mismo infierno, pero inflamadas por los grandes periódicos y, principalmente, por la Red Globo.

A algunos les gusta hablar de conspiraciones del Vaticano para bloquear el crecimiento evangélico, como si la Iglesia Católica fuese una agencia del diablo, y que sus cardenales y el Papa se pasaran noches enteras analizando como sembrar escándalos que deshonren la buena reputación de los protestantes, y así neutralizar su avance.

Se esparcen teorías de conspiraciones disparatadas con noticias de que satanistas decretaron ayuno con el objetivo de “derribar” pastores.

Ya participé de cultos en que las ventanas fueron ungidas con aceite para evitar la entrada de demonios; ya supe de pastores que, en tropel, arrancaron cuadros, decoraciones y adornos de algunos hogares, bajo el pretexto que aquellos objetos estaban poseídos de demonios.

En un congreso de atletas cristianos tuve que aconsejar a un jugador de fútbol que, a causa del pánico, tenía miedo de acabar con su carrera profesional por haber participado de un juego con un par de calzados que habían sido maldecidos.

¿De dónde viene tanto delirio de persecución? ¿Por qué el culto evangélico necesita de una enorme dosis de miedo para ser intenso?

Coincido en que los cuatro Evangelios mencionan peligros en la trayectoria de la iglesia. Reconozco que los que “deseen vivir correctamente, sufrirán persecución”. Pero, un momento, lo que viene sucediendo en Brasil no es de la manera en que la Biblia relata.

La persecución de los medios de comunicación ocurre debido a la repercusión de algunos escándalos provocados por los evangélicos. Desde 1989, cuando hubo una primera bancada evangélica con un número significativo de diputados federales para desequilibrar las votaciones del Congreso, comenzaron a destaparse los escándalos que parecen no terminar más, llegando hasta los “sanguijuelas” (diputados evangélicos que desviaron fondos del Ministerio de Salud). Si los medios de comunicación muestran menos pecados católicos, no exime a los evangélicos de la obligatoriedad de reconocer que necesitan ser sal de la tierra y luz del mundo.

Existe mucha vanidad en creerse perseguido. Percibo que algunos evangelistas, dominados de un enorme mesianismo, se estiman tan importantes que creen que el mundo entero trama una manera de destruirlos. Son tan autorreferenciales que proyectan sobre sí mismos el odio que el diablo reveló contra el apóstol Pedro.

Sucede que la iglesia evangélica viene tropezando en varios asuntos éticos; repitiendo entre el clero los mismos errores de los líderes políticos; amando el dinero, idéntico al mundo. La pregunta inconveniente, pero necesaria, es: ¿para qué el mundo necesitaría perseguirla? Los evangélicos son enemigos de sí mismos. Reos y víctimas de sus propias dolencias, no provocan la indignación de nadie; por el contrario, muchas veces son dignos de lástima.

Para que el mundo odiase a la iglesia, ella necesitaría de una moral que no solamente condenase el vicio del cigarrillo o de la marihuana; sino procedimientos íntegros en otras áreas menos abordadas. Una teología que no prometiese apenas el cielo, y sí un compromiso transformador de la miseria, de los preconceptos y de las injusticias; de una espiritualidad que no intente usar a Dios, sino que promoviese intimidad con el Padre.

Antes de tener miedo del mundo y del diablo, que más creyentes tengan miedo de sí mismos.

Soli Deo Gloria.

5 de abril de 2007

Carta abierta a mis amigos

por Ricardo Gondim

Ando necesitado y vulnerable. Preciso confirmarles, amigos míos, lo mucho que necesito de ustedes y decirles que no aguantaría más perder algún otro compañero.

Por favor, cuídense. Entiendo que la mayoría de ustedes no fuman, no beben en exceso, y saben de los perjuicios del colesterol. No, no hablo de ese cuidado periférico. Les pido que cuiden del alma. Busquen aprender a disfrutar de la música clásica (las vacas lecheras ya aprendieron). Lean novelas, ciencia ficción, poesía. Les recuerdo que el camino que conduce al manicomio está asfaltado de tesis argumentativas y debates interminables sobre las nimiedades filosóficas y las futilidades teológicas. Hace poco, visité a un amigo internado en una clínica. Imaginen mi tristeza cuando lo vi, repitiéndole a las paredes que había descubierto el significado del número 666 del Apocalipsis.

Por favor, huyan del pecado. No, no me refiero a las tentaciones menores que ya catalogamos en nuestros manuales religiosos de santidad. Recuerden que la mayor de todas las desgracias está ligada al poder. En la oración del Padrenuestro, Jesús nos enseñó a pedir que Dios no nos deje caer en tentación, mas nos libre del mal. Dicen los mejores exegetas que la cláusula final que los protestantes citan – “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos” – no hacia parte de la plegaria original. Ellos afirman que algún escriba, años después, decidió dar su interpretación al significado de aquel “mal” del que deberíamos ser librados. Cuando afirmamos que “tuyo es el reino, el poder y la gloria”, estaríamos reconociendo que el mal más horrendo es la codicia del poder. Acepten la interpretación de ese monje anónimo y tengan en mente que el anillo de Tolkien es peligrosísimo. Nunca olviden que nuestra madre también nos tomó de los talones para sumergirnos en las aguas sagradas, y hasta el mismo Aquiles fue vulnerable.

Por favor, no quieran ser candidatos políticos; no tolero imaginarles dentro de móviles de la Policía Federal. Eviten andar en motocicletas. No se detengan en las señales de transito tarde en la noche. Tengan cuidado al nadar en playas plagadas de tiburones. A mis amigos, les sugiero: abandonen el traje y la corbata. A las mujeres, les aconsejo: no se apliquen botox en los labios. Compañeros, nunca, bajo ninguna circunstancia, tiñan sus cabellos.

Por favor, recuerden que las dos únicas dimensiones que disponemos de la vida son el pasado y el futuro. El futuro se transforma tan velozmente en pasado que nunca disfrutamos del presente. Vivir se resume en la esperanza del porvenir o en el recuerdo de lo pretérito. Toda esperanza mal anticipada puede transformarse en ansiedad; y toda nostalgia, terminar en melancolía. Cada cual tendrá siempre que decidir como va a encara su futuro y como tratará su memoria. No atrofien el alma con ansiedades y melancolías.

Estoy envejeciendo. Presiento que necesito cuidar de mis amigos, manteniéndolos en forma; ellos me ayudarán en esa última etapa de mi jornada.

Por lo tanto, cuídense, los necesito.

Con cariño,

Ricardo

Soli Deo Gloria.

4 de abril de 2007

Mi profunda decepción

por Ricardo Gondim
(12 de marzo de 2003)


Anoche vi el programa Larry King Live de la cadena CNN. Me costó conciliar el sueño después de lo que vi y escuché. Dando vueltas en la cama busqué una palabra para expresar lo que sentía. ¿Indignación? ¿Tristeza? ¿Decepción? La expresión que mejor explicaba mi insomnio es: ASCO; la nausea existencial. Me explico.

Larry King condujo un debate con algunos líderes cristianos americanos sobre la inminente invasión americana en Irak. Hablaron en contra de la guerra un obispo metodista y un sacerdote católico. Estos participaron poco y casi ni lograron expresar sus puntos de vista. Los evangélicos Max Lucado, John McArthur y Bob Jones dominaron la mayor parte del tiempo. Y fueron ellos los que me provocaron semejante rabia.

Me indigné al ver que el nacionalismo de los evangélicos americanos es mucho más fuerte que su lealtad al espíritu del Evangelio. Ellos no tuvieron escrúpulos al citar la Biblia para defender la política imperialista y sórdida de la derecha republicana. Obraron con la misma ceguera que los religiosos contemporáneos de Jesús que no lograron percibir el amor de Dios en Jesucristo, por ser más judíos que humanos. Bajo el pretexto de defender su territorio, los halcones militares, que aconsejan a George W. Bush, encontraron en el ataque del 11 de septiembre el pretexto que necesitaban para dominar el volátil Medio Oriente, de donde fluye el mejor y más abundante petróleo del mundo. Los americanos están concientes que son la única superpotencia del planeta y quieren sostener esa realidad con la violencia.

Me indigné con la cara de piedra de John McArthur. En sus argumentos pro guerra, se refirió al infierno que les aguarda a los musulmanes sin demostrar compasión. Ese señor fundamentalista, enemigo de los pentecostales, de los liberales y de todos los que no leen la Biblia con su literalismo, me causó mucho miedo. ¡Vi en él a Osama Bin Laden! Listo para condenar al infierno a quien no sigue su teología sistemática, asfixiante y retrograda. McArthur habló del sufrimiento eterno sin que le temblara un solo músculo de su rostro. Me imaginé como debería ser el rostro de aquellos que querían apedrear a la mujer adultera.

Me indigné con el rostro cínico de Bob Jones. Él mantenía una sonrisa plástica; queriendo parecer simpático. Hablaba con odio y con ira al mismo tiempo. Se parecía al Guasón de la película Batman; cargando siempre una sonrisa estática. Legitimó la guerra con el argumento que las autoridades fueron constituidas por Dios para promover el bien y castigar a los malos. Inmediatamente recordé que la dictadura militar brasileña aprendió a torturar en las escuelas de entrenamiento de la CIA. Mi padre sufrió tortura, mi familia se destruyó, una de mis hermanas murió y aún hoy padecemos las consecuencias de la malignidad patrocinada por el Departamento de Estado Americano. Mi padre era un hombre honesto, extremandamente trabajador. ¿Por qué sufrió prision y torturas? Su crimen fue ser simpatizante del marxismo. En la época, el marxismo representaba una amenaza. Creo que Bob Jones legitimaría que patearan los testículos de mi padre para que el “american way of life” continúe intacto. La sonrisa cínica del señor Jones me recordó la elite religiosa que apedreó a Esteban. Ellos no permitirían que el amor compasivo de Cristo atravesara la cultura religiosa de sus días.

Me indigné con Max Lucado, un pusilánime. Su falta de argumentos y sus raciocinios simplistas demuestran el peligro del dinero y de la fama. Lucado es uno de los autores de mayor renombre en el mundo cristiano; querido en América por escribir con un estilo simple. Cuando defendió la guerra mostró que jamás se ubicaría en contra de la comunidad evangélica que votó a Bush y que, fascinada, cree que él es el ungido de Dios para proteger al mundo. Max Lucado afirmó ayer, para que lo escuche el mundo entero, que confía en el presidente porque él es cristiano y porque ora antes de tomar decisiones. ¡Cuanto simplismo! Si fuese así, Ronald Reagan, que patrocinó a bandidos para luchar en Nicaragua (los Contras), también sería legitimado por el señor Lucado. El general Oliver North, el asesor que financiaba a los terroristas, era miembro de una iglesia pentecostal, oraba y conversaba con su presidente antes de cualquier decisión.

Me indigne cuando vi la CNN porque percibí que esos líderes no discreparon. Eran portavoces de la nación evangélica que considera los fetos abortados en América más preciosos que los niños que mueren en las calles de Gaza o en los hospitales mal cuidados de África. Los inocentes que morirán cuando uno de esos misiles inteligentísimos yerren el blanco no parecen ser tan importantes. La parábola del Samaritano se cumplió una vez más la noche del 11 de marzo de 2003. En la pantalla de los televisores del mundo, los religiosos nuevamente pasaron de largo dejando a un lado a quienes yacen semimuertos en los caminos de la historia.

Cuando Larry King finalizó su programa de entrevistas y debates, me arrepentí de haberme sentado un día en la misma mesa de aquellos señores – cuando la Biblia me amonesta ni siquiera a saludarlos. Lloré por presenciar que la profecía de Cristo se cumplió – el amor de muchos se enfriará. Pero no logré aplacar mi indignación al leer bajo los nombres subtitulados de aquellos señores que sus denominaciones religiosas contenían palabras como “Grace”, “Love”, etc.

En breve Irak se someterá. Después Saddam Hussein morirá. El petróleo fluirá en abundancia para suplir el guloso mercado americano. Disfrutaremos de una cierta tranquilidad. Sin embargo, yo nunca más seré el mismo. Jamás lograré volver a llamar “Reverendo“ a cualquier líder religioso de la estirpe de esos tres señores.

Soli Deo Gloria.

3 de abril de 2007

Tragedia y Esperanza

por Ricardo Gondim

Avergonzado, confieso que llegue al discernimiento tardío de que no se nada sobre Dios. Asimismo, cada día me desconozco más, me veo terriblemente enigmático. Hoy no soy más que un mapa rasgado; leído, muchas veces, cabeza abajo. ¿Cómo, una persona que no sabe nada sobre sí, podría presumir haber solucionado las indagaciones milenarias sobre Dios?

Sin embargo, me doy el derecho de cuestionar y desafiar aquello acumulado en la historia, el arte, la teología, la filosofía y la ciencia sobre la vida. Argumento con la vida por el bien de la vida.

No acepto el sufrimiento. Me aflige y espero nunca acostumbrarme a su acción indiscriminada y aleatoria. Me resisto afirmar que la muerte de inocentes en Irak; que la epidemia del HIV en África; que la gula por el lucro del sistema bancario internacional; que la lógica de la explotación desenfrenada de los recursos no renovables del planeta; y que todos los odios religiosos neofundamentalistas sean de la “voluntad de Dios”.

Tengo la ambición de engrosar las filas de aquellos que luchan para que vivamos con más sabiduría. Bajo la gracia, busco hacer mi parte y contribuir para el rescate, la sanidad y la construcción de la vida.

Acepto la premisa de que Dios no está en las preguntas sobre el sufrimiento, sino en las respuestas. Dentro de todas las categorías del pensamiento humano no hay respuesta para la pregunta: “¿Por qué los inocentes sufren?” No podemos simplemente responder, debemos actuar. ¿Cómo? Trabajemos para que nazca un futuro sin tanta injusticia. Como hacen los pescadores en la playa, arrastremos la gran red que traerá mejor distribución de la riqueza mundial. Obremos como los ganadores del Premio Nobel de la Paz, reconciliando a los diferentes, enseñándoles a vivir en ambientes tolerantes y comprensivos. Recordemos que Dios no exigiría que aceptemos el futuro como inevitable. Ninguna maldad en el tiempo que ha de venir es irreversible.

En este punto, la cosmovisión judeocristiana difiere radicalmente del mundo helénico. En Grecia, las tragedias fueron escritas con la idea que hay un destino inexorable (moira). En su literatura, quien intentaba huir del destino impuesto por los dioses fracasaba. Esa manera de percibir el futuro no encuentra correspondencia en la narrativa judía. Tanto para el judaísmo como, posteriormente, para el cristianismo, no existen hechos inevitables.

Las profecías bíblicas contienen un “si” condicional. Si el pueblo corregía sus acciones, le daba la espalda al mal y promovía el bien, el porvenir predicho no sucedería.

El equivalente griego de los profetas eran los oráculos. Los oráculos predecían el futuro, mientras que los profetas advertían en contra de él. Cuando el futuro vaticinado sucedía, el oráculo había acertado. Si el futuro se concretaba según la previsión del profeta, él había fallado en su misión.

Tanto el judaísmo como el cristianismo rechazan la noción del destino. Ambas religiones aceptan las intervenciones misericordiosas de Dios, en la historia de individuos y naciones. Los males profetizados son anulados en nombre del amor. El Dios bíblico se reveló más amoroso que consistente – su ira es por poco tiempo, su misericordia es eterna.

Por causa de Él no tememos a la tragedia, por Él vivimos con esperanza.

Soli Deo Gloria.

Mi oración

por Ricardo Gondim

Señor,

Llegué hasta donde llegué cargando en mi espalda momentos buenos y otros de llanto. Pero, fue por causa de esa carga que salí de mi comodidad y me dispuse a correr riesgos. No rechazo ni me aflijo por la suma de las cosas que ya viví. En ellas percibí una manera especial de ser moldeado en mi vivir. Ahora, enséñame a contar los días que me quedan de vida y ayúdame, como hombre, a sacar de de cada uno de ellos más material que me ayude a ser más parecido a tu Hijo.

1 de abril de 2007

Tres movimientos

por Ricardo Gondim

Hoy visité el Hospital São Paulo de la Universidad Federal.

Invitado por el grupo de capellanía que dirige un pastor bautista llamado Nino, caminé por los pasillos de la sala de emergencia, espié la unidad de cuidados intermedios pediátricos e incluso, tuve tiempo para hablar a los pacientes que lograron subir hasta el auditorio ubicado en el 15º piso.

Cuando salí frente a los edificios que me separaban del automóvil, fui invadido por un remolino de emociones, ideas, compasión, indignación y cansancio.

Ya que también hago de la escritura una catarsis, aquí estoy delante del teclado intentando exorcizarme o purificarme -quien sabe lo que deseo hacer- del escándalo provocado por una casa de salud brasileña; nadie visita un hospital público en Brasil y logra salir igual.

Antes, señoras y señores, recordemos que estuve en el hospital de la Universidad Federal de Medicina, de la más grande y rica ciudad de Sudamérica.

Mis impresiones de la visita:

1. El movimiento “evangélico” brasileño, con sus presupuestos teológicos, con su antropología, con su cosmovisión, con su cristología, con su pragmatismo, es el promotor de las neurosis más absurdamente disfuncionales; no sabe como consolar a las personas necesitadas y, peor aún, causa maltrato por donde pasa. Un cristiano que desea mantener su salud existencial o establecer cualquier contacto con el mundo, necesita pensar fuera de los moldes de la actual iglesia “evangélica”.

El pastor Nino me contó de la dificultad de aceptar voluntarios “evangélicos” en condiciones de visitar a los enfermos. En reiteradas ocasiones él es llamado a la dirección del hospital donde le llaman la atención, porque creyentes, a los gritos, quieren expulsar demonios “escondidos” bajo las camas, o porque oprimen con remordimientos a quienes están sufriendo -haciendo afirmaciones absurdas que toda dolencia es fruto de pecados escondidos-.

Él me contó el caso de una señora que pidió oración por su hijo enfermo a una voluntaria. La creyente comenzó hablando en lenguas; en medio de su plegaria, paró y le dijo a la afligida madre: “¡No puedo continuar!, el pastor Nino no me permite hablar ese tipo de cosas”. La madre insistió, desesperada: “No haga eso, por favor, quiero saber lo que está sucediendo”. La hermanita, sin ningún discernimiento, sin nada de gracia, sin Dios y sin su Espíritu, profetizó. “Pasa que acabo de tener una visión de su hijo, muerto dentro de un cajón”. No vale la pena relatar el resto de la historia. Tétrico.

2. Por otra parte, felicité la grandeza de las heroínas y de los grandes hombres de fe. Un puñado de gente sobresale todos los sábados en aquel hospital. Algunas mujeres, con edad para ser mi madre, corrían hacia arriba y hacia abajo para no dejar a nadie sin ser visitado antes del almuerzo.

Presencié una pequeña obra de títeres; mis ojos se llenaron de lágrimas cuando una paciente entró en el auditorio ayudada por dos señores, empujando su suero. Quiero celebrar a esos anónimos que trabajan para el Reino y se dan al prójimo sin esperar ningún galardón.

Ellos son el remanente de Dios, hacen parte de la gran nube de testigos que honran la fe; de los cuales el mundo no es digno.

3. Finalmente, hoy me desilusioné de una vez por todas con el futuro de Brasil. Soy hijo de un país hipócrita; tengo vergüenza de mi patria. Este hospital estaba repleto de camillas que atascaban los pasillos. En ellas vi a mis hermanos enfermos, mutilados en accidentes, victimas de crímenes, mi gente, que sufre con dolencias agudas.

Las camillas estaban oxidadas, la mayoría no tenía ni una mísera colchoneta. Mis compatriotas esperaban su turno acostados sobre hierro sucio. Nino, entonces, me pidió ayuda para hacer una campaña para comprar 60 colchones para la enfermería. Le pregunté cuanto costaba cada colchón. Con desagrado, me respondió: “Sesenta reales”. Menos de treinta dólares, señores diputados.

Le comenté que el año pasado nuestra iglesia contribuyó con cerca de 300 colchas para abrigar a los pacientes de las enfermerías de ese mismo hospital. El capellán reaccionó rápidamente: –“Sí, agradézcale a la iglesia Betesda por las colchas, son de gran valor incluso en el verano”–.

Sin entender lo que él quería decirme, le pregunté: – ¿Cómo? ¿Colchas en verano? ¿De gran valor? –. El capellán me llevó hasta una cama, tiró de la punta de la sábana y verifiqué que muchas colchas se doblan para servir de colchón.

Me quedé indignado. Contuve el impulso de decir una grosería. Sin querer, Nino hizo que mi indignación se desbordara: “El año pasado el presupuesto del hospital fue recortado por el gobierno del PT (Partido de los Trabajadores) para subsidiar el programa “Bolsa Familia”, considerado el único programa que podría garantizar la reelección de Lula”. Ahí si que no hubo caso, la mala palabra salió fuerte y sin culpa.

No creo más en que el modelo de esa iglesia “evangélica” que se esparció en mi tierra y se volvió hegemónico logre cumplir, mínimamente, la agenda del Reino de Dios.

Estoy totalmente desilusionado con Brasil; con su democracia; con sus partidos políticos; con su poder judicial; con su poder legislativo; con su policía militar, civil y federal.

Brasil no tiene arreglo y, de aquí en adelante, caerá velozmente en el abismo de la violencia, de la miseria y del sufrimiento.

¿Qué voy a hacer con mi vida? Seguiré visitando hospitales; voy a incentivar a los “pastores Nino” de la vida, voy a enseñar a mis discípulos a vivir con integridad en sus círculos de influencia y amistad; predicaré lo que mi conciencia me enseña sobre el Evangelio; intentaré vivir con alegría alrededor de quienes amo; y buscaré calmar el sufrimiento de los pocos que pueda.

Eso fue lo que quedó de mi hoy.

Soli Deo Gloria.